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Sergio y Victoria estaban en casa de
Lucía. Y ninguno de los dos reconocía a su amiga.
Lucía estaba mucho más habladora que
hacía un par de días, cuando había empezado el sábado encontrando el cadáver de
su vecina Fuencisla. Parecía alegre, incluso feliz. Estaba demasiado energética
para ser bueno.
Lucía no paraba de asegurar que estaba
bien, que se había recuperado del susto, que estaba trabajando en algo
importante que le había ayudado a sobreponerse. Sergio y Victoria se alegraron,
pero se preocuparon bastante ante tanto entusiasmo. Lucía nunca había sido así,
y los dos se temían que estuviese reaccionando muy mal al problema del pueblo.
- Lucía, ¿has hablado con alguien de lo
que pasa en el pueblo? – preguntó Sergio, con precaución.
- Con vosotros, con mis padres.... con
bastante gente – contestó su amiga, sin parar quieta, colocando unos libros en
la estantería y cogiendo unos nuevos para dejarlos en la mesa de estudio, al
lado del ordenador encendido, que no dejaba de consultar.
- No. Sergio quiere decir.... – Victoria
miró a su amigo, y los dos se convencieron con la mirada: de nada servía andar
dando vueltas. Había que ir al grano. – ¿Has hablado con un tipo llamado Bruno?
Lucía se detuvo de repente.
- ¿Bruno? No, no.... – dijo, con voz
insegura.
- Lucía, yo le conozco. Ha hablado
conmigo – aseguró Sergio.
- ¿Le conoces? ¿También le estás
ayudando? – preguntó Lucía, animada de nuevo.
- Sí, más o menos.... – dudó Sergio. –
¿Qué te ha pedido que hagas tú?
- Me ha dicho que encuentre el nido. ¿A
ti te ha pedido otra cosa?
- No, no.... a mí me ha pedido lo mismo
– mintió Sergio, sin saber qué más decir. Victoria lo miró, extrañada también.
¿El nido? Quizá el hombre del gobierno se refería así al portal....
- ¿Y tienes alguna idea de dónde podría
estar? – preguntó Lucía, interesada.
- No.... – dijo Sergio, acercándose a
ella, que se había sentado delante del ordenador. – Había pensado que quizá en
la iglesia o en la vieja escuela....
- ¡No! Son lugares demasiado pequeños
para que quepan animales tan grandes.... – dijo Lucía, con soltura. – Yo estaba
pensando más bien en algún lugar subterráneo.... ¿Sabes si el castillo de la
colina tiene catacumbas?
- Creo que no.... – contestó Sergio,
inseguro.
- No sé.... hay algo que se nos
escapa.... – dijo Lucía, pensativa.
- Oye, Lucía, ¿por qué no quedamos esta
tarde todos juntos e investigamos en grupo?
- No puedo.... tengo mucho lío aquí....
– contestó ella sin dejar de mirar la pantalla. – Pero puedes venir cuando
quieras y contarme lo que has averiguado.
- Vale.
Victoria y Sergio se miraron y salieron
de la habitación, sin recibir despedida de su amiga, que seguía pegada al
ordenador.
Bajaron las escaleras y salieron a la
calle, después de despedirse de los padres de Lucía, que se mostraron muy
preocupados por su hija. Sergio y Victoria no supieron qué decirles para
confortarles.
Caminaron calle abajo, sin un rumbo
fijo. Estaban preocupados por Lucía y por la extraña obligación que le había
pedido Bruno Guijarro.
- ¡Sergio! – les sobresaltó una voz. Era
Bruno, andando por la calle justo delante de ellos, en sentido contrario. –
¿Qué haces por aquí? Llevo mucho tiempo queriendo hablar contigo....
- Ya. Lo sé – dijo Sergio, amable pero
sin comprometerse mucho. – ¿Y cómo usted por aquí?
- Vengo a ver a Lucía, a ver cómo está.
¿Sabes que me está ayudando en mi investigación?
- Algo ha comentado....
- Tú también me serías de gran ayuda –
dijo, con su irresistible sonrisa en la cara. Pero Sergio se sintió incómodo.
¿Parecía el hombre del gobierno demasiado desesperado?
- Lo pensaré....
- Gracias Sergio. Sé que elegirás lo
mejor para el pueblo. ¡Por cierto! Te presento a Suárez, un compañero de la
agencia. Ha llegado al pueblo hoy mismo. Entre los dos resolveremos este
problema en seguida.
- Mucho gusto – dijo Sergio, sin ganas.
- Igualmente – contestó el hombre,
secamente.
Después de dedicarse varios cabeceos
corteses, los chicos siguieron su camino calle abajo y los dos hombres se
quedaron mirándoles irse.
- ¿Éste es tu contacto? – preguntó
Suárez, hiriente.
- No – contestó Bruno, viendo cómo se
alejaban el chico y la chica. – Pero ese chico nos vendría bien.
- No me vengas con gilipolleces, Bruno –
saltó Suárez. – Con los equipos que hemos traído encontraremos el nido en
cuestión de horas....
- No lo dudo.... Pero me gusta más
trabajar así – dijo Bruno, echando a andar de nuevo hacia la casa de Lucía.
Los dos hombres llamaron a la puerta y
esperaron hasta que se abrió y la madre de Lucía apareció tras ella.
- Buenos días, señora – dijo Bruno,
saludando educadamente y vistiendo su cara con su deslumbrante sonrisa. – No sé
si me recordará. Vengo a hablar con su hija otra vez....
- ¿Qué le ha hecho a mi hija? – saltó la
mujer, gritando y poniéndose como loca. – Desde que usted estuvo aquí no para
ni un segundo. Está como ida, desenfrenada....
- Disculpe, disculpe.... – interrumpió
Bruno. – Nosotros no le hemos hecho nada a su hija. Es todo debido al shock que ha sufrido al encontrar a la
pobre Fuencisla muerta en la calle. Es parte de nuestro deber cuidar de la
población afectada....
- ¿Es cierto? ¿Vienen a curarla? –
preguntó la madre, ingenua, con la cara esperanzada.
- Venimos a hacer todo lo que podamos –
prometió Bruno, mientras pasaba al lado de la desconsolada mujer. Suárez lo
siguió.
- Eres bueno – dijo, permitiéndose un
momento de admiración. – Un gran mentiroso.
- ¡Bah! Cállate.... – musitó Bruno en
las escaleras.
Llamaron a la puerta de la chica y Lucía
les abrió al momento. Su cara se iluminó de alegría al verlos.
- ¡Bruno! – dijo, sonriente, dejándolos
pasar. – ¡Me alegro de verte! Tenía ganas de que vieras cuánto he trabajado....
Los dos hombres vieron la habitación
desordenada, llena de libros abiertos por todas partes, papeles con anotaciones
o dibujos por doquier, bolas de papeles desechados por el suelo y llenando la
papelera.... Parecía que Lucía había investigado con ahínco. Bruno se apuntó un
tanto mentalmente. Quizá estuviese más cerca del nido de lo que creía.
- Lucía, te presento a Suárez, el jefe
del equipo de campo que ha venido a colaborar conmigo en la investigación – presentó Bruno, y Suárez lo
miró asombrado, incrédulo al enterarse de cómo consideraba el orden jerárquico
de la operación.
- Mucho gusto. Espero poder ayudarle a
usted también.
- El gusto es mío – murmuró Suárez,
seco.
- ¿Y qué has averiguado Lucía? –
preguntó Bruno.
- Poca cosa, la verdad – dijo la chica,
sinceramente, y Bruno se hundió un poco. – Pero he descartado una serie de
lugares en los que el nido no puede estar.
- Bueno, eso ya es algo – dijo Bruno,
ocultando la decepción que de verdad sentía. Cogió de manos de Lucía una lista
hecha a mano con sitios del pueblo. El encabezado de la hoja decía: “Lugares descartados”.
- Sigo investigando, ¿eh? – dijo la
chica, entusiasta. – No voy a parar hasta que encuentres el nido. Quiero
ayudarte, y ayudar así a mis amigos.
Suárez lanzó un leve bufido, paseándose
por la habitación. Sólo Bruno se dio cuenta de ello.
- Bien, bien. Me alegra saber que tengo
una aliada eficiente – dijo Bruno, sinceramente, aunque los resultados de Lucía
no hubiesen sido satisfactorios. – Sigue así. Necesito esa información.
- La tendrás – aseguró Lucía.
Suárez soltó una leve carcajada, y esta
vez sí que fue evidente para Lucía, aunque no entendió por qué se reía aquel
hombre. Bruno lo miró cabreado, y decidió que debían salir de allí.
- Bueno, Lucía, tenemos que dejarte.
Suárez ha traído unos equipos muy importantes y tenemos que montarlos e
instalarlos. Mucho trabajo. Así que deberíamos ir a supervisarlo....
- Muy bien.
- Nos veremos pronto – se despidió
Bruno, sonriente. Suárez salió de la habitación sin mirar atrás.
- En cuanto encuentre el nido te lo haré
saber – aseguró Lucía.
Bruno salió de la habitación sonriendo y
agitando la mano en señal de despedida. Bajó luego las escaleras a toda prisa
detrás de Suárez, que ya había salido a la calle. Esquivó a la madre de Lucía y
salió tras él.
- ¿Se puede saber qué te pasa? –
preguntó, molesto.
- ¿Que qué me pasa? – dijo Suárez, con
su tono más chulesco, ofendido. – Me pasa que eres un gilipollas, eso es lo que
me pasa. No tienes nada, Bruno. Tienes un contacto inútil que, sí es muy guapa
y está muy buena, pero no nos sirve para nada. Creí que habrías puesto a
alguien a investigar, pero a alguien competente, no a la primera niña bonita
que se cruzara.
- Era la persona que más influenciable
estaba emotivamente para poder ponerla a trabajar para mí....
- La has cagado, Bruno. Llevas aquí tres
días y no has conseguido nada. Voy a pasar de tus métodos – sentenció,
caminando con paso ágil hacia el coche. – Me vuelvo con el equipo. Ahora yo
mando la operación.
Bruno se quedó clavado en el sitio.
Suárez se alejó, indignado, pisando fuerte. Bruno tragó saliva, mientras lo
veía irse. Se había abierto un vacío bajo sus pies. La misión de su vida, la
que por fin iba a cumplir, se le escapaba. Lo había ido planeando poco a poco,
actuando paso a paso y había ido consiguiendo progresos. Pero ahora Suárez y
sus métodos lo iban a estropear todo. Encontraría el nido y destruiría a los
corpóreos.
Desde el principio tuvo una duda en su
plan: cómo encajaban Suárez y su equipo en su misión personal. No sabía qué
hacer con ellos. Había pensado en mil y una soluciones, ninguna satisfactoria.
Pero ahora Suárez había decidido por sí
solo.
Bruno decidió que Suárez era más un
obstáculo que un compañero.
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