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Los
cinco compañeros dieron varias vueltas por las galerías, que subían y bajaban,
que se cruzaban entre ellas y con nuevas galerías. Aquellas catacumbas eran un
verdadero laberinto.
No
sabían muy bien por dónde iban y Mórtimer no encontraba ninguna prueba o pista
de que el tesoro estuviese por allí cerca. Hiromar no tenía más pistas: las
leyendas no contaban nada más sobre el tesoro del dios Volbadär.
La
galería por la que marchaban en ese momento desembocaba en una cámara
rectangular, en la que había habido dos altares, ahora destrozados y
convertidos en dos montones de rocas. Al lado de cada altar, que estaban en las
dos paredes laterales, había un nuevo vano y una nueva galería. El grupo entró
en la cámara y se detuvo entre los dos altares derrumbados, a medio camino
entre las dos puertas.
-
¿Dónde? – preguntó Wup.
Los
demás se volvieron hacia Mórtimer. Hacía un rato que todos le seguían, pues era
el ladrón del grupo y aquella parte de la aventura era cosa suya. Todos le
reconocían como una autoridad a aquellas alturas del viaje.
Pero
el joven ladrón no había oído a Wup ni se había dado cuenta de que todos le
miraban. Mórtimer estaba más atento a la base de uno de los altares en ruinas.
La miraba con mucha atención.
-
¿Qué ocurre, Mórtimer? – preguntó Hiromar, acercándose a él.
El
joven ladrón tardó un rato en contestar.
-
Este símbolo.... – dijo, dubitativo, señalando un símbolo grabado en la base
del altar. Estaba muy desgastado y si no se hubiesen fijado bien hubiese podido
pasar como unos arañazos de la piedra, sin más. – Este símbolo significa
“tesoro” en lengua misté.
-
¿Estás seguro? – le preguntó Hiromar, asombrado al descubrir que el joven
ladrón conocía la lengua misté.
-
¿Qué es lengua misté? – preguntó Ahdam.
-
Es la lengua de una antiquísima tribu de mi tierra – explicó Mórtimer. – Eran
ladrones y crearon su propia lengua, para que nadie pudiese entenderlos cuando
hablaban entre ellos. Cuando aquella tribu acabó desapareciendo, su lengua
pasó a ser una especie de código entre ladrones. No la hablo ni la domino, pero
reconozco alguno de sus símbolos y palabras.
-
¿Y crees que el tesoro está escondido bajo este altar? – dijo Solna,
acariciando el símbolo grabado en la base.
-
No. El signo indica la dirección del tesoro, no su ubicación exacta. Es como si
dijera “si sigues por aquí hallarás un
tesoro”.
Un
gruñido gutural empezó a resonar en ese momento, antes de que ninguno pudiera
añadir nada más a las palabras de Mórtimer. Todos se irguieron, con prontitud,
alertas. Wup empuñó su mazo, Ahdam desenvainó la espada, Solna se descolgó el
arco de la espalda y cargó una flecha.
Hiromar
y Mórtimer se volvieron hacia la galería por la que habían llegado a aquella
sala. Desde allí se escuchaba el gruñido. Mórtimer lanzó su antorcha, que dio
vueltas en el aire y acabó cayendo al suelo, frente al vano de entrada.
Gracias
al fuego desde el suelo, los cinco pudieron ver cómo una criatura enorme
entraba en la cámara en la que estaban ellos. Una bestia de unos siete metros
de alto que tuvo que agachar la cabeza para cruzar el vano de la galería y
entrar en la sala.
El
Ghôlm.
Al
salir de la galería desplegó las alas de murciélago y lanzó un rugido. Los
cinco se quedaron helados por el miedo.
Entonces
el Ghôlm lanzó un chorro de fuego desde su pico de pájaro. Los cinco compañeros
reaccionaron y se apartaron, evitando el fuego, que impactó en la roca y la
hizo chascar, dejándola al rojo vivo.
Ahdam
se escondió detrás de los escombros que habían sido el altar que habían estado
mirando hacía un momento. Wup había empujado a Solna detrás del otro altar,
escondiéndose él con ella. Hiromar y Mórtimer se habían tirado al suelo, a la
derecha del Ghôlm, escondiéndose entre las sombras.
Solna
lanzó una flecha, aprovechando la luz de la antorcha de Mórtimer, que seguía en
el suelo, entre las patas de la bestia. La flecha golpeó una de las pinzas de
langosta del monstruo, rebotando, sin causar heridas. Pero sirvió para que el
Ghôlm se lanzara hacia ella.
Wup
levantó a Solna y la empujó hacia la galería que tenían más cerca, corriendo
tras ella. El Ghôlm metió la cabeza por la galería y escupió su chorro de
fuego. El Bárbaro y la merodeadora escaparon por los pelos.
Ahdam
salió de su escondite y golpeó con su espada en la cola de lagarto del Ghôlm,
que se arrastraba tras él. La espada atravesó las escamas y vertió un pegote de
sangre verde en la piedra del suelo. El Ghôlm graznó de dolor, girando su
cuerpo con una velocidad que el caballero no hubiera supuesto. Con una de las
garras de oso golpeó al caballero mientras giraba, dándole en la coraza,
lanzándole hacia atrás. La coraza de Ahdam quedó hendida por las garras, pero
el caballero no resultó herido. Había atravesado el vano de la galería contraria
así que aprovechó para huir por ella.
El
Ghôlm daba vueltas sobre sí mismo, decidiendo por qué galería perseguir a los
intrusos, sin darse cuenta de que Mórtimer y Hiromar estaban todavía en aquella
cámara, escondidos en la oscuridad, lejos de las antorchas tiradas en el suelo.
La roca que había recibido el fuego estaba al rojo, y gracias a su resplandor
podían intuir la silueta del monstruo.
-
Salgamos de aquí – siseó Hiromar.
En
el muro que tenían detrás había una grieta, que acababa en un agujero estrecho
pegado al suelo. El Minotauro hizo esfuerzos por entrar en él y, aunque era muy
estrecho, se coló y se arrastró por el hueco. Mórtimer le siguió, con más
facilidad.
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