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- Mire, allí están Sergio y Victoria –
dijo Roque, señalando. El cura miró hacia allí y vio a los chicos.
Parecían desanimados, y no era para
menos. Lucía les preocupaba mucho. Se había volcado mucho con Bruno Guijarro, y
algo no les convencía en aquel hombre.
- ¿Tan mal van las cosas? – dijo el
sacerdote, a modo de saludo. Sergio y Victoria asintieron.
- Lucía está fuera de sí – contestó la
chica.
- Le han comido el coco – explicó
Sergio, abatido. – No hace más que hablar de monstruos, de su misión y del
nido, sea lo que sea eso.
- ¿El nido? – quiso saber el padre
Beltrán.
- Es algo que le ha mandado buscar el
hombre de la agencia, ese Bruno – dijo Sergio. – No sé, no me fío de él. Ha
convencido a Lucía para que le ayude, sin siquiera conocerle. No sabemos nada
de él.
- Tampoco sabéis nada de mí – replicó el
padre Beltrán. – Y sin embargo aquí estáis, fiándoos de mí y ayudándome.
- Es distinto – dijo Victoria. – Usted
nos ha salvado la vida, nos ha explicado lo que ocurre.... Ese tal Bruno....
parece que oculta algo. Además, está demasiado entusiasmado con la idea de los
monstruos y el nido. No es lógico, si el trece está al llegar....
- Otra vez eso del nido.... – dijo el
cura.
- Es lo que ese hombre está buscando –
explicó Sergio. – Lo que le ha mandado buscar a Lucía. No sabemos si será lo
mismo que el portal que usted nos explicó, pero él lo llama así....
- No puede ser lo mismo – dijo el padre
Beltrán, hablando en voz baja para que sólo le escuchasen los chicos. – El
portal no es más que eso, el modo de entrada de esos seres a nuestra dimensión.
Una puerta entre mundos. Un nido.... sugiere la idea de refugio. Ese hombre
está buscando el lugar donde las criaturas se esconden de día.
- Quiere cazarlos – dedujo Roque.
- Puede ser.... Pero eso no es lo que
más prisa debería urgirle.... Lo más urgente es cerrar el portal para evitar
que el trece entre en nuestra dimensión – murmuró, quedándose pensativo
después. – Me temo que ese tal Bruno no sabe nada del portal ni de la leyenda
del trece.
- ¿Cómo no va a saberlo? – se extrañó
Roque.
- No es tan raro suponerlo – explicó el
padre Beltrán. – La ACPEX se encarga de las manifestaciones paranormales en
nuestro país. No tienen por qué conocer todas las leyendas del más allá que hay
por el planeta. El comportamiento de ese hombre me induce a pensar que no sabe
nada de un portal: él cree que todos los monstruos han salido y se esconden de
día para atacar de noche. Por eso se empeña en buscar un nido, un refugio.
- ¿Y qué hacemos?
- Creo que ha llegado el momento de que
conozca a ese tipo – dijo el padre Beltrán.
- Yo se lo presentaré – se ofreció
Sergio.
- Yo creo que voy a ir a hablar con
Lucía – dijo Roque. – Me preocupa que se obsesione. Y si ese hombre está
equivocado y no es tan claro y transparente como parece mostrarse tengo miedo
de que tenga una decepción con él o que la engañe.
Los demás asintieron.
- Yo voy a buscar a Mowgli – dijo
Victoria. – La pobre está asustadísima y la tenemos abandonada. No se está
enterando muy bien de todo lo que pasa.
- Ve a buscarla y me la presentas. Aún
no la conozco y yo podría explicarle la historia como hice con vosotros –
sugirió el padre Beltrán.
- ¿Quedamos en la plaza de las
Libertades después de comer? – propuso Roque. Todos asintieron, conformes.
- Bien. A las cinco será buena hora. Y
ahora, Sergio, llévame ante ese hombre de la agencia.
El grupo se disolvió y cada uno de ellos
se marchó en una dirección, decididos a cumplir con sus encargos. El padre
Beltrán y Sergio fueron los únicos que se fueron acompañados.
- Será mejor que no le digamos quién soy
– dijo el padre Beltrán mientras el
chico le guiaba por el pueblo. – Si no os fiáis de él es mejor que no le demos
pistas, que no sepa nada que nosotros sepamos más que él.
Anduvieron por las calles del pueblo, en
dirección a la casa de Lucía, cruzándose aquí y allá con gente y con guardias
civiles. El padre Beltrán temió que el caos estaba cerca: se les acababa el
tiempo.
Sergio confiaba en encontrar a Bruno
cerca de la casa de Lucía y no se equivocó. Un poco más lejos de la casa, fuera
ya de la plaza y cerca del pequeño parque infantil, vieron a lo lejos la figura
de Bruno, que caminaba por el pueblo con los hombros encogidos, como un tigre
enjaulado.
- ¡Bruno! – llamó Sergio desde lejos. El
hombre se volvió y le miró. A primera vista parecía nervioso y preocupado,
angustiado por algo. Pero al ver al chico su porte cambió y volvió a lucir la
sonrisa especial que guardaba para deslumbrar a la gente.
- ¡Hola otra vez! – dijo con voz
divertida. Sergio se extrañó, pues aquella voz no pegaba con el aspecto que
Bruno había lucido antes. – ¿Qué pasa, Sergio?
- Nada malo – dijo el chico, mostrando
con la mano al hombre que le acompañaba. – Solamente quería presentarle al
padre Beltrán. Él es.... nuestro párroco – improvisó.
- ¡Ah! Mucho gusto. Yo soy Bruno
Guijarro Teso.
- El placer es mío – los dos hombres se
estrecharon las manos.
- Lamento mucho lo de su sacristán. Fue
un hecho terrible – dijo Bruno, amable, con verdadero pesar.
- ¿Eh? ¡Ah, sí! Mi sacristán....
Gracias, gracias.... fue terrible, es verdad.... – tartamudeó el cura.
- ¿Y bien? ¿Quería algo? – dijo Bruno. A
Sergio le pareció que estaba muy nervioso, tenía prisa por algo.
- Nada, solamente quería conocerle.
Sergio es uno de nuestros más fieles feligreses y me ha hablado mucho de usted
– dijo el padre Beltrán, sorprendiendo a Sergio con su facilidad para inventar
y mentir. – Me ha dicho que es usted del gobierno y que ha venido a ayudarnos.
- Así es – dijo Bruno, asintiendo con
fuerza, sonriendo amable.
- Pues tiene aquí un caso muy difícil –
dijo el sacerdote. – ¿De qué agencia en concreto es usted?
- Oh, de una muy poco conocida. Nos
encargamos de los casos difíciles, sirviendo de enlace entre los diversos
cuerpos y fuerzas de seguridad del estado – explicó Bruno, vagamente.
- Estoy preocupado, señor Guijarro.... –
dijo el padre Beltrán.
- Llámeme Bruno – interrumpió.
- Bien. Estoy muy preocupado, Bruno –
continuó el cura. – La gente del pueblo está nerviosa, muy preocupada. Empiezan
a hablar de monstruos, de seres del infierno. Hablan de que estamos sufriendo
un castigo de Dios.
- La gente es muy impresionable....
- ¿De verdad no cree que estemos
sufriendo una oleada de ataques de seres infernales? ¿Que sea algo paranormal?
– dijo el padre Beltrán, y para Sergio el anzuelo fue demasiado evidente.
- ¡No! ¡No, hombre, no! – rió Bruno, y
el sacerdote se hizo el sorprendido. Sin embargo, interiormente, el padre
Beltrán sonrió. – Nada más lejos de la realidad. La teoría actual, a la luz de
las pruebas que hemos ido encontrando, es que estamos ante los actos de un
loco, de un demente. Puede que sea alguien del pueblo, que anteriormente vivió
aquí pero que tuvo que irse, a causa de un hecho vergonzoso. No sabemos quién
puede ser. ¿Se le ocurre alguien?
- Llevo siendo el cura de este pueblo
muy poco tiempo – dijo el padre Beltrán para salir del paso. – No conozco a
todo el mundo ni lo que les ha pasado recientemente.
- Ya veo.
- ¿Y su antigua teoría? – saltó Sergio,
incapaz de contenerse. – Aquello que me dijo aquella noche, lo de los mons....
- Esa teoría ya se ha demostrado y
estaba equivocada – dijo atropelladamente Bruno, para cortarle. – Lo que
creemos es que el asesino utiliza a perros peligrosos para cometer algunos de
sus asesinatos o para destrozar a las víctimas....
- Eso es abominable – musitó el cura.
- Lo es – dijo Bruno, con desfachatez.
Sergio se mordió el labio y guardó silencio.
- Bueno, no queremos molestarle más – dijo
el padre Beltrán, volviéndole a dar la mano. – Le dejamos que siga con lo suyo.
- Muchas gracias. Espero poder terminar
pronto y encontrar al culpable.
- Que Dios le acompañe – dijo el
sacerdote, alejándose y despidiéndose con una mano levantada. Bruno les sonrió
y agitó una mano. Sergio ni le miró, desconfiado.
Los dos caminaron sin prisas, alejándose
del hombre del gobierno. Se cruzaron con bastante gente, que se iba a sus casas
a comer. El Sol estaba en lo alto y calentaba en condiciones.
- Ese hombre oculta algo – dijo el padre
Beltrán, con una voz que hizo que Sergio
sufriera un escalofrío. – No sé qué, pero tiene oscuras intenciones.
* * * * * *
Roque no podía creer que aquella chica
que tenía enfrente
fuese Lucía.
Desde hacía tiempo sabía que le gustaba
a Lucía. No era un gran secreto: todos en la pandilla lo sabían. Él intentaba
llevarlo lo mejor posible, ya que no quería que aquella situación estropease la
relación que todos tenían en el grupo, y porque era muy amigo de Lucía y no
quería dejar de verla. Se llevaban muy bien, y el grandullón disfrutaba, aunque estuviese un
poco mal, con toda la atención que la chica le mostraba.
Roque estaba un poco hecho un lío: en
ocasiones pensaba que le gustaba Lucía, que podría llegar a tener una relación
con ella más allá de la amistad. Pero no estaba seguro de sus sentimientos.
Y ahora, allí, en su habitación, Lucía
no le hacía ni caso. No le prestaba atención, no le miraba con cara atontada
cada vez que él hablaba, no le daba la razón. Lucía estaba volcada en su
trabajo y ahora mismo Roque no era nadie más especial que el resto.
Era egoísta y rastrero, pero Roque se
sintió un poco mal al haber perdido ese estatus exclusivo que tenía con Lucía.
- Lucía, ¿quieres parar quieta un
momento? – pidió, pero Lucía no le hizo ni caso. Seguía buscando en cien
páginas web información sobre el pueblo, sobre su pasado histórico, sobre su
pasado paranormal. Quería encontrar algún indicio que le dijera dónde estaba el
dichoso nido.
- No puedo, Roque. Tengo que terminar
con esto. Es muy urgente – dijo Lucía, sin mirarle.
- ¿Es lo que te ha mandado Bruno? –
preguntó el grandullón, un poco celoso.
- Sí. Le estoy ayudando – dijo Lucía,
pensando en la finalidad
última por la que hacía todo aquello. – ¿Qué te parece?
- Bueno.... – pensó Roque. No quería
herir a su amiga. – Me parece que te estás pasando. Estás fuera de ti.
- No digas bobadas.... sólo quiero
ayudar – contestó Lucía, sin que su voz dejara entrever la decepción que sentía
dentro. Había esperado que Roque viese aquello de otra forma.
- Lucía.... ese tío no es de fiar –
intentó Roque.
- ¿Quién? ¿Bruno? – se sorprendió Lucía.
– No sabes lo que dices. Es el único que dice las cosas claras con respecto a
los monstruos en este pueblo....
- No es el único que dice las cosas
claras – se ofendió Roque. – Yo conozco a otro hombre que habla más claro que
ese Bruno.
- ¿Ah, sí?
- Sí. Es un cura que lleva toda la vida
peleando contra esos monstruos, con seres del más allá – defendió Roque. – Y
nos ha contado más cosas que tu amigo Bruno. Que, por cierto, sólo sabe la
mitad de la historia y está bastante perdido buscando ese nido – dijo, atacando
con todo, olvidando que intentaba convencer a Lucía de la verdad. – Y dice que
Bruno no es un hombre de fiar.
- ¡Ja! ¿Qué va a decir? – dijo Lucía,
sin ofenderse. – Me parece que ese hombre es el que tiene algo que ocultar y no
sabe cómo hacer para alejaros de Bruno, que es el único que sabe cómo manejar
esta situación.
Roque se desesperó, sin saber qué más
decir.
- Lucía, mira, yo he visto cómo ese
hombre me salvaba la vida. Y luego he visto cómo nos la salvaba a Victoria, a Sergio
y a mí. No quiere ocultar nada – siguió, casi desesperado. Él lo veía muy claro
y no sabía cómo hacer para que Lucía lo viera igual. – Me ha contado cosas muy
íntimas suyas, muy particulares. No es alguien que quiera engañarnos: quiere
ayudarnos.
- Igual que Bruno.
- ¿Igual que Bruno? – se ofendió el
grandullón. – Explícame cómo quiere ayudarnos. ¿Separándote de tus amigos?
¿Metiéndonos en su plan clandestino?
- ¿Clandestino? ¿Cómo que clandestino?
- ¡Lucía, por favor! ¿No te parece raro?
Viene él solo a investigar al pueblo, no pide ayuda a su agencia sino que se
dedica a reclutar a chicos del pueblo para que lo ayuden....
- Pues ahí te equivocas, listo – replicó
Lucía, dolida. – Sí que han venido compañeros suyos de la agencia. Esta misma
mañana.
Roque se quedó callado.
- ¿Y no se te ha ocurrido pensarlo al
revés? ¿Que es ese misterioso hombre tuyo el que quiere engañaros? ¿El que os
ha contado una historia para convenceros de que le ayudéis en sus planes? ¿Y si
tiene planes ocultos que no ha compartido con vosotros? ¿Y si estáis ayudando
al malo?
Roque había ido con las ideas muy claras
a casa de Lucía, pero ahora dudaba.
- Roque, perdona, no quería
desilusionarte – dijo la chica, dejando el ordenador por fin y acercándose al
grandullón, que estaba descorazonado. – Pero tú debías haberlo pensado, igual
que has pensado todo eso de Bruno.
Lucía le colocó los brazos entrelazados
detrás del cuello. Sus caras estaban una frente a la otra, con la diferencia de
altura entre uno y otro.
- ¿No se te ha ocurrido pensar que todo
esto lo hago por
ti? – reconoció al fin Lucía, haciendo que Roque la mirase sorprendido a los
ojos. – Quería que me vieses de otra forma, que me admirases. Que me vieses
como algo más valioso que la simple chica que es tu amiga....
Lucía se puso de puntillas y juntó sus
labios con los de Roque, en un beso delicado, que ambos llevaban tiempo
esperando y deseando. Roque se dejó abrazar por los labios de Lucía, acunar por
su movimiento. Estaba a gusto, y él también lo deseaba secretamente. Pero
después despertó.
- ¿Qué haces? – dijo, separándose de
ella, con delicadeza pero con firmeza. – Ésta no eres tú, Lucía. Ese tío te ha
cambiado, te ha comido el coco. Espero que cuando todo esto acabe vuelvas a ser
tú misma.
El chico, desalentado, decidió que ya no
podía hacer nada más allí y se dirigió a la puerta, para marcharse.
Lucía se cabreó de repente. No había podido
convencer a Roque de que lo que hacía era bueno, que lo hacía por él y por el
amor que sentía hacia él. Se le nubló la vista y la ira la guió.
Cogió una silla y la rompió en la
espalda y la nuca de su amigo. El grandullón se derrumbó en el suelo, inconsciente.
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