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Le llamaban “la Casa Román”, “la Casa
Rota” o “el Hogar Román”, dependiendo de a quién preguntaras usaría un nombre u
otro, cada grupo de edad o estrato social tenía su mote favorito, pero todo el
mundo en aquel pueblo la conocería siempre como “La Casona”.
Los más ancianos la conocían desde
siempre, desde niños. Todos los abuelos del pueblo recordaban haber visto la
casa allí, en el mismo sitio. “La Casona” había sido la residencia de unos
marqueses, una mansión muy señorial, grande y elegante. Tenía más de cien años.
Y hacía cien años, cuando los marqueses
la mandaron construir para vivir en aquella zona de la campiña, mucho antes de
que el pueblo se formara y creciera a su alrededor, seguramente fuese muy
bonita y muy elegante. Pero ahora, después de tantos años y tanto abandono, “la
Casa Román” era una ruina.
Desde hacía mucho tiempo nadie vivía
allí. Nadie la cuidaba ni se hacía cargo de ella. La casa nobiliaria que la
había mandado construir había desaparecido y caído en el olvido hacía décadas y
ahora nadie sabía en el pueblo a quién pertenecían las ruinas y el terreno.
Era una finca muy buena, muy grande y
con muchas posibilidades. Casi todo el mundo en el pueblo tenía alguna idea de
lo que se podía hacer con ella.
Pero nadie se atrevía a hacer nada.
Nadie quería meterse con “la Casa
Román”.
Todos pasaban por delante de ella, por
la acera estrecha que había al lado de la carretera que atravesaba el pueblo,
casi sin mirarla, con miedo, pero sin poder evitar lanzar aunque sólo fuera un
vistazo fugaz hacia la mansión en ruinas. Tenía algo muy atractivo, algo
atrayente, algo fascinante que los hacía mirarla con admiración pero también
con cierto recelo y mucho miedo.
Y es que “La Casona” estaba habitada por
fantasmas.
Todos los ancianos del pueblo lo decían,
todos lo aseguraban con vehemencia y los adultos del pueblo los escuchaban con
impaciencia y resignación. Pero los niños los escuchaban con reverencia.
Los niños también creían que “el Hogar
Román” estaba lleno de fantasmas. No era difícil creerlo. Podían oírse casi
todas las noches, sobre todo aquellas noches de verano despejadas, en las que
el cielo se veía negrísimo cubierto de estrellas, como alfilerazos en una tela
de fieltro negro por delante de un foco intenso. En aquellas noches, los
lamentos de los fantasmas eran mucho más audibles.
No era de noche (en verano ningún
anciano ni ningún niño se acercaría a “La Casona” de noche) pero allí estaba un
grupo de niños del pueblo, asomados a la valla de forja negra y oxidada, la que
daba a la carretera. Estaban agarrados a los barrotes que salían del pie de
piedra que formaba la valla, que rodeaba toda la finca. Ellos estaban en la
acera estrecha, mirando con fascinación las ruinas de la mansión.
Eran todos chicos del pueblo, más un par
de ellos que iban sólo en verano, pero que llevaban haciéndolo tantos años que
ya eran considerados como los demás. Solamente había un novato, el sobrino de
un habitante del pueblo que había ido a pasar el verano por primera vez.
Por este último estaban allí. Los demás
le habían hablado de “La Casona” y el forastero había querido verla, a medias
atraído y a medias horrorizado, con miedo.
- No parece una casa diferente a las
demás – dijo el chico, de once años, llamado Oliver López Maraña. En realidad
estaba más asustado de lo que dejaba ver. – Sólo es una casa vieja....
Los demás se rieron, mirándose con
superioridad, como veteranos que eran.
- Es una ruina, pero seguro que no te
atreves a venir esta noche a verla, igual que estás ahora – le dijo Tomás
Veguillas Roi, uno de los chicos mayores, que era del pueblo de toda la vida.
Se hacía el duro en el grupo, mucho más delante del nuevo, pero también le daba
miedo la casa.
- ¡¡No!! – saltó Hassan Benali, un niño
de doce años de origen marroquí, pero nacido en España. Tenía el pelo
negrísimo, la piel oscura y unos preciosos ojos negros y brillantes. Era bajito
y delgado para su edad, pero muy inteligente y despierto. – No digas eso ni en
broma, Tomás. No debe venir aquí....
- Claro que no va a venir, porque es un cagao.... – dijo Tomás, volviéndose a
mirar a Hassan, que con su comentario le había hecho quedar en entredicho.
Después se volvió otra vez a mirar al nuevo con superioridad. – Si no viene con
su mamá no se atreverá....
Oliver López Maraña tragó saliva,
mirando con aprensión la casa. Desde luego parecía una casa normal y corriente,
hecha una ruina, pero había algo más.... algo que parecía latir en su
interior.... algo que no parecía natural y que no debía estar ahí. Algo que le
encogía el corazón en el pecho.
Pero no podía dejar que se le notara.
Algunos de los chicos del pueblo eran mayores que él y le trataban mal,
haciéndose mucho el chulo y el “mayor”. Había otros (como Hassan o Luis) que
eran buena gente y con los que se llevaba bien, pero no podía dejarse intimidar
por los demás. Quizá si demostraba su valor delante de ellos ganaría algunos
puntos....
- Vale, vengo esta noche.... – musitó,
con un hilo de voz. Algunos de los chicos de la valla no le escucharon.
Pero Tomás Veguillas Roi sí lo hizo.
- No tienes huevos.... – masculló, con reto.
- Ni tú tampoco – salió Hassan en
defensa del nuevo. – Ven tú con él esta noche, a ver cómo viene hasta aquí. Así
no te quedaran dudas....
Tomás Veguillas Roi miró con odio y con
desafío a Hassan, que era una cabeza y media más bajo, pero que le mantuvo la
mirada y no se acobardó. Aquel moro enano era siempre el único (aunque a veces
con Luis) que se le enfrentaba y le plantaba cara. Algún día tendría que
dejarle las cosas claras....
- Esta noche no puedo – respondió el matón de catorce años, poniendo cara de
duro. – Tengo una cosa que hacer con mi madre.
Todos sabían que era mentira, que lo que
le pasaba a Tomás era que tenía miedo de “La Casona” y no quería acercarse a
ella de noche. Pero ninguno lo dijo.
- Vaya una pena.... – dijo Hassan, con
una sonrisa inteligente. A él tampoco le gustaba aquella casa, pero al menos él
no retaba a nadie a que se enfrentase a ella contra su voluntad. Eso sólo lo
hacían Tomás y los otros tres chicos mayores de la pandilla. Se creían muy machitos por meter miedo a los más
pequeños.
- Si tú no vienes, yo no vengo.... –
dijo Oliver López Maraña, con un hilo de voz.
Los mayores se miraron. Habían perdido
su supremacía sobre los pequeños en un momento. Y sobre todo habían perdido la
oportunidad de hacerle una novatada al nuevo.
- ¿Y ahora? – se le ocurrió de repente a
Tomás Veguillas Roi. – ¿Tienes valor para acercarte ahora a la casa o eres un cagao?
La cara de Oliver López Maraña se volvió
a arrugar. No quería acercarse a esa casa (y a lo que descansaba en su
interior, esperando, acechando) ni siquiera de día.
- ¿Lo veis? Un cagao.... – dijo Tomás, riendo. Los demás, los mayores, se rieron
con él, como unas hienas sin cerebro riéndole las gracias al líder de la
manada.
- Sí que voy – dijo Oliver López Maraña,
con voz resuelta. Había sacado valor de no sabía dónde, pero le habían dolido
mucho las risas de aquellos cretinos. – Pero tú vienes conmigo....
- ¿Yo? – se sorprendió Tomás Veguillas,
abriendo mucho los ojos y mirando al pequeño.
- Ése era el trato: yo voy si tú vienes
– dijo Oliver López Maraña, resuelto. Sin embargo, le temblaba el labio
inferior y estaba muy pálido. – Si yo entro ahora, tú entras conmigo.
- ¿O es que ahora también tienes que
hacer una cosa con tu madre? – dijo Hassan, con ironía, mirando con una sonrisa
burlona al chico mayor, que volvió a fulminarle con la mirada. Tomás se sabía
atrapado, pero si quería que la broma al nuevo funcionara tendría que tragar.
- No, claro que no tengo que hacer nada
– dijo, digno. – Vamos, enano, a ver si no te cagas en los pantalones....
Los demás chicos de la pandilla,
incluyendo a los mayores que formaban el séquito de Tomás Veguillas, miraron a
los dos con admiración. El chico mayor y el pequeño forastero se acercaron a la
puerta de la finca, una puerta de doble hoja de hierro, como el resto de la
valla. Las dos hojas estaban un poco torcidas y medio caídas, pero mantenían la
puerta cerrada. Las bisagras estaban oxidadas y no se movían, pero la
inclinación de las hojas de la puerta, de barras de hierro, hacía que en la
unión de las dos partes de la puerta hubiese un hueco cerca del suelo.
- No tienes que entrar ni acercarte ahí
– le dijo Hassan a Oliver, el chico nuevo. Le caía bien y no quería que se
arriesgara por nada. – No significará nada si no lo haces....
- No pasará nada.... – dijo Oliver López
Maraña, sonriendo débilmente al que parecía ser su nuevo amigo. Luis, por
detrás de Hassan, también lo miraba con ganas de que entrara en razón.
El chico de once años se acercó a las
puertas dobladas y caídas y esperó a que Tomás pasara primero. El chico de catorce
años le indicó con un gesto burlón que pasara él delante y Oliver, sin decir
nada más, respiró muy hondo, se puso a cuatro patas en el suelo, entre las
hierbas amarillentas y entró por el hueco entre las hojas de la puerta de
hierro.
Oliver López Maraña se irguió al otro
lado, dentro de la finca de “La Casona”. No miró atrás, porque si lo hacía
perdería todo el valor y correría otra vez fuera, con lo que sería peor. Así
que, en contra de su instinto, echó a andar por el camino de grava (que estaba
invadido de hierbajos) hacia la casa.
Tomás Veguillas Roi se dio la vuelta,
sonriendo con superioridad y con broma, pero cuando vio las caras de los de la
pandilla se le borró la sonrisa de la cara y volvió a mirar más allá de los
barrotes de la puerta. Había pensado quedarse a ese lado, para ver qué hacía el
nuevo: estaba seguro de que se iba a cagar
y se daría la vuelta. Pero resultaba que el muy cabrón había echado a andar
hacia la casa. Si él se quedaba fuera sería el que quedara como un mariquita....
Así que, venciendo apenas su miedo, se
coló por el hueco que había abajo, cerca del suelo, entre las dos hojas de la
puerta, maldiciendo entre dientes a aquel mocoso que le había metido en aquel
lío.
Pero una vez que se levantó al otro lado
de la puerta ya se le había ocurrido una maldad para devolverle la ofensa al
forastero de mierda.
Hassan fue el primero que se agarró a
las barras de la puerta para ver mejor a los dos chicos. Estaba preocupado por
los dos, no podía evitarlo, aunque Tomás fuese un cretino y un idiota.
Pero no podía evitar sentir miedo por
ambos.
Los demás chicos de la pandilla le
imitaron y se asomaron entre las barras, para ver a los dos chicos acercarse al
porche de la mansión.
Tomás Veguillas y Oliver López llegaron
hasta las escaleras de la entrada y se detuvieron allí. Desde la valla de la
puerta Hassan pudo escuchar la voz juguetona y superior de
Tomás, dirigiéndose a Oliver.
- ¿Subimos hasta la puerta o no quieres
pasar de aquí? – le oyó decir. Hassan puso una mueca, molesto: estaba claro que
Tomás estaba cagao, pero quería que
pareciera que se echaban para atrás por culpa de Oliver.
Pero el chico pequeño no dijo palabra y
volvió a andar, sin mirar a Tomás ni volverse hacia los amigos de la puerta.
- Maldito novato valiente.... – masculló
Hassan.
Vio cómo Tomás siguió a Oliver casi a
regañadientes y los dos se volvieron a parar delante de la puerta de entrada a
la mansión, en el porche de madera. La pintura había sido blanca, pero ahora
parecía gris y estaba agrietada y desconchada en muchas partes.
Hassan vio a los dos chicos parados
delante de la puerta y se sorprendió deseando con fuerza que se dieran la
vuelta y salieran de allí. Ya se habían acercado a la casa, ¿no? Ya habían
demostrado que Tomás era un cretino y Oliver un inconsciente que haría
cualquier cosa por caerlos bien a todos, ¿no? Pues ya podían volver....
Pero entonces, en ese momento, vio cómo
la cara de Tomás cambiaba, volviéndose más gamberra, un poco más maligna.
Agarró el tirador de la puerta, la empujó para que se abriera y al mismo tiempo
empujó con la otra mano a Oliver por el vano abierto. Fue todo un movimiento
rápido, veloz.
De pronto Oliver había desaparecido y
Tomás sujetaba la puerta, que estaba otra vez cerrada. Agarraba el tirador con
las dos manos, tirando de la puerta, para que Oliver no pudiese abrirla desde
dentro. Se giró para mirar a los otros que lo miraban desde la puerta de la
verja, con una mueca malvada, a medias entre un loco y un payaso, con una
sonrisa malévola que le cruzaba la cara. Los tres mayores que formaban su
séquito rieron a carcajadas, como idiotas.
- ¡¡Tomás!! ¡¡Déjale salir!! – gritó
Hassan, nervioso. No estaba indignado: estaba aterrorizado a más no poder.
Desde dentro de “La Casona” se
escucharon golpes en la puerta, puñetazos que se daban con fuerza. Después se
escucharon gritos salvajes, llorosos, de Oliver, pero tan desesperados y
despavoridos que no parecían suyos.
Entonces, de pronto, después de un
golpetazo formidable a la puerta de madera, los golpes y los gritos cesaron de
repente. Todo quedó en silencio.
Hassan pudo ver cómo Tomás Veguillas Roi
cambiaba su cara y miraba hacia la puerta. Estaba preocupado por lo que
pudiese haberle pasado al novato.
- No me jodas, niñato.... – le escuchó
decir Hassan. El chico de origen marroquí estaba pálido de miedo.
Cuando Tomás abrió la puerta de nuevo no
había ni rastro de Oliver. Sólo se veía el vano negro de la puerta. Los chicos
que esperaban en la verja no pudieron ver nada, pero Tomás Veguillas Roi gritó
desesperadamente, un grito de terror largo y sostenido, de pie, delante del
vano negro de la puerta, mirando frente a él. Sin dejar de gritar, cayó por un
agujero que se abrió a sus pies, en la madera podrida del porche de “la Casa
Román”. Su grito se cortó después de un fuerte golpe en el sótano de la
mansión.
Los chicos de la verja gritaron
asustados y se dieron la vuelta, corriendo por la estrecha acera. Se alejaron
de allí asustados, horrorizados, bañados por el Sol de la tarde. Sólo Hassan se
quedó en la valla.
Mientras veía cómo la puerta de la
mansión se volvía a cerrar lentamente, notando que dos lágrimas le corrían por
los carrillos de piel oscura, recordó las últimas palabras de Oliver López
Maraña, su nuevo amigo.
No
pasará nada....
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