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- ¡Vale! ¡Cortamos!
La gente salió de la oscuridad, fuera
del plano, para poner en orden el plató, retocar el maquillaje del presentador
y hacer algunos ajustes.
- ¿Se ha escuchado bien eso último? –
preguntaba Iker Jiménez a su ayudante de dirección. – No sé si con el ruido de
los papeles se ha entendido bien....
- Se ha grabado estupendamente, no te
preocupes – le contestó. – Además, luego en la edición se puede resaltar más el
sonido de la conexión telefónica que el sonido ambiente.
Iker Jiménez no parecía muy convencido.
- Y si no luego lo grabas sólo en audio
y lo montamos con imágenes de archivo, de castillos y ruinas medievales de toda
España. Tenemos de sobra....
- Vale – aquella solución pareció
gustarle al presentador y director del programa. – Luego lo revisamos y si no
me convence el sonido hacemos eso.
- ¿Seguimos grabando? Qué viene
ahora....
- Lo del santón ése que persigue
monstruos – dijo Iker Jiménez. – Si los de iluminación han arreglado eso por mí
seguimos....
- Espera – el ayudante de dirección se
sacó un walkie-talkie del cinturón y
se lo llevó a la boca. – Pepe, ¿me oyes?
- Sí,
te oigo. ¿Qué pasa?
- Lo de los focos, ¿estáis en ello? Si
va para largo paramos....
- No,
está hecho. Dame dos minutos y podéis seguir grabando....
- Dame el aviso cuando lo tengas seguro.
- Vale.
- Has oído, ¿no?
- Sí – dijo Iker Jiménez. – Entonces que
no se mueva nadie. Que los de los vídeos lo tengan todo preparado para los
fondos. Traedme el material para lo de ahora.
- ¿Cómo vas a entrar?
- Bajo desde las escaleras y acabo aquí
en la mesa – dijo Iker Jiménez, señalando. – Que esté todo preparado aquí, las
cartas, las fotos y lo demás. Así lo voy manejando y enseñando.
- Vale, dalo por hecho.
El ayudante de dirección se fue para que
todo estuviese preparado. Las cámaras y las grúas se movieron, para poder
grabar la nueva secuencia desde donde el director quería. Iker Jiménez dirigió
a los operarios de cámara para indicarles cómo quería las tomas.
- Iker, lo de iluminación está. Cuando
digas.
- Vamos a ello.
Todo el ajetreo que llenaba el plató se
fue calmando. Iker Jiménez se situó fuera de plano; los operarios de cámara se
situaron detrás de ellas, para manejarlas; los de iluminación se concentraron
en los juegos de luces que debían proyectar.
- ¿Todo listo? – preguntó el
presentador.
- Todo bien, Iker, cuando quieras.
- Bien. ¡Atentos! ¡Grabando en cinco,
cuatro, tres....!
Se calló, contando mentalmente los
últimos segundos, igual que el resto del equipo. Cuando llegó al final de la
cuenta atrás, observó por el rabillo del ojo que las luces rojas de las cámaras
se habían encendido, aunque él estaba mirando hacia el suelo.
Respiró hondo antes de empezar a hablar
y de echar a andar hacia el plató, la imagen que estaban captando las cámaras. Empezó
a bajar las escaleras, mientras una grúa le seguía en su descenso, lentamente y
bien enfocado.
- Continuamos con nuestro programa. Hoy
hemos hablado de fantasmas, de espíritus ocultos en objetos cotidianos y hemos
repasado esas pistas que las civilizaciones antiguas parecieron dejarnos para
enfrentarnos a problemas actuales que ellos no tenían – recitó mientras bajaba.
– Ahora, para terminar, pasamos a otra historia, a otro tema que nos ocupa. Queremos
terminar el programa con una historia inusual, una historia extraña, sobre un
personaje inusual y extraño. Nuestros espectadores ya conocen la larga lista de
colaboradores que vienen regularmente a este programa, para compartir con
nosotros sus conocimientos o su experiencia. Podríamos decir que son nuestro propio
equipo de cazadores de mitos, de leyendas, cazadores de fantasmas y de
historias sobrenaturales.
La cámara de la grúa le siguió hasta el
suelo mientras otras tres cámaras tomaron diferentes planos del plató, en
movimiento. Hubo una que hizo un pase picado, bajando desde la izquierda,
pasando por delante de la escalera metálica de caracol por la que bajaba Iker
Jiménez. Otra salió desde el lado izquierdo, hacia la derecha, ascendiendo para
acabar en un contrapicado. Hubo otra que se mantuvo inmóvil, apuntando hacia el
final de la escalera por el que aparecería el director y presentador.
Iker Jiménez llegó al suelo, saliendo de
la semipenumbra que había ordenado, caminando con tranquilidad hacia la amplia
mesa que había en el centro del plató. Iba mirando a cámara, con mirada intensa,
mientras seguía hablando.
- Pero hoy queremos hablarles de una
leyenda que corre por nuestro país. La leyenda de otro cazador, pero esta vez
real. Un hombre que se dedica, según las fuentes que hemos consultado, a cazar
monstruos. A perseguir a las criaturas sobrenaturales de las que les hablamos
aquí cada día. Las persigue y las destruye, o al menos eso es lo que él trata
de hacer. Tenemos diversas pruebas, fotografías y documentos de este hombre, al
parecer un antiguo sacerdote, que ahora se dedica a luchar contra el mal, pero
de una forma mucho menos espiritual y mucho más directa. Los que creen saber su
nombre le llaman Beltrán, el padre Beltrán, aunque hay muchos otros que han
compartido momentos de tensión con él y no pueden asegurarnos que tenga un
nombre como lo tenemos los demás. Hoy vamos a hablarles del padre Beltrán, el
último cazador de monstruos.
* * * * * *
- Buen trabajo, Iker – le dijo un
técnico de sonido por el pasillo.
- Gracias – dijo, sincero, aunque no le
conocía personalmente. Era una situación curiosa a la que no acababa de
acostumbrarse: todo el mundo le conocía a él, pero él no conocía a todo el
personal que trabajaba en aquellos platós. A sus colaboradores directos desde
luego que sí, pero había técnicos de sonido, de iluminación, de cámara y vídeo,
que trabajaban indistintamente en un plató o en otro: a esos no les reconocía.
Pero ellos a él sí, y le trataban como si fuesen colegas de toda la vida.
Quería llegar a su camerino, para
cambiarse e irse ya a casa. Aquel día había sido duro, había habido problemas
con la iluminación durante un par de segmentos del programa, que habían hecho
que todo se retrasase.
Salvo el último. El del cazador de
monstruos había salido bien a la primera: el problema con las luces y los focos
se había arreglado y había salido todo perfecto.
Menudo tema.... Las pruebas estaban ahí
y eran totalmente ciertas, allí no se inventaban nada, él era muy riguroso con
eso. Trataban temas que la mayor parte de la gente se tomaba a broma, así que
ellos eran los primeros que debían tomárselos muy en serio.
Y aquel tema estaba fundamentado en
pruebas y bien documentado. Pero era de locos. Aquel tipo aparecía y
desaparecía del mapa cada dos por tres. Cometía asesinatos o cazaba animales que
después desaparecían, sin dejar rastro. Aparecía en lugares en los que se
provocaban matanzas o en las que sucedían eventos extraños, que normalmente se
solucionaban cuando él aparecía.
Iker Jiménez no podía hacer caso omiso
de las pruebas, pero aquel tipo, aquel cura que se llamaba Beltrán, le parecía
más un loco que otra cosa. Una cosa era creer en los fantasmas o en las
criaturas paranormales, y otra muy distinta era “cazarlos”. Iker Jiménez creía
que aquella vez habían “patinado” y habían hablado de un demente.
Entró en su camerino, encendió la luz y
se quitó la americana,
colgándola en el perchero que había detrás de la puerta.
La americana acabó en el suelo.
Allí, en medio del camerino, había un
hombre alto y delgado, con sombrero, vestido completamente de negro, con el
pelo largo y plateado y gafas redondas y pequeñas, de sol.
Aquel tipo se parecía mucho al fulano
del que acababa de hablar en su programa.
Iker Jiménez se quedó sin habla. Sintió
miedo y admiración al mismo tiempo. Sintió ganas de correr y de sentarse a
hablar con aquella aparición, todo a la vez.
Al final no hizo nada de eso. Se quedó
paralizado delante del anciano de negro (que era cura, porque llevaba
alzacuello en la camisa negra), sin poder hacer o decir nada. No podía verle
los ojos, pues los llevaba tapados con las gafitas redondas (que le recordaron
a las de John Lennon) pero podría jurar que la mirada del anciano era terrible.
- ¿Tú eres ése que habla del más allá? –
dijo de repente el anciano, con una voz cascada y descarnada. Iker Jiménez
pensó inmediatamente en cuervos. – ¿Ése que habla sobre fantasmas, espíritus,
entes, lugares de tránsito y criaturas del abismo? ¿Tú eres ese creyente que no
tiene miedo a decir la verdad?
Iker Jiménez tardó un rato en darse
cuenta de que las preguntas del anciano eran, al fin y al cabo, halagos
dirigidos a él. Tragó saliva, trató de hablar, no le salieron las palabras,
volvió a tragar saliva, se lo pensó mejor, tragó saliva por enésima vez y
después dijo, con voz débil y algo ronca.
- Sí, creo que se refiere a mí.... –
estaba asustadísimo, pero
también sufrió un ataque de modestia.
- Entonces necesito su ayuda.... – dijo
el anciano.
- ¿Mi ayuda? – se sorprendió Iker
Jiménez.
- Usted sabe sobre fantasmas – replicó
el anciano vestido de negro. – Sabe cómo contactar con ellos. Sabe qué lugares
son los adecuados para hacerlo....
- Bueno, sí, hemos hablado sobre esas
cosas, pero nunca lo he hecho personalmente.... – se excusó Iker Jiménez.
- Yo sé hacerlo. No se preocupe por eso
– contestó el anciano. – Lo que quiero es saber cuál es el lugar más cercano
donde puedo contactar con los espíritus, con unos muy concretos. Especialmente
con uno que me sigue últimamente allá donde voy, aunque no sé cuál es. ¿Me
entiende?
Iker Jiménez asintió.
- Quiere usted hacer una ouija a
ciegas....
El anciano meditó la respuesta unos
instantes. Durante unos segundos pareció que fuese a sonreír, pero si Iker
Jiménez lo hubiese conocido bien habría sabido que aquella posibilidad era muy
remota.
El padre Beltrán no sonreía.
- Quiero hacer la ouija más certera de
la historia – acabó diciendo, con tono definitivo. – Y por mi propio bien
espero que salga bien....
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