viernes, 10 de enero de 2014

El Trece (13) - Capítulo 13 + 3

- 13 + 3 -

Sergio y Victoria estaban en casa de Lucía. Y ninguno de los dos reconocía a su amiga.
Lucía estaba mucho más habladora que hacía un par de días, cuando había empezado el sábado encontrando el cadáver de su vecina Fuencisla. Parecía alegre, incluso feliz. Estaba demasiado energética para ser bueno.
Lucía no paraba de asegurar que estaba bien, que se había recuperado del susto, que estaba trabajando en algo importante que le había ayudado a sobreponerse. Sergio y Victoria se alegraron, pero se preocuparon bastante ante tanto entusiasmo. Lucía nunca había sido así, y los dos se temían que estuviese reaccionando muy mal al problema del pueblo.
- Lucía, ¿has hablado con alguien de lo que pasa en el pueblo? – preguntó Sergio, con precaución.
- Con vosotros, con mis padres.... con bastante gente – contestó su amiga, sin parar quieta, colocando unos libros en la estantería y cogiendo unos nuevos para dejarlos en la mesa de estudio, al lado del ordenador encendido, que no dejaba de consultar.
- No. Sergio quiere decir.... – Victoria miró a su amigo, y los dos se convencieron con la mirada: de nada servía andar dando vueltas. Había que ir al grano. – ¿Has hablado con un tipo llamado Bruno?
Lucía se detuvo de repente.
- ¿Bruno? No, no.... – dijo, con voz insegura.
- Lucía, yo le conozco. Ha hablado conmigo – aseguró Sergio.
- ¿Le conoces? ¿También le estás ayudando? – preguntó Lucía, animada de nuevo.
- Sí, más o menos.... – dudó Sergio. – ¿Qué te ha pedido que hagas tú?
- Me ha dicho que encuentre el nido. ¿A ti te ha pedido otra cosa?
- No, no.... a mí me ha pedido lo mismo – mintió Sergio, sin saber qué más decir. Victoria lo miró, extrañada también. ¿El nido? Quizá el hombre del gobierno se refería así al portal....
- ¿Y tienes alguna idea de dónde podría estar? – preguntó Lucía, interesada.
- No.... – dijo Sergio, acercándose a ella, que se había sentado delante del ordenador. – Había pensado que quizá en la iglesia o en la vieja escuela....
- ¡No! Son lugares demasiado pequeños para que quepan animales tan grandes.... – dijo Lucía, con soltura. – Yo estaba pensando más bien en algún lugar subterráneo.... ¿Sabes si el castillo de la colina tiene catacumbas?
- Creo que no.... – contestó Sergio, inseguro.
- No sé.... hay algo que se nos escapa.... – dijo Lucía, pensativa.
- Oye, Lucía, ¿por qué no quedamos esta tarde todos juntos e investigamos en grupo?
- No puedo.... tengo mucho lío aquí.... – contestó ella sin dejar de mirar la pantalla. – Pero puedes venir cuando quieras y contarme lo que has averiguado.
- Vale.
Victoria y Sergio se miraron y salieron de la habitación, sin recibir despedida de su amiga, que seguía pegada al ordenador.
Bajaron las escaleras y salieron a la calle, después de despedirse de los padres de Lucía, que se mostraron muy preocupados por su hija. Sergio y Victoria no supieron qué decirles para confortarles.
Caminaron calle abajo, sin un rumbo fijo. Estaban preocupados por Lucía y por la extraña obligación que le había pedido Bruno Guijarro.
- ¡Sergio! – les sobresaltó una voz. Era Bruno, andando por la calle justo delante de ellos, en sentido contrario. – ¿Qué haces por aquí? Llevo mucho tiempo queriendo hablar contigo....
- Ya. Lo sé – dijo Sergio, amable pero sin comprometerse mucho. – ¿Y cómo usted por aquí?
- Vengo a ver a Lucía, a ver cómo está. ¿Sabes que me está ayudando en mi investigación?
- Algo ha comentado....
- Tú también me serías de gran ayuda – dijo, con su irresistible sonrisa en la cara. Pero Sergio se sintió incómodo. ¿Parecía el hombre del gobierno demasiado desesperado?
- Lo pensaré....
- Gracias Sergio. Sé que elegirás lo mejor para el pueblo. ¡Por cierto! Te presento a Suárez, un compañero de la agencia. Ha llegado al pueblo hoy mismo. Entre los dos resolveremos este problema en seguida.
- Mucho gusto – dijo Sergio, sin ganas.
- Igualmente – contestó el hombre, secamente.
Después de dedicarse varios cabeceos corteses, los chicos siguieron su camino calle abajo y los dos hombres se quedaron mirándoles irse.
- ¿Éste es tu contacto? – preguntó Suárez, hiriente.
- No – contestó Bruno, viendo cómo se alejaban el chico y la chica. – Pero ese chico nos vendría bien.
- No me vengas con gilipolleces, Bruno – saltó Suárez. – Con los equipos que hemos traído encontraremos el nido en cuestión de horas....
- No lo dudo.... Pero me gusta más trabajar así – dijo Bruno, echando a andar de nuevo hacia la casa de Lucía.
Los dos hombres llamaron a la puerta y esperaron hasta que se abrió y la madre de Lucía apareció tras ella.
- Buenos días, señora – dijo Bruno, saludando educadamente y vistiendo su cara con su deslumbrante sonrisa. – No sé si me recordará. Vengo a hablar con su hija otra vez....
- ¿Qué le ha hecho a mi hija? – saltó la mujer, gritando y poniéndose como loca. – Desde que usted estuvo aquí no para ni un segundo. Está como ida, desenfrenada....
- Disculpe, disculpe.... – interrumpió Bruno. – Nosotros no le hemos hecho nada a su hija. Es todo debido al shock que ha sufrido al encontrar a la pobre Fuencisla muerta en la calle. Es parte de nuestro deber cuidar de la población afectada....
- ¿Es cierto? ¿Vienen a curarla? – preguntó la madre, ingenua, con la cara esperanzada.
- Venimos a hacer todo lo que podamos – prometió Bruno, mientras pasaba al lado de la desconsolada mujer. Suárez lo siguió.
- Eres bueno – dijo, permitiéndose un momento de admiración. – Un gran mentiroso.
- ¡Bah! Cállate.... – musitó Bruno en las escaleras.
Llamaron a la puerta de la chica y Lucía les abrió al momento. Su cara se iluminó de alegría al verlos.
- ¡Bruno! – dijo, sonriente, dejándolos pasar. – ¡Me alegro de verte! Tenía ganas de que vieras cuánto he trabajado....
Los dos hombres vieron la habitación desordenada, llena de libros abiertos por todas partes, papeles con anotaciones o dibujos por doquier, bolas de papeles desechados por el suelo y llenando la papelera.... Parecía que Lucía había investigado con ahínco. Bruno se apuntó un tanto mentalmente. Quizá estuviese más cerca del nido de lo que creía.
- Lucía, te presento a Suárez, el jefe del equipo de campo que ha venido a colaborar conmigo en la investigación – presentó Bruno, y Suárez lo miró asombrado, incrédulo al enterarse de cómo consideraba el orden jerárquico de la operación.
- Mucho gusto. Espero poder ayudarle a usted también.
- El gusto es mío – murmuró Suárez, seco.
- ¿Y qué has averiguado Lucía? – preguntó Bruno.
- Poca cosa, la verdad – dijo la chica, sinceramente, y Bruno se hundió un poco. – Pero he descartado una serie de lugares en los que el nido no puede estar.
- Bueno, eso ya es algo – dijo Bruno, ocultando la decepción que de verdad sentía. Cogió de manos de Lucía una lista hecha a mano con sitios del pueblo. El encabezado de la hoja decía: “Lugares descartados”.
- Sigo investigando, ¿eh? – dijo la chica, entusiasta. – No voy a parar hasta que encuentres el nido. Quiero ayudarte, y ayudar así a mis amigos.
Suárez lanzó un leve bufido, paseándose por la habitación. Sólo Bruno se dio cuenta de ello.
- Bien, bien. Me alegra saber que tengo una aliada eficiente – dijo Bruno, sinceramente, aunque los resultados de Lucía no hubiesen sido satisfactorios. – Sigue así. Necesito esa información.
- La tendrás – aseguró Lucía.
Suárez soltó una leve carcajada, y esta vez sí que fue evidente para Lucía, aunque no entendió por qué se reía aquel hombre. Bruno lo miró cabreado, y decidió que debían salir de allí.
- Bueno, Lucía, tenemos que dejarte. Suárez ha traído unos equipos muy importantes y tenemos que montarlos e instalarlos. Mucho trabajo. Así que deberíamos ir a supervisarlo....
- Muy bien.
- Nos veremos pronto – se despidió Bruno, sonriente. Suárez salió de la habitación sin mirar atrás.
- En cuanto encuentre el nido te lo haré saber – aseguró Lucía.
Bruno salió de la habitación sonriendo y agitando la mano en señal de despedida. Bajó luego las escaleras a toda prisa detrás de Suárez, que ya había salido a la calle. Esquivó a la madre de Lucía y salió tras él.
- ¿Se puede saber qué te pasa? – preguntó, molesto.
- ¿Que qué me pasa? – dijo Suárez, con su tono más chulesco, ofendido. – Me pasa que eres un gilipollas, eso es lo que me pasa. No tienes nada, Bruno. Tienes un contacto inútil que, sí es muy guapa y está muy buena, pero no nos sirve para nada. Creí que habrías puesto a alguien a investigar, pero a alguien competente, no a la primera niña bonita que se cruzara.
- Era la persona que más influenciable estaba emotivamente para poder ponerla a trabajar para mí....
- La has cagado, Bruno. Llevas aquí tres días y no has conseguido nada. Voy a pasar de tus métodos – sentenció, caminando con paso ágil hacia el coche. – Me vuelvo con el equipo. Ahora yo mando la operación.
Bruno se quedó clavado en el sitio. Suárez se alejó, indignado, pisando fuerte. Bruno tragó saliva, mientras lo veía irse. Se había abierto un vacío bajo sus pies. La misión de su vida, la que por fin iba a cumplir, se le escapaba. Lo había ido planeando poco a poco, actuando paso a paso y había ido consiguiendo progresos. Pero ahora Suárez y sus métodos lo iban a estropear todo. Encontraría el nido y destruiría a los corpóreos.
Desde el principio tuvo una duda en su plan: cómo encajaban Suárez y su equipo en su misión personal. No sabía qué hacer con ellos. Había pensado en mil y una soluciones, ninguna satisfactoria.
Pero ahora Suárez había decidido por sí solo.
Bruno decidió que Suárez era más un obstáculo que un compañero.




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