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- ¡Buen
intento! – se alegró Volbadär, sonriendo a la Madre. – El nuevo héroe de la
Madre tiene razón, existe otro templo en las Tierras Áridas del norte. Puede
que allí esté realmente el tesoro.
Las deidades
que estaban jugando miraron la pieza rectangular de caoba que representaba al
nuevo héroe que la Madre había puesto en juego.
- ¿Tenemos
que ir a las Tierras Áridas? – preguntó Fásthlàs el Bullicioso. Era la primera
vez que parecía asustado, y su rostro estaba muy pálido, destacando con la
cabellera naranja del dios.
- Sólo si
queréis encontrar el tesoro.... – dijo Volbadär, sin comprometerse.
Los jugadores
se miraron.
- Hemos
venido a eso.... – dijo Doncella, con decisión. Los otros parecían un poco
reticentes, pero la Madre se dejó convencer.
- Doncella
tiene razón. El objetivo era el tesoro y ahora sabemos dónde está, aunque sea
más peligroso encontrarlo....
Fásthlàs y
Bestia asintieron, sin tenerlas todas consigo. De todas formas, irían todos
juntos.
- Muy bien.
Marcháis hacia las Tierras Áridas, recorriendo la Llanura Umbría en dirección
noroeste – anunció Volbadär.
- ¿Puedo
poner en juego algunas de mis criaturas? – preguntó Bestia, de repente. – Son
territorios muy peligrosos y cualquier ayuda será poca para evitar malos
encuentros....
- Si todos
están de acuerdo....
- ¿Qué vas a
hacer, animal? – le dijo Fásthlàs, con el ceño fruncido. – La última vez que
jugaste con tus bichos casi matas a uno de mis jugadores....
- ¡Sólo voy
a sacar unos lobos o coyotes para que nos escolten! – contestó Bestia, molesto,
enfadándose. – No nos van a atacar....
Con sus
garras dejó sobre el tablero tres piedras negras y porosas, alargadas, acabadas
en pico.
- A mí me
parece bien – dijo Doncella, que empezaba a vencer su natural timidez para
cambiarla por decisión y cierto liderazgo. Sus compañeros asintieron, conformes.
Pero Azar
sonrió peligrosamente, jugueteando con sus dados de madera entre los dedos.
Aquella discusión entre Bestia y Fásthlàs el Bullicioso le había dado una
idea....
• • • • • •
Salieron
de Tax aquella misma noche. Estaban lejos de las Tierras Áridas y la búsqueda
del tesoro se estaba alargando demasiado.
Dejaron
la ciudad y marcharon campo a través, por la tierra negra de la Llanura Umbría.
Mórtimer se detuvo un instante al principio, agachándose para ver la arena
negra de cerca. Estaba compuesta por millones de cristales negros, fruto de la
erosión de las rocas volcánicas que habían surgido de la tierra miles de años
atrás. Era muy curioso y el joven ladrón agradeció llevar unas buenas y
resistentes botas: aquella arena, al cabo de mucho tiempo de marcha, podía
llegar a destrozar la suela de unos zapatos débiles. Eran como diminutos
cristales, con el filo de una cuchilla.
-
¡Vamos, forastero! – le llamó Hiromar desde la lejanía, con tono de chanza. –
¡No te quedes atrás!
Mórtimer
se incorporó y siguió andando, alcanzando a Solna, que iba la última del grupo,
algo al margen.
-
¿No eres de aquí? – le preguntó de inmediato, nada más ponerse a su lado. – ¿De
dónde eres?
Mórtimer
la miró un instante, antes de animarse a responder.
-
Soy del Páramo, en el reino de Jonsën.
-
¡Ah! ¿Y es bonito aquello?
-
Mucho. Aunque supongo que, siendo del reino de Xêng, cuando lo vieses lo compararías con
muchas de las maravillas que tenéis aquí. Pero para mí es muy hermoso....
Los
dos caminaron una docena de pasos en silencio.
-
Al final tu plan te ha salido muy bien....
-
¿Qué plan? – preguntó Solna, haciéndose la sorprendida. Mórtimer rio
ligeramente.
-
Vamos, no disimules conmigo.... – dijo, con voz dura. Estaba muy cansado,
triste por Eeda y molesto porque la búsqueda del tesoro se estuviese alargando
y complicando tanto. No podía (ni quería) aguantar juegos ni tonterías. – No
puedes engañar a un ladrón. Eres buena....
-
No sé a qué te refieres.... – siguió la merodeadora, con tono inocente.
-
Lo sabes perfectamente – cortó Mórtimer, quizá demasiado bruscamente. – La
cacería del ciervo blanco se te estropeó así que andabas buscando un nuevo
“negocio”. Y da la casualidad de que te encuentras con un grupo de hombres algo
desesperados y vencidos, hablando demasiado alto en una taberna, que justo te
traen las ganancias que habías perdido y que estabas buscando. Mucha
coincidencia, ¿no?
Solna
permaneció en silencio.
-
¿Reconociste a Ahdam y te acercaste? ¿O de verdad fue casualidad que te
encontraras con nosotros? – preguntó Mórtimer. – Lo que es seguro es que no
estabas en la taberna solamente para echar un trago....
-
No, claro que no – dijo Solna, al fin. Mórtimer era un ladrón astuto, y ella no
había hecho ningún mal: no había motivos para no reconocerlo. – Fui a aquella
taberna en concreto esperando encontrar algún nuevo trabajo. Contaba ya con el
dinero que sacaría por las pezuñas del ciervo blanco, y se había esfumado, así
que andaba detrás de alguna ganancia. Sabía que en aquella taberna podría
enterarme de algo provechoso.... pero nunca imaginé que sería un tesoro.
-
¿De verdad sabes dónde está?
-
Claro. En la taberna reconocí al caballero, y me acerqué lo más que pude a
vosotros, tratando de escuchar vuestra conversación para ver en qué andaba
metido, eso es verdad. Pero también es verdad que admiro mucho a tu amigo
Ahdam, y que no quiero engañarle. Si no hubiese sabido dónde debíais buscar el
tesoro me habría inventado cualquier otra cosa para unirme a vosotros, no podía
perder la oportunidad de encontrar el tesoro del dios Volbadär. Pero resultó
que no tuve que inventarme nada, tenía justo lo que necesitabais, así que podía
entrar en vuestro negocio de forma decente.
Los
dos caminaron un buen rato en silencio, arrebujados en sus capas, la de la
mujer de color negro y la del joven ladrón de color rojo.
-
Buscabas algún trapicheo con el que ganar dinero y te encontraste con un tesoro
– dijo Mórtimer al cabo de un rato, con tono bromista. – A eso yo lo llamo
tener suerte....
Solna
sonrió, a la par que el ladrón.
Entonces
se escuchó el familiar ruido, aunque había que estar muy atento para oírlo.
Sonó como un montón de maderos cayendo desde gran altura, rebotando entre las
rocas, resonando en el bosque. La tierra tembló un poco, ligeramente, y sólo
los aventureros (que ya lo habían sentido antes) lo notaron.
-
¿Lo habéis oído? – preguntó Ahdam, levantando su única mano sana para detener
al grupo. Todos se juntaron en la oscuridad.
-
Ha vuelto a ocurrir.... – dijo Hiromar, desde el suelo, con la palma apoyada en
la arena volcánica. El Minotauro se había agachado para notar la vibración de
la tierra.
-
¿Qué ha pasado? – dijo Solna, sin comprender la situación.
-
Es algo extraño, algo que llevamos notando casi desde el principio de nuestro
viaje, hace semanas – explicó Mórtimer, de forma vaga. En realidad, poco más
podía explicar. No sabía qué era lo que ocurría.
-
Allí – dijo Borta, señalando hacia la oscuridad, hacia la izquierda, tomando
como referencia el sentido de la marcha que llevaban hasta hacía un momento.
Todos miraron hacia allí, intentando atravesar las tinieblas, para ver algo,
pero no se veía nada.
-
¿Qué....? – dijo Ahdam, a la vez que sacaba su espada de la vaina.
-
Allí – repitió el Bárbaro, sin bajar la mano. Su hermano empuñó el mazo de
mango largo con decisión, hacia la oscuridad.
Entonces
todos lo vieron.
Un
par de ojos rojos brillaron en la oscuridad, como las ascuas de un fuego que se
apaga.
-
¿Qué es eso? – preguntó Mórtimer.
-
Puede ser un ujku – explicó Hiromar,
sacando con cuidado la varita de madera de vid del cinto.
-
¿Un qué? – preguntó Mórtimer, mientras notaba que Solna se ponía tensa a su
lado y que los dos Bárbaros se agarraban a sus armas con mayor fuerza.
-
Una especie de lobo, de coyote de las Tierras Áridas – explicó Hiromar, en
susurros. – Son grandes, de color negro. Tienen pelo duro en la espalda y en
los flancos, casi como ramitas de madera. Es raro que veamos a uno solo por
aquí....
-
Suelen estar más al norte – intervino Ahdam, sin perder de vista los dos puntos
rojos que parecían flotar a un metro del suelo. – Pero a menudo recorren las
Tierras Áridas hasta el este de las Montañas Borgö y se adentran en la Llanura
Umbría.
-
¿Qué hacemos? – preguntó Mórtimer, algo nervioso.
-
Seguir andando – dijo Ahdam, y predicó con el ejemplo. Los dos Bárbaros lo
siguieron, si bien ninguno de los tres perdió de vista los dos ojos rojos que
seguían mirándolos fijamente. – Los ujkus
no atacan a la gente si no se sienten amenazados por ellos. No le perdáis de
vista, pero seguid andando como si no pasase nada....
-
Pero sin dejar de vigilarle.... – dijo Hiromar. Mórtimer notó que el Minotauro
no se fiaba del todo de la bestia.
El
grupo siguió su camino, algo más lento que antes, sin dejar de mirar hacia
atrás. Los ojos del ujku no se
movieron del sitio, aunque no pareció que dejase de mirarles.
-
Allí – dijo de pronto Wup, señalando con la cabeza del mazo largo. A su
derecha, a unos diez metros, habían aparecido otros dos pares de ojos rojos.
Tampoco se movían: sólo parecían mirarles.
-
Hay más – dijo Mórtimer, palpando el pequeño cuchillo que llevaba en el
cinturón. Parecía poca cosa ante un lobo o coyote del tamaño de un potro.
-
Sigamos andando – dijo Ahdam, aunque no parecía nada convencido.
El
grupo siguió andando y pronto los dos Bárbaros dejaron de señalar y avisar
dónde aparecían nuevos pares de ojos: hasta siete los empezaron a rodear. Y, a
pesar de que no dejaron de andar, los ojos rojos no se quedaban atrás: los ujkus los estaban siguiendo.
-
Esto no es normal.... – dijo Hiromar, molesto.
-
¿Tendrá que ver con el ruido y el temblor que hemos notado antes? – preguntó
Mórtimer. Hiromar se encogió de hombros, sin saberlo seguro, pero sin descartar la
idea.
Escucharon
gruñidos y trotes de garras.
-
Delante – dijo Borta, adelantando a Ahdam, para ser el primero. Ante ellos se
había colocado uno de los ujkus: sus
ojos brillaban en la oscuridad.
-
Por detrás también – dijo Solna, manteniendo el tono de voz tranquilo, aunque
realmente estaba inquieta.
-
Nos han rodeado – dijo Mórtimer, mirando a ambos lados: los pares de ojos rojos
estaban a todo su alrededor.
-
¿Qué hacer? – preguntó Wup, decidido, sin perder de vista a los animales, con
el mazo de la mano.
Ahdam
no sabía qué responder. Hiromar le había ayudado a colocarse el escudo en su
mutilado brazo izquierdo y sostenía la espada en la mano derecha. Mucho se
temía que iba a tener que usar ambos.
Como
respondiendo a los funestos pensamientos del caballero, los ujkus echaron a correr, atacando al
grupo de aventureros. De una corta carrera, impulsándose con sus potentes patas
hacia ellos.
Cuando
estuvieron a su lado pudieron verlos: eran lobos negros, con hocico alargado y
lleno de colmillos. Tenían mucho pelo, muy abundante, que les cubría por la
espalda y los costados. Parecía muy duro, parecido a ramitas, tal como había
dicho Hiromar, y sonaban como las ramas sacudidas por el viento.
Uno
de ellos saltó hacia Mórtimer, que tuvo la agilidad para esquivarlo,
agachándose. El ujku pasó sobre él y
aterrizó al otro lado, gruñendo.
El
hacha de doble filo de Borta pasó al lado del joven ladrón, buscando al ujku, errando el golpe. El animal se escabulló
hacia la oscuridad.
Solna
había sacado un arco corto de la espalda, que llevaba debajo de la mochila.
Cargó una flecha corta en él y apuntó, disparando al ujku que se acercaba a ella. La flecha impactó en la bestia, en el
cuello, cerca de la articulación del hombro, y el ujku cayó al suelo, arrastrándose por la arena negra.
Mórtimer
escuchó un gruñido tras él y se dio la vuelta, asustado, empuñando con fuerza
el cuchillo. Otro de aquellos animales cargaba contra él. De repente apareció
el mazo de Wup, golpeando al animal en el hocico y mandándolo hacia atrás, de
vuelta a la oscuridad. Le oyeron aullar, quejándose, y pareció que volvía a
ponerse en pie, de nuevo con ganas de atacar a los aventureros.
-
¡¡Tapaos los ojos!! – ordenó Hiromar, con autoridad. Mórtimer obedeció
inmediatamente a su amigo, así que no pudo ver cómo hacía unas florituras en el
aire con la varita, murmurando en el idioma de la magia. Un estallido de luz se
formó ante el mago, iluminando súbitamente la noche de la Llanura Umbría. Los
aventureros notaron la luz, pero habían cerrado los ojos y se habían tapado con
las manos y los brazos.
Pero
los ujkus no podían haberse tapado ni
previsto el hechizo, así que la potente luz los cegó. Aquellas criaturas
estaban acostumbradas a la oscuridad y sus ojos resultaron heridos ante la
mágica luz pura.
-
¡¡Corred!! ¡¡Vamos, corred!! – dijo Hiromar, echando a correr sobre sus cascos,
a toda velocidad. – ¡¡Alejaos de aquí!!
Los
aventureros empezaron a correr y los ujkus,
aunque no podían verlos, sabían lo que estaba ocurriendo. Algunas de las
bestias lanzaron dentelladas al aire, tratando de atrapar a sus víctimas, que
huían. Ahdam golpeó a uno del que pasó cerca, atizándole con el escudo en el
hocico, que no dejaba de lanzar mordiscos, buscando a los aventureros a ciegas.
Los
seis corrieron a toda velocidad, a oscuras, escuchando a los ujkus que dejaban atrás, que no paraban
de ladrar y aullar.
-
¡¡Corred!! – volvió a animar el Minotauro.
Los
ujkus recuperaron la vista un poco e inmediatamente
corrieron tras sus presas, que se escapaban.
Entonces,
Wup tropezó con una piedra volcánica que había en mitad de la llanura y cayó al
suelo, rodando sobre sí mismo. Quedó tendido en el suelo, desorientado, por el
tremendo golpe.
-
¡¡Hanno!! – gritó Borta, frenando su
carrera y volviendo atrás, donde su hermano había quedado tendido en la arena.
-
¡¡Borta, no!! – chilló Mórtimer, yendo detrás del Bárbaro. Llegó a su lado y le
ayudó a levantar a Wup, que seguía aturdido. Los ladridos de los ujkus estaban cerca.
-
¡¡Vamos!! ¡¡Irte!! – le dijo Borta, empujándole incluso. Mórtimer aguantó como
pudo el equilibrio, cargado con el Bárbaro medio inconsciente.
-
Pero....
-
¡¡Yo cubro!! ¡¡Vamos!! – dijo Borta, blandiendo el hacha. Se dio la vuelta y se
preparó para recibir a los ujkus. El
primero que llegó hasta él, saltando por el aire, recibió un hachazo en el
vientre, quedando destripado en el suelo.
Hiromar
llegó al lado de Mórtimer. Tomó el mazo de mango largo del suelo y ayudó al
ladrón a cargar con Wup, que seguía gimiendo como un sonámbulo malherido.
Detrás de ellos escuchaban luchar al otro Bárbaro.
Ahdam
y Solna no se habían dado cuenta de nada y habían sacado una ventaja
considerable. Mórtimer quería alcanzarlos de una vez, para que alguien pudiese
volver a ayudar al pobre Borta, del que no paraban de alejarse. Detrás de ellos
seguían escuchándose los ruidos de la batalla entre el Bárbaro y los ujkus.
Entonces,
de repente, escucharon a Borta gritar de dolor, un chillido largo. Los ruidos
de los ujkus se hicieron más
intensos, más rabiosos y hambrientos.
Mórtimer
y Hiromar se miraron, angustiados y tristes, por encima del cuerpo de Wup, que
se dejaba llevar, medio inconsciente.
Los
ruidos de la matanza que la jauría estaba llevando a cabo se quedaron atrás,
mientras ellos seguían caminando.
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