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El
primer paso del plan era sacar al Ghôlm de su guarida. Hiromar tuvo una idea
para hacerlo. Por eso buscaron la galería principal por la que Solna y Wup
habían llegado hasta el cubil y se escondieron en una de las galerías
secundarias que salían de ella. Una vez allí, el Minotauro pronunció su
conjuro.
Los
esqueletos de la cámara que acababan de dejar empezaron a moverse. Saltaron de
la pared, arrancando trozos de piedra y polvo, escalando el muro y saliendo por
el vano elevado. Espíritus flotantes, como sudarios, salieron del agujero del
suelo, volando hasta el vano y siguiendo a los esqueletos por la galería.
-
¿Así que puedes resucitar a los muertos? – se admiró Mórtimer, mirando al
Minotauro con respeto, cuando la compañía de esqueletos y espectros pasó por
delante de ellos, de camino al cubil del Ghôlm.
-
No – sonrió Hiromar, divertido y agradecido porque su amigo le hubiese tenido
en tan alta estima. – Esto es sólo una ilusión. Ningún mago puede resucitar a
los muertos....
La
compañía de muertos en vida (más bien marionetas en manos de Hiromar) llegó
hasta el cubil de la bestia, danzando por ella como sonámbulos descoordinados.
Los ruidos de los huesos y los lamentos de los espectros despertaron al Ghôlm,
que gruñó sobre su percha. Miró alrededor, sorprendido ante aquella
intromisión. ¿Quiénes eran todos esos cadáveres? ¿De dónde habían salido?
El
Ghôlm saltó con agilidad al suelo, aterrizando con sus pies de gorila y
manteniendo el equilibrio con un pequeño aletear de sus apéndices de
murciélago. Chilló como un ave hacia la compañía de espectros y esqueletos
descabezados, que hicieron caso omiso de la amenaza.
Siguiendo
las órdenes mágicas de Hiromar, la cabalgata de muertos en vida salió del cubil
del Ghôlm, volviendo sobre sus pasos. El monstruo, intrigado, los siguió
graznando como un águila, sin perderlos en la oscuridad. Quería saber qué
estaba pasando y a qué se debía aquella extraña sorpresa.
-
¡Atención! – musitó Wup, en un susurro. Todos se pusieron tensos cuando el
Ghôlm pasó por delante de la entrada de la galería en la que estaban
escondidos. Pero el monstruo estaba atento a los esqueletos y a los espíritus.
-
¡Vamos! ¡En silencio! – dijo Ahdam, saliendo de la galería cuando el Ghôlm hubo
pasado. Todos fueron detrás de él, Hiromar cerrando el grupo, concentrado para
seguir manejando a los esqueletos y que tuvieran entretenido al Ghôlm.
El
grupo corrió por la galería, iluminados sólo por la luz de la varita retorcida
de Hiromar. Cuando entraron en la galería de la izquierda pudieron ver a lo
lejos un punto de luz roja, pues desde lejos podían intuirse las brasas de la
hoguera del cubil del Ghôlm.
En
el momento en que entraron en el cubil, los esqueletos y los espectros llegaron
de nuevo a la cámara de los huesos. Los esqueletos cayeron por el vano que
había en el muro, estrellándose contra el suelo adoquinado con calaveras. Los
espíritus se deshicieron como si fuesen de humo, en jirones. El Ghôlm se quedó
en la puerta, sin comprender lo que había pasado. Después, malhumorado, volvió
a su guarida: quería volver a dormir.
-
¡Muy bien! ¡Ocupad vuestros puestos! – ordenó Ahdam. Wup se agachó detrás de un
montón de rocas, Solna corrió hacia el nido del Ghôlm y el propio Ahdam se
escondió detrás de una pila de troncos, supuso que para alimentar la hoguera. –
¡Hiromar, busca un lugar a resguardo! ¡Mórtimer, escóndete bien!
El
joven ladrón no tardó en obedecer. Al lado de la entrada del cubil había un
gran montón de rocas, salpicadas de sangre y con huesos grandes de animales
alrededor. No era un sitio acogedor, pero estaría bien tapado y cubierto. Saltó
al otro lado del montón y se apoyó contra el muro.
Mórtimer
sabía que su importancia en el grupo no era su capacidad de lucha o de batalla:
él era un ladrón. Poco podía hacer en el plan de Solna para eliminar al Ghôlm,
salvo ponerse a cubierto y sobrevivir. Sólo él podía abrir la puerta de bronce
que escondía el tesoro....
Hiromar
se encogió dentro de un agujero que había en el muro, justo pegando al suelo.
Era estrecho, pero entraba por completo. Allí, encogido sobre sí mismo, empezó
a concentrarse, aislándose de la realidad. Estaba bastante cansado por el
conjuro de reanimación que acababa de hacer y ahora tendría que hacer otro de
alto nivel. Necesitaba todo su poder de mago.
El
Ghôlm llegó al poco rato, sin saber lo que le esperaba en su guarida. Caminaba
molesto, cansado y algo enfadado. Sólo quería volver a dormir.
-
¡¡Ahora!! – gritó Ahdam, saliendo de detrás de la montaña
de troncos, armado con su escudo y su espada. Wup y Solna salieron de sus
escondites.
Mórtimer
se encogió en el suyo. Había comenzado la batalla. Deseó que todo saliera bien.
Hiromar,
en su escondite, trató de no escuchar los gritos de guerra de sus compañeros.
Tenía que concentrarse en la magia, para que el hechizo saliese bien, en el
momento adecuado.
El
Ghôlm se espabiló de repente, ante la amenaza. Chilló agudamente, como un
águila, y cargó contra el caballero, que lo esperó a pie firme. El Ghôlm lanzó
a Ahdam su chorro de fuego y el caballero se cubrió con el escudo, recibiendo
el fuego con él, aguantando como pudo: el hierro del escudo se puso al rojo y
él trató de sujetarlo por las abrazaderas de cuero, sin quemarse.
Wup
cargó contra el Ghôlm en ese momento, golpeando con su mazo en la rodilla del
monstruo. El hueso sonó con un chasquido y el Ghôlm rugió como un león. Se
giró, buscando al que le había herido, pero Wup se había movido de sitio. El
Ghôlm braceó, desesperado y dolorido. Wup, que se había colado entre sus patas,
le golpeó en la otra rodilla, esta vez más fuerte. El hueso, en esta ocasión,
sonó con un chasquido más alto, a roto. El Ghôlm rugió, consiguiendo alcanzar
esta vez al Bárbaro, golpeándole con uno de los brazos de gorila. Wup voló por
los aires hasta caer al suelo. Tenía la cara ensangrentada, pero parecía
mantener la consciencia.
Ahdam
no le dio tregua al Ghôlm, atacando con su espada, acuchillando al monstruo en
una pierna y en una de las pinzas de langosta, con la que intentó alcanzarle.
El Ghôlm rugió y bajó su cabeza de ave, lanzando un picotazo lleno de colmillos
al caballero. Ahdam se lanzó hacia adelante, haciendo la voltereta sobre su
escudo, esquivando el ataque. Desde el otro lado clavó su espada en la cola de
lagarto del monstruo, que volvió a rugir.
Solna
estaba al lado de la percha del Ghôlm, cerca de uno de los postes verticales
que la sostenían. Tenía el arco en la mano y no dejaba de lanzar dardos, todos
al cuello y la cabeza del monstruo, para molestarle y herirle.
Hiromar
estaba casi en trance, sin escuchar los sonidos de la pelea, los gritos
enardecidos de sus compañeros y los chillidos y rugidos de dolor y rabia de la
bestia.
El
Ghôlm batió con su cola de lagarto, tratando de golpear al caballero, pero
Ahdam se tumbó en el suelo, notando cómo el aire le zarandeaba al paso de la
cola del monstruo. Ésta, al fallar el golpe, acabó chocando con el montón de
troncos tras el que se había escondido Ahdam al principio, lanzándolos por los
aires, con tan mala fortuna que un trozo de madera golpeó a Solna, tirándola al
suelo.
El
Ghôlm se dio la vuelta, buscando al caballero, que echó a correr, huyendo de
él, escapando por la galería a oscuras. El Ghôlm metió la cabeza en la entrada
de la galería y lanzó su chorro de fuego. Ahdam se cubrió con el escudo, pero
no había afianzado bien los pies, así que la ola de fuego lo empujó y lo tiró
al suelo. Su pierna derecha se inflamó.
Mórtimer
se asomó asustado por encima del muro de rocas que lo protegía y escondía. Vio
al Ghôlm con la cabeza metida en la galería. Vio a Wup tirado en el suelo, con la
cara llena de sangre. No vio a Ahdam por ninguna parte. Y vio a Solna tirada
como un muñeco de trapo al lado de
la percha.
Sin
pensar demasiado en lo que hacía el joven ladrón salió de detrás de su
escondrijo y corrió hacia la merodeadora, aprovechando que el monstruo estaba
entretenido con algo en el interior de la galería. Llegó al lado de la mujer,
que estaba consciente, con la cara crispada por el dolor.
-
¿Estás bien? – la preguntó, ayudándola a sentarse en el suelo.
-
No – dijo ella, apretando los dientes. – Creo que me he roto una pierna.
Mórtimer
miró la pantorrilla de la mujer, que se hinchaba por momentos. La miró a los
ojos, asustado.
-
Pero.... con la pierna así no podrás subir a la percha – dijo, apurado. Era
vital para el plan que la ágil merodeadora se subiera a la percha para tentar
al Ghôlm.
-
Creo que no....
-
Entonces.... entonces.... supongo que tendré que subir yo.... – aceptó el joven
ladrón, sin querer hacerlo pero sabiendo que sólo él podía.
-
Ni hablar – dijo Solna, conteniendo el dolor y sonriendo, casi divertida. – Tú
no sabes cómo mantenerte allí arriba, ¿verdad? – Mórtimer negó con la cabeza. –
Entonces tendrás que subirme hasta allí.
Mórtimer
dudo sólo durante un segundo. Después cogió a la mujer, se la echó a la espalda
y empezó a escalar el mástil lateral que sujetaba la percha horizontal del
Ghôlm. Mórtimer no era un chico muy fuerte, pero Solna no era muy pesada y el
ladrón sacó todas sus fuerzas en aquel momento de necesidad.
El
Ghôlm sacó la cabeza de la entrada de la galería y se volvió hacia su cubil, a
tiempo de ver llegar al ladrón con la merodeadora a cuestas en lo alto de su
percha. Rugió indignado.
-
¿Estarás bien? – preguntó Mórtimer, asustado sin poder quitar ojo del monstruo.
-
Perfectamente. Lárgate de aquí – dijo la mujer, mientras se descolgaba el arco
del hombro. A riesgo de parecer poco caballeroso, Mórtimer le hizo caso y saltó
desde la percha de madera al suelo de la cámara, rodando por él.
Solna
sacó una flecha del carcaj y disparó a la bestia, atravesándole una de las
finas alas de murciélago. El Ghôlm aulló de dolor y Solna no perdió el tiempo,
lanzándole dos flechas más, que se clavaron en su fuerte cuello cubierto de
plumas.
El
Ghôlm cargó contra ella.
Desde
el suelo, a cuatro patas, Mórtimer pudo ver cómo Solna soltaba su arco y se
agarraba a la percha, dando vueltas alrededor de ella, colgada de los dos
brazos, mientras el Ghôlm corría hacia ella, rabioso. Cuando el monstruo saltó
a la percha para atrapar a la mujer ésta se soltó, aprovechando los giros para
salir despedida lejos de la percha. El Ghôlm aterrizó en el tronco de madera,
con los pies simiescos, sin poder atraparla.
-
¡¡¡Ahora, Hiromar!!! – gritó Mórtimer, con todas sus fuerzas, esperando que su
amigo estuviese preparado para lanzar el hechizo.
Hiromar,
que había estado al margen de cualquier otro ruido de la sala, escuchó
perfectamente el aviso de Mórtimer. Con rapidez salió del agujero, se puso en
pie y empuñó su retorcida varita de madera de vid, apuntando con
ella hacia la hoguera.
-
¡¡Fuguner!! – dijo, simplemente.
Y
entonces, los restos de la hoguera que ardían como brasas bajo la percha del
Ghôlm se prendieron, como una pira gigantesca, alzándose una columna de fuego
tan alta como el techo de la cámara, carbonizando al Ghôlm casi al instante.
• • • • • •
Los dioses
se miraron, asombrados. Incluso asustados.
Volbadär ya
no estaba tan convencido de que la partida que había organizado fuese un éxito.
Todo se había torcido al final. Esperaba que no le considerasen un mal
anfitrión, porque no había sido culpa suya. En realidad, no entendía qué había
pasado.
Todos
miraban con asombro la canica negra que representaba al jugador de Jroq el
Destructor. Una pequeña grieta había surgido en ella, desde la base plana hasta
la parte superior.
Ninguno
tenía palabras. Excepto Fásthlàs el Bullicioso.
- ¿Qué ha
pasado aquí? – preguntó el pequeño y pelirrojo dios. No parecía alegre como
siempre.
Ninguno lo
parecía.
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