martes, 10 de marzo de 2015

Târq (7) - Capítulo 4


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El policía vio acercarse a la bellísima mujer rubia y no pudo evitar mirarle a las atractivas caderas enfundadas en los pantalones vaqueros. Cuando se detuvo delante de él y le mostró su identificación se sintió avergonzado al momento, poniéndose colorado en un instante.
- Soy la agente Marta Velasco, de la Jefatura Central de Homicidios. Me envía el juzgado – dijo, de carrerilla, con cara seria, que hizo notar al policía que a la mujer no se le había pasado por alto la mirada que le había dedicado a sus piernas. – Éste es mi compañero Gustavo Álvarez Méndez.
Un tipo de anchas espaldas, redondeados hombros, brazos musculosos que apretaban las mangas de la camisa y cráneo afeitado esperaba detrás de la guapa rubia, serio como ella.
- Está bien, adelante, adelante.... – les dijo el policía, avergonzadísimo, apartándose de la puerta y dejándoles pasar.
Marta Velasco Iglesias entró en el apartamento, que estaba atestado de policías. De un primer vistazo se dio cuenta de que era la única mujer en la casa. Levantó las cejas y suspiró resignada.
- No puedes venir tan guapa al trabajo, te lo he dicho muchas veces – le dijo al oído su compañero, Gustavo Álvarez Méndez, con una sonrisa en la boca.
Marta no hizo caso del comentario, aunque era cierto que todos los policías la miraron cuando cruzó el pasillo hasta el salón de la vivienda. Todas las miradas fueron curiosas, pero también un poco lascivas.
No se consideraba excesivamente guapa, ella creía que llamaba la atención por ser mujer en un ambiente que estaba dominado por los hombres. Aunque era cierto que ser alta, tener buen tipo y una melena rubia rizada también ayudaban a llamar la atención.
- Soy la agente Velasco, de la Jefatura Central de Homicidios, ¿qué ha ocurrido aquí? – se presentó Marta, nada más llegar al salón. Había dos policías de uniforme, un hombre vestido con traje y gabardina y tres agentes de la policía científica, recogiendo pistas y muestras de dos cadáveres en el suelo.
- ¿La Jefatura Central de Homicidios? – preguntó el hombre de traje y gabardina, suspicaz. Marta recordó a Justo al instante, aunque dejó pasar el recuerdo para centrarse en el caso.
- Sí, ¿no la conoce? – replicó Marta, enseñando su identificación. Gustavo, detrás de ella, también sacó la suya. – Es un departamento de la Policía Nacional. Nos encargamos de valorar los casos graves con cadáveres y actuamos como enlace con la Policía Local y Nacional en caso de que nos necesiten.
- Ya veo.... – dijo el hombre trajeado, mientras leía detenidamente la tarjeta que Marta le había entregado mientras se presentaba.
- ¿Y usted es....? – preguntó Gustavo, con tono irónico, sonriendo abiertamente. Marta se contuvo de darle un pisotón: su compañero era un buen agente, pero le perdían las formas. A veces. Casi siempre.
- Soy el detective Raúl Pereda – se presentó el hombre trajeado, con cierto orgullo. Marta vio necesario intervenir.
- Estamos aquí para ayudar, detective – dijo, concilia-dora. – Sólo tenemos que hacer nuestro informe y ayudar en lo que necesiten, nada más....
El detective Pereda la miró y después volvió a mirar a Gustavo Álvarez Méndez, que no dejaba de sonreír. El detective demostró tener mucha paciencia (y mejores moda-les) y acabó asintiendo.
- Miren todo lo que quieran, pero no toquen nada – transigió. – Y no molesten.
- Descuide.
Marta sonrió al detective y luego se acercó al primero de los cadáveres. Un hombre de la policía científica le estaba fotografiando desde varios ángulos, sobre todo las manos.
Era un hombre joven, de no más de treinta y cinco años. Vestía un chándal bastante nuevo y limpio, pero sus playeros estaban destrozados y muy sucios. No presentaba más heridas o marcas de violencia que un golpe en la cabeza, en la sien izquierda. Debía de haber sido con un objeto contundente, porque la cabeza estaba deformada y metida hacia dentro.
- ¿Qué le ocurre a sus manos? – preguntó Marta, dirigiéndose al hombre de la cámara, que la miró con extrañeza. – No para de hacerles fotos....
El de la científica sonrió.
- ¡Ah! Es parte del procedimiento.... aunque es verdad que estas manos son curiosas....
Marta se acercó a verlas, después de que el policía la invitara con un gesto. Comprobó que ninguna de las dos tenía uñas en los dedos: habían sido arrancadas. Además, presentaba muchas heridas y arañazos en ambos dorsos.
- Extraño, ¿no? – preguntó el de la científica.
- Sí....
- Marta, ven a ver esto – la llamó Gustavo. Marta se levantó y se acercó al segundo cadáver, el que su compañero estaba observando. Se acuclilló a su lado y observó el asqueroso espectáculo.
El segundo cadáver era de una mujer, vestida con bata y ropa interior, solamente. Aparecía tumbada en el suelo boca arriba, con la bata abierta y sin sujetador. Le faltaba un pecho, que le habían cortado, y el otro estaba acuchillado. También tenía varias puñaladas en el vientre. La sangre le había empapado las bragas de seda y encaje y también el interior de la bata, que descansaba en el suelo a ambos lados de la mujer como si fuesen alas abiertas.
- La cara está intacta – dijo Marta, sin verse afectada por las heridas o la sangre. – Al contrario que el otro cadáver.
- ¿Quién mató a quién? – preguntó Gustavo, volviéndose a mirar al hombre muerto.
- Una tercera persona – dijo Marta, mientras miraba alrededor. Los dos compañeros hablaban en voz baja. – Alguien que dejó KO al hombre de un golpe en la cabeza, matándolo en el acto y después se despachó a gusto con la mujer.
- ¿Tú crees?
- Los dedos del hombre no sangraron cuando le arrancaron las uñas – dijo Marta, que seguía mirando alrededor, a toda la habitación. Al final acabó por levantarse y separarse de la mujer asesinada. Caminó por el salón de la casa, cuidándose de no pisar nada ni molestar a nadie. Notaba cómo el detective Pereda no le quitaba los ojos de encima.
Al final se detuvo delante de la estantería llena de libros y jarrones cutres. Llamó con un gesto a Gustavo, que se levantó y se acercó a ella.
- A la mujer la acuchillaron en el vientre, para desangrarla. Después le quitaron el sujetador y lo lanzaron aquí – señaló encima de la estantería, por encima de la última balda: el sujetador asomaba ligeramente. – El cuerpo todavía tiene las marcas del sujetador, así que la mujer lo llevaba puesto antes de que la acuchillaran. Le cortaron el pecho y supongo que después le arrancaron las uñas al chico.
- ¿Por qué? – preguntó Gustavo, atónito. Ya no sonreía como un cretino. Marta se encogió de hombros, mientras miraba el dibujo que había en la pared del salón.
Si había sido el asesino quien lo había dibujado, se había tomado su tiempo. Había descolgado dos cuadros para tener espacio y se podían ver líneas de lápiz al lado y por debajo de la tinta de rotulador permanente negro que habían utilizado para el dibujo.
- Eso no es sobrenatural – opinó Gustavo, señalando el dibujo. – Ningún ente se entretiene en dibujar una cosa así en la pared....
Marta recordaba el patrón de líneas y rombos que los poseídos dibujaban en todas sus apariciones el verano pasado, pero no dijo nada. Gustavo estaba equivocado en su deducción, pero opinaba como él.
Aquello no era cosa de entes paranormales.
- Yo tampoco creo que haya nada paranormal aquí – dijo Marta, siempre en voz baja. – Esto parece obra de algún demente o un perturbado. Pero los “humos” no hacen cosas así. Y dudo mucho que un “encarnado” se entretenga en quitarle las uñas a un muerto....
- A no ser que se alimente de ellas – bromeó Gustavo Álvarez Méndez.
- Entonces se habría comido también las de la mujer.... – señaló Marta. – No. Yo opto más bien por el vecino de enfrente, el del bloque de pisos del otro lado de la calle. Creo que los espiaba y probablemente estaba colado por la chica. Por eso no le tocó la cara, pero le destrozó el pecho.
- Quizá ella se paseaba por delante de la ventana sin nada de ropa.... – teorizó Gustavo. – ¿Y las uñas?
- Me juego lo que quieras a que la espalda de la chica está llena de arañazos. Si el que hizo esto es un desequilibrado que estaba enamorado de ella se las llevó a modo de venganza....
- Y el dibujo.... – Gustavo lo miró un instante más. – Si lo miras desde aquí, girando un poco la cabeza, parece un par de tetas....
- Ahí lo tienes. Caso cerrado – dijo Marta, cansada ya. Aquello no iba con ellos. Se encaminaron a la puerta y allí se encontraron con el detective Peralta. – Nosotros ya nos vamos, tenemos todo lo que necesitamos. Gracias, detective. ¡Ah, por cierto! Examinen la espalda de la chica: si hay arañazos antiguos yo iría inmediatamente al bloque de enfrente, buscando a un vecino que tenga la casa llena de fotos suyas, tanto vestida como en topless, todas en esta casa, y un montón de prismáticos y telescopios. Creo que no perderán el tiempo haciéndolo.
- ¿Cómo dice? – arrugó el gesto el detective.
- Sólo es nuestra suposición.... Tiene mi teléfono: llámeme si necesita ayuda – terminó Marta, saliendo por la puerta, recorriendo el pasillo y volviendo a las escaleras. Imaginó que los policías le habrían mirado el culo, pero ninguno más de lo que lo hacía Gustavo.
- Buen trabajo, compañera – sonrió Gustavo, alzando la mano, para chocarla con ella. Marta lo hizo, cansada, porque si no se pondría mucho más pesado. – Eres increíble: tienes una mente extraordinaria ahí dentro, debajo de ese pelo tan bonito. No eres sólo una tía buena....
- Muchas gracias, Gustavo, me alegro de que te hayas dado cuenta después de cuatro meses juntos como compañeros....
Se encaminaron al coche, que estaba aparcado allí cerca, un Seat León propiedad de Gustavo. Era un coche muy llamativo, de color rojo, que a Marta no le gustaba nada, pero qué le iba a hacer: ella no tenía coche y ninguno de los dos quería un Renault Koleos de la agencia.
Gustavo montó en el asiento del conductor y ella en el del acompañante. Otra cosa que no le gustaba de aquel coche era que, vistos así sentados, desde fuera, parecían una pareja de novios. Algo que ni se le pasaba por la cabeza a Marta, pero a Gustavo a todas horas.
Su teléfono empezó a sonar y lo sacó del bolsillo de los vaqueros ceñidos. Era su amigo Daniel.
- Hola Daniel, ¿cómo va? – saludó, contenta. Vio con el rabillo del ojo la cara de celos de Gustavo y se rió todavía más.
- Todo bien – respondió su amigo desde el otro lado de la línea. – La cosa está tranquila. No dejan de aparecer eventos nuevos, pero de poca importancia. ¿Lo vuestro?
- Nada – dijo Marta, con fastidio. – Puedes decirle a Covadonga que lo retire de la pantalla. Ni siquiera es un evento....
- Vaya....
- ¿Por qué llamabas? – preguntó Marta.
Daniel pensó un instante antes de hablar.
- ¿Sabes algo del padre Beltrán últimamente? – acabó preguntando. – ¿Le has visto o has hablado con él?
- No – contestó Marta, directa. – Desde el verano pasado no le veo. Si no fuese por las cicatrices que nos quedaron de aquellos días creería que todo había sido un sueño, incluyendo Beltrán.
- Ya....
- ¿Por qué lo preguntas?
- Creo que puede estar metido en un lío....
- Por lo poco que le conocemos creo que los dos sabemos que siempre está metido en líos – bromeó Marta.
- No lo sé.... – dijo Daniel, inseguro. – Cuando el general pregunta directamente por él, no es bueno....
- ¿El general ha preguntado por él? – se sorprendió Marta.
- Sí.
Marta tardó un rato en contestar.
- Trata de dar con él....
- Hecho.
Marta colgó.


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