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- Beltrán.... Menudo cabrón.... – musitó
Atticus, mientras sonreía.
Estaba apoyado en el pretil de la
terraza adoquinada que daba acceso a la playa de los Molinucos. La playa estaba
oscura y tranquila, al contrario que el desbarajuste que había detrás de él.
Sofía había llamado al 112 y a la
agencia y habían llegado dos ambulancias y un equipo de control y limpieza, de
la oficina de Cantabria. Se habían hecho cargo del cuerpo de Arturo Inguilán
Sobrino, iban a trasladar a Eugenio Martín Arribas al hospital para hacerle una
evaluación nerviosa y psicológica y habían hecho las primeras curas de las
heridas de Julián y de Marcial Sánchez Berges. Los arañazos de Julián no
revestían gravedad, pero el corte de Marcial Sánchez había sido hecho con una
espada demoníaca y tenía un pronóstico más reservado. Podía llegar a perder la
movilidad del brazo izquierdo, pero el soldado parecía animado.
Sofía y Julián llegaron a ambos lados,
acodándose en el pretil con él. Atticus jugueteaba con el cuchillo de granito que
Ürk había dejado en aquella dimensión. Julián se apoyó sólo con el brazo
izquierdo: tenía los arañazos del demonio en el pectoral derecho, curados y
vendados.
- Vaya nochecita.... – comentó Sofía. No
sabía qué decir ni qué pensar. Era la primera vez que se enfrentaba a un evento
de ese estilo desde que trabajaba en la agencia. La mayoría habían sido
posesiones normales y corrientes o eventos ligados a humos y fantasmas. Pero lo de aquella noche había sido
demasiado....
- Supongo que estarás contento – comentó
Atticus, sin ninguna pizca de broma, dirigiéndose a Julián, señalando por
encima del hombro a la furgoneta de la agencia que se hacía cargo del cuerpo de
Arturo Inguilán Sobrino. Julián negó con la cabeza, lo más serio que había
estado nunca en su vida.
- No – contestó, tajante. – Era un
cretino y un gilipollas, pero no se merecía algo así.
- Eso era lo que esperaba oír – dijo
Atticus, dándole una palmada amistosa en el hombro.
- Si no llega a ser por ese demonio
guerrero.... – dijo Sofía, sin acabar la frase. No hacía falta.
- Sí, estas cosas a veces son así –
comentó Atticus. Después levantó el cuchillo de granito – No se os olvide poner
esto en vuestro informe, para que la agencia lo sepa....
- Los Cuatro Jinetes de Dhalea, cuchillo de granito – dijo Julián, con
voz cómica. – Anotado.
- ¿Quién era ese demonio? ¿Cómo llegó
aquí? – se preguntó Sofía. Atticus asintió pensativo a su lado.
- Es lo que pretendo averiguar.
- Pues tennos informados.... – pidió
Julián.
- ¿Y por qué los demonios mataron a su invocador?
– preguntó Sofía, señalando el cuerpo gomoso y cubierto de tentáculos que había
al borde del agua, cubierto por una lona. La autoridad portuaria se haría cargo
de él, en colaboración con los agentes de la ACPEX
- Supongo que por lo que dijo Atticus en
el bar: no dejan de ser demonios, ¿no? – dijo Julián, arrancando sonrisas en
sus amigos. – Querrían tener libre albedrío....
- Si el invocador era un flojo y un
pusilánime los demonios lo notarían – comentó Atticus. – Nunca dejarían que un
ente así los guiara....
Escucharon pasos a su espalda y los tres
se volvieron. Era un agente de la ACPEX, de los del equipo de control y
limpieza.
- Disculpen, pero el agente Sánchez
Berges me ha pedido que les diga que no va a ir al hospital. Quiere que le
lleven a Suances: según dice le deben una cena a alguien allí.
Los tres miraron a Marcial que estaba
con el brazo izquierdo en cabestrillo apoyado contra el costado del Renault
Koleos. Sonreía y les hacía gestos de que se reuniesen con él. Estaba claro que
estaba interesado en Kandara.
- ¡¡¿De verdad quieres que vayamos a
estas horas a cenar a Suances?!! – le preguntó Julián, haciendo bocina con las
manos.
- ¡¡Sí!! – contestó Marcial Sánchez,
riendo. – ¡¡Por suerte soy diestro!!
Los tres se miraron y se encogieron de
hombros.
- Me apetecen unas rabas.... – dijo
Atticus, inocente.
- Yo conduzco – dijo Sofía.
Los tres fueron a encontrarse con su
compañero.
* * * * * *
Había una pequeña congregación de gente,
unos pocos pasos separada de las ambulancias y los coches negros del gobierno.
Eran curiosos y morbosos que querían enterarse de lo que había pasado. Al
parecer había habido unos locos en la playa de los Molinucos que habían atacado
y matado a gente.
Entre ellos llegó un hombre elegante,
vestido de traje. Era un traje bueno, pero no podía ocultar su espalda encorvada
y sus brazos demasiado largos. Llevaba la melena recogida en una coleta negra y
su cara inquisitiva, con ojos saltones y nariz ganchuda, no perdía detalle de
lo que podía ver desde allí.
- ¿Qué es lo que ha pasado? – preguntó a
uno de los curiosos. Su voz sonaba como la de un gato juguetón, que no termina
de matar al ratón que tiene entre las zarpas pero tampoco lo deja libre.
- Unos locos han atacado a la gente. Hay
muertos, al parecer – contestó el hombre.
- Ésa no es la policía.... – comentó el
hombre elegante y encorvado, señalando los vehículos negros.
- No. Son de otra agencia, aunque no sé
de cuál han dicho.... – contestó el curioso.
››La ACPEX‹‹ se dijo Darío M. Zardino, con una sonrisa traviesa en los labios,
dejando ver sus dientes retorcidos. No tenía que perder de vista esa agencia ni
a sus agentes.
Después se dio la vuelta y se alejó de
allí caminando, tranquilamente, por entre las sombras del parque.
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