-
4 -
El policía vio acercarse a la bellísima
mujer rubia y no pudo evitar mirarle a las atractivas caderas enfundadas en los
pantalones vaqueros. Cuando se detuvo delante de él y le mostró su
identificación se sintió avergonzado al momento, poniéndose colorado en un
instante.
- Soy la agente Marta Velasco, de la Jefatura
Central de Homicidios. Me envía el juzgado – dijo, de carrerilla, con cara
seria, que hizo notar al policía que a la mujer no se le había pasado por alto
la mirada que le había dedicado a sus piernas. – Éste es mi compañero Gustavo
Álvarez Méndez.
Un tipo de anchas espaldas, redondeados
hombros, brazos musculosos que apretaban las mangas de la camisa y cráneo
afeitado esperaba detrás de la guapa rubia, serio como ella.
- Está bien, adelante, adelante.... –
les dijo el policía, avergonzadísimo, apartándose de la puerta y dejándoles
pasar.
Marta Velasco Iglesias entró en el
apartamento, que estaba atestado de policías. De un primer vistazo se dio
cuenta de que era la única mujer en la casa. Levantó las cejas y suspiró
resignada.
- No puedes venir tan guapa al trabajo,
te lo he dicho muchas veces – le dijo al oído su compañero, Gustavo Álvarez
Méndez, con una sonrisa en la boca.
Marta no hizo caso del comentario,
aunque era cierto que todos los policías la miraron cuando cruzó el pasillo
hasta el salón de la vivienda. Todas las miradas fueron curiosas, pero también
un poco lascivas.
No se consideraba excesivamente guapa,
ella creía que llamaba la atención por ser mujer en un ambiente que estaba
dominado por los hombres. Aunque era cierto que ser alta, tener buen tipo y una
melena rubia rizada también ayudaban a llamar la atención.
- Soy la agente Velasco, de la Jefatura
Central de Homicidios, ¿qué ha ocurrido aquí? – se presentó Marta, nada más
llegar al salón. Había dos policías de uniforme, un hombre vestido con traje y
gabardina y tres agentes de la policía científica, recogiendo pistas y muestras
de dos cadáveres en el suelo.
- ¿La Jefatura Central de Homicidios? –
preguntó el hombre de traje y gabardina, suspicaz. Marta recordó a Justo al
instante, aunque dejó pasar el recuerdo para centrarse en el caso.
- Sí, ¿no la conoce? – replicó Marta,
enseñando su identificación. Gustavo, detrás de ella, también sacó la suya. –
Es un departamento de la Policía Nacional. Nos encargamos de valorar los casos
graves con cadáveres y actuamos como enlace con la Policía Local y Nacional en
caso de que nos necesiten.
- Ya veo.... – dijo el hombre trajeado,
mientras leía detenidamente la tarjeta que Marta le había entregado mientras se
presentaba.
- ¿Y usted es....? – preguntó Gustavo,
con tono irónico, sonriendo abiertamente. Marta se contuvo de darle un pisotón:
su compañero era un buen agente, pero le perdían
las formas. A veces. Casi siempre.
- Soy el detective Raúl Pereda – se
presentó el hombre trajeado, con cierto orgullo. Marta vio necesario
intervenir.
- Estamos aquí para ayudar, detective –
dijo, concilia-dora. – Sólo tenemos que hacer nuestro informe y ayudar en lo
que necesiten, nada más....
El detective Pereda la miró y después
volvió a mirar a Gustavo Álvarez Méndez, que no dejaba de sonreír. El detective
demostró tener mucha paciencia (y mejores moda-les) y acabó asintiendo.
- Miren todo lo que quieran, pero no
toquen nada – transigió. – Y no molesten.
- Descuide.
Marta sonrió al detective y luego se
acercó al primero de los cadáveres. Un hombre de la policía científica le
estaba fotografiando desde varios ángulos, sobre todo las manos.
Era un hombre joven, de no más de
treinta y cinco años. Vestía un chándal bastante nuevo y limpio, pero sus
playeros estaban destrozados y muy sucios. No presentaba más heridas o marcas
de violencia que un golpe en la cabeza, en la sien izquierda. Debía de haber
sido con un objeto contundente, porque la cabeza estaba deformada y metida
hacia dentro.
- ¿Qué le ocurre a sus manos? – preguntó
Marta, dirigiéndose al hombre de la cámara, que la miró con extrañeza. – No
para de hacerles fotos....
El de la científica sonrió.
- ¡Ah! Es parte del procedimiento....
aunque es verdad que estas manos son curiosas....
Marta se acercó a verlas, después de que
el policía la invitara con un gesto. Comprobó que ninguna de las dos tenía uñas
en los dedos: habían sido arrancadas. Además, presentaba muchas heridas y
arañazos en ambos dorsos.
- Extraño, ¿no? – preguntó el de la
científica.
- Sí....
- Marta, ven a ver esto – la llamó
Gustavo. Marta se levantó y se acercó al segundo cadáver, el que su compañero
estaba observando. Se acuclilló a su lado y observó el asqueroso espectáculo.
El segundo cadáver era de una mujer,
vestida con bata y ropa interior, solamente. Aparecía tumbada en el suelo boca
arriba, con la bata abierta y sin sujetador. Le faltaba un pecho, que le habían
cortado, y el otro estaba acuchillado. También tenía varias puñaladas en el
vientre. La sangre le había empapado las bragas de seda y encaje y también el
interior de la bata, que descansaba en el suelo a ambos lados de la mujer como
si fuesen alas abiertas.
- La cara está intacta – dijo Marta, sin
verse afectada por las heridas o la sangre. – Al contrario que el otro cadáver.
- ¿Quién mató a quién? – preguntó
Gustavo, volviéndose a mirar al hombre muerto.
- Una tercera persona – dijo Marta,
mientras miraba alrededor. Los dos compañeros hablaban en voz baja. – Alguien
que dejó KO al hombre de un golpe en
la cabeza, matándolo en el acto y después se despachó a gusto con la mujer.
- ¿Tú crees?
- Los dedos del hombre no sangraron
cuando le arrancaron las uñas – dijo Marta, que seguía mirando alrededor, a
toda la habitación. Al final acabó por levantarse y separarse de la mujer
asesinada. Caminó por el salón de la casa, cuidándose de no pisar nada ni
molestar a nadie. Notaba cómo el detective Pereda no le quitaba los ojos de
encima.
Al final se detuvo delante de la
estantería llena de libros y jarrones cutres. Llamó con un gesto a Gustavo, que
se levantó y se acercó a ella.
- A la mujer la acuchillaron en el
vientre, para desangrarla. Después le quitaron el sujetador y lo lanzaron aquí
– señaló encima de la estantería, por encima de la última balda: el sujetador
asomaba ligeramente. – El cuerpo todavía tiene las marcas del sujetador, así que
la mujer lo llevaba puesto antes de que la acuchillaran. Le cortaron el pecho y
supongo que después le arrancaron las uñas al chico.
- ¿Por qué? – preguntó Gustavo, atónito.
Ya no sonreía como un cretino. Marta se encogió de hombros, mientras miraba el
dibujo que había en la pared del salón.
Si había sido el asesino quien lo había
dibujado, se había tomado su tiempo. Había descolgado dos cuadros para tener
espacio y se podían ver líneas de lápiz al lado y por debajo de la tinta de
rotulador permanente negro que habían utilizado para el dibujo.
- Eso no es sobrenatural – opinó
Gustavo, señalando el dibujo. – Ningún ente se entretiene en dibujar una cosa
así en la pared....
Marta recordaba el patrón de líneas y
rombos que los poseídos dibujaban en todas sus apariciones el verano pasado,
pero no dijo nada. Gustavo estaba equivocado en su deducción, pero opinaba como
él.
Aquello no era cosa de entes
paranormales.
- Yo tampoco creo que haya nada
paranormal aquí – dijo Marta, siempre en voz baja. – Esto parece obra de algún
demente o un perturbado. Pero los “humos”
no hacen cosas así. Y dudo mucho que un “encarnado”
se entretenga en quitarle las uñas a un muerto....
- A no ser que se alimente de ellas –
bromeó Gustavo Álvarez Méndez.
- Entonces se habría comido también las
de la mujer.... – señaló Marta. – No. Yo opto más bien por el vecino de
enfrente, el del bloque de pisos del otro lado de la calle. Creo que los
espiaba y probablemente estaba colado por la chica. Por eso no le tocó la cara,
pero le destrozó el pecho.
- Quizá ella se paseaba por delante de
la ventana sin nada de ropa.... – teorizó Gustavo. – ¿Y las uñas?
- Me juego lo que quieras a que la
espalda de la chica está llena de arañazos. Si el que hizo esto es un desequilibrado
que estaba enamorado de ella se las llevó a modo de venganza....
- Y el dibujo.... – Gustavo lo miró un
instante más. – Si lo miras desde aquí, girando un poco la cabeza, parece un
par de tetas....
- Ahí lo tienes. Caso cerrado – dijo
Marta, cansada ya. Aquello no iba con ellos. Se encaminaron a la puerta y allí
se encontraron con el detective Peralta. – Nosotros ya nos vamos, tenemos todo
lo que necesitamos. Gracias, detective. ¡Ah, por cierto! Examinen la espalda
de la chica: si hay arañazos antiguos yo iría inmediatamente al bloque de
enfrente, buscando a un vecino que tenga la casa llena de fotos suyas, tanto
vestida como en topless, todas en
esta casa, y un montón de prismáticos y telescopios. Creo que no perderán el
tiempo haciéndolo.
- ¿Cómo dice? – arrugó el gesto el
detective.
- Sólo es nuestra suposición.... Tiene
mi teléfono: llámeme si necesita ayuda – terminó Marta, saliendo por la puerta,
recorriendo el pasillo y volviendo a las escaleras. Imaginó que los policías le
habrían mirado el culo, pero ninguno más de lo que lo hacía Gustavo.
- Buen trabajo, compañera – sonrió
Gustavo, alzando la mano, para chocarla con ella. Marta lo hizo, cansada,
porque si no se pondría mucho más pesado. – Eres increíble: tienes una mente
extraordinaria ahí dentro, debajo de ese pelo tan bonito. No eres sólo una tía
buena....
- Muchas gracias, Gustavo, me alegro de que
te hayas dado cuenta después de cuatro meses juntos como compañeros....
Se encaminaron al coche, que estaba
aparcado allí cerca, un Seat León propiedad de Gustavo. Era un coche muy
llamativo, de color rojo, que a Marta no le gustaba nada, pero qué le iba a
hacer: ella no tenía coche y ninguno de los dos quería un Renault Koleos de la
agencia.
Gustavo montó en el asiento del
conductor y ella en el del acompañante. Otra cosa que no le gustaba de aquel
coche era que, vistos así sentados, desde fuera, parecían una pareja de novios.
Algo que ni se le pasaba por la cabeza a Marta, pero a Gustavo a todas horas.
Su teléfono empezó a sonar y lo sacó del
bolsillo de los vaqueros ceñidos. Era su amigo Daniel.
- Hola Daniel, ¿cómo va? – saludó,
contenta. Vio con el rabillo del ojo la cara de celos de Gustavo y se rió
todavía más.
- Todo bien – respondió su amigo desde
el otro lado de la línea. – La cosa está tranquila. No dejan de aparecer eventos
nuevos, pero de poca importancia. ¿Lo vuestro?
- Nada – dijo Marta, con fastidio. –
Puedes decirle a Covadonga que lo retire de la pantalla. Ni siquiera es un
evento....
- Vaya....
- ¿Por qué llamabas? – preguntó Marta.
Daniel pensó un instante antes de
hablar.
- ¿Sabes algo del padre Beltrán
últimamente? – acabó preguntando. – ¿Le has visto o has hablado con él?
- No – contestó Marta, directa. – Desde
el verano pasado no le veo. Si no fuese por las cicatrices que nos quedaron de
aquellos días creería que todo había sido un sueño, incluyendo Beltrán.
- Ya....
- ¿Por qué lo preguntas?
- Creo que puede estar metido en un
lío....
- Por lo poco que le conocemos creo que
los dos sabemos que siempre está metido en líos – bromeó Marta.
- No lo sé.... – dijo Daniel, inseguro.
– Cuando el general pregunta directamente por él, no es bueno....
- ¿El general ha preguntado por él? – se
sorprendió Marta.
- Sí.
Marta tardó un rato en contestar.
- Trata de dar con él....
- Hecho.
Marta colgó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario