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Desde lo que había pasado no habían
vuelto por allí, al menos todos juntos. Alguno había paseado por allí cerca, a
lo mejor con sus padres, o quizá simplemente mientras deambulaban por el pueblo
o salían con la bicicleta. Pero siempre de día, con el Sol bien alto,
calentando e iluminando.
Hassan era la primera vez que iba desde
la muerte de los dos chicos.
Ni siquiera estaba en la cerca de la
casa. No quería acercarse más de lo necesario. Por eso había ido hasta ella,
por la otra acera, viéndola desde allí, desde el otro lado de la carretera, lo
más lejos que podía. “La Casona” parecía igual de malvada y de terrible que
siempre.
Hassan echaba de menos a Oliver. Joder,
echaba de menos incluso al idiota de Tomás. Ninguno de los dos se merecía lo
que les había pasado, por muy cretinos que pudiesen haber sido cualquiera de los
dos.
La policía había encontrado los cuerpos
cuando Hassan y su amigo Luis habían dado el aviso, llorosos y asustados. Los
dos chicos habían muerto por sendos traumatismos craneoencefálicos, el más
pequeño al haber entrado en la casa ruinosa y haber tropezado con algo para
acabar golpeándose contra la puerta y el más mayor al caer desde el porche
hasta el sótano de la casa.
Las dos muertes se habían archivado como
accidentes, por irresponsabilidad de los dos muchachos, que habían entrado en
una propiedad calificada como ruinosa. Aquella antigua mansión era peligrosa,
estaba a medio caerse y escondía muchos lugares en los que cualquiera podría
hacerse daño. La policía y los forenses habían concluido que los dos chicos
habían tenido muy mala suerte, y lo que podía haberse saldado con un par de
piernas o brazos rotos, había acabado en doble tragedia.
Hassan no quiso contradecirlo, pero
sabía que estaban equivocados.
Tomás y Oliver habían muerto por dos
golpes, que les habían roto la cabeza y el cuello, respectivamente. Eso era
cierto. Pero no había sido por accidente.
Habían sido los fantasmas.
Estaba convencido. Los fantasmas de “La
Casona” se quedaban allí, sin molestar a nadie, quizá asustando un poco a la
gente que pasaba por la calle de noche, con sus lamentos, silbidos y hasta
algún que otro grito. Normalmente era así. Pero cuando los vivos los
molestaban, cuando se acercaban a la casa e incluso entraban en ella, los
fantasmas actuaban de una manera mucho más territorial y violenta.
Escuchó unos pasos que se le acercaban y
notó que alguien se paraba a su lado. Después escuchó el ruido electrónico de
una cámara de fotos.
Se giró, con curiosidad. Si alguien
sacaba fotos a “La Casa Román” tenía que ser un forastero. Y no se equivocaba.
A su lado había un chico joven, de unos
treinta años, de abundante pelo color ceniza, cara larga y delgada, con barba
cuidada y bigote recortado. Iba vestido de manera informal, con playeros y
vaqueros. Llevaba una cámara digital de estilo profesional colgada al cuello,
aunque en ese momento la sostenía en las manos, después de haber hecho unas
fotografías a la casa. Se dio cuenta de que Hassan le miraba y le miró a su
vez, sonriendo francamente.
- Hola, buenas – dijo, con tono
amistoso. – Da un poco de miedo, ¿verdad?
- No lo sabe usted bien.... – murmuró
Hassan.
- ¿Eres del pueblo? – preguntó el
forastero.
Hassan lo volvió a mirar,
valorativamente, antes de animarse a contestar, sin palabras, solamente
asintiendo con lentitud.
- Pues a lo mejor puedes ayudarme.... –
dijo el hombre barbudo y de pelo largo. Metió una mano larga y huesuda en el
bolsillo trasero del pantalón y sacó una cartera muy juvenil, de la que sacó
una acreditación plastificada. Se la tendió a Hassan. – Soy Germán Tremiño
Gutiérrez, trabajo para la revista “Más
allá”. No sé si la conoces....
- La he visto alguna vez en el
quiosco.... – respondió Hassan.
- Bueno, pues estoy haciendo un
reportaje sobre casas encantadas de España, y aunque no me estaba ocupando de
esta zona me han avisado de la revista de que ha ocurrido algo horrible en una
casa de por aquí. Ha sido en ésta, ¿verdad?
Hassan lo miró detenidamente. El tipo
era agradable y simpático, pero no le gustaba la ligereza con la que se tomaba
el tema. Al final, resignado, decidió que no podía obligar a un forastero a
sentir la muerte de los dos chicos.
- Sí, ha sido aquí – respondió al fin,
sin necesidad de preguntarle a qué se refería con “algo horrible”. – En esta
casa.
- A lo mejor podrías ayudarme con el
artículo.... – propuso Germán Tremiño Gutiérrez, sonriendo.
- Yo no quiero salir en su revista –
contestó Hassan, quizá un poco demasiado cortante, pero no le importó mucho.
- Tranquilo, no tienes que aparecer si
no quieres – dijo Germán Tremiño, con educación. – Sólo quiero que me indiques
algunas cosas, hacerte algunas preguntas que a lo mejor tú puedes
contestarme.... – Hassan se encogió de hombros, poniendo los ojos en blanco, y
Germán Tremiño asintió, contento. – Muy bien. Esta casa se llama “el Hogar
Román”, ¿verdad? ¿Pero cómo la llaman en el pueblo? Seguro que tienen algún
mote o nombre que sólo usáis los de por aquí....
- La llamamos “La Casona”, en general,
pero también se la llama “la Casa Román” o “la Casa Rota”.
- Muy bien – dijo Germán Tremiño
Gutiérrez, anotándolo todo muy rápido en una libreta. – ¿Y sabes cuánto tiempo
lleva aquí?
- Exactamente no lo sé, pero más de cien
años. Era de unos marqueses que acabaron muy mal....
- ¿Qué les pasó? – preguntó Germán
Tremiño, sin levantar la vista de la libreta, entusiasmado. A Hassan le repugnó
un poco.
- No lo sé, porque mis padres no quieren
contármelo, dicen que soy pequeño. Pero todos sabemos que fue algo horrible,
con muerte, dolor y todo eso.... – dijo, notando un nudo en la garganta al
terminar de hablar.
- ¿Y qué es lo que ha pasado aquí el otro
día? ¿Lo sabes? – preguntó Germán Tremiño, terminando de escribir la respuesta
anterior a toda prisa.
- Sí lo sé – dijo Hassan: el nudo de su
garganta era mucho más grande y se había apretado. – Dos chicos del pueblo se
murieron aquí. Uno era amigo mío.
Germán Tremiño Gutiérrez levantó la
vista del papel inmediatamente, con la cara inmóvil, los ojos abiertos y la
boca caída. Se dio cuenta entonces de que estaba hablando con un niño todavía
bastante pequeño.
- Perdona chico, joder.... Lo siento,
perdóname, no me he dado cuenta.... No tenía que haberte hecho todas esas
preguntas.... – Germán Tremiño parecía muy apurado, avergonzado, sintiéndolo
realmente. Hassan se reconcilió con él.
- No pasa nada.... – dijo, lloroso.
- Sí que pasa – Germán parecía molesto consigo
mismo. – Estabas aquí delante y claro.... ahora lo entiendo todo....
Se calló y Hassan fijó la vista en “La
Casona”, para no tener que ver cómo le miraba el periodista. Tardó un rato en
volver a hablar.
- Los echas de menos, ¿no? – Hassan
asintió a la pregunta. – Tiene que ser muy duro. Perdona, no te molesto más....
Germán Tremiño Gutiérrez apoyó una mano
en el hombro estrecho de Hassan, antes de cruzar la carretera y detenerse en la
puerta de la verja de la mansión. Tomó otra docena de fotografías, antes de
agacharse y tratar de colarse por el hueco que quedaba entre las dos hojas de
la puerta.
Hassan reaccionó al instante.
- ¡¡¿Qué hace?!! ¡¿A dónde va?! – gritó,
cruzando la carretera y llegando al lado del inconsciente periodista.
- Voy a entrar, para ver si puedo sacar
un par de fotos del interior que valgan para el artículo – dijo Germán Tremiño,
con toda tranquilidad. – Además, puedo ver cómo es la casa y a lo mejor
encuentro rastros de fantasmas y eso....
- No debe entrar ahí – dijo Hassan, asustadísimo.
- Tengo que verla, es mi trabajo. Es una
casa encantada, ¿no? – preguntó Germán Tremiño, sonriendo.
Hassan le miró un instante, con el
rostro desencajado, pensando qué contestarle.
- En realidad no – mintió. No conocía a
aquel extranjero, pero no le hacía ninguna gracia que alguien más entrara en
“La Casona”. – Sólo es un cuento que nos inventamos para contárselo a los
forasteros....
- Entonces, si no está encantada, no pasará
nada porque entre a verla por dentro – dijo Germán Tremiño Gutiérrez,
despreocupado, sonriendo al chaval. Se coló por entre las hojas de la puerta
(era muy delgado) y se levantó al otro lado, en el jardín salvaje y descuidado.
Caminó media docena de pasos y sacó otra foto de la fachada de la casa, desde
otro ángulo. Después caminó despreocupadamente por el jardín, con la hierba por
encima de las rodillas, con la cámara en las manos. Hassan lo veía alejarse
cada vez más nervioso: al cabo de un rato se dio cuenta de que se estaba
mordiendo las uñas frenéticamente.
Germán Tremiño Gutiérrez llegó hasta las
escaleras que subían hasta el porche. Se detuvo un instante y después las
subió, lentamente pero con seguridad. Sacó una foto del porche y después agarró
el picaporte de la puerta. La abrió, dio dos pasos y dejó que se cerrara detrás
de él. Hassan lo vio desparecer detrás de la puerta que se cerraba, como si se
tratara de la losa de una tumba.
* * * * * *
Germán Tremiño Gutiérrez entró en “La
Casona” y se arrepintió al instante. Todo estaba a oscuras y no tenía linterna.
Llevaba una en el coche, pero estaba a tomar por saco, en la plaza del pueblo.
Chistó con los labios, lamentando su
torpeza y caminó por el recibidor de la mansión, haciendo funcionar el flash,
para poder ver por dónde pisaba. Llegó hasta una especie de plaza circular, a
la que daba el recibidor y de la que salían varias puertas y unas escaleras que
ascendían en curva, hacia el primer piso. Hacía cien años habrían sido muy
elegantes, pero ahora sólo eran un montón de tablones desvencijados y a punto
de venirse abajo.
- ¿Aguantarán mi peso? – se preguntó el
periodista, lanzando otro par de fotos, para ver bien las escaleras a la luz
del flash. Anduvo hacia ellas, pensando que sería una pasada poder subir al
piso de arriba, echarle un vistazo y poder asomarse a alguna de las ventanas de
las habitaciones de arriba, para poder saludar al chico que se había quedado en
la calle. Así quizá le animaría.
Subió con cuidado los primeros escalones
y, aunque la madera sonó muy mal, siguió hasta la mitad de la escalera. Se giró
y lanzó un par de fotos hacia abajo, para ver el distribuidor circular desde lo
alto. Después se orientó otra vez hacia arriba, para seguir subiendo. Tiró otro
par de fotos, para ver los peldaños. Cuando llegó al antepenúltimo lanzó el
flash otra vez, para ver el final de la escalera y el pasillo que había más
allá.
Se quedó tenso de repente, del susto.
Había alguien en lo alto de la escalera.
Germán Tremiño Gutiérrez no había podido
ver bien a quienquiera que estaba allí arriba, a escasos centímetros de él,
pero estaba claro que era una silueta perfectamente recortada. Sin embargo, no
tuvo tiempo de volver a encender el flash, para verlo bien.
Notó que alguien le empujaba en el
pecho, notó que perdió pie y notó el golpe contra las escaleras en lo alto de la
espalda, entre los hombros.
Gritó de dolor y de terror.
Pero cuando llegó al final de las
escaleras, con el cuello retorcido, ya no podía gritar nunca más.
* * * * * *
Hassan escuchó gritar de terror al
periodista, desde dentro de la mansión y no pudo evitar gritar él también,
horrorizado.
Notó cómo se le mojaba la entrepierna de
los pantalones y salió corriendo de allí, alejándose de la casa.
Aquella maldita casa.
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