Los amarillos del Arenal Soleado
encontraron rápido a su campeona. Al poco de mandar un bando avisando de la
carrera a todos los habitantes, llegaron noticias al líder y al consejo de
ancianos de que existía una mujer, guía de caravanas, que corría más rápido que
los fénecs y los ñandús del arenal. Era una mujer de piel amarillo oscuro, ojos
extrañamente negros y cabello rubio dorado, que brillaba intensamente a la luz
del Sol.
La mujer amarilla se entrenó hasta el
día de la carrera corriendo contra los camellos de las caravanas, corriendo
descalza por la arena, ganando más y más velocidad cada día que pasaba. Era una
mujer hermosa, muy esbelta, de bellas y musculosas piernas amarillas. Verla
correr era como ver a una elegante gacela cruzar el Arenal Soleado de punta a
punta.
En la Pradera Extensa hicieron unas
pruebas de selección, a las que se presentaron una gran multitud de verdes.
Muchos querían participar, pues era un gran honor representar a la pradera,
aunque la mayoría no tenían la forma física adecuada para completar la carrera
entera. Se hizo evidente en las pruebas que la intención no hacía al atleta.
Aunque en las pruebas también se hizo
evidente otra cosa: la Pradera Extensa tenía entre sus habitantes al corredor
adecuado. Era tan sólo un chaval de dieciséis años, un criador de caballos en
unas cuadras del norte del territorio. Era rápido como el viento y era
resistente, tardaba en cansarse. Llevaba mucho entrenamiento a sus jóvenes
espaldas, pues a menudo tenía que salir corriendo tras los caballos, para
evitar que se escaparan o cuando tenían que cogerlos para meterlos a la cuadra
y cepillarlos, herrarlos, almohazarlos, alimentarlos o curarlos de alguna
herida o enfermedad. Otros mozos de la cuadra preferían perseguir a los
caballos díscolos montados a lomos de otro caballo, pero este muchacho prefería
correr sobre sus piernas.
Era un chaval espigado, delgado, con una
mata de pelo del color del musgo fuerte del invierno. Su piel era aceitunada,
como correspondía a un verde de verdad.
Uno no podía imaginarle corriendo al verle tan delgado y casi
desgarbado, pero cuando adelantaba a los caballos, volando entre la hierba de
la pradera, batiendo las piernas a toda velocidad, se le quitaban las dudas de
golpe.
El presidente de la Montaña Magenta
también mandó un bando a todos sus vecinos, explicando la carrera y la
necesidad de encontrar un corredor adecuado. Se presentaron varios hombres y
mujeres, todos constructores. La mayoría estaban en buena forma, eran vigorosos
y fornidos, pero eran lentos corriendo. Resistentes pero lentos.
El presidente estaba desesperado,
creyendo que la Montaña Magenta no encontraría a un corredor decente para
plantar un poco de oposición a los otros corredores, cuando se presentó ante él
un maestro constructor enorme, casi un gigante. Medía dos metros y uno de
hombro a hombro. Tenía la piel rojiza y los cabellos como el fuego. Era serio y
parecía confiado. Estaba acompañado por un perro de color rojo, con el pelo
largo y hocico estrecho y alargado.
El maestro constructor aseguró que
corría con asiduidad, ya que sacaba a pasear a su perro por las laderas de la
montaña y corría con él, para que el perro hiciese ejercicio y no se
anquilosara. El presidente le pidió que le mostrase cómo era su carrera y quedó
maravillado con el resultado.
En el Lago Turquesa lo tuvieron un poco
más complicado: los azules eran nadadores, no corredores, y encontrar a un
campeón para la carrera sería complicado. El representante con su gabinete
navegaron por todo el lago, de ciudad flotante en ciudad flotante, buscando a
un corredor o corredora que pudiera plantar cara a los de los otros
territorios. Hubo momentos tensos y de decepción, cuando creían que no podrían
participar en la carrera con un atleta adecuado.
Entonces, en un pequeño pueblo flotante,
un hombre le dijo al representante que conocía a una chica de unos veintipocos
años, una chica atlética que nadaba muy bien. Era la mejor buceadora y
pescadora de ostras de la zona.
Fueron a entrevistarse con ella y la
chica azul se mostró encantada por participar en la carrera: tenía las piernas
musculosas, de nadar, y al ser buceadora su capacidad pulmonar era muy buena:
aguantaría el esfuerzo de correr por el camino blanco.
Era una chica delgada pero musculosa,
con la piel azul claro, muy bonita. El pelo largo era añil, del color del agua
en las profundidades del lago, cubierto con alguna que otra alga de color
índigo. Estaba en muy buena forma y todavía tenía tiempo para practicar
corriendo, hasta que llegase el día de la carrera.
La mujer amarilla practicó corriendo en
el arenal, adelantando a los camellos de las caravanas y a los ñandús salvajes.
El hombre rojo corrió con su perro por las laderas de la montaña, con una
carrera pesada pero continua. El muchacho de la pradera corrió por los campos,
entre las manadas de caballos, dejándolos atrás a menudo. Y la chica azul se
entrenó corriendo por las orillas del lago, dándole vueltas, con una carrera no
muy rápida pero sin altibajos, manteniendo el ritmo.
Los cuatro campeones se prepararon para la gran
carrera, que no tardó en llegar.
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