martes, 24 de diciembre de 2013

El Trece (13) - Capítulo 10

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Sergio se despertó asustado. Se agitó, sin saber muy bien dónde estaba.
Miró alrededor, dándose cuenta de que seguía en el suelo de la casa abandonada y medio en ruinas. Al parecer se había dormido mientras esperaba que la calle fuese segura.
Por entre las rendijas de las contraventanas pudo ver la luz del Sol. Se sintió seguro, aunque no sabía muy bien por qué. De todas formas, le parecía que los monstruos no eran muy amigos del Sol. Desencajó la maltrecha puerta y salió a la calle.
- ¡Joder! – dijo, al darse cuenta de dónde estaba. Su casa estaba a tan sólo unos cien metros, en otra calle paralela. Pero por la noche su pueblo le había parecido distinto, más grande, más terrorífico.... más sobrenatural.
Echó a andar, frotándose la cara y el pelo. Se sentía sucio, sudado y polvoriento. Tenía ganas de darse una ducha. Entró en casa, con precaución. No quería alarmar a sus padres. Pero sus precauciones fueron vanas: su madre estaba en el salón, sentada preocupada en el sofá.
- ¡Sergio! ¡Hijo mío! – dijo, asustada y aliviada, levantándose del sofá y yendo a abrazar a su hijo pequeño. Sergio se dejó mecer, pues se dio cuenta que lo necesitaba. Después su madre se separó de él y le dio una colleja fuerte. – ¿Se puede saber dónde leches te habías metido?
- ¡Ay! – se frotó la nuca Sergio. – Pues.... he estado en casa de Roque.
- ¿En casa de Roque? – preguntó su madre, asombrada.
- Sí.... Ya sé que no se podía salir de casa de noche, pero tenía que hablar con él. Estoy preocupado por Lucía. Ya sabes que fue ella la que encontró a Fuencisla....
- Sí, sí, ya lo sé – dijo su madre, comprensiva, olvidando el enfado previo. – ¿Cómo está?
- Bastante afectada – dijo Sergio, intentando que las lágrimas no surgieran de sus ojos. – Roque me ha estado contando cómo lo lleva.
- Pobre chica....
- Mamá, voy a pegarme una ducha, ¿vale?
Sergio se fue al baño, desnudándose por el camino. Quería quitarse toda la porquería que llevaba pegada encima, todo el polvo, todo el miedo que había pasado, toda la preocupación por sus amigas, todo el malestar que le provocaba la situación de su pueblo....
Debajo del chorro de la ducha pensó en lo que le había contado Bruno la noche anterior. ¿Monstruos? ¿Seres bestiales? No tenía sentido. Y, sin embargo, los muertos estaban allí....
Cuando salió de la ducha su padre ya había vuelto a casa. Después de no haberle encontrado en su cama por la mañana había salido a buscarle, con el miedo en el cuerpo, esperándose lo peor.
- Hijo mío, vaya susto nos has dado – le dijo, abrazándole. Sergio volvió a agradecer el contacto humano.
- Estoy bien, estoy bien. He estado en casa de Roque.
- Tu madre ya me lo ha contado.... Me parece bien, pero para otra vez podrías decírnoslo, ¿vale?
- Vale – sonrió Sergio. – De todas formas hoy no ha ocurrido nada malo, ¿no? Nadie ha muerto, ¿verdad?
La cara sombría que le dedicó su padre fue suficiente respuesta.

* * * * * *

Bruno Guijarro Teso observó las maniobras de los guardias civiles. La calle estaba cortada con la cinta policial, y no había muchos curiosos apostados en ella. Los habitantes de Castrejón se estaban habituando a la presencia de cadáveres cada mañana.
Bruno estaba dentro de la línea policial. Como miembro de la ACPEX tenía permiso para estar presente durante la investigación y para participar en ella.
La víctima había sido una mujer, que había muerto en la puerta de su casa. El corpóreo la había sacado de allí a la fuerza y la había devorado sin piedad. Apenas quedaban restos. Bruno había estado a punto de vomitar de nuevo.
El nerviosismo de la guardia civil era patente. Estaban desbordados, no tenían pistas. Cada asesinato era distinto del anterior: unos parecían ataques de animales, otros arranques de locura de un asesino humano desequilibrado. Pero lo que no se podía dudar es que cada día moría un habitante del pueblo. El pánico estaba a punto de cundir.
Bruno decidió que tenía que empezar a actuar, sin esperar la llegada de Suárez y su equipo. Los corpóreos debían de tener un nido, un refugio.
Y tendría que encontrarlo.
Pero para eso necesitaba la ayuda de alguien que conociese el pueblo. Y creyó que tenía al aspirante adecuado.
Salió de la escena del crimen, sacando su netbook de la bolsa-bandolera que llevaba colgada al hombro. Lo encendió mientras andaba y consultó sus notas. Buscó la dirección y se encaminó hacia allí.
La casa era de dos pisos, moderna pero guardando un poco el estilo de casa molinera. Esperó un rato delante, sin decidirse si era mejor hablar con la persona a solas o pedir permiso a sus padres.
Al final se decidió y se plantó delante de la puerta, llamando al timbre. Al cabo de un instante una mujer joven le abrió.
- ¿Sí?
- Buenos días, señora. Mire, soy Bruno Guijarro Teso, de una agencia del gobierno para la cooperación entre los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Estoy aquí destinado para lograr resolver la cadena de asesinatos que se vienen cometiendo en el pueblo....
- Sí.... – dijo la mujer, con cautela.
- Sé que no es un buen momento, pero necesito hablar con su hija Lucía. Imagino cómo se encontrará, pero su testimonio será de gran ayuda.
- Ya, pero mi hija está muy afectada. No sé si será bueno que....
- Sé que su hija ha sufrido mucho – dijo Bruno, señalando ligeramente las manchas de sangre que todavía quedaban en el asfalto, a unos pasos de allí. – Pero sólo quiero hablar con ella un momento. Tenemos que atajar este problema cuanto antes – dijo Bruno, usando su irresistible sonrisa y sus buenos cuidados modales.
La mujer lo miró un rato más, valorando las opciones.
- Está bien, pase. Pero no la ponga más nerviosa, por favor.
- No se preocupe.
La madre de Lucía le guió por la casa, hasta la habitación de su hija. Una vez allí la mujer llamó a la puerta.
- Lucía, hija, hay aquí un hombre que quiere hablar contigo.
No hubo respuesta desde dentro de la habitación.
- Lucía, soy Bruno Guijarro Teso. He venido a tu pueblo para intentar resolver el problema que aquí tenéis. Sólo quiero hablar un rato contigo, a ver si puedes ayudarme.
Pero siguió sin haber respuesta desde dentro de la habitación. La madre se giró hacia Bruno, con una mueca de disgusto en la cara. Bruno sonrió y se encogió de hombros.
Entonces la puerta se abrió. Lucía apareció en el hueco, pálida y algo llorosa, pero guapísima como siempre. Miró detenidamente al hombre que acompañaba a su madre.
- Hola, Lucía – dijo, amablemente.
- Roque me ha dicho que es usted un buen hombre – dijo Lucía, con un hilo de voz.
- Chico listo – sonrió Bruno.
Lucía le miró un rato más y terminó por sonreír también, aunque de forma ligera y tímida.
- Pase – dijo, dejando sitio para que Bruno entrara en la habitación.
La habitación de Lucía era la de una típica adolescente. Las paredes estaban cubiertas de posters y de fotografías, en las que Lucía salía acompañada de sus amigos o de su familia. Había una estantería repleta de libros, un armario enorme con un gran espejo en la puerta, un escritorio lleno de papeles y una cama con un edredón de colores, sobre el que descansaban dos docenas de peluches, de todos los tamaños y familias del reino animal.
Bruno sonrió. No se diferenciaba mucho de su propia habitación cuando tenía la edad de Lucía.
La chica se sentó en la cama, mirando seria al hombre. Bruno cogió la silla de la mesa, que tenía ruedas, y la movió hasta colocarla frente a Lucía. Se sentó en ella con lentitud y después miró a la chica con tranquilidad.
- Verás, Lucía, no quiero que sufras, ni hacerte daño, pero de lo que quiero hablarte te va a recordar lo que viste en la calle ayer.... Así que quiero que estés preparada.
La cara de Lucía se ensombreció un poco, pero la chica se mantuvo serena y asintió, segura.
- Bien – continuó Bruno. – Lo que está pasando en tu pueblo es algo fuera de lo común. No estamos hablando de un asesino normal. Ni siquiera hablamos de un asesino – explicó, haciendo que Lucía arrugara el ceño.
- ¿Entonces....?
- Monstruos. Aunque te parezca una locura, los que están matando a la gente son monstruos. Bestias que han llegado a nuestro mundo desde el suyo. No sé exactamente cómo, pero han encontrado un camino que une nuestro mundo con el suyo.
Lucía parpadeó asombrada.
- ¿Espera que me crea eso?
- Si no esperase que lo creyeras no estaría aquí hablando contigo – dijo Bruno, volviendo a usar su sonrisa irresistible. – No te miento, Lucía. Has pasado por algo terrible al encontrar a Fuencisla, no quiero remover eso sólo para reírme de ti. Quiero que me ayudes.
- ¿Cómo?
- Los monstruos, esos animales de una dimensión demoníaca, sólo atacan de noche, ¿no te has dado cuenta? Durante el día se esconden. Tienes que ayudarme a encontrar su nido.
- ¿Por qué yo?
- Bueno, conoces el pueblo mejor que yo. Eso nos dará ventaja. Además, creí que tendrías ganas de vengarte de esos bichos.... – dijo Bruno, dejando la última frase en el aire.
Lucía le miró, adivinando sus intenciones. Pero tuvo que reconocerse que el hombre tenía razón. Tenía mucho miedo, no dejaba de ver las horribles escenas que descubrió en la calle.... pero la idea de poder vengarse de quien le hizo aquello a Fuencisla le gustaba. Aun así, tenía sus dudas.
- Pero, ¿no sería mejor alguien como Roque? Sería mejor compañero – dijo, intentando que la voz no le temblara, como cada vez que hablaba de Roque.
- ¿Roque? Es un buen chico.... pero demasiado práctico. No creería nada de lo que te estoy contando. Es demasiado prudente, demasiado pegado a la realidad. Me gustaría tenerlo al lado si las cosas se ponen feas, pero no nos serviría ahora.
- ¿Si las cosas se ponen feas?
- Si los monstruos se descontrolan y toman el pueblo.... – dijo Bruno, y Lucía se estremeció.
Los dos se quedaron en silencio, Bruno esperando y Lucía valorando la oferta del hombre del gobierno.
¿Bruno tenía razón? ¿Roque era así exactamente? Lucía sabía que sí. Pero era una de las cosas que tanto le gustaban de Roque. Deseó tenerle al lado. Borró esos pensamientos de un plumazo y se concentró en lo que tenía delante. Quizá, si ayudaba a aquel hombre, la amenaza desaparecería.
- ¿Y qué tendría que hacer exactamente? – preguntó al fin Lucía.
- Por ahora poca cosa. Solamente piensa dónde podría estar el nido, la madriguera de esos bichos. Si sabemos dónde se esconden de día, ya serán nuestros.
- ¿Y yo qué sé dónde....?
- ¡Da igual! Simplemente piensa en algún lugar oscuro, a resguardo del resto de la gente del pueblo. Un lugar grande y amplio, porque estos bichos son grandes. Quizá se te ocurra sin pensar.
- Está bien....
- Muchas gracias, Lucía. De verdad – dijo Bruno, sonriendo cálidamente, poniéndose en pie. – Ya volveremos a hablar. Espero que en un par de días pueda acabar con esto.
- Eso espero.... – dijo Lucía.
Bruno se despidió con un cabeceo y salió de la habitación, dejando a Lucía tan esperanzada e ilusionada como desorientada y preocupada.
Y no sabía explicar muy bien por qué.


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