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El despertador ya no sonaba ninguna
mañana, pero él seguía despertándose sobre las siete. Era cierto que no se
levantaba inmediatamente de la cama, pero no podía evitar despertarse tan
temprano, aunque no tenía nada que hacer en todo el día.
Habían sido muchos años madrugando.
Se quedaba en la cama, acostado, mirando
al techo o a veces con los ojos cerrados, pero sin llegar a dormirse de nuevo. Aprovechaba
esos momentos de tranquilidad, sin pensar en nada, sin prisas, disfrutando de
la sensación de estar descansado, tumbado, sin agobios. Escuchaba las canciones
que sonaban en la radio, en una emisora de rock, a la que se había aficionado
desde que se había jubilado.
Cuarto de hora antes de las ocho, más o
menos, se levantaba de la cama. Ya no aguantaba más allí tumbado. Orinaba, se
aseaba y se miraba al espejo, viendo siempre lo mismo. No le disgustaba lo que
veía en el reflejo, pero era cierto que las nuevas hebras blancas del bigote y
las (cada vez más) arrugas de las comisuras de los ojos y de los labios le
hacían notar que hacía mucho tiempo que había dejado de ser joven.
Al margen de esos detallitos, estaba en buena forma, al menos para su edad. Seguía
estando delgado, con una leve panza que no le molestaba para nada. Sus brazos y
piernas delgados dejaban ver unos músculos duros y estirados, que no le hacían
quedar mal. Su sobrino siempre le había dicho que parecían los de Bruce Lee. Él
reía, porque era muy exagerado, pero también se sentía orgulloso del piropo.
Solamente tomaba un café solo, al menos
nada más levantarse. Se vestía, se ponía su sombrero (le costaba quitarse esa
costumbre) y salía a pasear por la ciudad. Aprovechaba un par de largos paseos
o bulevares para caminar por las aceras anchas, sin prisas. Compraba el
periódico y el pan y leía el primero en una cafetería, donde se tomaba un café
con leche, con tostada y zumo. Después, el resto de la mañana, aprovechaba para
hacer la compra, encargarse de algunos recados, limpiar y recoger la casa....
Aquel día, mientras leía el periódico,
se encontró con una noticia que le llamó la atención. Su instinto de agente no
se había apagado al firmar la jubilación.
La noticia hablaba de un periodista
gráfico, que trabajaba para una revista que trataba temas paranormales. El
hombre había muerto el día anterior, en una mansión antigua, que estaba
ruinosa. Al parecer, había habladurías en el pueblo donde estaba que decían que
la mansión estaba encantada, con los fantasmas de los antiguos marqueses que
habían vivido allí. El tono del periodista que había redactado la noticia era
entre cínico y paternalista.
Pero a Justo la noticia le hizo prestar
más atención.
Al parecer el periodista que había
muerto se había caído por las escaleras de la mansión, mientras realizaba
fotografías para un artículo que estaba preparando. Y no era el único que había
muerto en la casa: tenía un largo historial de muertes, todas por accidentes,
la más reciente de hacía sólo cinco días: dos niños del pueblo habían muerto a
la vez, por sendos accidentes que los habían hecho sufrir contusiones y golpes.
Justo se acarició las mejillas bien
afeitadas, tocando con la punta de los dedos los bordes del bigote, pensativo.
Aquella noticia había despertado sus propias paraalarmas.
Se levantó de la silla, dejó el importe
en la barra, se despidió del camarero y salió otra vez a la calle, con la barra
debajo del brazo y el periódico abierto delante de él. Terminó de leer la
noticia (una pequeña columna en la sección de sucesos)
y volvió a releerla, mientras volvía de camino a su casa.
Estaba despegado de la agencia, como
debía ser, aunque la echase de menos, así que no sabía si ya estarían detrás de
aquello, pero le resultaba muy raro que no lo estuvieran. Aquello olía a
fantasmas por los cuatro costa-dos, encima con muertes de por medio.
Llegó a casa, se quitó el sombrero, dejó
el pan en la mesa de la cocina y anduvo hasta la mesita del salón, donde tenía
el teléfono, todo eso sin dejar de mirar el periódico, repasando los detalles
de la noticia.
Quizá se estaba metiendo donde no debía,
o donde ya no pintaba nada, pero su instinto le decía que tenía que interesarse
por aquella historia. Y su instinto no le había fallado en veintiséis años de
servicio a la agencia.
- Jefatura Central de Homicidios, dígame
– le atendió una voz de mujer, un poco monótona.
- Soy Justo Díaz Prieto, agente jubilado
de la agencia, número de dominio 709-K-113 – dijo Justo, de carrerilla, sin
tener que pensarlo. Las viejas costumbres no se olvidaban fácilmente. – Sólo
quería ver si podía hablar con el jefe de operaciones que se encargue de la
misión relativa
a
una mansión encantada....
- ¿Dónde está esa mansión, agente Díaz?
– le dijo la telefonista, y Justo no pudo evitar un ramalazo de orgullo al
volver a oír que alguien se dirigía a él como “agente”. Miró la noticia del
periódico, buscando el nombre del pueblo, y se lo transmitió a la mujer del
otro lado de la línea. – Muy bien, déjeme comprobarlo. Ahora le paso.
Empezó a sonar una musiquilla de espera,
de esas odiosas que no hacen otra cosa que poner nerviosa a la gente que tiene
que esperar. Justo se retiró el auricular de la oreja, antes de ponerse de los
nervios.
Se mordió el labio inferior, pensando.
Tenía que tratar el tema con mucho tacto, dependiendo de quién fuese el jefe de
operaciones que se encargara de aquella investigación. Se llevaba
estupendamente con la mayoría, aún más siendo el famoso Justo Díaz Prieto (fama
que no le gustaba mucho, pero que sabía usar cuando convenía), pero siempre
había habido alguno que era un poco más cretino o más riguroso con las normas.
Alguno de esos no compartirían información reservada de la agencia con un
civil, un agente retirado. También podía ocurrir que el jefe de operaciones
fuese alguien nuevo, alguien que él no conociera (al fin y al cabo, él hacía un
año que había dejado la agencia) y no conseguiría nada de los novatos.
Escuchó un ruido diferente desde el
teléfono, que seguía lejos de su oreja. Se le volvió a acercar y escuchó con
atención.
- ¿Oiga? – decía la mujer.
- Sí, sí, dígame....
- Verá, no hay ninguna investigación en
ninguna mansión en ese pueblo que me ha dicho – fue la desconcertante
respuesta, que dejó a Justo con la boca abierta y sin palabras. – No hay equipo
asignado ni jefe de operaciones, porque como le digo no hay ninguna
investigación en curso.
Justo tardó un par de segundos en
reaccionar.
- Está bien. Muchas gracias.... – dijo
al fin.
- A usted – le contestó la mujer.
Y después colgó.
Justo se quedó pensativo, sujetando
todavía el auricular del teléfono, que emitía los incansables tonos de corte de
la comunicación. Al cabo de un rato colgó el auricular, abstraído.
Aquella situación se le había pasado por
la cabeza pero la había desechado por parecerle inverosímil. ¿Cómo no iba a
estar la agencia investigando un caso tan claro de fantasmas? ¿De fantasmas
agresivos, para más inri?
Pero parecía que era así....
Se dio cuenta entonces de que no debía
haber dejado que la mujer colgara. Con cara decidida volvió a coger el
auricular del teléfono y volvió a marcar el teléfono de contacto de la agencia,
que se sabía de memoria.
Pero esta vez añadió una extensión que
muy pocos agentes sabían. Una extensión que Justo había utilizado solamente una
vez cuando había estado trabajando para la agencia.
- Despacho del general Muriel Maíllo, director
de la Jefatura Central de Homicidios, ¿qué desea? – contestó la voz profesional
de la secretaria del general, una mujer que Justo conocía. Pensó un instante,
para recordar el nombre....
- Luisa, no hace falta que disimules,
soy Justo Díaz –
se
presentó, sonriendo bajo el bigote canoso. La mujer rió al otro lado de la
línea.
- ¡Justo! ¿Cómo te va, hombre?
- Bien, no me puedo quejar – contestó
Justo, con la respuesta mecánica que siempre le salía. En realidad podía
quejarse de varias cosas. – Disfrutando de la vida.
- Qué envidia....
- ¿Puedo hablar con el general? ¿No está
ocupado? – preguntó Justo.
- No, está libre, ahora te paso –
contestó Luisa. – ¿Qué pasa? ¿Quieres hablar de viejas batallitas con el general?
- Algo parecido.... – dijo Justo, sin
comprometerse pero sin mentir del todo.
- Te paso. Cuídate, Justo – le dijo la
mujer.
- Gracias Luisa – contestó éste. La
línea se cortó y dio tono de llamada un par de veces. Después sonó la voz del
general.
- Agente Díaz, qué sorpresa tan
agradable – dijo el general, con voz seria, como siempre, pero con un deje de
cariño. – De veras me alegro de saber de usted. ¿Cómo le va?
- Bien, no me puedo quejar – dijo,
mecánicamente. Después tomó conciencia de con quién estaba hablando y respondió
sinceramente. – Bueno, aburrido. La vida pasa muy lenta....
- No me lo diga dos veces y vuelvo a
meterle en nómina – dijo el general, bromeando, pero como su voz siempre era
seria y severa parecía que hablaba en serio y la propuesta era real.
- No me tiente.... – dijo Justo. Por un
momento lo pensó,
valorándolo seriamente. Si tenía la oportunidad de volver a la agencia, ¿lo
haría? Por un momento sintió que sí, desde luego que sí, pero luego entró en razón,
como siempre, y llegó a la conclusión de que ya había tenido emociones fuertes
y aventuras suficientes para una vida. Con un leve escalofrío recordó la noche
horrible que habían pasado el verano pasado en la comarca de Concejos de Siena.
- Pues si no ha llamado para pedirme su
anterior empleo, ¿para qué se ha puesto en contacto conmigo? – preguntó el
general.
- Verá, sé que no es de mi incumbencia,
ya no soy agente de la agencia....
- Un antiguo agente siempre pertenece a
la ACPEX – se interpuso el general, haciendo que Justo se sintiera orgulloso.
-....pero he leído una noticia que me ha
inquietado. Pensé que quizá lo estuviesen investigando, pero me han dicho que
no es así.
- ¿De qué se trata?
- Ha habido una serie de muertes en una
mansión abandonada – explicó Justo. – Al parecer está encantada. En cosa de
cinco días han muerto tres personas, dos de ellas niños. Creí que la agencia
tendría algo que decir en semejante escenario....
- No me han informado de nada parecido
desde la “Sala de Luces” – dijo el general y en su tono se notó que estaba algo
incómodo. – Supongo que las manifestaciones de fantasmas (si es que las ha
habido) habrán pasado desapercibidas, por tratarse de una mansión encantada que
formará parte de una “nube azul” o incluso la casa al completo será una entera.
No lo estamos investigando, agente Díaz, la verdad es que últimamente estamos
muy ocupados con otro asunto de vital importancia....
- ¡Ah, vaya! No sabía.... – dijo Justo.
- De eso se ha tratado siempre, ¿no es
así, agente Díaz? Los asuntos de la agencia no se saben más allá de estos
muros....
- Supongo que sí.... – dijo Justo, algo
apenado. Después preguntó, curioso – ¿De qué se trata? ¿Una invasión de “encarnados”?
- No puedo decirle mucho, ya le digo que
es importante, pero no se trata de eso.... – dijo el general. – Solamente es
un individuo muy peligroso, a medias entre un ser humano y un ente, que nos
está dando guerra....
Justo sonrió, ligeramente, tras las
palabras del general.
- ¿Qué está haciendo ahora el padre
Beltrán? – dijo, divertido. – Porque se trata de él, ¿no es así?
El general se quedó un momento en
silencio, Justo imaginó que algo perplejo.
- Así es.... – reconoció al final.
- ¿Y qué ha hecho? ¿Ha vuelto a asaltar
una morgue para rematar cadáveres y llevarse las cabezas? – dijo Justo, medio
en broma.
El general suspiró antes de confiarle la
situación a uno de sus mejores agentes.
- Está descontrolado – dijo, con voz
cansada. – Creemos que puede haber perdido la cabeza, o al menos el control de
sus poderes. Parece que hay un “humo”
que él controla o que al menos se manifiesta allí donde él está. No sabemos qué
hace con él, pero puede que haya atacado ya a alguien.
- ¿Están seguros de eso? – se extrañó
Justo. Conocía poco al padre Beltrán (¿había alguien que lo conociese
realmente?) y era verdad que al principio no le había aguantado, pero con el
tiempo y el trato había reconocido en él a un cazador de monstruos y
perseguidor de entes digno de confianza. Le parecía muy raro aquel
comportamiento, incluso para el padre Beltrán....
- No estamos seguros de nada, agente
Díaz – contestó el general – pero lo que sí sabemos es que el padre Beltrán
está muy activo últimamente y un espectro parece seguirle allí donde va. No nos
gusta lo que hemos visto....
- ¿Quiere que vaya para allá? ¿Qué ayude
en lo que pueda? – se ofreció Justo. Estaba agradecido al general por todos los
años que había pasado en la agencia a sus órdenes y estaba muy agradecido al
padre Beltrán por haber salvado el mundo el verano anterior (y quién sabía cuántas
veces más). Quería ayudar. Se sentía en deuda.
- No es necesario, agente Díaz. No
querría sacarle de su retiro si no fuese verdaderamente necesario. Ya está
encargada del asunto la agente Velasco, con su nuevo compañero.
- ¿Marta? – preguntó Justo, sorprendido
y orgulloso. No pudo evitar sonreír, con cariño y respeto. Meneó la cabeza,
nostálgico: sería bonito volver a ver a la joven agente, que se había estrenado
en una investigación de campo con él. – En ese caso iré inmediatamente....
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