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Mientras
tanto, Mórtimer y Hiromar estaban en una situación muy apurada. El hueco por el
que se habían colado era muy estrecho, y no dejaba de serlo en todo su
recorrido. Tardaron más de media hora en salir de él y en algunos tramos
Mórtimer tuvo que empujar a su amigo por los pies, para que pudiese seguir avanzando,
colando su ancho corpachón por el agujero.
Después
de haber recorrido los escasos cincuenta metros que medía aquella oquedad
estrecha, Hiromar y Mórtimer cayeron al otro lado, a una cámara pequeña y fría.
El
Minotauro se levantó, algo vacilante: los adoquines del suelo tenían una
extraña forma redondeada y sus cascos resbalaban sobre ellos. Mórtimer también
tuvo problemas para afianzar sus botas en aquel suelo tan extraño. Como habían
dejado atrás sus antorchas, Hiromar sacó su varita y la encendió, logrando un
punto de luz, suficiente para ver lo que tenían alrededor.
Esqueletos
y calaveras.
Aquella
sala era un osario, un lugar al que los hombrecillos de cuatro brazos habían
arrojado, probablemente, a los sacrificios ofrecidos al Ghôlm, hacía siglos.
El suelo estaba embaldosado con calaveras y en las paredes se habían incrustado
los esqueletos, para que se mantuvieran de pie. Con la débil luz de la
retorcida varita de Hiromar vieron que la sala medía unos veinte metros de
alto, y que en toda su altura, en las paredes, había esqueletos incrustados.
Mórtimer
encontró un agujero pegado a una esquina de la cámara, oscuro y frío. Olía a
cerrado, con un olor dulzón y acre, viejo.
-
Allí tirarían los cuerpos que ya no les cabían en las paredes – supuso Hiromar,
apartándose. Mórtimer también lo hizo.
-
Bueno, ¿cuál es la salida de este sitio? – preguntó.
-
Ésa – señaló Hiromar. Había una abertura en el muro, siete metros por encima de
sus cabezas.
-
Mierda....
-
No la alcanzaremos ni aunque te subas a mis hombros – calculó el Minotauro.
-
¿Y con magia? – preguntó Mórtimer. – ¿Puedes hacernos levitar?
- A ti quizá sí. Yo lo tendría un poco más
difícil – explicó. – Pero puede que podamos hacer otra cosa....
Musitó
unas palabras en el idioma de la magia. Colocó la mano izquierda con forma de
cuenco y puso la varita dentro, sujeta con la mano derecha. Después sopló con
suavidad. De la varita se desprendieron unas motas de luz, de color blanco,
como dientes de león, que flotaron frente a ellos, durante un momento, para
irse volando después. Se colaron por la abertura del muro y desparecieron.
-
Buscarán a los demás para que puedan encontrarnos – dijo Hiromar. – Wup tiene
una cuerda que nos puede servir.
Las
motas de luz viajaron por las galerías oscuras, tan pequeñas y ligeras que si
no hubiera sido por la impenetrable oscuridad no se hubiesen visto. Una media
docena fue en busca de Ahdam y otras tantas se desviaron para encontrar a Solna
y Wup.
Las
motas que iban en busca del caballero no tuvieron que recorrer mucha distancia,
porque Ahdam ya estaba de vuelta, buscando a Mórtimer para enseñarle la puerta
cerrada con llave. Resultó que la galería que Ahdam había seguido fijándose en
los símbolos en misté estaba cerca de la cámara de los huesos.
El
caballero fue alcanzado por las motitas de luz, que revolotearon en torno a su
cabeza, llamando su atención. Al principio las apartó con el escudo, molesto,
pero al ver que no cesaban en su empeño y que no se podían tocar, las prestó
más atención. No sabía qué eran, pero parecía que trataban de guiarle hacia
algún sitio. Con mucho cuidado por si se trataba de una trampa, Ahdam las
siguió.
Más
lejos, un poco más tarde, el otro puñado de motas de luz alcanzó a Solna y a
Wup, que volvían sobre sus pasos, dejando atrás el cubil del Ghôlm, en silencio
y a oscuras. Las motitas de luz blanca revolotearon en torno a los dos.
Wup
las miró fijamente, maravillado, tratando de cogerlas con la mano, pasándola
entre ellas, con delicadeza y cuidado. Sonrió como un niño y después miró hacia
adelante, hacia la galería oscura.
-
Magia – dijo simplemente. – Hiromar.
Para
Solna fue suficiente. Los dos siguieron a sus guías de luz con confianza.
Ahdam
siguió a las motas de luz danzantes hasta una oquedad en el muro, un vano con
un arco puntiagudo en lo alto. Se asomó con cuidado, dispuesto a traspasarlo.
-
No lo hagas – le dijo una voz desde dentro de la sala y desde abajo, haciendo
que diera un respingo, sobresaltado. – La caída es seria.
Ahdam
se asomó al interior, sin mover los pies, alumbrando con su antorcha y vio que
la estancia caía hacia abajo por lo menos nueve metros. Abajo, iluminados por
la varita mágica y por las motas de luz que lo habían llevado hasta allí, vio a
Hiromar y Mórtimer.
-
¡Chicos! – dijo, contento y preocupado a partes iguales. – ¿Estáis bien?
-
Sí, no nos ha pasado nada – contestó el joven ladrón. – Simplemente no
podemos salir de aquí.
-
Mórtimer, creo que he encontrado la cámara del tesoro – dijo Ahdam, de rodillas
en el vano, apoyado en su escudo.
-
¿Estás seguro?
-
He seguido las marcas que nos enseñaste antes y he llegado hasta una puerta de
bronce con una cerradura en forma de triángulo....
-
Una cerradura lyrdena – dijo Mórtimer, levantando una
ceja. – Sí, desde luego, detrás de esa puerta está tu tesoro, Ahdam....
-
Nuestro tesoro – dijo el caballero.
-
¿Sabes algo de Wup o de Solna? – preguntó Hiromar.
-
No, huyeron del Ghôlm en otra dirección.
-
No importa, les esperaremos. Vendrán – aseguró Hiromar.
Y
eso hicieron.
Los
dos restantes miembros del grupo llegaron al cabo de un rato, siguiendo a su
propio puñado de motas de luz. Éstas también bajaron hasta Hiromar, dando
vueltas en torno a él y al joven ladrón. En cuanto los vio Wup sonrió y se
quitó la cuerda de la cintura, desenrollándola y usándola para subir a sus
compañeros, con la ayuda de Solna y Ahdam.
-
¿Estáis todos bien? – preguntó este último, preocupándose por sus compañeros.
Todos contestaron afirmativamente. – Desde luego no era buena idea
separarnos....
-
Sí, pero hemos encontrado el cubil del monstruo – explicó Solna. – Creo que sé
cómo podemos deshacernos de él antes de buscar el tesoro.
-
Ya sabemos dónde está – dijo Ahdam.
-
¿Sí? – Solna se entusiasmó.
-
Tener que sacarlo – dijo Wup, con una mueca.
-
Sí, será mejor encargarnos del Ghôlm antes de hacernos con el tesoro – opinó
Mórtimer. – Así podremos sacarlo de aquí sin problemas.
-
Entonces escuchad mi plan – les dijo Solna y pasó a relatárselo. Era peligroso, muy arriesgado, pero lo importante era que podía
funcionar.
-
Te juegas mucho – le dijo el Minotauro a la mujer.
-
En realidad todos lo hacemos, pero queremos el tesoro, ¿verdad? – bromeó la
merodeadora. Nadie dijo nada más y se pusieron en marcha.
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