UN
OFRECIMIENTO DE AYUDA
Cuando llegaron a la sala
de armas entraron, esperándose algo peligroso. Aquella sala tenía un montón de
espadas colgadas en las paredes, lanzas ordenadas en sus astilleros, cajas de
mazas, pilas de escudos, manadas de hachas, bandadas de flechas y puñados de
puñales. La prueba que les iban a proponer allí sería dura y peligrosa.
De repente se acercó a
ellos un hombre muy grande, vestido de negro, con una capucha morada que sólo
le dejaba al aire la boca y los ojos y armado con un hacha grande de doble
filo. Los tres escuderos sintieron miedo y retrocedieron un poco, asustados.
El verdugo se detuvo, apoyó
el hacha en la pared y se quitó la capucha, dejando ver su cara por primera vez
en todo este relato. Era un hombre joven, de piel morena, barba y bigote
cuidados y el pelo corto muy negro y muy duro, pegado al cráneo. Estaba serio y
parecía preocupado.
- No voy a poneros ninguna
prueba – dijo, con voz tranquila. – No me gusta lo que le están haciendo a la
princesa Adelaida, así que lo que más deseo es que podáis liberarla y
rescatarla.
- Un momento.... ¡usted es
amigo de Romero, el herrero! – dijo María. – ¡Usted está enamorado de Adelaida!
- ¡¿Pero qué dices, niña?!
¡¿De donde te has sacado semejante tontería?! – se indignó el verdugo,
fingiendo. Se acercó a la puerta de la armería y miró hacia fuera, para ver si
había alguien. El pasillo estaba vacío y el verdugo se volvió otra vez hacia
los escuderos. – Está bien, es verdad, tenéis razón. Me he enamorado de la
princesa, pero nadie lo sabe, y a mí no me interesa que nadie más lo sepa. Lo
único que quiero es que podáis rescatarla, y quiero ayudaros.
Los tres escuderos se
acercaron a él y guardaron silencio, escuchando con atención.
- No dejéis que los
personajes que os van a poner las pruebas elijan su apuesta – dijo el verdugo.
– En el reino de Cerrato nos gusta mucho apostar y perdemos la cabeza por el
juego. Cuando tengáis que apostar contra ellos pedidles lo que necesitéis para
escapar, no seáis vergonzosos. Si se lo pedís con ingenio seguro que los
convencéis. Cuando rescatéis a Adelaida (y confío y espero de todo corazón que
lo hagáis) necesitaréis un medio de transporte para volver a Marfil, por ejemplo
– dijo, con intención, y los tres niños asintieron. – Otra cosa. Adelaida está
prisionera en una habitación que se cierra con llave en lo alto de una torre.
Cuando la rescatéis no volváis por donde habéis subido: es más rápido si
buscáis una pequeña escalera de caracol que hay al lado derecho de la puerta.
Bajando por ella llegaréis a la Sala de los Trofeos, que está al lado del
vestíbulo. Así podréis salir por la entrada principal del castillo: yo os
estaré esperando allí.
- Muchas gracias – dijo
Darío, en representación de los tres.
- No hay de qué – dijo el
verdugo. – Y ahora, ¡largo! ¡Salvad a Adelaida!
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