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Marcial Sánchez Berges conducía el coche
y Atticus le dio indicaciones para moverse por el pueblo. Habían llegado a
Suances y Atticus les guiaba hasta el lugar del encuentro.
Durante el viaje, Atticus le había
pedido el móvil a Sofía (Julián lo tenía apagado, para variar) y llamó a
alguien, consultando en una libreta negra el número al que llamar. Con ese
alguien habían quedado en Suances.
Al parecer, podía ayudarles a descubrir
dónde se iba a realizar la cuarta invocación.
- Por aquí, sigue por esta carretera –
indicaba Atticus, desde el asiento de atrás. – Ahoraaaa.... por esta salida, a
la derecha, eso es. Sigue hasta el final y a la izquierda. Aquí, aquí, aparca
aquí.
Estaban en la plaza de Suances, donde
antiguamente paraban los autobuses. Aparcaron en un hueco que encontraron en
una esquina y salieron del coche los cinco.
- ¿Con quién hemos quedado, Atticus? –
preguntó Sofía.
- Con una antigua amiga....
Esperaron en la plaza, mirando
alrededor. Todos vigilaban a Atticus, atentos a sus reacciones, porque sólo él
conocía a la mujer (o ente) con la que iban a encontrarse.
- ¡¡Atticus!! – oyeron a su espalda.
Todos se giraron a mirar. – ¡¡Cuánto tiempo!! ¿Cómo estás?
- Desde luego, no tan bien como tú.... –
contestó Atticus, admirado.
La recién llegada era una mujer madura,
cerca de los cincuenta años. Su rostro presentaba arrugas, pero sus ojos eran
chispeantes y jóvenes y su sonrisa le quitaba años de encima. Además, tenía un
cuerpo lleno de curvas, pero no por los kilos de más: las curvas estaban muy
bien colocadas. Llevaba un vestido corto de tirantes y las piernas que dejaba
al descubierto no eran las de una mujer cualquiera de cincuenta años.
La mujer se acercó a Atticus, le abrazó
y le plantó un beso en los morros. El ente no supo cómo reaccionar, un poco
cortado.
- ¿No nos presentas? – preguntó la
mujer, mirando a los compañeros de Atticus, detrás de él.
- Eeeehhh.... Sí. Estos son Julián y
Sofía: son unos agentes con los que estoy trabajando. Y ellos son Arturo y
Marcial, dos agentes de protección.... Ella es Kandara.
- Encantada – dijo la mujer, con un
asentimiento de cabeza elegante y educado.
- Es un placer, señora.... – dijo
Marcial, totalmente maravillado. Arturo reprimió un silbido nada caballeroso.
- Encantada – Sofía le estrechó la mano.
– Perdone, no quiero sonar grosera, pero.... ¿Es usted....? – señaló a Atticus.
– ¿O es....? – y se señaló a sí misma y a Julián. No sabía cómo expresarlo
mejor.
- Lo fui – contestó Kandara, apoyando
una mano en el hombro de Atticus, una cabeza más bajo que ella. – Pero hace
unos treinta años me enfrenté a un terrible guerrero que me dio la mortalidad y
la humanidad....
- ¿Fuiste tú? – preguntó Julián,
señalando a Atticus.
- ¿Guerrero? ¿Yo? – se sorprendió el
ente, sonriendo divertido. – No, no fui yo....
– negó con la cabeza, mientras miraba alrededor, pensando en cierto cura que conocía bien....
– negó con la cabeza, mientras miraba alrededor, pensando en cierto cura que conocía bien....
- No me quejo, ¿eh? Ser un demonio Khandarian era estupendo, pero llevaba
viviendo más de mil años y no me sentía nada plena. Desde que soy una mujer
hecha y derecha he aprendido lo que es disfrutar de la vida de verdad....
- Me imagino.... – murmuró Julián y
cuando Sofía lo miró acusadoramente, un poco enfadada, el hombre se encogió de
hombros y mostró las palmas de las manos. – ¿Qué? Lo habéis pensado todos....
Kandara rio.
- Su compañero tiene razón – dijo,
risueña, poniendo sus manos en las caderas bien torneadas. – Los humanos tienen
a mano un montón de placeres que no aprovechan nada....
- Es lo que digo yo siempre – dijo
Atticus, resuelto, sacando un paquete de cigarrillos arrugados y encendiendo
uno. – Oye, Kandara, no quiero sonar grosero, pero no hemos venido a verte en
una visita de cortesía, lo siento....
- Ya lo imaginaba – dijo ella, riendo,
sin mostrar enfado. – Siempre has estado muy ocupado y desde que trabajas para
el gobierno mucho más....
- ¿Cómo te has enterado de eso? – se
extrañó Atticus, levantando una ceja y expulsando el humo torciendo la boca. –
Es igual, no me contestes, parezco idiota.... Precisamente por eso hemos
venido a verte.
- ¿Necesitáis de mis habilidades? –
preguntó Kandara, sonriente.
- Sí, esperamos que puedas encargarte de
lo que queremos pedirte – dijo Atticus. – ¿Sabes quiénes son los Cuatro de Dhalea?
Kandara lo miro durante tres segundos
completos, con ojos ignorantes, antes de contestar.
- Ni idea. ¿Debería?
- No necesariamente, aunque la
información es poder, dicen.... – contestó Atticus. Sofía y Julián sonrieron:
los dos sonaban como dos viejos amigos hablando con confianza. Quizá mucho más
que amigos.... – ¿Te suenan los Cuatro Jinetes del Apocalipsis?
- ¡¡Sí, claro!!
- Pues los de Dhalea son los originales, en los que se
basaron para inventarse los otros – dijo Atticus, un poco fúnebre.
- Bueno, siempre se dice que lo original
es lo mejor.... Aunque por vuestras caras y vuestra urgencia creo que esta vez
no es así, ¿me equivoco? – apuntó Kandara, jovial.
- Son mejores si lo que le interesa son
las venganzas y las matanzas injustificadas.... – comentó Julián y Kandara puso
cara de desagrado.
- Eso no es nada bonito. ¿Vais detrás de
ellos? ¿Es eso? ¿Queréis ubicarles?
- Sólo se les puede invocar de uno en
uno y esta noche se convoca al cuarto – explicó Atticus. – Pero no sabemos
dónde.
- Y necesitamos saberlo para tratar de
detenerlos – dijo Sofía.
Kandara se había puesto repentinamente
seria.
- Vamos entonces – dijo, con energía. –
No sé si seré capaz de averiguarlo, pero tenemos que intentarlo. Y para eso
necesitamos todo lo que tengamos de nuestra parte. ¿Tenéis plata? ¿Algo con
alcohol? ¿Sangre voladora? ¿Algo que pertenezca a los demonios?
- Algunas de esas cosas.... – contestó
Atticus, un poco desorientado.
- Bueno, conseguiremos lo que nos falta.
Vamos a un lugar donde la magia se haya vertido....
Volvieron al coche y se apretaron los
seis dentro. Kandara les dijo que no iban muy lejos y Marcial siguió sus
indicaciones.
Fueron hasta la punta del Dichoso, un
pequeño cabo al final del pueblo, donde estaba situado el faro, lleno de
paseos, caminos de tierra y miradores que daban al mar. Kandara mandó aparcar
el coche bajo el faro, en un pequeño aparcamiento que había allí. Después, ya a
pie, les condujo hacia el cabo.
En el extremo había una gran roca porosa
llena de plantas, hierbas y flores. Era de color blanco y así se la conocía en
el pueblo: la Roca Blanca. Era una roca enorme, de gran extensión, más o menos
la quinta parte de toda la punta. Ocupaba toda la parte final del cabo, un poco
separada y a distinta altura. Desde la parte “urbanizada” del cabo se podía
pasar a la Roca Blanca salvando una pequeña grieta, un pequeño salto que
acababa al fondo en el mar y rocas sueltas.
Así lo hicieron y cuando estuvieron en
la Roca Blanca (llena de agujeros, poros, desniveles y puntas afiladas)
caminaron con cuidado, adentrándose en ella, para alejarse de la vista de los
viandantes que paseaban por la otra parte del cabo.
- Aquí está bien – dijo Kandara,
deteniéndose y sentándose con las piernas cruzadas sobre la roca, en una parte
un poco más nivelada y sin zonas afiladas. – Poneos a mi alrededor, por favor.
- ¿Tenemos que sentarnos? – preguntó
Julián, un poco preocupado. La Roca Blanca era bastante afilada en muchas
partes.
- No hace falta, cielo. Os podéis quedar
de pie – dijo la mujer, sonriendo. – Dadme la plata y el alcohol.
Sofía le entregó un par de balas de su
pistola y Marcial le dio una botella de alcohol, del botiquín del coche. Kandara
lo cogió todo y se lo puso en el regazo, sobre el vestido. Después se volvió a
mirar a Arturo.
- Necesito sangre voladora – le pidió.
Arturo se la quedó mirando como hubiera mirado a un extraterrestre que hubiera
aparecido de repente delante de él. Kandara hizo una mueca de fastidio. –
Sangre voladora, sangre de pájaro. Tráeme una gaviota, criatura....
- ¡Ah! Bien.... – dijo el soldado,
sacando su pistola de la cintura del pantalón. Caminó con cuidado por los filos
de los poros de la roca hacia el borde, vigilando el cielo. No eran pocas las
gaviotas que pasaban sobre la Roca Blanca.
- ¿Tenéis algo que pertenezca a los
demonios? – pidió Kandara. Los otros cuatro se miraron, con cierta preocupación.
– No es necesario, pero ayuda....
- Hombre, tenemos una foto de una flecha
que usa uno de los demonios. Si vale.... – sugirió Julián, sin tenerlas todas
consigo.
- Bueno, no es lo mismo, pero me
servirá.... – dijo Kandara. Escucharon un tiro cercano, sobresaltándoles.
Miraron hacia el sonido del disparo y vieron una gaviota que caía sobre la Roca
Blanca. Arturo Inguilán la recogió (no sin cierto asco) y se la llevó a
Kandara.
- Aquí tiene, señora....
- Gracias, muchachote.
- Déjale también el móvil, con la foto
de la flecha – dijo Marcial. Arturo así lo hizo y la mujer miró todos los
objetos.
- Muy bien. No os mováis mucho y guardad
silencio, por favor.... – pidió Kandara, cogiendo la plata en una mano y
embadurnando la otra con la sangre de la gaviota. Sofía hizo una mueca de asco
y Julián sonrió al verla, aunque a él se le había revuelto el estómago
también.
Kandara miró el móvil mucho rato,
fijándose bien en la fotografía de la flecha, para tener la imagen muy clara en
su cabeza. Después respiró hondo y cerró los ojos, concentrándose. Estuvo mucho
rato así, tanto que los agentes de la ACPEX empezaron a dudar de ella, creyendo
que podía estar tomándoles el pelo. Sólo Atticus sabía que no era una
mentirosa.
De pronto Kandara irguió la espalda,
todavía sentada en la roca. Estiró el cuello, gimiendo un poco, no de placer,
de dolor.
- ¿Qué le pasa? – preguntó Marcial,
asustado.
- ¡¡Quieto!! No le pasa nada – dijo
Atticus. – Es el proceso. Guardad silencio....
Los cinco alrededor vieron a Kandara
mover la cabeza de un lado a otro, arquear la espalda hacia adelante y hacia
atrás y sacudir los hombros. En un momento juntó las dos manos, manchando las
balas de plata con la sangre de gaviota (sangre voladora) y entonces se quedó
quieta, con la espalda erguida y el cuello estirado. Sus párpados se sacudían
con rapidez, sin abrir los ojos.
- ¿Qué hace? – murmuró Marcial,
preocupado por la mujer.
- Ha establecido comunicación con los
espíritus de este mundo – dijo Atticus, en susurros. – En vez de buscar el lugar
de la cuarta invocación está preguntando a los espíritus si son capaces de
prever dónde va a ser. O a lo mejor les pregunta dónde van a estar los tres
Jinetes juntos esta noche, no lo sé....
Entonces sus parpados se quedaron
inmóviles y Kandara abrió la boca, pero no los ojos. Mantuvo la postura
erguida y rígida.
- El alcohol, el alcohol.... – dijo, en
un ruego. Parecía dolorida o que sufría.
- ¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué quiere?! – se
asustó Marcial.
Atticus actuó, en lugar de explicarlo.
Sabía qué había que hacer y los demás no, así que lo hizo. Se acercó a Kandara,
cogió la botella de alcohol de su regazo y empapó sus manos unidas con el
líquido. Kandara tomó una bocanada de aire, profundamente, como el que sale
del agua después de estar sumergido mucho rato. Al mismo tiempo separó las
manos, con un movimiento intenso: parecía que las había tenido unidas con
pegamento y no podía separarlas.
Marcial dio un paso al frente y se
agachó frente a la mujer, poniéndole una mano en el hombro.
- ¿Está bien, señora? – le preguntó,
amable.
- ¿Ya está? ¿Lo ha conseguido? –
preguntó Arturo, asombrado.
Atticus le hizo un gesto de calma.
- Esperemos a que pueda hablar y nos
explicará lo que ha averiguado....
- Puedo hablar – dijo Kandara, con voz
cansada pero clara. Todos se acercaron a ella, atentos. – Puede que haya
averiguado algo. El Cuarto Jinete necesita agua y sal para aparecerse. Creo que
los otros tres se dirigen a Santander, a encontrarse con él....
Arturo cogió su móvil y se puso en
marcha, de vuelta al coche. Atticus y Marcial ayudaron a Kandara a ponerse de
pie y Sofía y Julián se aseguraron de que estaba bien.
- No es nada, sólo agotamiento – les
tranquilizó Kandara, cuando vio sus caras de preocupación. – Estoy bien, no
necesito nada más que descansar....
Le ayudaron a salir de la Roca Blanca,
caminando casi sujeta por Marcial y Julián, cada uno a un lado. Cuando llegaron
a la parte del cabo cubierta por hierba y tierra, en donde estaban los caminos
para pasear, Kandara se sentó en uno de los miradores de piedra y recuperó el
aliento.
- Idos de una puñetera vez – les dijo,
aunque su voz sonó más cómica que enfadada. – Estoy bien, de verdad. Cuando
acabéis con la misión volved aquí y me invitáis a cenar: así estaremos en paz.
- Prometido – dijo Atticus, sonriéndola.
- Daos prisa – les dijo Kandara, antes
de que se alejaran. Parecía alterada. – La ofrenda para traer al Cuarto Jinete
es la muerte de un niño.
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