jueves, 15 de diciembre de 2016

Cuatro Colores (2 de 6)



Como ya hemos dicho, cada territorio se organiza y se gobierna a sí mismo, sin entrar en conflicto entre ellos. En el Lago Turquesa, por ejemplo, eligen a su representante cada tres años, mediante una votación popular, en la que votan los mayores de quince años. Cada candidato está representado por un tipo de concha y los votantes meten la concha que representa a su elegido en unas ánforas rescatadas del fondo del lago.
En el Arenal Soleado el líder se elige entre los más ancianos del territorio. Para poder ser candidato hay que tener más de setenta años y todos los mayores de sesenta son los que pueden votar para elegir al líder, en una ceremonia pública, que se hace por la noche a la luz de una hoguera grande. El líder elegido cumple su cargo hasta que muere o hasta que renuncia a él, por ser demasiado viejo o estar muy enfermo. Entonces se convoca una nueva ceremonia y se elige a un nuevo líder.
En la Montaña Magenta sólo los constructores de casas pueden ser presidente. Votan todos los habitantes de la montaña mayores de veinte años, pero los candidatos sólo pueden ser maestros constructores. El presidente cumple su cargo durante cinco años y entonces se convocan automáticamente nuevas elecciones. Los rojos tienen una norma curiosa: el presidente saliente no puede presentarse en esa misma elección. Si quiere volver a postularse como candidato tiene que haber un periodo de cinco años en que no sea presidente.
En la Pradera Extensa se gobiernan mediante una junta de gobierno, formada por cuatro miembros, siempre dos mujeres y dos hombres. Estos cuatro miembros siempre tienen que representar a los criadores de caballos, a los granjeros, a los pescadores fluviales y a los leñadores: los dos representantes varones son elegidos entre los leñadores y los criadores de caballos y las representantes mujeres entre las granjeras y las pescadoras. La junta se elige cada cuatro años por los habitantes de la pradera mayores de dieciséis. Cualquier hombre o mujer mayor de treinta años es candidato, sin necesidad de presentarse voluntario para ello.
Los representantes de cada territorio mantenían frecuentes encuentros entre ellos en el Templo de Oro. De esa forma se mantenía el contacto entre territorios, todos estaban al tanto de lo que les ocurría a sus vecinos y podían ayudarse o apoyarse cuando ocurría alguna desgracia o algún problema.
En uno de estos encuentros periódicos, el líder anciano del Arenal Soleado comentó que aquella primavera se cumplían seiscientos años desde que el último rey del país muriera y que por lo tanto era el aniversario también de aquella nueva forma de gobierno, de aquella especie de federación, en la que cada territorio se gobernaba independientemente y entre los representantes velaban por el adecuado devenir del país. Parecía pertinente, dada la cifra redonda, hacer una especie de conmemoración o festividad.
Entre los representantes de los cuatro territorios llegaron a la conclusión de que la celebración debía ser festiva, nada solemne. No celebraban la muerte del rey, sino el nacimiento de una nueva forma de gobernar el país, así que debían hacerlo con alegría y regocijo.
Hubo muchas sugerencias, muchas opciones, pero siempre encontraban alguna pega que las hacía incompatibles con la situación de las gentes del país o imposibles de realizar.
Hasta que, después de proponer y rechazar un montón de alternativas, todos estuvieron de acuerdo en que celebrar una carrera popular era el mejor evento. Ninguno recordó después a quién se le había ocurrido, pero todos se adjudicaron la autoría al volver a sus territorios.
La idea era celebrar una carrera popular por todo el territorio del país. Aunque pareciera algo descomunal proponer una carrera por todo el país, no era para tanto: el país era pequeño y un corredor entrenado podría circunvalarlo en tan sólo un par de días.
Cada territorio elegiría a un corredor como representante en la carrera. Los corredores deberían salir de sus territorios al gran camino blanco, bordear la colina por el lado largo (es decir, correr hacia la derecha nada más salir de sus territorios) y recorrer el camino corriendo hasta la escalinata de su color, hasta el sendero de escalones que llevaba hasta la cima de la colina. El primero en llegar al Templo de Oro ganaría. Habría una ceremonia con los cuatro corredores cuando llegasen a la cima, le entregarían un premio al ganador y allí se conmemoraría el aniversario con una gran comilona. Los habitantes de los territorios podrían salir al camino blanco a ver la carrera, colocándose en los arcenes en cualquier punto del recorrido, pero sin molestar a los corredores ni impedirles el paso. También se acordó que los gobiernos de cada territorio podían elegir a una docena de jueces o árbitros, para que recorrieran el camino blanco durante toda la competición y se encargaran de que todo se desarrollara correctamente, sin incidencias y sin trampas.
La carrera se celebraría el próximo día de solsticio de primavera, justo al alba. Hasta entonces cada territorio tenía tiempo para elegir a su corredor mejor preparado y a los árbitros más objetivos y honrados.

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