-12-
Las deidades
estaban un poco confundidas, expectantes. Miraban de reojo a Jroq el
Destructor, sin saber cómo iba a jugar el dios. Volbadär se frotaba las manos
por debajo de la mesa: la partida estaba siendo un éxito.
- ¿Y bien?
¿Qué queréis hacer? – preguntó Jroq, dirigiéndose a los demás jugadores.
Parecía muy seguro de sí mismo y muy tranquilo, lo cual era muy peligroso para
los demás.
- Entramos
en el templo, supongo.... – propuso Bestia, con cautela.
- Sí,
claro.... – secundó Fásthlàs el Bullicioso, encogiéndose de hombros y mirando a
las dos diosas femeninas.
La Madre
miraba atentamente a Jroq el Destructor, tratando de imaginar lo que pretendía
hacer. ¿Qué significaba aquella canica negra tan grande? No parecía nada
bueno....
- Pues sí,
entramos, desde luego – dijo Doncella, muy convencida, moviendo su peón rojo
hacia la figura del templo. – El jugador de Bestia y el mío buscan las pistas
del tesoro, para encontrarlo.
- Muy bien –
dijo Volbadär, contento. – Las leyendas que el jugador de Bestia conoce dicen
que sólo un loco te llevaría hasta el tesoro.
Los dioses
reflexionaron sobre las palabras del anfitrión.
- ¿Por qué
no os separáis? – propuso Azar, con inocencia, aunque todos sabían que escondía
otras intenciones. – Así abarcaréis más terreno....
- No me
gusta esa idea – dijo Doncella, rotunda.
- Deberíamos
quedarnos todos juntos – secundó la Madre. Estaba seria, como Doncella.
- Bueno, es
algo que pueden decidir los dados.... – dijo Azar, con una sonrisa pícara,
mientras jugueteaba con su dado de madera de ocho caras en la mano.
- ¿No es
algo que deberíamos decidir nosotros? – preguntó Fásthlàs, molesto.
- Tiene
capacidad para tirar los dados y decidir sobre el destino de los demás
jugadores – dijo Volbadär, encogiéndose de hombros, impotente. – Es Azar....
- ¿Podemos
hacer una tirada combinada? – preguntó Jroq, sombrío. – A mí también me parece
buena idea que el grupo se separe....
- ¡Pero
bueno! ¡¿Esto se puede hacer?! – se quejó Bestia, levantándose de la silla.
Volbadär asintió, pesadamente, con cara de circunstancias. Él se lavaba las
manos en todo aquel asunto....
Los dos
dioses, Jroq el Destructor y Azar, lanzaron los dados, que rebotaron sobre el
país de los yauguas, dándoles una
tirada exitosa.
- Bueno,
pues os separáis para buscar el tesoro.... – dijo Volbadär, con precaución,
sabiendo que aquello no les gustaba ni un poco a los demás jugadores.
• • • • • •
Mórtimer
entró en el templo, seguido de cerca por Hiromar. Los demás estaban más lejos y
entraron detrás de ellos bastante más tarde.
El
templo estaba muy oscuro, así que no pudieron hacerse muy bien a la idea de sus
verdaderas dimensiones. Y aun así, pensó Mórtimer, era condenadamente
gigantesco.
Los
techos se perdían en las alturas. Las columnas que los sujetaban eran
rectangulares, de granito, tan anchas que cinco Minotauros como Hiromar no
bastarían para abarcarlas. Estaba muy oscuro y lleno de polvo, pero Mórtimer
intuyó unos frescos pintados en todo el techo.
El
templo estaba abandonado, era evidente, desde hacía mucho tiempo. Al menos eso
era lo que parecía, porque estaba prácticamente en ruinas, con trozos de piedra
caídos por todas partes, algunas paredes agrietadas, agujeros en el suelo y
huecos en los muros.
-
Este templo fue magnífico en su época dorada, hace cientos de años – comentó
Hiromar, sobresaltando ligeramente a Mórtimer. Llevaban un buen rato sin
hablar, solamente deambulando por el recibidor del templo. – Ahora es una
ruina....
-
Una ruina que pone los pelos de punta – dijo el joven ladrón y el Minotauro
sonrió. – ¿Dónde tenemos que buscar el tesoro?
-
Según las leyendas que me transmitieron los superiores de mi orden, “sólo un loco te llevaría hasta el tesoro”
– comentó Hiromar.
-
Eso no me ayuda, ¿sabes? – dijo Mórtimer, medio bromeando. – No hace falta que
me metas más miedo....
-
Es lo que me dijeron....
-
¿Qué ocurre? – dijo Ahdam, detrás de ellos. Había entrado finalmente al templo,
acompañado por Wup y Solna.
-
Estamos buscando a un loco, para que nos lleve hasta el tesoro.... – respondió
Mórtimer, con sorna. Hiromar les explicó la cita que sus superiores le habían
dicho.
-
¿Laiwanno? ¿Loco? – preguntó Wup y
todos se volvieron hacia él. – Atrás había estatua. Hmm.... Estatua de Ninuk el
Loco.
-
Enséñanosla – pidió Ahdam y el Bárbaro les guio hasta ella.
En
una hornacina a ras del suelo, en la galería derecha, nada más entrar en el
templo, había una estatua muy desgastada de Ninuk el Loco. Estaba muy
descuidada, incluso se le había roto una mano, pero era reconocible. Los
cabellos salían de su cabeza como rayos y llevaba el cayado con la calavera de
mandril en lo alto.
-
Ninuk laiwanno – dijo Wup al llegar
frente a ella.
-
¿Esto podría ser? – preguntó Mórtimer. – ¿El tesoro podría estar escondido por
la estatua?
-
Podría ser – contestó el Minotauro, encogiéndose de hombros. – Tú eres el
experto en robar tesoros....
Mórtimer
hizo una mueca y se puso a estudiar la estatua de Ninuk el Loco. Estaba sobre
un pequeño pedestal, de un palmo de alto y metido dentro de la amplia
hornacina, que estaba a su altura. Alrededor de él, en la pared, había relieves
de lo que parecían hojas de parra (muy deteriorados) y había restos de pintura.
En aquella pared había habido un fresco, pero se había perdido. ¿Y si aquel
fresco contenía la pista para encontrar el tesoro? Si era así, nada podían
hacer....
Mórtimer
se asomó tras la estatua, buscando un pasadizo o un resorte en la propia
hornacina, pero era de piedra pulida y suave. No había oquedades ni resortes
que accionar para abrir una puerta secreta. Se agachó a los pies de la estatua
y buscó, pero allí tampoco encontró evidencias de una cámara secreta en la que
estuviese el tesoro.
-
¿Nada?
-
No – dijo Mórtimer, levantándose. – Si éste es el lugar donde nos lleva la
pista, yo no encuentro nada.
-
¿Y si moverla? – dijo Wup, señalando la estatua de Ninuk. Mórtimer miró la
estatua y se encogió de hombros, haciendo una mueca. No era mala idea y nadie
les regañaría por mover la estatua en un templo abandonado.
Los
cinco se colocaron alrededor de la estatua de Ninuk el Loco y trataron de
moverla, unos empujando y otros tirando en la misma dirección. La estatua era
de mármol gris, muy pesada, pero entre los cinco consiguieron moverla, poco a
poco.
Cuando
consiguieron sacarla de la amplia hornacina dejaron a la vista un agujero bajo
ella, completamente redondo, de algo menos de un metro de diámetro.
-
Ahí no puede estar escondido el tesoro – comentó Solna, asomándose un poco. El
hueco era muy pequeño para albergar el tesoro de Volbadär, que se decía que era
inmenso.
-
Es un pasadizo – dijo Mórtimer, con ojo experto. – Tenemos que seguirlo para
llegar hasta el tesoro.
Y
acto seguido se metió dentro. Los demás le siguieron, dejando arriba las
mochilas, los abrigos y las demás cosas que pudieran entorpecerles en un
pasadizo tan estrecho, excepto Mórtimer, que se quedó con la capa puesta. Aun
así, Hiromar tuvo problemas para atravesarlo, sobre todo sus hombros y sus
cuernos.
El
pozo era parecido a la bajada de una cloaca, era un simple tubo de piedra con
una escalerilla de metal. Llegaron abajo y se encontraron en una estancia circular,
bastante amplia para que cupieran los cinco. Sólo había una galería que salía
de ella y la siguieron.
Ahdam,
previsor, había portado durante todo el viaje un puñado de antorchas, que
en ese momento se encargó de encender. Entregó una a cada uno, para que
iluminasen las galerías mientras caminaban por ellas. Además, Hiromar sostenía
su retorcida varita en la mano izquierda, con un punto de luz blanca en la
punta.
Las
catacumbas eran oscuras, frías y húmedas. Olían a cerrado y a descomposición.
Escuchaban el agua gotear y las paredes y el suelo estaban brillantes, como
barnizadas, pero era por la humedad.
Al
cabo de un trecho llegaron a una sala rectangular, alargada, en la misma
dirección que llevaban ellos. Ahdam vio hacheros en las paredes con antiguas
antorchas y las prendió con el fuego de la que él mismo llevaba. Algunas eran
demasiado viejas para encenderse, pero la mayoría prendieron, iluminando la
larga estancia.
-
Madre mía, esto es maravilloso.... – dijo Solna, mirando embelesada a su alrededor.
La
cámara en la que estaban estaba adornada con pinturas y frescos en las paredes.
Desde el suelo al techo (que llegaba a los dos metros) las dos paredes estaban
llenas de dibujos, en diferentes colores.
Según
su marcha, la pared de la derecha mostraba imágenes de batallas. Una serie de
hombrecillos extraños, de corta estatura y con cuatro brazos, pintados siempre
con ocre, luchaban contra diferentes ejércitos. Pudieron reconocer ejércitos de
Minotauros, ejércitos de ujkus,
ejércitos de hombres cubiertos de armaduras brillantes pintadas de azul y
blanco.... Parecía que en todas las batallas los curiosos hombrecillos de
cuatro brazos salían victoriosos.
-
¡¡Ipsen ketup!! – soltó Wup detrás de
ellos. Todos se volvieron a mirarle, interesados por ver qué era lo que había
alterado tanto al Bárbaro para hacerle proferir aquella fuerte maldición en su
lengua. Solamente Hiromar se quedó en la pared de la derecha, acercando su
hocico a los frescos.
En
la pared de la izquierda, Ahdam, Mórtimer y Solna pudieron ver más dibujos. Los
hombrecillos de cuatro brazos pintados de ocre parecían ser también los
protagonistas. Pero en esta ocasión cargaban con hombres y mujeres en brazos,
llevándolos entre dos y tres hombrecillos. Había también representadas escenas
de crueldad hacia los prisioneros (latigazos, hogueras y desmembramientos).
Pero
aquello no era lo que había alterado a Wup. El Bárbaro estaba al final de la
pared, justo antes de que la cámara rectangular acabara y conectase con la
galería, de nuevo estrecha y redondeada. Allí, al final de la pared (y del
dibujo) había representada una gigantesca figura, también con cuatro brazos,
pero pintada de azul. Tenía alas y una cara retorcida con colmillos. Los
hombrecillos de color ocre entregaban los hombres y las mujeres sangrantes como ofrenda al monstruo.
-
¿Qué es eso? – preguntó Mórtimer.
-
El Ghôlm – dijo Wup y Mórtimer se sorprendió al reconocer miedo en la voz del
Bárbaro.
-
No puede ser.... era sólo una leyenda.... – dijo Solna, con cara de terror y
llevándose la mano a la boca.
-
No – dijo Hiromar, tajante. Todos se volvieron a mirarle. – Estos frescos están
pintados con sangre, no con agua. Puedo olerlo, aunque tengan cientos de años.
Esta gente, los pigmeos de cuatro brazos de los dibujos, mezclaron la sangre de
sus enemigos con pigmentos para hacer los frescos de esta sala.
-
Entonces este templo era para honrar al Ghôlm, ¿es eso lo que crees? – preguntó
Ahdam, muy serio. Mórtimer no le había visto así en todo el viaje, ni siquiera
en los peores momentos.
-
Creo que sí – dijo Hiromar, sombrío. – Quizá los hombrecillos de cuatro brazos
que adoraban al Ghôlm fueron vencidos o masacrados por algún ejército, mucho
antes de que las Tierras Áridas se convirtieran en lo que ahora son, y mandaron
construir un templo sagrado (el templo del dios Fugun) sobre las ruinas de su
templo pagano.
-
¿Estas catacumbas serían lo que queda de su templo pagano? – preguntó Solna.
Hiromar asintió.
-
Un momento – pidió Mórtimer. – ¿Quién o qué es el
Ghôlm?
Todos
le miraron con cara preocupada y con lástima. Mórtimer se sintió muy extranjero
en aquel momento.
-
El Ghôlm es una criatura del Inframundo, una bestia sanguinaria que azotó el
reino de Xêng muchos siglos antes de que se convirtiera en un reino, en
realidad – explicó Hiromar.
-
Es una bestia del abismo, traída aquí por los dioses hace siglos, para castigar
a los mortales por su desobediencia – añadió Ahdam. – Al menos eso dicen las
sagradas escrituras.
-
Lo que no dicen es que, como el Ghôlm era tan sanguinario y tan peligroso, los
dioses no pudieron (o no se atrevieron) a mandarle de nuevo al abismo, así que
se quedó en Xêng desde entonces.
-
Y no se sabe dónde puede estar, ¿verdad? – terminó Mórtimer. Ahdam y Solna
asintieron. – No me digáis ahora que hemos encontrado su guarida de siglos
justo nosotros....
Nadie
dijo nada.
-
Me parece que sí – dijo Hiromar, echando a andar de nuevo. Todos le siguieron
por la galería, de nuevo oscura y húmeda.
-
Oye, Hiromar, ¿cómo es ese Ghôlm? – preguntó Mórtimer, marchando por detrás de
su amigo.
-
Es una bestia descomunal, con cuerpo parecido al de los gorilas de la isla Buy,
con cola enorme de lagarto, alas de murciélago en la espalda y una cabeza
inmensa de ave, con colmillos en el pico. Tiene dos pares de brazos, como los
hombrecillos que hemos visto en los dibujos, pero él tiene un par que son como
garras de oso y otro de pinzas de langosta.
-
Genial....
Al
cabo de pocos metros llegaron a otra cámara rectangular, pero esta vez mucho
más grande que la sala de los dibujos. Con la luz de las antorchas de los cinco
apenas llegaban a iluminar las otras tres paredes.
-
Corre el aire – dijo Ahdam y Mórtimer se dio cuenta de que era verdad.
-
Más galerías – dijo Wup, que había recorrido las paredes y se había encontrado
con múltiples opciones. Desde aquella sala tan grande salían muchas nuevas
galerías, en diferentes direcciones. Las galerías eran mucho más anchas y altas
que por la que habían llegado: parecía que estaban diseñadas para que algo muy
grande pudiese circular por ellas....
-
¿Por dónde vamos? – preguntó Solna.
Entonces
todos escucharon el conocido sonido, el repiqueteo sordo, como si alguien
hubiese lanzado unos huesos o unos trozos de madera al suelo y los hubiese
hecho entrechocarse y botar.
Como
si alguien hubiese tirado un dado gigantesco.
Acompañando
al ruido les llegó el débil temblor del suelo, que temblaba al unísono del
sonido. Cuando todo cesó un rugido animal les llegó desde todas las galerías.
-
No sé si es el Ghôlm o no, pero aquí abajo hay algo.... – dijo Solna.
-
A lo mejor deberíamos separarnos – se escuchó decir Ahdam, algo asombrado.
Todos le miraron de igual modo. El caballero no había podido evitar proponer
aquella idea.
Hiromar
y Wup asintieron, aunque parecía que a regañadientes. No estaban muy
convencidos, pero se veían casi
obligados a aceptar aquella propuesta.
Mórtimer
agitó la cabeza, molesto. ¿Separarse? ¿Con la posibilidad de que el Ghôlm
estuviese por allí abajo? Era una idea descabellada.... aunque él también
sentía que era lo que tenían que hacer. No tenían otra opción.
-
Sí.... ¡¡No!! – dijo el joven
ladrón, sobresaltando a los demás. – ¿Separarnos? ¿A qué viene eso, Ahdam? ¡¡Es
una idea descabellada!!
-
Lo sé, lo sé, pero.... – el caballero parecía confuso. – No sé, me ha parecido
que era lo que teníamos que hacer. Como si alguien nos lo hubiera ordenado....
-
A mí también me ha parecido así – dijo Mórtimer con sinceridad, recordando la
extraña sensación que había notado cuando robó la pequeña cajita de cobre para
robar el hechizo en la cabaña del brujo. – Pero no tenemos por qué hacerlo.
¿Qué ganaríamos separándonos?
-
Seríamos más débiles – opinó Hiromar, de acuerdo con su amigo.
-
¡Exacto! Deberíamos seguir juntos – dijo Mórtimer.
-
Tienes razón, no sé por qué lo he propuesto.... – se excusó el caballero.
-
No te preocupes, todos estamos un poco confundidos – dijo Mórtimer.
-
¿Entonces? ¿Por dónde? – preguntó Wup.
-
No sé.... ¿Por aquí? – propuso Ahdam.
Todos
le siguieron.
• • • • • •
Volbadär
arrugó el ceño, confundido.
Los dioses
que jugaban alrededor de la mesa también se miraron, confusos.
Allí pasaba
algo raro.
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