miércoles, 22 de abril de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 13


- 7 + 13 -
  
Sergio volvió a los coches, caminando con tranquilidad, cruzando la calle y deteniéndose al lado de la ventanilla del acompañante del R-11 de Justo. Detrás, en su coche, Gustavo y Marta le escucharon con sus ventanillas bajadas.
- Cierran a las ocho – dijo el chico. – A esa hora me han dicho que queda ya poca gente. Pero tendrá que entrar antes de las ocho menos cuarto: después de esa hora no dejan entrar a nadie.
- Entraré ahora, para no esperar hasta el límite – contestó el padre Beltrán, que estaba sentado en la parte trasera del R-11, al lado de Victoria.
Después de la ouija en la provincia de Zamora, habían viajado todos hacia Asturias, cruzando las montañas. Habían seguido al padre Beltrán (que había hecho todo el viaje a lomos de la moto) hasta un pequeño pueblo del interior de la comunidad. A las afueras del pueblo, a unos tres kilómetros, había un pequeño zoo de animales enanos. Allí era donde el padre Beltrán quería ir a ver al Pandog.
Atticus, que había viajado en el coche con Marta y Gustavo, les explicó que el Pandog era una criatura extraña, un “encarnado” que había viajado a través de varios universos para acabar en el nuestro. Era un exiliado de la familia real de su mundo, probablemente el único superviviente de un golpe de estado. Sobrevivía en la Tierra gracias a su aspecto entrañable y adorable, pero en realidad era una bestia peligrosa. Su parecido con un oso panda le permitía esconderse a plena vista y que la gente pensara que era pacífico, escondiendo su verdadera naturaleza.
Atticus, por su parte, había sobrevivido de milagro. Explicó a todos, a los pies de la colina, antes de emprender el viaje a Asturias, que había sido atacado por un fantasma, que lo había seguido y acechado desde que había salido del bar. Cuando sufrió el ataque se defendió como pudo, tratando de usar todos los trucos de Guinedeo que le quedaban, sin saber que acabaría usando los poderes de teletransporte que él creía agotados. Acabó saltando de universo en universo, dejando atrás al fantasma (y su lápiz), que no podía seguirle. Fue un evento extraño, ya que él no pudo detenerse en ninguno de los universos a los que saltó, simplemente rebotó de uno a otro, sin detenerse. No podía viajar a otros universos, en sentido estricto, pero al parecer sus poderes todavía le permitían recorrerlos casi todos. Había estado saltando durante días, en términos humanos, pero en términos universales habían pasado semanas. Por eso estaba demacrado, cansado y agotado.
El padre Beltrán salió del R-11 del veterano agente y se quedó de pie a su lado. Se caló bien el sombrero, mirando a la entrada del pequeño zoológico. Todos tenían miedo de que alguien pudiese reconocerle: habían oído por la radio la noticia de su fuga de la cárcel y todos estaban convencidos de que la noticia habría salido en periódicos, en la televisión y en internet, quizá incluso con alguna foto. Era peligroso andar por ahí, pero el padre Beltrán había insistido en ir hasta allí para ver al Pandog. Atticus, que era el único que sabía quién era el Pandog y lo que podían sacar en claro de él, estuvo de acuerdo con el padre Beltrán y no le contradijo.
Atticus se reunió con el padre Beltrán al lado del R-11 y todos los demás también salieron de los coches, para escuchar a los dos “hombres”.
- He pasado varias veces por el mundo de los espíritus durante mis saltos – empezó a decir Atticus y si su audiencia hubiese sido otra habrían puesto caras y muecas, mirándole con caras raras, pero ninguno de los presentes se inmutó – y he visto que hay revuelo allí arriba. No es un universo como los demás, ya lo sabemos, pero hay alboroto. Hay cierta tensión, incluso pude ver chispas eléctricas que estallaban aquí y allá. Si son siete fantasmas....
- Eso me dijeron – dijo el padre Beltrán, definitivo. No tenía motivos para no creer al espíritu con el que había hablado en lo alto de la colina.
- Entonces es normal que todo se haya alborotado allí – terminó Atticus. – Ha cabreado a alguien del más allá....
- A mucha gente – respondió el padre Beltrán. Cualquier otro hubiese hecho una broma con aquel comentario, pero el padre Beltrán estaba muy serio.
- ¿Qué es todo eso de los siete fantasmas? – preguntó Marta.
- Luego se lo explicaré – dijo el padre Beltrán. Seguía mirando la puerta del zoo. – Ahora tengo que averiguar bien todo para saber a quién me enfrento....
Echó a andar, acompañado por Atticus. Marta, Justo, Gustavo, Sergio y Victoria se miraron, preocupados. El veterano agente asintió, y los más jóvenes fueron tras ellos.
- Yo también voy – dijo Marta, dirigiéndose a Gustavo. Le había apoyado una mano en el antebrazo, delicadamente, pero el hombre no hizo amago de haberlo notado. Simplemente asintió.
Marta se fue detrás de Sergio y Victoria, que a su vez alcanzaban al padre Beltrán y a Atticus. Justo y Gustavo se quedaron al lado de los coches, mirándolos.
El extraño grupo llegó hasta la entrada, se detuvo en la taquilla y sacó cinco entradas. Marta se encargó de pagarlas, mientras los demás entraban, sin detenerse mucho: no querían llamar la atención más de lo inevitable. El grupo, unido, recorrió los estrechos caminos de cemento del zoo, rodeados de vegetación y de trinos de pájaros.
- Sería un sitio bonito para venir a verlo, si no fuera por el lío en el que estamos.... – le dijo Sergio a Victoria, agarrándola de la cintura. La chica asintió, mirando una gran jaula llena de mariposas por la que pasaron.
Atticus y el padre Beltrán los guiaron por los caminos del zoo hasta llegar a un foso lleno de animales pequeños, todos mamíferos y herbívoros, de buen temperamento. Entre ellos había un pequeño panda, rechoncho, andando a cuatro patas, con las patas delanteras, las traseras y un anillo alrededor de los hombros de color negro, y el resto del cuerpo blanco. Tenía el hocico chato, círculos negros alrededor de los ojos y las orejas negras en punta, como las de un pastor alemán. Era una mezcla extraña entre oso panda y perro, sin ser ninguno de los dos.
- ¿Eso es el Pandog? – preguntó Sergio, apoyándose en la valla que delimitaba el foso, que tenía forma de riñón. El chico no hubiese pensado, a pesar de que sabía que existían los corpóreos y los monstruos, que aquella criatura era un ser del más allá.
- ¿Esa cosa tan mona? – dijo Marta, con cara tierna.
- Ése es el Pandog – dijo el padre Beltrán, señalando al extraño oso panda. – Y no se confunda, agente Velasco: puede parecer adorable, pero no lo es.
- No se preocupe, no iba a cometer el error de querer acariciarlo.... – bromeó Marta. Llevaba un año como investigadora de campo y había aprendido a ser cautelosa.
Los cinco se acodaron en el tubo horizontal que hacía las veces de valla en el perímetro del foso y esperaron a que el Pandog se acercara a ellos, en una de sus múltiples vueltas por el recinto.
- Hola, Crunt – dijo el padre Beltrán cuando la criatura estuvo delante de ellos, caminando con cierta gracia y mascando un puñado de bambú. La criatura se detuvo, giró la cabeza sin dejar de mascar y miró atentamente a los humanos. Movió todo el cuerpo para tenerlos de frente y después se aseguró de que nadie más los escuchaba.
- Krast, prast, pender, hender lo – dijo, en un idioma extrañísimo y con una voz gruñona. Sergio, Victoria y Marta se quedaron asombradísimos.
- Parece que está un poco cabreado.... – dijo Atticus, que dominaba bastante bien el idioma en el que hablaba el Pandog y había hecho una traducción simultánea.
- ¿Qué ha dicho?
- Mejor no le traduzco – dijo Atticus, con voz bromista. – ¿Qué quiere que le diga?
El padre Beltrán se lo pensó, sin quitar los ojos del Pandog. Éste tampoco le quitaba la vista de encima y sólo se movía para seguir mascando el bambú.
- Dile que sé que hay espectros que andan detrás de mí, que quieren mi perdición y mi muerte – dijo el padre Beltrán al fin, con la voz cascada llena de dureza. – Dile que quiero saber quiénes son, antes de acabar con ellos....
Atticus se volvió al Pandog y empezó a hablar en aquel idioma tan brusco y raro, con fluidez. No había casi nadie por allí cerca, el zoo se estaba vaciando, así que no hubo quién le escuchase hablar tan raro. Marta lo agradeció, porque querían pasar desapercibidos.
Después del discurso de Atticus el Pandog rumió la respuesta unos segundos y contestó inmediatamente.
- ¡¡Hrag, jerdet, guliar, pret pret!! Kler, gaserdot iluriam, jrat, jrot, mird.
- Parece enfadado.... – comentó Sergio, asombrado.
- Está enfadado.... – dijo Atticus y luego se enzarzó en una conversación rápida, en la que se intercambiaron frases cortas y sonidos roncos y guturales.
- ¿Seguro que están hablando? – preguntó Victoria, sin dejar de mirar al Pandog pero inclinándose hacia el padre Beltrán. – ¿De verdad no se están gruñendo sin más?
- Aunque parezca mentira están hablando.... – dijo el padre Beltrán.
- ¿En qué idioma? – se sorprendió Sergio, sin encontrar algo lógico en todo aquel galimatías.
- Es una lengua arcaica, muy compleja – explicó el padre Beltrán. – Yo sólo entiendo una palabra de cada veinte, a pesar de que hablo lyrdeno con soltura, que es considerado uno de los idiomas más difíciles del multiverso....
La “conversación” entre Atticus y el Pandog se acabó y el ente con aspecto de hombre bajito y normal se volvió a sus compañeros.
- Está muy cabreado – dijo, de entrada. – Al parecer ha habido muchos entes que han venido a hablar con él, asustados. No sé a qué se refiere, pero ha hablado de un “impulso” o algo así.... Los entes que viven en nuestro universo están asustados y todos querían salir por patas de aquí. Además, dice que usted ha revolucionado el mundo de los espíritus y que apenas puede dormir por ello....
- ¿Yo? – se sorprendió el padre Beltrán, alzando las cejas canosas.
- Al menos de forma indirecta – Atticus se encogió de hombros. – Algunos espíritus andan detrás de usted y han revuelto todo su mundo.
- Algunos no. Siete – dijo el padre Beltrán, cortante. – Quiero saber quiénes son....
Atticus se encogió de hombros e hizo una mueca con la cara, como declinando cualquier responsabilidad. El Pandog sólo contestaba lo que quería.
Un par de guardas del parque caminaban alrededor del foso, en su ronda habitual, quizá. No iban a por ellos, pero si pasaban a su lado escucharían al Pandog o a Atticus hablando.
- Vamos – le dijo Victoria a Marta, dándole un toque en el brazo. Las dos chicas se separaron de la valla y caminaron hacia los guardas, alcanzándolos hacia la mitad del foso, lejos todavía de los demás. Entablaron conversación con ellos, les entretuvieron y les hicieron mirar hacia otro lado. Sergio no perdió de vista a Victoria y cuando vio cómo manejaba a uno de los dos hombres (Marta se encargó del otro y lo hizo con soltura, con mucha sonrisa y mucho meneo de su cabellera rubia) no pudo evitar sonreír. Los tíos eran muy tontos y su novia muy lista.
- ¡¡Dart, germ, parf, parf, mundast!! ¡¡Grumpf!! – decía en ese momento el Pandog.
- ¿Qué dice? – preguntó el padre Beltrán.
- Sabe qué fantasmas han sido los que han preparado todo este lío, los que se han unido para ir a por usted – dijo Atticus, con cara preocupada. – Pero dice que sólo le contará todo si viene con nosotros.
- ¿Venir con nosotros?
- No lo sé, no lo he entendido correctamente, pero creo que tiene una cuenta pendiente con alguno de esos espíritus – dijo Atticus, meneando la cabeza. – Quiere ir con usted para poder enfrentarse a ellos y sacárselos de la cabeza.
El padre Beltrán se volvió a Sergio, en una muda consulta. Sergio hizo una mueca cómica con la cara y se encogió de hombros exageradamente. El anciano se volvió hacia Atticus.
- De acuerdo – asintió.
El Pandog pegó un brinco, con sus cortas patas, sin coger carrerilla, y salvó la distancia que lo separaba de los humanos, saltando por encima de la valla y aterrizando en brazos del padre Beltrán, que lo recibió con sorpresa.
- Hay que pirarse.... – dijo Sergio, poniéndose delante del padre Beltrán, tratando de tapar al Pandog.
- Vámonos de aquí – secundó Atticus, encabezando la marcha. El padre Beltrán trató de ocultar al Pandog mientras caminaba.
- ¡Eh! ¡¡Oiga!! – escucharon una voz autoritaria. Sergio se volvió, un poco acobardado. Atticus miró con el rabillo del ojo (que se habían puesto amarillos) y siguió andando. El padre Beltrán no se inmutó, imperturbable. – ¡¡Usted!! ¡¡Deténgase!! ¡¡No se puede sacar a los animales de sus recintos!!
Uno de los guardias que había estado hasta entonces entretenido con Victoria y Marta, había visto algo raro en el padre Beltrán y los otros. Se separó de las chicas, mirando con cara enfadada al sacerdote de negro. Su compañero lo siguió, de camino hacia los “ladrones”.
- Vrinden.... – dijo el padre Beltrán.
No había podido sujetar al Pandog. Se revolvió entre sus brazos y saltó al suelo, con una estampa muy cómica: era una bola de pelo con cuatro patitas muy cortas. Cayó al suelo y corrió con una velocidad asombrosa, que nadie podía haber imaginado al verle. Llegó hasta los guardias en un santiamén y saltó sobre ellos, con agilidad.
Cayó sobre el que estaba en cabeza, abriendo la boca y mostrando unos pequeños pero afilados colmillos. Le mordió la nariz y se quedó allí colgado, mientras el guardia se sacudía para tratar de sacárselo de encima. El otro guardia, asombrado y superado por las circunstancias, sacó una pequeña porra y trató de golpear al pequeño animal rabioso.
El Pandog se soltó, cayendo al suelo, aterrizando sin equilibrio, rodando sobre sí mismo: volvió a parecer un animalito muy adorable y dulce, un peluche, pero enseguida volvió a convertirse en una bola de pelo demente, rabiosa y muy violenta. Olvidó al guardia al que había mordido (y que tenía media cara y el pecho lleno de sangre) y saltó hacia el otro, el que sostenía la porra y había acabado golpeando en el pecho a su compañero, cuando el Pandog había saltado al suelo.
La criatura mordió la muñeca del guardia, obligándole a soltar la porra, que repiqueteó en el suelo. Soltó la muñeca del guardia, que sangraba mucho y le mordió en un tobillo, haciendo que el hombre levantara la pierna, perdiera el equilibrio y acabara cayendo al suelo de culo.
El Pandog saltó al suelo antes de caer con el guardia, trotó de nuevo hacia el padre Beltrán, saltó de nuevo a sus brazos y después ladró una orden.
- ¡¡Ghruyant!!
- Vámonos – tradujo Atticus.
Los humanos reaccionaron por fin y salieron de allí a toda velocidad, dejando atrás a los guardias heridos y sangrantes.
Salieron del zoo, cruzando la carretera, llegando hasta donde estaban los coches. Justo y Gustavo esperaban apoyados en el costado del Seat, acompañados por otro hombre joven.
- ¡¡Marta!! – saludó Daniel Galván Alija, contento al ver a su amiga y algo sorprendido al verla aparecer corriendo desde dentro del zoo. – ¿Qué tal?
- Ahora no es el mejor momento para hablar.... – le dijo Marta, aunque le dedicó un segundo para darle un abrazo.
- ¿Qué....?
- Agente Galván – le llamó el padre Beltrán y Daniel se volvió hacia él con respeto. – ¿Ha traído todo lo que le pedí?
- Sí señor – contestó el técnico de la “Sala de Luces”. – Acabo de llegar, me ha acercado un equipo de campo que tenía una misión en el norte....
- No hay tiempo para hablar – le dijo el sacerdote de negro. – Cuéntenoslo por el camino.
El padre Beltrán montó en la moto, con el Pandog en el regazo, y arrancó con un rugido. Derrapó sobre el asfalto y salió de allí a toda velocidad. Sergio y Victoria montaron con Justo en el R-11 y salieron detrás del sacerdote. Atticus empujó a Daniel dentro del Seat León y se metió tras él. Gustavo lo condujo con prisa detrás de los demás.

* * * * * *

Cerca de media hora después, todos se reunieron en un pequeño bosquecillo, cerca de la carretera. Dejaron los coches y la moto en un mirador al lado de la carretera y se escondieron entre los árboles, a unos pocos metros de marcha. Daniel saludó entonces con más detenimiento a sus compañeros de la agencia y al padre Beltrán y fue presentado a Sergio, Victoria y Atticus. El Pandog hizo caso omiso de los humanos y paseó por el suelo.
- ¿Qué ha pasado en el zoo? – preguntó Justo, que como se había quedado fuera con Gustavo no sabía nada.
- Hemos ido a ver al Pandog – señaló el padre Beltrán. La criatura estaba en el suelo, mirándolos con un aire de inocencia. Ninguno le veía ya como un panda de peluche. – Él tiene poderes para saber qué fantasmas son los que me buscan.
- ¿Son varios? – preguntó Sergio.
- Son siete, como ya averigüé yo – respondió el padre Beltrán. – Cuando siete espíritus se unen es porque están buscando venganza. El siete es un número muy poderoso en el mundo de los fantasmas.
- ¿Y están buscando venganza contra usted? – preguntó Marta. – ¿Quiénes pueden ser?
- Pueden ser muchas personas, demonios o criaturas – dijo el padre Beltrán. – He enviado de vuelta a sus universos a muchos entes, pero todavía he matado a muchos más. Muchos podrían ser los que quieran venganza.
- Y una vez sepa quiénes son, ¿qué podemos hacer? – preguntó Sergio.
El padre Beltrán esperó un rato antes de contestar. Se había sentido agradecido y conmovido por el plural del verbo "poder", pero no lo exteriorizó.
- Deberíamos buscar un lugar adecuado en el que poder enfrentarnos a ellos – contestó. – Un sitio en el que no puedan esconderse, donde haya mucha fuerza ectoplásmica latente y podamos hacerlos salir. Después nos enfrentaremos a ellos con armas adecuadas contra los fantasmas.
- ¿Quiere que le pregunte quiénes son? – preguntó Atticus, que estaba un poco apartado, apoyado en un árbol. Tenía un Chupa-chups de los de Gustavo entre los dientes.
- Sí.
Atticus habló desde el árbol y el Pandog miró a todos los presentes, antes de hablar. Enumeró luego a siete fantasmas, con lentitud, sin dejar de mirar fijamente al padre Beltrán.
- Según él, son los fantasmas de un tal Andrés García Aragón, fray Guillermo, Bundy, Gabriela Domingues, el coronel Carvajal, Jonás y los manda un tal Bruno Guijarro Teso.
Todos se quedaron en silencio. Todos conocían al menos a unos cuantos de la lista. Todos eran gente que había muerto o bien a manos del padre Beltrán o bien por causas ajenas a él, pero habiendo intercedido en sus planes.
- Vaya movida.... – dijo Sergio.
- ¿Bruno Guijarro? ¿Otra vez? – preguntó Victoria, asustada y sorprendida.
- Da igual quiénes sean – dijo el padre Beltrán. Parecía sereno, aunque en realidad estaba preocupado. – Podemos vencerles si nos enfrentamos a ellos en el lugar adecuado.
- ¿Cómo tiene que ser ese sitio? – preguntó Gustavo.
- Puede ser cualquier sitio, en realidad – explicó el padre Beltrán. – Lo único que necesitamos es que los fantasmas sientan la necesidad de mostrarse, de aparecerse. Un cementerio de trágica historia, un castillo antiguo, una casa encantada.... Esos lugares pueden valer, pero también otros menos lúgubres en los que los fantasmas se manifiesten.
Justo abrió mucho los ojos cuando el padre Beltrán nombró la “casa encantada”.
- Creo que conozco el lugar adecuado....
El padre Beltrán lo miró con interés.
- ¿Sabe cómo ir, agente Díaz?
- Creo que sí.
- Guíenos.



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