Como ya hemos dicho, cada territorio se
organiza y se gobierna a sí mismo, sin entrar en conflicto entre ellos. En el
Lago Turquesa, por ejemplo, eligen a su representante cada tres años, mediante
una votación popular, en la que votan los mayores de quince años. Cada
candidato está representado por un tipo de concha y los votantes meten la
concha que representa a su elegido en unas ánforas rescatadas del fondo del
lago.
En el Arenal Soleado el líder se elige
entre los más ancianos del territorio. Para poder ser candidato hay que tener
más de setenta años y todos los mayores de sesenta son los que pueden votar
para elegir al líder, en una ceremonia pública, que se hace por la noche a la
luz de una hoguera grande. El líder elegido cumple su cargo hasta que muere o
hasta que renuncia a él, por ser demasiado viejo o estar muy enfermo. Entonces
se convoca una nueva ceremonia y se elige a un nuevo líder.
En la Montaña Magenta sólo los
constructores de casas pueden ser presidente. Votan todos los habitantes de la
montaña mayores de veinte años, pero los candidatos sólo pueden ser maestros
constructores. El presidente cumple su cargo durante cinco años y entonces se
convocan automáticamente nuevas elecciones. Los rojos tienen una norma curiosa:
el presidente saliente no puede presentarse en esa misma elección. Si quiere
volver a postularse como candidato tiene que haber un periodo de cinco años en
que no sea presidente.
En la Pradera Extensa se gobiernan
mediante una junta de gobierno, formada por cuatro miembros, siempre dos
mujeres y dos hombres. Estos cuatro miembros siempre tienen que representar a
los criadores de caballos, a los granjeros, a los pescadores fluviales y a los
leñadores: los dos representantes varones son elegidos entre los leñadores y
los criadores de caballos y las representantes mujeres entre las granjeras y
las pescadoras. La junta se elige cada cuatro años por los habitantes de la
pradera mayores de dieciséis. Cualquier hombre o mujer mayor de treinta años es
candidato, sin necesidad de presentarse voluntario para ello.
Los representantes de cada territorio
mantenían frecuentes encuentros entre ellos en el Templo de Oro. De esa forma
se mantenía el contacto entre territorios, todos estaban al tanto de lo que les
ocurría a sus vecinos y podían ayudarse o apoyarse cuando ocurría alguna
desgracia o algún problema.
En uno de estos encuentros periódicos,
el líder anciano del Arenal Soleado comentó que aquella primavera se cumplían
seiscientos años desde que el último rey del país muriera y que por lo tanto
era el aniversario también de aquella nueva forma de gobierno, de aquella
especie de federación, en la que cada territorio se gobernaba
independientemente y entre los representantes velaban por el adecuado devenir
del país. Parecía pertinente, dada la cifra redonda, hacer una especie de
conmemoración o festividad.
Entre los representantes de los cuatro
territorios llegaron a la conclusión de que la celebración debía ser festiva,
nada solemne. No celebraban la muerte del rey, sino el nacimiento de una nueva
forma de gobernar el país, así que debían hacerlo con alegría y regocijo.
Hubo muchas sugerencias, muchas
opciones, pero siempre encontraban alguna pega que las hacía incompatibles con
la situación de las gentes del país o imposibles de realizar.
Hasta que, después de proponer y
rechazar un montón de alternativas, todos estuvieron de acuerdo en que celebrar
una carrera popular era el mejor evento. Ninguno recordó después a quién se le
había ocurrido, pero todos se adjudicaron la autoría al volver a sus
territorios.
La idea era celebrar una carrera popular
por todo el territorio del país. Aunque pareciera algo descomunal proponer una
carrera por todo el país, no era para tanto: el país era pequeño y un corredor
entrenado podría circunvalarlo en tan sólo un par de días.
Cada territorio elegiría a un corredor
como representante en la carrera. Los corredores deberían salir de sus
territorios al gran camino blanco, bordear la colina por el lado largo (es
decir, correr hacia la derecha nada más salir de sus territorios) y recorrer el
camino corriendo hasta la escalinata de su color, hasta el sendero de escalones
que llevaba hasta la cima de la colina. El primero en llegar al Templo de Oro
ganaría. Habría una ceremonia con los cuatro corredores cuando llegasen a la
cima, le entregarían un premio al ganador y allí se conmemoraría el aniversario
con una gran comilona. Los habitantes de los territorios podrían salir al
camino blanco a ver la carrera, colocándose en los arcenes en cualquier punto
del recorrido, pero sin molestar a los corredores ni impedirles el paso.
También se acordó que los gobiernos de cada territorio podían elegir a una
docena de jueces o árbitros, para que recorrieran el camino blanco durante toda
la competición y se encargaran de que todo se desarrollara correctamente, sin
incidencias y sin trampas.
La carrera se celebraría el próximo día
de solsticio de primavera, justo al alba. Hasta entonces cada territorio tenía
tiempo para elegir a su corredor mejor preparado y a los árbitros más objetivos
y honrados.
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