La mañana siguiente los cuatro
corredores de cuatro colores distintos se despertaron casi al mismo tiempo. La
mañana ya estaba algo avanzada, pero los cuatro se despertaron muy descansados
y con fuerzas para seguir corriendo.
Los cuatro recordaban su encuentro con
el Hombre de los Zapatos Rotos, un hombre extraño que sin embargo les había
tratado con respeto y amabilidad. Sus consejos no les parecían una estupidez y
los cuatro los tuvieron presentes durante toda la jornada.
Los cuatro corrieron ligeros, cruzándose
con habitantes de los otros territorios, que los animaban y jaleaban, a pesar
de ser los rivales de su corredor. Los cuatro saludaron y sonrieron, corriendo
con más ganas. Aquel ambiente festivo y de hermandad era lo mejor de la
carrera: tenía que haber un ganador, pero todo el país celebraría el campeón,
sin importar de qué territorio fuese, y eso hacía que todos acabarían ganando.
El hombre rojo llegó a los pies de la
escalera que llevaba a la cima de la colina, siendo aclamado por sus vecinos de
la Montaña Magenta. Sabía que tenía por delante más de doscientos escalones,
pero los empezó a subir con brío, con su perro saltando al lado.
Casi al mismo tiempo llegó al otro lado
de la colina la mujer amarilla, acompañada por los vítores de sus convecinos
del Arenal Soleado. Subió las escaleras amarillas saltando, acompasando la
respiración.
Menos de dos minutos después llegó el
chaval verde a su escalera, al pie de la colina. En aquella parte del camino
blanco, cercana a la Pradera Extensa, había gente de su territorio, que lo
jaleaban sin cesar. Sonriendo, animado, empezó a subir los escalones de dos en
dos.
Al cabo de un poco tiempo, al otro lado
de la colina, la chica azul llegó al inicio de su escalera, la que correspondía
al Lago Turquesa. Una multitud de gente de su territorio la animaban con sus
gritos de aliento y de orgullo. Sabía que todavía tenía que subir más de
doscientos escalones, pero empezó con esfuerzo y sin detenerse.
El Sol se acercaba al horizonte, era el
atardecer del segundo día de carrera, y los árbitros de la cima, acompañados
por los representantes de los cuatro territorios, sabían que los corredores
estaban cerca. Las noticias que corrían de boca en boca de los seguidores que
había en la cima y a lo largo de las escaleras, dejaban clara una cosa: el
ganador se decidiría prácticamente en el último escalón. Parecía que los cuatro
corredores iban a llegar al Templo de
Oro
con muy poca diferencia.
Y así fue, con tan poca diferencia
entraron los cuatro corredores, jadeando y sudando, que los árbitros no tenían
claro quién había entrado primero.
A la gente de los cuatro territorios que
estaba allí le daba igual: todos gritaban y vitoreaban a los campeones. Habían
llegado a la cima de la colina en dos días, recorriendo todo el camino blanco
que la rodeaba, y aquello ya era una hazaña. Los campeones agradecían las
muestras de apoyo y se abrazaron con los otros rivales, que habían acabado
siendo compañeros.
- ¡Un momento! ¡¡Un momento!! – pidió
atención el jefe del comité de árbitros. – Los jueces y árbitros hemos decidido
una solución para este final de carrera que nadie nos esperábamos. Celebremos
la fiesta que hoy corresponde, con motivo de nuestro aniversario, pero a partir
de mañana, al amanecer, tres corredores más de cada territorio comenzarán de
nuevo la carrera. Los corredores que ya están aquí en el Templo de Oro
esperarán a sus compañeros y los primeros cuatro
corredores de un color que se reúnan en la cima de la colina serán los
ganadores y su territorio también lo será.
La gente aceptó de buen grado aquella
solución y celebraron en la cima de la colina una fiesta que se recordó durante
lustros.
Al día siguiente los nuevos corredores
elegidos durante la noche empezaron la segunda parte de la carrera, para elegir
al ganador.
Pero eso es otra historia....
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