UN EJERCICIO
DE CONCENTRACIÓN
Por las escaleras llegaron
hasta otro pasillo, muy ancho y largo, que se extendía hacia la derecha y hacia
la izquierda. Los tres se pararon, porque no sabían hacia dónde tenían que
tirar.
- ¡Por aquí! – les ordenó
una voz, que llegó desde su izquierda. Caminaron hacia allí y vieron a una
mujer muy guapa dentro de una sala. – Es aquí.
Los tres niños entraron en
la sala, que era muy grande, tenía muchos pendones colgados en las paredes y
muchas mesas en el suelo.
- Estáis en el Gran Salón
del castillo de Astudillo – les dijo la mujer, que era alta, delgada y muy
imponente. – Yo soy Gadea, la única soldado que queda en la villa. Soy arquera,
así que mi prueba está clara: tenéis que vencerme en un concurso de tiro con
arco.
“Me apuesto mi mejor flecha
– dijo la arquera, sacando una del carcaj y enseñándola – a que no sois mejores
que yo con el arco. ¿Qué me ofrecéis como apuesta? Tiene que ser algo que me
interese, algo que me sirva para mis ejercicios de tiro con arco....
Los escuderos se miraron,
murmurando: ninguno tenía nada que tuviese que ver con el tiro con arco....
Entonces Sergio se dio cuenta de una cosa y rebuscó en su mochila, hasta que
encontró una pelota de tela rellena de grano, sacándola y enseñándosela a la
arquera.
- ¿Sirve? Podéis lanzar la
pelota a lo alto y luego tratar de acertarla....
- Me vale.
Entonces, la mujer tomó la
flecha que les había enseñado antes sacándola del carcaj, la cargó en el arco,
tensó la cuerda y disparó hacia arriba, todo en el mismo movimiento. La flecha
se clavó con fuerza en una de las vigas del techo. Los tres escuderos tragaron
saliva, impresionados.
- Aquí la hemos cagao.... – murmuró María.
- ¿Qué hay que hacer? –
preguntó Sergio, preocupado.
- Tenéis que hacer caer esa
flecha que he clavado con otro disparo – explicó Gadea, con tranquilidad,
sacando otra flecha del carcaj y ofreciéndosela con el arco a los escuderos. –
Con que la toquéis me basta....
Los tres niños miraron el
arco y la flecha como si estuviesen viendo un dragón. Les parecía algo
imposible.
- Darío, tira tú – dijo
María.
- ¡¿Yo?! ¿Por qué? –
preguntó asustado el chico.
- Yo soy muy mala con el
arco – explicó María – y Sergio tiene el pulso muy malo. Tú eres el único con
la tranquilidad suficiente para hacerlo....
Darío todavía dudó un poco
más, pero no protestó. Al final suspiró y acabó cogiendo el arco y la flecha.
La colocó en el arco, tensando un poco la cuerda, mientras andaba por el Gran
Salón. Se paró al lado de la puerta, volviéndose para mirar la flecha: la veía
desde abajo y desde un lateral. Era un disparo difícil, pero tenía mejor ángulo
desde allí que desde justo debajo de la flecha, donde estaban sus dos amigos y
la arquera. Los dos niños le miraban con desesperación y la mujer lo hacía con
curiosidad.
Darío apuntó y tensó la
cuerda un poco más, hasta que las plumas de la flecha le rozaron la mejilla.
Mantuvo la postura, respirando cada vez más lento, profundamente,
tranquilizándose, intentando conseguir un buen tiro. Cuando se sintió calmado
contuvo el aliento, manteniendo las manos quietas. Entonces soltó la flecha.
El proyectil voló recto y
hacia arriba, ascendiendo hacia la flecha clavada. Pasó rozándola, por el lado
derecho, y se acabó chocando contra la pared de enfrente. La flecha de la viga
se sacudió un poco cuando la otra flecha la rozó, moviéndose en su agujero de
la madera. Se movió otro poco más y acabó soltándose, cayendo al suelo.
- Buen disparo – dijo la
arquera, realmente impresionada, mientras Darío volvía resoplando de alivio a
donde estaban sus amigos, que le vitoreaban. Gadea recogió la flecha que había
estado clavada en la viga de madera y se la ofreció a Darío. – Esta flecha es
vuestra. Ahora podéis seguir con vuestras pruebas saliendo al pasillo y yendo
hacia la izquierda, hasta que lleguéis a un cruce. Allí os estará esperando la
siguiente persona.
- ¿Son muchas pruebas? –
preguntó María con tono lastimero.
- Unas cuantas....
- Pero, ¿por qué hacéis
esto? – preguntó la niña. – Sólo queremos recuperar a nuestra princesa.... Los
que fuisteis malos sois vosotros, que la raptasteis....
- No me preocupa valorar lo
que está bien y lo que está mal, los que son buenos y los que son malos.... Yo
soy leal a mi reina y cumplo sus órdenes – explicó la arquera, con voz seria. –
Pero entiendo que vosotros sois leales a vuestra princesa y por eso deseo que
cumpláis vuestro objetivo. Buena suerte....
La arquera terminó
sonriendo y los tres escuderos la imitaron.
- Muchas gracias – dijo
María. Después los tres niños salieron al pasillo y siguieron las indicaciones
de la arquera, en camino a su siguiente prueba.
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