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El calor de la calle quedó fuera,
frenado por las puertas de cristal y contenido por el poder intenso del aire
acondicionado que funcionaba sin parar en el edificio. Marta caminó con
decisión por el vestíbulo, acompañada por Gustavo, que caminaba a su lado.
Se acercaron a los ascensores gemelos
que había en el centro del edificio, esperando delante de ellos, rodeados por
visitantes, agentes, técnicos y demás personal. Cuando se abrieron las puertas
de uno de ellos salió mucha gente de dentro. Gustavo echó a andar para entrar
pero se detuvo cuando vio que Marta se había parado delante de otro hombre.
- ¡Julián! ¿Cómo te va? – saludó Marta
efusivamente, dándole dos besos cariñosos.
- Bien, bien.... bueno, se me han
acabado las vacaciones y ya estoy de vuelta.... – dijo el hombre, que era un
poco mayor que Marta, delgado, de cara sosa, pelo rubio deslucido y despeinado
y ojos oscuros. La única nota alegre de su aspecto era su sonrisa, que era
bonita a pesar de lucir en un rostro tan feo.
- Así no has dejado sola a Sofía – dijo
Marta, volviéndose hacia la mujer que acompañaba a Julián Alonso Montoya,
sonriéndola. – ¿Qué tal sin él estos días?
Sofía Gil Mendoza sonrió a Marta. No
tenían mucha relación pero las dos mujeres se conocían. Además, Julián y Marta
eran muy amigos, así que las dos mujeres mantenían una relación muy cordial.
- Bueno, más tranquila y sin agobios –
bromeó Sofía Gil Mendoza, haciendo que Julián Alonso Montoya hiciese una mueca,
arrugando más su cara ya de por sí extraña. – Pero la verdad es que mucho mejor
con él....
- Es un cielo.... – dijo Marta,
acariciándole el brazo. Gustavo no pudo evitar sentirse un poco celoso.
- Bueno, bueno, chicas, no empecéis que
al final me lo voy a creer – sonrió Julián, mejorando su cara. – ¿Qué tienes,
misión nueva?
- Algo así.... – contestó Marta, con una
mueca. – Algo un poco raro....
- Ya, porque el resto de misiones son
normales, ¿no? – bromeó Julián. – Oye, te dejamos, que tenemos que irnos....
- ¿Por aquí cerca?
- Cáceres.... – dijo Julián, con una
mueca incómoda. – Verás qué viajes nos pegamos....
- ¡Que os vaya bien! – se despidió
Marta. Después se volvió a Gustavo y a los ascensores y lo vio solo. Puso cara
de sorpresa y Gustavo rió.
- Ha llegado el otro ascensor y toda la
gente ha subido en los dos – dijo. – Esperamos a los siguientes.
- Es que era Julián, mi antiguo compañero....
– se excusó Marta, algo avergonzada aunque no sabía por qué.
- Ya lo sé, lo conozco, me lo has
presentado – dijo Gustavo, tratando de sonar despreocupado, aunque siempre
sentía envidia de aquel tipejo feúcho y de la complicidad que tenía con Marta.
Ojalá él consiguiese tener esa relación con su compañera....
- Fue mi primer compañero cuando me
hicieron agente y aprendí mucho con él – murmuró Marta. Gustavo ya se lo sabía,
pero no dijo nada. Se estaba empezando a cansar de ser el compañero que avergonzaba
a Marta y que no paraba de tirarle los tejos. Suspiró y se dejó llevar por el
ascensor, cuando los dos montaron en él.
Subieron hasta la planta veintidós,
donde buscaron a una agente de apoyo llamada Verónica Martín Martín. Era una
mujer madura, de cincuenta y tantos años, de pelo rubio teñido, cuerpo delgado
y buen gusto para el vestir. Tenía el color de piel de las mujeres que se dan
rayos UVA todo el año y que encuentran atractivo ese color del cuero quemado
por el Sol. A Marta le parecía feo y Gustavo lo encontraba repugnante.
Pero, al margen de eso, Verónica Martín
Martín era una muy buena agente que trabajaba en la sección de admisión de
casos, asignación de misiones y cambio de grupos y compañeros. Gracias a su
puesto estaba muy al tanto de lo que se cocía en la agencia a cada momento, y
aunque su aspecto recordaba a una momia que se había puesto demasiado tiempo al
Sol, su trato era agradable y ella muy amable.
- Hola, Verónica, ¿cómo te va? – saludó
Gustavo al llegar delante de ella, acodándose en el mostrador.
- Hola Verónica – saludó Marta,
poniéndose al lado de su compañero, sonriendo a la agente.
- ¡Hola, hijos! ¿Cómo estáis? – saludó
la mujer, con cara alegre. – Yo la verdad que un poco cansada. Estoy deseando
que me den las vacaciones....
- ¿Cuándo las tienes este año? –
preguntó Gustavo, con poco interés pero con cordialidad.
- En Noviembre.
- Al Caribe, ¿no? – preguntó Marta.
- ¡Claro! Este moreno no se mantiene
solo.... – dijo Verónica Martín Martín, señalándose los brazos. Ella seguía
creyendo que nadie en la agencia sabía que se daba rayos UVA. – Pero bueno, que
si estuvieseis aquí para hablar de mis vacaciones habríais venido a la hora del
café y no tan temprano. ¿Qué es lo que queréis, guapos?
- Acabamos de llegar de una misión de
reconocimiento desde Salamanca – explicó Marta. – Nos la encomendó el mismo
general Muriel Maíllo y no sabemos muy bien cómo tenemos que informar de lo que
hemos averiguado....
- Muy bien.... – murmuró Verónica,
consultando un cuadrante que tenía en la mesa, agarrado con una presilla a una
tablilla de cartón duro. – En principio está en su despacho. Podéis ir a verle,
a ver si puede recibiros. Él mejor que nadie os dirá qué quiere saber....
- ¿Tenemos alguna otra misión asignada?
– preguntó Gustavo, inclinándose sobre el mostrador.
- No – contestó Verónica Martín Martín,
después de comprobar un archivo de Excel en la pantalla de su ordenador. – Creo
que os darán un par de días libres, porque por lo que veo ayer volvisteis de Guadalajara
y luego os mandaron a Salamanca.
- Muy bien....
Los dos se despidieron y se alejaron del
mostrador, dejando que la cola de gente esperando avanzara. Uno al lado del
otro se dirigieron a los ascensores de nuevo.
- Si nos dan ese par de días libres ¿qué
piensas hacer?
¿Ir
a algún sitio? – preguntó Gustavo, en voz alta, mirando pensativo hacia
adelante.
- No lo sé, pero no pienso ir contigo a
ninguna parte – contestó Marta, creyendo que Gustavo trataba de ligar con ella
una vez más y de invitarla a ir con él a algún sitio.
- Ni yo te lo pensaba proponer.... –
contestó Gustavo, algo cortante, pero con una mueca divertida en la cara. – Era
sólo por saberlo, por entablar conversación. Si al final nos los dan yo ya
tengo pensado un plan....
Marta lo miró asombrada, pero Gustavo no
se dio cuenta o hizo como que no se había enterado. Entró en el ascensor que
estaba medio lleno y Marta fue con él. La mujer se dijo a sí misma que quizá siempre
juzgaba de la misma manera a su compañero, cuando no debía hacerlo.
Llegaron al piso treinta y siete, donde
estaba el despacho del general. Preguntaron a su secretaria, que estaba en una
mesa delante de la puerta del despacho, y les dio permiso para pasar, después
de preguntar al general por el comunicador.
- Agente Velasco, agente Álvarez, pasen,
por favor – les saludó el general, levantándose de la butaca. Los dos agentes
se acercaron a la mesa y se sentaron en las dos sillas que había delante de
ella. Sólo entonces volvió a tomar asiento el general. – Supongo que vienen a
contarme lo que averiguaron ayer....
- Entre otras cosas, sí – dijo Marta,
que sabía que podía hablar a las claras delante del general. Era un superior
severo y serio, pero tenía muy buena relación él.
- ¿Y bien?
- Allí no había nada, general –
intervino Gustavo. – Había rastros ectoplásmicos, desde luego, pero eso ya lo
sabíamos antes de ir. No había restos físicos de ningún ataque ni de ninguna
baja, aunque sí que encontramos un lápiz. Puede que alguien haya desparecido.
- ¿Un lápiz? – se extrañó el general.
- Verá, señor, yo le explicaré –
intervino Marta. – En aquella ciudad vivía un ente, escondido a simple vista.
- No puede ser. Habríamos tenido
constancia de ello – dijo el general, sorprendido, para nada soberbio.
- Al parecer se escondía muy bien.
Además, estaba en medio de una “nube azul”
de gran actividad: quizá si tenía salidas de tono a nosotros se nos pasarían
desapercibidas, o las confundiríamos con manifestaciones de “humos” o así.... – dijo Gustavo.
- Creo que era un Guinedeo, si es que eso le dice algo – recordó Marta y el general
asintió lentamente, aunque no explicó nada. – Vivía por allí y encontramos un
lapicero muy característico en el callejón donde se produjo el evento hace dos
días. El lapicero era suyo, lo vi el verano pasado....
- Así que conoció a este ente cuando
estuvo con el padre Beltrán, ¿no es así? – preguntó el general, con cierta
intención. Marta asintió.
- El caso es que no hay rastro de este
tipo, y aunque es muy extraño que desaparezca de esta manera, por lo que nos
han contado conocidos suyos de allí, nada indica que tenga que ver con el
evento del otro día. O sí, no hay suficientes evidencias.
El general asintió, lentamente. Parecía defraudado,
aunque no con ellos.
- Muy bien. Gracias y buen trabajo....
- General, querría preguntarle algo....
– dijo Marta, con cierta preocupación.
- Los dos – dijo Gustavo, rotundo. Él no
conocía al padre Beltrán, pero no quería dejar sola a su compañera en aquella
situación que prometía ponerse tensa. Quería apoyarla.
Marta pareció un poco sorprendida, pero
siguió hablando.
- Verá, nos mandó allí porque podía
tener relación con el padre Beltrán. Ahora mismo le ha nombrado, con un tono
nada amable, casi culpable. No podemos evitar preguntarnos, ¿ha hecho algo
malo el padre Beltrán? ¿Está bajo investigación?
El general apoyó los codos en la mesa y
juntó los dedos de las manos delante de la boca, mirando a los dos agentes con
cara muy seria. Al cabo de un rato, que se hizo larguísimo, contestó.
- Verán, tienen que entender que el
padre Beltrán ya era un viejo conocido de la agencia, desde hace años. Nunca
hemos dado con él, aunque ha habido temporadas en que lo hemos buscado con
bastante intensidad. Pero es un hombre muy escurridizo – dijo el general, con
su voz severa pero juvenil. Parecía verdaderamente serio esta vez. – Comprendo
que usted lo vea con buenos ojos, agente Velasco, y que le haya cautivado un
poco, pues es un hombre con mucho carisma. Pero no debe olvidar que es alguien
muy peligroso.
- Es cierto, pero solamente para los
enemigos sobre-naturales.... – empezó Marta.
- De manera consciente quizá sí, agente
Velasco. No dudo de las buenas intenciones del padre Beltrán, se lo aseguro. Le
recuerdo que yo le conozco desde hace casi veinte años. Pero por eso mismo,
porque le conozco, sé que a menudo no le importa pasar por encima de quien haga
falta o pisar las cabezas necesarias para lograr su objetivo. Aunque ese
objetivo sea muy noble y muy desinteresado, ¿me comprenden?
- Sí.... – dijo Marta, a regañadientes.
Gustavo asintió a su lado, serio como nunca.
- Y después del informe que el agente
Díaz y usted presentaron el verano pasado.... ¿Es que no lo ve? Ese hombre es
capaz de abrir portales a otras dimensiones. ¿Qué más será capaz de hacer que
no sabemos? ¿Cuánto poder tiene? ¿Y si ese poder se descontrola?
Marta lo pensó fríamente y comprendió
los motivos y las preocupaciones del general. Estaba claro que el padre Beltrán
era muy peligroso, eso ella ya lo sabía. Pero no podía dejar de recordarle con
cariño, con admiración incluso. ¡¡Aquel hombre había salvado el mundo el verano
pasado!!
Pero el general seguía teniendo
razón....
- Lo comprendo.
- Me alegro que lo vea así, como yo.
- Entonces está intentando atraparlo,
¿no? – volvió a preguntar Marta. – Está tratando de investigar cualquier cosa
que tenga ligeramente cualquier relación con él, ¿no? Sólo eso....
- Por supuesto.... – dijo el general,
seguro de sí mismo. Marta no podía saber que el general había dudado antes de
contestar aquella mentira, pensando en los terribles equipos que había
almacenados en los sótanos de la ACPEX. En aquellos que funcionaban.
- Bien. Gracias por ser tan franco,
general – dijo Marta, sincera, aunque tenía ciertas dudas.
- No podía ser de otra forma con dos de
mis mejores agentes – dijo el general, y esta vez era totalmente sincero, sin
exagerar lo más mínimo.
- Gracias – dijo Gustavo, levantándose.
Marta ya lo había hecho.
- Si no quieren comentarme nada más....
– dijo el general, al ver que se levantaban.
- Nada más, señor. Si nos da permiso
para retirar-nos.... – solicitó Marta.
- Por supuesto.
Los dos investigadores de campo se
dirigieron a la puerta y ya delante de ella Gustavo se detuvo y se giró.
- Solamente una cosa, general – dijo,
levantando un dedo. – Nos han dicho que quizá pudiésemos tener un par de días
libres después de la misión en Guadalajara y el día tan ajetreado de ayer.
¿Sería posible?
Marta sonrió detrás de su compañero,
divertida y admirada por su descaro. El general Muriel Maíllo también sonrió.
- Por supuesto. Vayan tranquilos, que yo
me encargaré de ello.
- Muchas gracias, mi general – dijo
Gustavo, sonriente.
Salieron del despacho y se quedaron un
instante en la puerta, saboreando el momento.
- Dos días de descanso.... – musitó
Marta, sin poder creérselo.
- ¿Te importaría tomarte un café ahora
conmigo? – dijo Gustavo, de sopetón. Marta lo miró hastiada. – Para que me
expliques todo ese embolao del padre
Beltrán y todo eso del verano pasado. Para empezar, ¿quién es ese fulano?
Marta sonrió, divertida.
- Muy bien, me apetece un café. Pero no
te confundas, no me vas a liar para nada más....
- Ni interés que tengo – dijo Gustavo,
serio, pareciendo muy sincero. – Esto es sólo una reunión de trabajo entre
compañeros....
Pasó por delante de Marta, de camino a
los ascenso-res. Ésta lo miró un momento con la boca abierta antes de
recomponerse y alcanzarle, para bajar juntos a la calle.
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