-7-
- Pasáis la
mañana durmiendo y os despertáis a primera hora de la tarde – relató Volbadär,
después de haber consultado sus notas y las historias de ruta. – Cruzáis la
última unión entre montañas y descendéis por la ladera hasta el llano. Habéis
llegado hasta el ducado de Sal. ¿Qué hacéis ahora?
El anfitrión
había recogido las piezas (las dos fichas rectangulares de la Madre, la roca de
Bestia, los conos de Fásthlàs el Bullicioso y el peón rojo de Doncella) y las
había sacado de entre las montañas para colocarlas en el llano, entre los dos
ríos pintados en el tablero de juego, que salían de las Montañas de la Luna e
iban a morir al Lago Pesado.
Los
jugadores miraron las fichas y el tablero.
- Podríamos
ir andando hasta la capital del ducado de Sal, para reponernos – sugirió
Bestia, señalando la pequeña estrellita de latón que representaba la ciudad de
Sodium, al pie de las montañas.
- Es una
ciudad peligrosa – opinó Doncella y Volbadär le dio la razón, asintiendo,
mientras miraba sus notas.
- Quizá sea
mejor evitarla – dijo la Madre. Bestia asintió, conforme.
- Entonces,
¿qué hacemos? ¿Marchamos directamente hasta la Llanura Umbría? – preguntó
Bestia, con un tono que dejaba claro cuál era su opinión.
- Es un
camino muy largo – dijo Fásthlàs el Bullicioso, con cara preocupada. – Podría
pasarnos de todo por el camino....
- Y además
perderíais varios puntos de fuerza – comentó Volbadär.
Los
jugadores miraron el tablero, pensativos, incluso Azar, que jugueteaba con sus
dados de madera pintada de verde en una mano. Sólo Jroq el Destructor seguía en
silencio, con los ojos cerrados.
- Podríamos
viajar en una diligencia – propuso la Madre. – Hay muchas diligencias que
recorren el ducado de Sal, e incluso el desierto, ¿no es verdad?
- Sí – dijo
Volbadär. – Pero encontrar una diligencia que vaya hasta la Llanura Umbría con
capacidad para seis personas va a ser difícil. Lo mejor es que vayáis hasta
Sodium: allí podréis coger la diligencia que queráis....
- Hemos
dicho que no iremos a Sodium – replicó Doncella, con amabilidad. Volbadär
asintió, sonriendo divertido.
- Entonces,
que consigáis una diligencia que se ajuste a las características que necesitáis
será cuestión de buena suerte.... – dijo Volbadär, tendiendo los dados de
hueso.
-
Adelante.... – dijo Bestia, indicando a la Madre con un gesto de su garra que
tirase los dados.
- Yo tengo
dos puntos de habilidad por la mano del héroe, ¿verdad? – dijo Azar, señalando
con un dedo de uña amarillenta la pieza rectangular de aluminio, parecida a una
ficha de dominó, colocada verticalmente. – Me gustaría usarlos para provocar un
fenómeno atmosférico muy común en los desiertos....
- Bien –
dijo Volbadär, asintiendo, contento: la partida estaba siendo entretenidísima.
– Tirad los dos: veamos si alguno consigue su objetivo....
La Madre lanzó
los dados de hueso y Azar lanzó el suyo de madera de doce caras.
• • • • • •
Dejaron
atrás las montañas y salieron a la llanura.
Estaban
en el ducado de Sal, llamado así por la aridez de su tierra y por las salinas y
cultivos de sal que predominaban en aquella parte de la tierra de Xêng. Los dos
ríos que nacían de las montañas y viajaban hacia el norte iban a morir al Lago
Pesado, llamado así por su alto contenido en sales disueltas.
-
¿Qué hacemos ahora? – preguntó Eeda.
-
Tenemos que ir hacia allí – señaló Ahdam, con su única mano, hacia el noroeste.
– Allí está la Llanura Umbría, nuestro destino.
-
Lejos para andar hasta allí – dijo Wup y su hermano asintió a su lado.
-
Podemos ir hasta Sodium – propuso Hiromar. – Está aquí cerca, al pie de las Montañas
de la Luna.
-
He oído que es una ciudad muy peligrosa – intervino Mórtimer, con precaución
aunque no con miedo. – No me gustaría ir hasta allí....
-
¿Qué pasa, forastero? ¿Te da miedo? – bromeó Hiromar, mirando socarrón a
Mórtimer, que le devolvió la sonrisa.
-
Quizá sea mejor que la evitemos – opinó Eeda, y en el tono de voz de la Ninfa
todos pudieron reconocer el miedo.
-
Pero no podemos ir andando hasta la Llanura Umbría desde aquí – repuso Hiromar.
-
Camino largo. Gran peligros – dijo Borta.
Todos
se quedaron un rato callados.
-
Podríamos ir en diligencia hasta la Llanura Umbría – acabó proponiendo Ahdam. –
Hay muchas diligencias que recorren el Desierto Solitario y el ducado de Sal.
Alguna irá hasta nuestro destino.
Los
otros asintieron, pero todos pensaban lo mismo: sería difícil encontrar una
diligencia que les sirviese, en mitad de aquella llanura.
-
De acuerdo.
-
Muy bien, echemos a andar – dijo Ahdam y los Bárbaros le obedecieron, uno al
lado del otro. – Iremos hasta el río y esperemos encontrarnos con alguna
diligencia de camino....
El
caballero fue detrás de los gemelos y Mórtimer fue a andar detrás de él cuando
notó a Eeda a su lado, tensa.
-
¿Qué te pasa?
La
Ninfa tardó un rato en responder.
-
Estoy muy lejos de mi bosque. Nunca me había alejado tanto de él....
-
¿Quieres volver? – dijo Mórtimer, con pena. Entendía que la mujer quisiese
volver a su hogar (él deseaba regresar al Páramo, en el reino de Jonsën) pero
lamentaba perderla de vista.
Eeda
levantó la mirada y la posó en el ladrón, con intención, sonriendo ligeramente.
-
Sí, quiero volver – dijo, encogiendo el corazón de Mórtimer. – Pero no ahora.
Ahora quiero estar aquí.
Mórtimer
sonrió, poniéndose un poco colorado.
-
Es sólo que me da un poco de miedo ir a una ciudad de la Llanura Umbría.... –
agregó la Ninfa.
-
No te preocupes – dijo Mórtimer, acercándose a ella y tomándola de la mano. –
Allí sólo hay gente, tabernas, callejones oscuros y criminales. En esos lugares
es donde un ladrón se encuentra más a gusto. Yo te guiaré....
Los
dos echaron a andar, sonriendo y de la mano. Pero al cabo de unos pasos
Mórtimer echó en falta a Hiromar y se volvió a mirar hacia atrás.
El
Minotauro estaba a unos metros, mirando hacia el este, olfateando el aire con
su hocico de buey.
-
¿Qué pasa, amigo? – preguntó el joven ladrón. – ¿Algún problema?
Hiromar
tardó un rato en responder.
-
No lo sé, forastero.... – dijo al fin. – Hay algo que se agita en el Desierto Solitario,
más allá del río....
-
¿Algo malo? – volvió a preguntar Mórtimer.
Hiromar
negó lentamente con la cabeza, mientras se encogía de hombros.
-
Nos quedamos atrás.... – señaló Eeda.
-
¡Vamos Hiromar! – dijo Mórtimer, echando a andar de la mano con Eeda.
El
Minotauro estuvo un rato más mirando hacia el este, hacia el desierto, sin
saber muy bien qué era lo que le inquietaba. Después se dio la vuelta y caminó
tras sus compañeros, acelerando el paso, para poder alcanzarlos y no quedarse
rezagado.
Caminaron
durante algo más de una hora, por los terrenos duros y resecos del ducado de
Sal. El campo allí era mayoritariamente de tierra dura, agrietada, con hierba
muy corta verde pálido. Era un pasto excelente para los rebaños de ovejas, el
otro negocio en el que se basaba el ducado (aparte de la sal).
-
Allí está el río – señaló Ahdam, que iba en cabeza con los Bárbaros. Estaban
todavía a un par de kilómetros, pero los juncos y los arbustos verdes que
recorrían toda la orilla eran visibles desde lejos, sobre todo en un terreno
tan llano y tan yermo.
Hiromar
se detuvo bruscamente y se volvió a girar hacia el este. Olfateó de nuevo el
aire, que soplaba desde allí, con cara preocupada. Se agachó y arrancó con dos
dedos unas hierbas secas y duras, dejando que el viento se las llevara,
haciendo círculos. Sacó la varita de madera de vid y trazó un arco en el aire,
musitando unas palabras mágicas: una cortina de polvo rosado surgió de su
varita, dispersándose por el aire, transformándose en chispas doradas.
El
Minotauro alzó las cejas, preocupado.
-
¡Hay que salir de aquí! – dijo, haciendo que sus compañeros se diesen la vuelta,
alarmados.
-
¿Qué pasa? – preguntó Ahdam, acercándose a él.
-
¡¡Una tormenta de arena!! – chilló el Minotauro, corriendo al encuentro del
caballero.
-
¿Una tormenta de arena? – preguntó Ahdam, asombrado. – ¿Aquí?
-
Siempre había oído que las tormentas de arena se producían en el Desierto
Solitario – intervino Mórtimer, con voz cauta.
-
Y así es, normalmente – dijo Hiromar. – Pero ésta que nos va a alcanzar dentro
de nada es mágica. Alguien la ha conjurado.
-
¿Para qué? – preguntó Borta.
-
No lo sé.... pero si ha llegado hasta aquí, donde sólo estamos nosotros, creo
que ha sido conjurada por algún enemigo nuestro.
-
¿Y qué hacemos? – preguntó Eeda, aterrorizada.
-
Correr. Hay que salir de aquí – dijo Hiromar.
-
¿A dónde? – inquirió Mórtimer.
-
Al río – dijo Ahdam. – Quizá nos sirva de refugio....
Todo
el grupo echó a correr a la vez. Los Bárbaros demostraron su excelente forma
física, a pesar de sus anchuras y de la pesada ropa que llevaban, porque se
pusieron en cabeza inmediatamente. Ahdam iba a la par que Mórtimer, detrás de
Eeda, que corría ligera. Hiromar iba cerrando el grupo, con su correr pesado,
sacudiendo el suelo con sus cascos.
Mórtimer
miró hacia atrás, llegando a ver una especie de muro de arena, que se acercaba
a ellos con mucha rapidez. Intentó tragar saliva, pero tenía un nudo en la
garganta.
Borta
y Wup llegaron a la orilla del río y saltaron al agua, entre los arbustos y los
juncos. Eeda tropezó antes de llegar, rodando por el suelo. Mórtimer se detuvo
a su lado, ayudándola a levantar.
-
¿Estás bien? – la preguntó, preocupado.
-
No ha sido nada, sólo un tropiezo – dijo la Ninfa, poniéndose en pie.
Mientras
tanto, Ahdam y Hiromar habían llegado a la orilla y esperaban a sus amigos
entre los juncos. La tormenta de arena estaba sobre ellos.
-
Hay que meterse en el agua – propuso Ahdam.
-
¡No! Mira esa isleta – señaló el Minotauro. Había una isla pequeña en medio del
río. Era un montículo rocoso que se alzaba sobre las aguas, con algo de hierba
verde en la cima. – Allí puedo crear un refugio con magia.
-
¡Vamos! – Ahdam saltó al agua, que le llegaba por las rodillas. Los Bárbaros le
acompañaron.
Hiromar
se volvió hacia Mórtimer y Eeda, que estaban a unos veinte metros, pero la
tormenta de arena les alcanzaría antes de que llegasen al río. Dudó durante un
momento, sin saber si debía esperarlos o no. Al final acabó dándose la vuelta
hacia el río, saltando al agua: si los esperaba (como quería hacer) la tormenta
podría alcanzarle a él también, sin que hubiera preparado el refugio mágico en
la isleta del río, y entonces todos morirían. Tenía que encargarse de su
trabajo.
-
¡¡Mórtimer, seguidme!! – gritó, esperando que su amigo le escuchase, mientras
corría con el agua por la pantorrilla.
Hiromar
llegó al montículo, con la varita de vid ya en la mano, haciendo círculos en
torno a él, pronunciando unas palabras mágicas. Ahdam, Borta y Wup ya habían
subido a las rocas.
Desde
allí vieron cómo Mórtimer y Eeda llegaban a la orilla, un paso antes de que la
tormenta de arena los alcanzara. En ese instante, una burbuja de magia rodeó la
isleta en mitad del río. Era de color blanco, aunque ligeramente translúcida.
Durante
un segundo vieron a la pareja agarrada de la mano, pero después la arena en
suspensión lo cubrió todo y dejaron de ver nada a través de la burbuja.
-
¡Mórtimer! ¡Eeda! – llamó Ahdam.
La
arena que los había alcanzado a ambos era el principio de la tormenta, así que
no llevaba mucha fuerza. Los zarandeó, pero pudieron mantenerse en pie.
Rodeados de viento y arena saltaron al agua, agarrados de la mano todavía, y
avanzaron hacia la burbuja que significaba seguridad.
-
¡¡Corre!! – dijo Mórtimer, tirando de la mujer, de la que no quería ni
soportaría separarse.
Entonces
la verdadera tormenta de arena los alcanzó, empujándolos y alzándolos en el aire.
Pasaron a un metro escaso de la burbuja, pasando de largo.
Pero
justo en ese momento una mano ancha y grande surgió desde dentro de la burbuja.
Mórtimer se agarró a ella con la mano que tenía libre, con todas sus fuerzas.
Por las pulseras de cuero reconoció a Borta.
El
Bárbaro les había visto pasar, a pesar de la opacidad de la burbuja mágica y de
la arena en suspensión. Sin pensarlo, solamente deseando que sirviera de algo,
sacó la mano a través de la burbuja que los protegía, para tratar de agarrar a
sus compañeros.
La
tormenta tiraba de Eeda y Mórtimer y los zarandeaba, pero éstos seguían
agarrados, así que Borta empezó a sentir que sus botas resbalaban sobre la
hierba húmeda de lo alto del montículo, pero no soltó la mano del joven
ladrón.
Wup
lo sujetó por la espalda, agarrándolo de las pieles y Ahdam se unió a él,
sujetándolo con los dos brazos. Hiromar no pudo ayudarles, pues estaba
concentrado para usar toda su fuerza en mantener el hechizo de protección.
-
¡¡Aguantar, hanno (1)!! – dijo Wup.
-
¡¡Tenéis que meterlos dentro!! – aulló Hiromar, casi con dolor. – ¡¡Si no, no
podré mantener la burbuja!!
Era
cierto: en torno al brazo de Borta empezaban a saltar relámpagos de color azul
intenso y algunas rachas de viento con arena se colaban por allí. Pero la
tormenta tiraba de Mórtimer y Eeda con mucha fuerza, tanta que ni siquiera los
tres hombres juntos podían meterlos dentro de la burbuja.
Mórtimer
sintió una oleada de pánico cuando notó que la mano de Eeda se le escurría de
entre los dedos. Se volvió a mirarla, entrecerrando los ojos para que no se le
llenasen de arena.
-
¡¡Eeda!! ¡¡No!! ¡¡Aguanta!!
Entre
las sacudidas pudo ver la cara de la Ninfa, convertida en una máscara de
terror. La mano de Eeda se le escapaba y no podía hacer nada más que tratar de retenerla.
-
¡¡Eeda!! ¡¡Sujétate!! – gritó, tratando de hacerse oír por encima del vendaval
de la tormenta, empezando a llorar. Y no era por los granos de arena que se le
metían en los ojos.
-
¡¡¡Aaaaaaaaahh!!! – gritó Eeda, cuando al fin su mano se resbaló por completo,
perdiéndose en el vendaval, arrastrada por el viento.
-
¡¡Nooooooooo!! – gritó Mórtimer. Por un segundo estuvo tentado de soltarse de
la mano de Borta, pero sus compañeros tiraron de él con fuerza. Ahora que no
tenían que tirar del peso de los dos pudieron meterle dentro de la burbuja.
Los
cuatro cayeron en un confuso montón, a los pies de Hiromar, que seguía
manteniendo el hechizo, haciendo pases con la varita, hablando en murmullos con
los ojos cerrados.
Mórtimer,
con el pelo lleno de arena, la capa roja enredada en torno al cuerpo y cubierto
de polvo sollozaba en lo alto del montículo de rocas.
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(1) Hermano.
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