UN CUENTO DE
PAPEL
María, Sergio y Darío
subieron por la escalera oculta hasta llegar a una puerta de madera. Estaba
abierta, así que tiraron de ella y pasaron al otro lado. Salieron detrás de un
tapiz, que apartaron para darse cuenta de que habían llegado a la Sala del
Trono.
Allí los estaba esperando
la reina Guadalupe, sentada en su trono, despreocupada, leyendo una revista del
corazón. Cuando se dio cuenta de que los tres extranjeros estaban allí, dejó la
revista, bajó los pies del reposabrazos y les sonrió, tranquila.
- Veo que habéis llegado
hasta aquí – dijo la reina, serena y admirada de verdad. – Sois unos
contrincantes muy buenos y duros. Pero no os confiéis, os quedan unas pruebas
muy difíciles....
- Eso dicen todos.... – murmuró
María, para sus amigos.
- ....pero antes de la
prueba – seguía diciendo la reina Guadalupe – hay que fijar la apuesta. Yo me
apuesto tres tazones de pepitas de rubí
a que no sois capaces de superarla....
- ¿Y para qué queremos
nosotros pepitas de rubí? – dijo
María, arisca. – Esa moneda sólo es válida en el Cerrato y nosotros pretendemos
volver a Castillodenaipes. ¿Para qué querremos una fortuna en pepitas de rubí si no nos valdrá para
nada? – razonó la niña. – Sin embargo, nos vendrían bien un par de buenos
caballos, capaces de tirar de un carro....
- ¿Queréis que me apueste
unos caballos? – preguntó la reina.
- Solamente necesitamos
dos.
- ¿Y qué me ofrecéis
vosotros? – pidió la reina.
- Podemos ofrecerle un
bonito peine que tiene mi amiga María – propuso Darío. – Es de nácar y marfil,
muy suave y muy bonito. Podréis peinaros vuestra larga cabellera con él....
María lo había sacado de su
mochila para que la reina lo viera y es verdad que era muy bonito. A la reina
le convenció el trato y dio paso a explicar su prueba.
- Estoy harta de que el
bufón Pichiglás intente entretenerme todos los días con sus monerías y
tonterías – empezó a contar, cansada. – Siempre hace lo mismo: volteretas,
saltos, malabares, andar en monociclo, equilibrios, piruetas.... y tiene la
manía de terminar siempre el espectáculo dándose unos trompazos tremendos.... ya se ha roto un brazo, una pierna, los
dedos de la mano derecha y dos veces la nariz esta temporada – la reina sacudió
la cabeza, decepcionada. – Por eso quiero que intentéis entretenerme. Tenéis
cinco minutos para hacer algo que me entretenga y me guste.
Los tres niños se quedaron
inmóviles, asombrados y sin saber qué hacer ante la propuesta de la reina
Guadalupe. Pero cuando su majestad dio la vuelta al reloj de arena se pusieron
en movimiento y empezaron a hacer cosas.
Sergio hizo el pino y
empezó a andar con las manos por todo el salón, pero la reina lo miró sin
interés. Darío empezó a contarle adivinanzas a la reina, pero ésta sólo
bostezaba. María lo intentó con los chistes, pero sólo se rieron Darío y
Sergio: la reina Guadalupe ni siquiera sonrió.
Bailaron entre los tres,
improvisaron una obrilla de teatro, pero la reina no se inmutaba. Y los cinco
minutos pasaban.
- Majestad, ¿tenéis un
trozo de papel por ahí? – preguntó Sergio, casi al final, cuando quedaba muy
poca arena. La reina se lo alcanzó y el escudero empezó a hacer dobleces en él,
con rapidez, vigilando con el rabillo del ojo la arena del reloj que quedaba por caer. Una vez que lo terminó empezó a contarle un cuento a la reina, usando el
papel para crear a los personajes. Doblando y desdoblando el papel Sergio formó
un pato, un zorro, un pajarito, un barco, una casa, una corona de rey....
mientras iba contando las desventuras del pobre rey que había perdido su
corona. (1)
Darío, María y (lo que era
más importante) la reina Guadalupe lo miraron embelesados, sin perderse ninguna
de sus palabras, ni de sus gestos, ni de las formas que creó con el papel.
Sergio terminó su cuento algo más tarde de que la arena hubiese terminado de
caer, pero la reina acabó tan contenta y entretenida que no se fijó en un
detalle tan insignificante.
- ¡Muy bien! ¡Muy bien!
¡Bravo! –aplaudió la reina al final del cuento. Sergio se puso todo colorado,
mientras sus dos amigos también le aplaudían. – Me ha gustado mucho, sí señor.
Tienes que hablar con Pichiglás y enseñarle a hacer esas cosas para que me
pueda deleitar con ellas cuando esté aburrida.
Sergio hizo una reverencia,
avergonzado.
- Tendréis los caballos que
nos apostamos, no os preocupéis – dijo la reina, humilde. – Haré que alguien os
los prepare. Salid ahora por la puerta y caminad hacia la derecha. Allí
encontraréis unas escaleras: subid hasta la última habitación de la torre. Sólo
os queda una prueba con la infanta y, aunque espero que no la superéis, os
deseo buena suerte....
- Muchas gracias –
contestaron los tres escuderos, haciendo una reverencia educada, que la reina
aceptó con un asentimiento.
Después salieron de la Sala
del Trono hacia la última prueba.
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(1) El cuento que Sergio el escudero le contó a la reina Guadalupe usando un papel podréis leerlo en este mismo blog el 27 de noviembre.
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