UNA TIZA Y
UNA PIZARRA
Salieron al pasillo y
continuaron por él. Más adelante vieron a una mujer que bloqueaba el pasillo
con una gran pizarra de color negro en la que escribía un montón de palabras y
hacía diversos dibujos.
Los tres niños llegaron
hasta ella, deteniéndose a unos pasos, mirándola curiosos. La mujer se dio
cuenta de que estaban allí al cabo de un rato, dejó de escribir, se dio la
vuelta y los saludó con una reverencia.
- ¡Bienvenidos! Soy “Lepre”
y habéis llegado a mi prueba.... – dijo, volviéndose de nuevo a la pizarra. De
repente miró al suelo, a una alpargata que tenía atada con una correa y añadió:
– ¡Cállate, Paco! ¡Ahora se lo explico, cagaprisas!
Hay que ver, qué hombre....
- Vaya un nombre curioso
que tiene usted – comentó María, extrañada.
- Sí, es un mote que me
pusieron en la villa – explicó “Lepre”, volviéndose de nuevo a los tres niños,
olvidándose de Paco. – Antes era leprosa, pero gracias a un milagro de la
princesa Adelaida me he curado. Ahora podré volver a ser médico y encargarme de
la gente del reino, curarles y ayudarles.
- Para curarles de la
peste....
- ¡Oh! No hay peste – dijo
“Lepre”, desechando la idea con un movimiento de la mano. – Todo fue un
malentendido, nada más.... En el reino de Cerrato nunca ha habido peste.
¡Bueno! Y ahora vamos con la prueba.... ¿Qué vais a apostaros? Yo puedo
ofreceros....
- ¿Nos podemos apostar un
servicio, en lugar de una cosa? – preguntó Darío, interrumpiéndola.
- ¿Un servicio?
- Sí.... Por ejemplo, si
usted nos gana o nosotros no podemos pasar la prueba, seremos sus ayudantes
durante un año, en su labor de médico del reino. Pero si ganamos nosotros, si
pasamos la prueba, usted se encargará de bajar a la puerta principal del
castillo, bajar el puente levadizo y recoger el rastrillo, para dejar la puerta
abierta. ¿Trato hecho?
- Muy bien. Hay trato –
dijo “Lepre”, volviéndose hacia la pizarra. Cogió una tiza y dibujo una figura
sencilla:
- ¿Lo veis? Tenéis el
tiempo de ese reloj de arena – dijo la mujer, señalando un reloj de arena que
había en un taburete – para copiar ese dibujo, sin levantar la tiza de la
pizarra, de un solo trazo, sin pasar dos veces por la misma línea – los
escuderos se acercaron a la pizarra y “Lepre” dio la vuelta al reloj de arena.
– Y el tiempo comienza ¡ya!
Los tres chicos empezaron a
hacer pruebas, nerviosos y acelerados. En el reloj no habría más que un minuto
de arena, quizá un poquito más. Sólo tenían una tiza, así que se la iban
pasando por turnos, después de que cada uno probase tres veces y se rindiera,
sin haberlo conseguido. Borraban la pizarra con la mano, nerviosos, manchándose
luego la cara al pasarse la mano por ella, desesperados. Parecía que iban a
conseguirlo, pero siempre se dejaban una línea por hacer.
Después de muchas vueltas y
revueltas, empezando desde una esquina de abajo, trazando la diagonal, y cuando
sólo quedaban un par de pizcas de arena en el reloj, Darío lo dibujó, siguiendo
las indicaciones de sus amigos.
- Muy bien.... – dijo
“Lepre” impresionada. – En el último grano de arena, pero muy bien.
La mujer apartó la pizarra
para que pudiesen seguir por el pasillo, apoyándola contra una pared y dejando
libre el corredor.
- Seguid por aquí hasta la
siguiente prueba, en la capilla, donde encontraréis al confesor de la reina –
explicó la ex-leprosa. – Yo mientras me encargaré de cumplir mi parte de la
apuesta e iré a abrir la puerta del castillo.
- Muy bien. Muchas gracias
– dijo María, vivaracha. Los tres echaron a andar y siguieron juntos su camino.
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