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Sergio volvió a los coches, caminando
con tranquilidad, cruzando la calle y deteniéndose al lado de la ventanilla
del acompañante del R-11 de Justo. Detrás, en su coche, Gustavo y Marta le
escucharon con sus ventanillas bajadas.
- Cierran a las ocho – dijo el chico. –
A esa hora me han dicho que queda ya poca gente. Pero tendrá que entrar antes
de las ocho menos cuarto: después de esa hora no dejan entrar a nadie.
- Entraré ahora, para no esperar hasta el
límite – contestó el padre Beltrán, que estaba sentado en la parte trasera del
R-11, al lado de Victoria.
Después de la ouija en la provincia de
Zamora, habían viajado todos hacia Asturias, cruzando las montañas. Habían
seguido al padre Beltrán (que había hecho todo el viaje a lomos de la moto)
hasta un pequeño pueblo del interior de la comunidad. A las afueras del pueblo,
a unos tres kilómetros, había un pequeño zoo de animales enanos. Allí era donde
el padre Beltrán quería ir a ver al Pandog.
Atticus, que había viajado en el coche
con Marta y Gustavo, les explicó que el Pandog
era una criatura extraña, un “encarnado” que había viajado a través de varios
universos para acabar en el nuestro. Era un exiliado de la familia real de su
mundo, probablemente el único superviviente de un golpe de estado. Sobrevivía
en la Tierra gracias a su aspecto entrañable y adorable, pero en realidad era
una bestia peligrosa. Su parecido con un oso panda le permitía esconderse a
plena vista y que la gente pensara que era pacífico, escondiendo su verdadera
naturaleza.
Atticus, por su parte, había sobrevivido
de milagro. Explicó a todos, a los pies de la colina, antes de emprender el
viaje a Asturias, que había sido atacado por un fantasma, que lo había seguido
y acechado desde que había salido del bar. Cuando sufrió el ataque se defendió
como pudo, tratando de usar todos los trucos de Guinedeo que le quedaban, sin saber que acabaría usando los poderes
de teletransporte que él creía agotados. Acabó saltando de universo en
universo, dejando atrás al fantasma (y su lápiz), que no podía seguirle. Fue un
evento extraño, ya que él no pudo detenerse en ninguno de los universos a los
que saltó, simplemente rebotó de uno a otro, sin detenerse. No podía viajar a
otros universos, en sentido estricto, pero al parecer sus poderes todavía le
permitían recorrerlos casi todos. Había estado saltando durante días, en términos
humanos, pero en términos universales habían pasado semanas. Por eso estaba
demacrado, cansado y agotado.
El padre Beltrán salió del R-11 del
veterano agente y se quedó de pie a su lado. Se caló bien el sombrero, mirando
a la entrada del pequeño zoológico. Todos tenían miedo de que alguien pudiese
reconocerle: habían oído por la radio la noticia de su fuga de la cárcel y
todos estaban convencidos de que la noticia habría salido en periódicos, en la
televisión y en internet, quizá incluso con alguna foto. Era peligroso andar
por ahí, pero el padre Beltrán había insistido en ir hasta allí para ver al Pandog. Atticus, que era el único que
sabía quién era el Pandog y lo que
podían sacar en claro de él, estuvo de acuerdo con el padre Beltrán y no le
contradijo.
Atticus se reunió con el padre Beltrán
al lado del R-11 y todos los demás también salieron de los coches, para
escuchar a los dos “hombres”.
- He pasado varias veces por el mundo de
los espíritus durante mis saltos – empezó a decir Atticus y si su audiencia
hubiese sido otra habrían puesto caras y muecas, mirándole con caras raras,
pero ninguno de los presentes se inmutó – y he visto que hay revuelo allí
arriba. No es un universo como los demás, ya lo sabemos, pero hay alboroto. Hay
cierta tensión, incluso pude ver chispas eléctricas que estallaban aquí y allá.
Si son siete fantasmas....
- Eso me dijeron – dijo el padre
Beltrán, definitivo. No tenía motivos para no creer al espíritu con el que
había hablado en lo alto de la colina.
- Entonces es normal que todo se haya
alborotado allí – terminó Atticus. – Ha cabreado a alguien del más allá....
- A mucha gente – respondió el padre
Beltrán. Cualquier otro hubiese hecho una broma con aquel comentario, pero el
padre Beltrán estaba muy serio.
- ¿Qué es todo eso de los siete
fantasmas? – preguntó Marta.
- Luego se lo explicaré – dijo el padre
Beltrán. Seguía mirando la puerta del zoo. – Ahora tengo que averiguar bien
todo para saber a quién me enfrento....
Echó a andar, acompañado por Atticus.
Marta, Justo, Gustavo, Sergio y Victoria se miraron, preocupados. El veterano
agente asintió, y los más jóvenes fueron tras ellos.
- Yo también voy – dijo Marta,
dirigiéndose a Gustavo.
Le había apoyado una mano en el antebrazo, delicadamente, pero el hombre no
hizo amago de haberlo notado. Simplemente asintió.
Marta se fue detrás de Sergio y
Victoria, que a su vez alcanzaban al padre Beltrán y a Atticus. Justo y Gustavo
se quedaron al lado de los coches, mirándolos.
El extraño grupo llegó hasta la entrada,
se detuvo en la taquilla y sacó cinco entradas. Marta se encargó de pagarlas,
mientras los demás entraban, sin detenerse mucho: no querían llamar la atención
más de lo inevitable. El grupo, unido, recorrió los estrechos caminos de
cemento del zoo, rodeados de vegetación y de trinos de pájaros.
- Sería un sitio bonito para venir a
verlo, si no fuera por el lío en el que estamos.... – le dijo Sergio a
Victoria, agarrándola de la cintura. La chica asintió, mirando una gran jaula
llena de mariposas por la que pasaron.
Atticus y el padre Beltrán los guiaron
por los caminos del zoo hasta llegar a un foso lleno de animales pequeños,
todos mamíferos y herbívoros, de buen temperamento. Entre ellos había un
pequeño panda, rechoncho, andando a cuatro patas, con las patas delanteras, las
traseras y un anillo alrededor de los hombros de color negro, y el resto del
cuerpo blanco. Tenía el hocico chato, círculos negros alrededor de los ojos y
las orejas negras en punta, como las de un pastor alemán. Era una mezcla
extraña entre oso panda y perro, sin ser ninguno de los dos.
- ¿Eso es el Pandog? – preguntó Sergio, apoyándose en la valla que delimitaba el
foso, que tenía forma de riñón. El chico no hubiese pensado, a pesar de que
sabía que existían los corpóreos y los monstruos, que aquella criatura era un
ser del más allá.
- ¿Esa cosa tan mona? – dijo Marta, con
cara tierna.
- Ése es el Pandog – dijo el padre Beltrán, señalando al extraño oso panda. – Y
no se confunda, agente Velasco: puede parecer adorable, pero no lo es.
- No se preocupe, no iba a cometer el
error de querer acariciarlo.... – bromeó Marta. Llevaba un año como
investigadora de campo y había aprendido a ser cautelosa.
Los cinco se acodaron en el tubo
horizontal que hacía las veces de valla en el perímetro del foso y esperaron a
que el Pandog se acercara a ellos, en
una de sus múltiples vueltas por el recinto.
- Hola, Crunt – dijo el padre Beltrán
cuando la criatura estuvo delante de ellos, caminando con cierta gracia y
mascando un puñado de bambú. La criatura se detuvo, giró la cabeza sin dejar de
mascar y miró atentamente a los humanos. Movió todo el cuerpo para tenerlos de
frente y después se aseguró de que nadie más los escuchaba.
- Krast,
prast, pender, hender lo –
dijo, en un idioma extrañísimo y con una voz gruñona. Sergio, Victoria y Marta
se quedaron asombradísimos.
- Parece que está un poco cabreado.... –
dijo Atticus, que dominaba bastante bien el idioma en el que hablaba el Pandog y había hecho una traducción
simultánea.
- ¿Qué ha dicho?
- Mejor no le traduzco – dijo Atticus,
con voz bromista. – ¿Qué quiere que le diga?
El padre Beltrán se lo pensó, sin quitar
los ojos del Pandog. Éste tampoco le
quitaba la vista de encima y sólo se movía para seguir mascando el bambú.
- Dile que sé que hay espectros que
andan detrás de mí, que quieren mi perdición y mi muerte – dijo el padre
Beltrán al fin, con la voz cascada llena de dureza. – Dile que quiero saber
quiénes son, antes de acabar con ellos....
Atticus se volvió al Pandog y empezó a hablar en aquel idioma
tan brusco y raro, con fluidez. No había casi nadie por allí cerca, el zoo se
estaba vaciando, así que no hubo quién le escuchase hablar tan raro. Marta lo
agradeció, porque querían pasar desapercibidos.
Después del discurso de Atticus el Pandog rumió la respuesta unos segundos
y contestó inmediatamente.
- ¡¡Hrag,
jerdet, guliar, pret pret!!
Kler, gaserdot iluriam, jrat, jrot, mird.
- Parece enfadado.... – comentó Sergio,
asombrado.
- Está enfadado.... – dijo Atticus y
luego se enzarzó en una conversación rápida, en la que se intercambiaron frases
cortas y sonidos roncos y guturales.
- ¿Seguro que están hablando? – preguntó
Victoria, sin dejar de mirar al Pandog
pero inclinándose hacia el padre Beltrán. – ¿De verdad no se están gruñendo sin
más?
- Aunque parezca mentira están
hablando.... – dijo el padre Beltrán.
- ¿En qué idioma? – se sorprendió
Sergio, sin encontrar algo lógico en todo aquel galimatías.
- Es una lengua arcaica, muy compleja –
explicó el padre Beltrán. – Yo sólo entiendo una palabra de cada veinte, a pesar
de que hablo lyrdeno con soltura, que es considerado uno de los idiomas más
difíciles del multiverso....
La “conversación” entre Atticus y el Pandog se acabó y el ente con aspecto de
hombre bajito y normal se volvió a sus compañeros.
- Está muy cabreado – dijo, de entrada.
– Al parecer ha
habido muchos entes que han venido a hablar con él, asustados. No sé a qué se
refiere, pero ha hablado de un “impulso” o algo así.... Los entes que viven en
nuestro universo están asustados y todos querían salir por patas de aquí. Además, dice que usted ha revolucionado el mundo
de los espíritus y que apenas puede dormir por ello....
- ¿Yo? – se sorprendió el padre Beltrán,
alzando las cejas canosas.
- Al menos de forma indirecta – Atticus
se encogió de hombros. – Algunos espíritus andan detrás de usted y han revuelto
todo su mundo.
- Algunos no. Siete – dijo el padre
Beltrán, cortante. – Quiero saber quiénes son....
Atticus se encogió de hombros e hizo una
mueca con la cara, como declinando cualquier responsabilidad. El Pandog sólo contestaba lo que quería.
Un par de guardas del parque caminaban
alrededor del foso, en su ronda habitual, quizá. No iban a por ellos, pero si
pasaban a su lado escucharían al Pandog
o a Atticus hablando.
- Vamos – le dijo Victoria a Marta,
dándole un toque en el brazo. Las dos chicas se separaron de la valla y
caminaron hacia los guardas, alcanzándolos hacia la mitad del foso, lejos
todavía de los demás. Entablaron conversación con ellos, les entretuvieron y
les hicieron mirar hacia otro lado. Sergio no perdió de vista a Victoria y
cuando vio cómo manejaba a uno de los dos hombres (Marta se encargó del otro y
lo hizo con soltura, con mucha sonrisa y mucho meneo de su cabellera rubia) no
pudo evitar sonreír. Los tíos eran muy tontos y su novia muy lista.
- ¡¡Dart, germ,
parf, parf, mundast!! ¡¡Grumpf!! – decía
en ese momento el Pandog.
- ¿Qué dice? – preguntó el padre
Beltrán.
- Sabe qué fantasmas han sido los que
han preparado todo este lío, los que se han unido para ir a por usted – dijo Atticus,
con cara preocupada. – Pero dice que sólo le contará todo si viene con nosotros.
- ¿Venir con nosotros?
- No lo sé, no lo he entendido
correctamente, pero creo que tiene una cuenta pendiente con alguno de esos
espíritus – dijo Atticus, meneando la cabeza. – Quiere ir con usted para poder
enfrentarse a ellos y sacárselos de la cabeza.
El padre Beltrán se volvió a Sergio, en
una muda consulta. Sergio hizo una mueca cómica con la cara y se encogió de
hombros exageradamente. El anciano se volvió hacia Atticus.
- De acuerdo – asintió.
El Pandog
pegó un brinco, con sus cortas patas, sin coger carrerilla, y salvó la
distancia que lo separaba de los humanos, saltando por encima de la valla y
aterrizando en brazos del padre Beltrán, que lo recibió con sorpresa.
- Hay que pirarse.... – dijo Sergio, poniéndose delante del padre Beltrán,
tratando de tapar al Pandog.
- Vámonos de aquí – secundó Atticus,
encabezando la marcha. El padre Beltrán trató de ocultar al Pandog mientras caminaba.
- ¡Eh! ¡¡Oiga!! – escucharon una voz
autoritaria. Sergio se volvió, un poco acobardado. Atticus miró con el rabillo
del ojo (que se habían puesto amarillos) y siguió andando. El padre Beltrán no
se inmutó, imperturbable. – ¡¡Usted!! ¡¡Deténgase!! ¡¡No se puede sacar a los animales
de sus recintos!!
Uno de los guardias que había estado
hasta entonces entretenido con Victoria y Marta, había visto algo raro en el
padre Beltrán y los otros. Se separó de las chicas, mirando con cara enfadada
al sacerdote de negro. Su compañero lo siguió, de camino hacia los “ladrones”.
- Vrinden.... – dijo el padre Beltrán.
No había podido sujetar al Pandog. Se revolvió entre sus brazos y
saltó al suelo, con una estampa muy cómica: era una bola de pelo con cuatro
patitas muy cortas. Cayó al suelo y corrió con una velocidad asombrosa, que
nadie podía haber imaginado al verle. Llegó hasta los guardias en un santiamén
y saltó sobre ellos, con agilidad.
Cayó sobre el que estaba en cabeza,
abriendo la boca y mostrando unos pequeños pero afilados colmillos. Le mordió
la nariz y se quedó allí colgado, mientras el guardia se sacudía para tratar de
sacárselo de encima. El otro guardia, asombrado y superado por las
circunstancias, sacó una pequeña porra y trató de golpear al pequeño animal
rabioso.
El Pandog
se soltó, cayendo al suelo, aterrizando sin equilibrio, rodando sobre sí mismo:
volvió a parecer un animalito muy adorable y dulce, un peluche, pero enseguida
volvió a convertirse en una bola de pelo demente, rabiosa y muy violenta.
Olvidó al guardia al que había mordido (y que tenía media cara y el pecho lleno
de sangre) y saltó hacia el otro, el que sostenía la porra y había acabado
golpeando en el pecho a su compañero, cuando el Pandog había saltado al suelo.
La criatura mordió la muñeca del
guardia, obligándole a soltar la porra, que repiqueteó en el suelo. Soltó la
muñeca del guardia, que sangraba mucho y le mordió en un tobillo, haciendo que
el hombre levantara la pierna, perdiera el equilibrio y acabara cayendo al
suelo de culo.
El Pandog
saltó al suelo antes de caer con el guardia, trotó de nuevo hacia el padre
Beltrán, saltó de nuevo a sus brazos y después ladró una orden.
- ¡¡Ghruyant!!
- Vámonos – tradujo Atticus.
Los humanos reaccionaron por fin y
salieron de allí a toda velocidad, dejando atrás a los guardias heridos y
sangrantes.
Salieron del zoo, cruzando la carretera,
llegando hasta donde estaban los coches. Justo y Gustavo esperaban apoyados en
el costado del Seat, acompañados por otro hombre joven.
- ¡¡Marta!! – saludó Daniel Galván
Alija, contento al ver a su amiga y algo sorprendido al verla aparecer
corriendo desde dentro del zoo. – ¿Qué tal?
- Ahora no es el mejor momento para
hablar.... – le dijo Marta, aunque le dedicó un segundo para darle un abrazo.
- ¿Qué....?
- Agente Galván – le llamó el padre
Beltrán y Daniel se volvió hacia él con respeto. – ¿Ha traído todo lo que le
pedí?
- Sí señor – contestó el técnico de la
“Sala de Luces”. – Acabo de llegar, me ha acercado un equipo de campo que tenía
una misión en el norte....
- No hay tiempo para hablar – le dijo el
sacerdote de negro. – Cuéntenoslo por el camino.
El padre Beltrán montó en la moto, con
el Pandog en el
regazo, y arrancó con un rugido. Derrapó sobre el asfalto y salió de allí a
toda velocidad. Sergio y Victoria montaron con Justo en el R-11 y salieron
detrás del sacerdote. Atticus empujó a Daniel dentro del Seat León y se metió
tras él. Gustavo lo condujo con prisa detrás de los demás.
* * * * * *
Cerca de media hora después, todos se
reunieron en un pequeño bosquecillo, cerca de la carretera. Dejaron los coches
y la moto en un mirador al lado de la carretera y se escondieron entre los
árboles, a unos pocos metros de marcha. Daniel saludó entonces con más
detenimiento a sus compañeros de la agencia y al padre Beltrán y fue presentado
a Sergio, Victoria y Atticus. El Pandog
hizo caso omiso de los humanos y paseó por el suelo.
- ¿Qué ha pasado en el zoo? – preguntó
Justo, que como se había quedado fuera con Gustavo no sabía nada.
- Hemos ido a ver al Pandog – señaló el padre Beltrán. La
criatura estaba en el suelo, mirándolos con un aire de inocencia. Ninguno le
veía ya como un panda de peluche. – Él tiene poderes para saber qué fantasmas
son los que me buscan.
- ¿Son varios? – preguntó Sergio.
- Son siete, como ya averigüé yo –
respondió el padre Beltrán. – Cuando siete espíritus se unen es porque están
buscando venganza. El siete es un número muy poderoso en el mundo de los fantasmas.
- ¿Y están buscando venganza contra
usted? – preguntó Marta. – ¿Quiénes pueden ser?
- Pueden ser muchas personas, demonios o
criaturas – dijo
el padre Beltrán. – He enviado de vuelta a sus universos a muchos entes, pero
todavía he matado a muchos más. Muchos podrían ser los que quieran venganza.
- Y una vez sepa quiénes son, ¿qué
podemos hacer? – preguntó Sergio.
El padre Beltrán esperó un rato antes de
contestar. Se había sentido agradecido y conmovido por el plural del verbo "poder", pero no lo exteriorizó.
- Deberíamos buscar un lugar adecuado en
el que poder enfrentarnos a ellos – contestó. – Un sitio en el que no puedan
esconderse, donde haya mucha fuerza ectoplásmica latente y podamos hacerlos
salir. Después nos enfrentaremos a ellos con armas adecuadas contra los
fantasmas.
- ¿Quiere que le pregunte quiénes son? –
preguntó Atticus, que estaba un poco apartado, apoyado en un árbol. Tenía un Chupa-chups de los de Gustavo entre los
dientes.
- Sí.
Atticus habló desde el árbol y el Pandog miró a todos los presentes, antes
de hablar. Enumeró luego a siete fantasmas, con lentitud, sin dejar de mirar
fijamente al padre Beltrán.
- Según él, son los fantasmas de un tal Andrés
García Aragón, fray Guillermo, Bundy, Gabriela Domingues, el coronel Carvajal, Jonás
y los manda un tal Bruno Guijarro Teso.
Todos se quedaron en silencio. Todos
conocían al menos a unos cuantos de la lista. Todos eran gente que había muerto
o bien a manos del padre Beltrán o bien por causas ajenas a él, pero habiendo
intercedido en sus planes.
- Vaya movida.... – dijo Sergio.
- ¿Bruno Guijarro? ¿Otra vez? – preguntó
Victoria, asustada
y sorprendida.
- Da igual quiénes sean – dijo el padre
Beltrán. Parecía sereno, aunque en realidad estaba preocupado. – Podemos
vencerles si nos enfrentamos a ellos en el lugar adecuado.
- ¿Cómo tiene que ser ese sitio? –
preguntó Gustavo.
- Puede ser cualquier sitio, en realidad
– explicó el padre Beltrán. – Lo único que necesitamos es que los fantasmas
sientan la necesidad de mostrarse, de aparecerse. Un cementerio de trágica
historia, un castillo antiguo, una casa encantada.... Esos lugares pueden
valer, pero también otros menos lúgubres en los que los fantasmas se
manifiesten.
Justo abrió mucho los ojos cuando el
padre Beltrán nombró la “casa encantada”.
- Creo que conozco el lugar adecuado....
El padre Beltrán lo miró con interés.
- ¿Sabe cómo ir, agente Díaz?
- Creo que sí.
- Guíenos.
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