Érase una vez un país pequeño, que
estaba en la parte sur del continente de Asthartia. Hacía cientos de años tuvo
un rey y una reina que gobernaban todo el país, pero la familia real se agotó,
sin descendientes que pudieran continuar con el linaje, y el país pasó a ser
una especie de federación: había cuatro grandes territorios en el país, muy
diferentes entre sí, situados en cada “esquina” del terreno, que decidieron
pacíficamente gobernarse individualmente, cada territorio a sí mismo, con un
presidente o primer ministro.
Cada uno de estos territorios tiene su
propio nombre y sus propias características y costumbres.
Por ejemplo, en la esquina superior
izquierda del país está la Pradera Extensa, un territorio cubierto de fresca y
frondosa hierba verde. Sus habitantes, fruto del contacto constante con la
hierba que les rodeaba, tienen la piel verdosa. Viven en cabañas de madera,
crían caballos y tienen granjas. La Pradera Extensa está cruzada por un par de
ríos caudalosos, en los que sus habitantes verdes pueden pescar carpas, truchas
y lucios. Los verdes (así se llama a los habitantes de la Pradera) son gente
bastante alegre, que viven en comunidad y se apoyan unos a otros. En su parte
del país siempre suele hacer buen tiempo y acostumbran a hacer hogueras por las
noches, donde los vecinos se reúnen, comparten la cena, se cuentan cuentos e
historias y cantan canciones.
En la esquina superior derecha del
pequeño país se encuentra otro territorio, la Montaña Magenta. Es un territorio
escarpado, compuesto principalmente de rocas y arbustos espinosos. Una gran
montaña domina el territorio, y aunque su cima es escabrosa, sus laderas son
bastante suaves en un principio y los habitantes del territorio viven en ellas.
Son gentes resistentes y duras, acostumbrados a vivir en un terreno tan
abrupto. Su piel tiene un tono rojizo, quizá adquirido por el contacto con las
piedras, rocas y tierra roja de su territorio. Quién sabe.
Los rojos (así se llama a los habitantes
de la Montaña Magenta) viven en casas de ladrillos, construidos con la tierra
escarlata del territorio. La industria del ladrillo es la principal ocupación
del territorio, así como la cría de cabras montesas.
Los rojos son gente bondadosa, pero su
aspecto y su carácter no dan esa impresión. Son geste hosca, seria, callada,
bastante taciturna. La vida en la montaña, en una tan agreste y dura como la
Montaña Magenta además, les ha hecho un poco ariscos y silenciosos. Con la
primera impresión puede parecer que estén enfadados o que los recién llegados
les molesten, pero un observador paciente y tranquilo comprobará en su propia
persona que los rojos son gente buena, unos anfitriones excelentes y cuidadosos
y unos vecinos atentos. Aunque actúen con poco cariño y poca suavidad.
Al sur de la montaña, en la esquina
inferior derecha del país, está un territorio muy distinto, el Lago Turquesa.
Este territorio está dominado por una gran masa de agua, fría y profunda, de
intenso color azul oscuro, aunque en sus orillas, de arena blanca, el agua
tiene una tonalidad cercana al turquesa, de ahí el nombre.
Los habitantes del Lago Turquesa están
habituados a nadar, por supuesto, y lo hacen a menudo. Viven en ciudades
flotantes, en medio del lago, y se dirigen de una casa a otra por medio de
barcas y pequeños veleros, aunque los menos remilgados lo hacen nadando, sin
necesitar tanta ceremonia.
En las orillas del lago hay embarcaderos
y pequeñas cabañas, en las que no vive nadie pero hay material náutico. Muchos
de los habitantes del Lago Turquesa tienen como oficio ser barqueros,
transportando a los extranjeros o a los visitantes de otros territorios con sus
barcas, o a los habitantes azules que no disponen de una para moverse por el
lago.
Los azules (pues así se conocía a los
habitantes del lago) tienen la piel de ese color, quizá por el constante
contacto con el agua. Nadie lo sabe con seguridad. Sus cabellos son en general
plateados, en un bello contraste con sus pieles turquesas y cobalto.
Además de barqueros y nadadores, los
azules son excelentes pescadores: el territorio exporta atunes, pulpos,
merluzas y meros al resto de los territorios.
Por último, el territorio que está en la
esquina inferior izquierda del país, es el Arenal Soleado, una gran extensión
de arena y rocas de color amarillo. Es un lugar en el que predominan los
vientos, el calor y el brillo del Sol, un lugar donde nadie podría creer que
alguien pudiese sobrevivir, pero hay gente que lo hace. Los habitantes del
Arenal Soleado llevan allí asentados durante siglos.
Son gente muy tranquila, muy serena,
silenciosa y callada. El arenal hace que sean así. Visten túnicas amplias
teñidas de amarillo en diferentes tonos: no se sabe si es por eso, porque
destiñen, o por el contacto continuo con la arena, pero la piel de estas gentes
es de un tono amarillento, para nada enfermizo. Casi parecerían estar hechos de
oro.
Los amarillos (como se conoce comúnmente
a los habitantes del Arenal Soleado) viven en asentamientos de tiendas de tela
gruesa y resistente, sostenidas con varas de madera. Estos asentamientos no son
fijos, pues a veces tienen que moverlos de sitio, huyendo de las tormentas de
arena que surgen en el arenal de vez en cuando.
Los amarillos son pastores (llevan con
ellos en sus desplazamientos a sus rebaños de cabras y ovejas) y también
recolectores (por todo el Arenal Soleado hay gran número de Asis, pozos de agua
rodeados de vegetación, de donde los amarillos recogen dátiles y otros frutos),
aunque tampoco niegan los productos que llegan desde los otros territorios,
consiguiendo carne de caballo, o pescado, o minerales por medio del trueque.
Los cuatro territorios de colores están
en buenas relaciones entre ellos. Nunca ha habido guerras ni enfrentamientos, y
cuando ha habido diferencias puntuales (siempre ocurre) se han resuelto sin hostilidades
y de una forma amistosa.
Los territorios están conectados por un
camino adoquinado, de piedras blancas, que pasa por todos ellos. Además, este
camino rodea la colina que hay en el centro del país. La colina tiene cuatro
senderos de ascenso, cada uno asfaltado con adoquines del color de cada
territorio, y el camino adoquinado en blanco pasa por el inicio de los cuatro
senderos de ascenso. De esta manera la conexión entre territorios y con la
colina es total.
Los senderos de ascenso a la cima de la
colina son de roca, de colores, y así cada territorio tiene el suyo. Son de
escalones y todos llegan a la cima, para llegar al Templo de Oro.
El Templo de Oro es un lugar de
peregrinaje y recogimiento, al modo de algunos lugares religiosos en otros
países vecinos. Aunque aquí no tiene ningún significado religioso ni nada por
el estilo. Es más bien un monumento en honor de los cuatro territorios,
representando su hermandad y sus buenas relaciones.
El Templo de Oro tiene cientos de años,
se construyó cuando todavía había rey en el país. Se pudo hacer gracias a que
todos los habitantes del país (los rojos, los azules, los amarillos y los
verdes) recogieron el oro que había en todas partes, en todos los territorios.
Todo el oro se mandó en carretas a la cima de la colina y allí los mejores
artesanos de todo el país pudieron construir el templo.
El oro se agotó en los cuatro
territorios, pues se utilizó todo el que había en el país para construir el
templo. Por eso en los cuatro territorios se vive humildemente, no hay ricos ni
pobres, porque todos tienen pocas cosas para vivir y si necesitan algo lo toman
de la naturaleza o lo cambian mediante un trueque con sus vecinos. Y si alguien
pasa una mala racha, a nadie se le ocurriría subir hasta el templo para robar algo
de oro y poder seguir adelante.
Los verdes, los rojos, los azules y los
amarillos viven humildemente en sus hogares y respetan el Templo de Oro: al fin
y al cabo es el símbolo de que la diversidad y la diferencia unen a la gente.
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