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- Es aquí – dijo, con su voz de cuervo.
– Allí arriba.
- ¿Tenemos que subir hasta allí? –
preguntó Marta, que estaba a su lado.
- No.
Justo, Victoria y Marta, alrededor de
él, le miraron extrañados
- ¿Entonces? ¿No ha dicho que es allí? –
preguntó Justo.
- Es allí, agente Díaz, pero no tienen
que subir hasta allí – explicó Beltrán, sin mirar a nadie, la vista fija en lo
alto de la pequeña colina. – Sólo subiré yo.
- ¡Ni hablar! – saltó Marta, sin pensar,
preocupada por el anciano sacerdote. Por su parte, Victoria le miró, asustada,
pero sin contradecirle. Justo asintió, comprensivo.
- Claro que va a ser así, agente Velasco
– dijo el padre Beltrán, volviéndose a mirarla. Marta se sintió intimidada. –
Esto es cosa mía. Debo hacerlo yo solo.
- Pero estamos aquí para ayudarle.... –
dijo Marta.
- No me malinterprete, agradezco su
ayuda. Nunca imaginé que hubiera gente que se jugara el pellejo por mí, que se
unieran sin apenas conocerse sólo para poder ayudarme a salir de un apuro –
dijo el padre Beltrán y los tres se sintieron asombrados, porque había cierto
aire cariñoso en sus palabras. – Les estaré eternamente agradecido por lo que
han hecho por mí, por sacarme de la cárcel y darme la oportunidad para luchar y
averiguar qué pasa. Pero sólo yo puedo subir ahí arriba y descubrir qué maldito
espectro anda tras mis pasos y me tendió la trampa en la tienda de Jonás.
Marta asintió, comprendiéndolo. Después
no pudo contenerse y le dio un abrazo. El padre Beltrán se volvió hacia
Victoria, para recibir el de la chica. Después se volvió hacia Justo, que le
entregó un pequeño bote de pintura blanca con una brocha de punta circular.
- Tenga cuidado allí arriba, Beltrán –
le dijo el veterano agente.
- Cuide de ellos si algo se descontrola,
agente Díaz – contestó el padre Beltrán. Después echó a andar, en dirección a
la cima.
- No me gusta que vaya solo.... – musitó
Marta, mientras le veían alejarse.
- Él es así – dijo Victoria. – Ahora se
ha acostumbrado a trabajar con gente, y tenemos que agradecérselo a Sergio,
que le convenció hace dos años, pero él sigue creyendo que ésta es su misión,
solamente suya, así que tiene que sacrificarse él solo.
- ¿Qué misión? Si no sabemos a qué nos
enfrentamos....
- Para él toda su vida es una misión....
– opinó Justo y las dos chicas no pudieron estar más de acuerdo. En el cielo
resonó un trueno grave y fuerte, aunque no vieron ningún relámpago entre las
nubes grises que lo cubrían todo. Los tres miraron al cielo. – Será mejor que
lo esperemos en los coches, con Gustavo y Sergio. Allí no nos mojaremos si al
final se pone a llover....
- Encima eso: solo bajo la lluvia – se
lamentó Marta.
- Creo que eso le ayudará – comentó
Justo, no muy convencido. – Siempre he escuchado que la lluvia protege frente a
los espíritus que pueden aparecerse en una ouija....
Aquel comentario no tranquilizó nada a
Marta y a Victoria. Incluso Justo se quedó preocupado.
* * * * * *
Llegó a la cima en poco tiempo, aunque
lo hizo agotado. Estaba muy viejo.
No.
Era muy viejo.
No sentía que estaba al final de su
misión, al final de su vida, pero se sentía cansado, torpe, abotargado. Se
sentía muy viejo.
Porque lo era.
Anduvo por la cima de la pequeña colina.
Como Iker Jiménez le había dicho, era plana, con numerosos arbustos espinosos y
duros, amarillentos. El padre Beltrán buscó la zona de rocas, que estaba casi
en el centro de la cima. Era una zona en la que las rocas que formaban la
colina estaban al aire, planas, lisas y amplias. Era como una gran mesa de
piedra, con algunas grietas largas y de un par de dedos de ancho, cruzando la
superficie que se elevaba unos centímetros del resto de suelo de la cima, cubierto de
hierba.
El padre Beltrán se detuvo en la roca,
pisándola, mirando alrededor. Dejó el bote de pintura en el suelo, con la
brocha encima. Sacó del bolsillo del abrigo la cajita de madera, llena de agua
bendita y con un lado de cristal. Se puso la brújula en la palma de la mano y giró sobre sí mismo, esperando
alguna reacción del crucifijo de hierro clavado en el cristal. No buscaba el
norte magnético, buscaba lo que podría haberse llamado el “norte ectoplásmico”:
si orientaba la ouija hacia ese punto geográfico sobrenatural tenía muchas más
posibilidades de funcionar.
El crucifijo se giró, lentamente, sobre
el cristal. El padre Beltrán se detuvo y esperó que el crucifijo se parara,
apuntando a una dirección. Cuando esto ocurrió se puso de cara hacia ese punto
cardinal (que estaba cerca del sur-suroeste geográfico), guardó la brújula en el bolsillo del abrigo de
paño y se agachó a por el bote de pintura.
En el suelo, con pinceladas precisas
pero rápidas, dibujó un tablero de ouija: en la parte alta un “Sí” y un “No”; después el alfabeto, dispuesto en un semicírculo, en
dos filas; más abajo escribió los números del 0 al 9 y, por último, escribió “Inicio” y “Final”, sólo que en lyrdeno: “Breverèt” y “Târq”.
En las ouijas solía escribirse “Hola” y “Adiós”, pero el padre Beltrán prefirió
la versión arcaica.
El tablero que dibujó medía un metro y
medio de alto por dos de ancho, más o menos. Cerró el bote de pintura y dejó a
un lado la brocha húmeda, cuidando que no manchara el tablero recién dibujado.
Sacó del bolsillo del abrigo una lente de lupa, sin la montura ni el mango,
simplemente un círculo de unos siete centímetros de diámetro y lo colocó en el
centro de la tabla, donde había dibujado una pequeña espiral, abierta hacia la
derecha.
Los truenos resonaron sobre él. El cielo
entero era una gran nube gris, rechoncha y panzuda. Suspiró antes de
concentrarse, para empezar. Iba a abrir una puerta al mundo de los espíritus e
iba a llamar a un espíritu combativo que andaba detrás de él y parecía que
quería su perdición. Necesitaba retener todo el valor posible.
Se miró los dedos de la mano izquierda,
concentrándose, usando los puntos de tinta de las yemas para focalizar sus
poderes. Las yemas de sus dedos empezaron a encenderse, como si alguien las
iluminase con una linterna potente desde dentro, volviéndose tan luminosas como
la luz del Sol. El padre Beltrán mantuvo la forma de “garra” que había hecho
con su mano y después la dirigió hacia el cristal de la lupa, posando las yemas
de los dedos sobre él. Al instante el cristal empezó a ondular, como si fuese
la superficie de un lago, y pronto esa sensación de irrealidad, de superficie
líquida, se pasó a la piedra que formaba la cima de la colina.
- ¡Vahlá! ¿Renta do
ingui? (1) – dijo, con voz potente, mientras el cristal hacía ondas y la piedra parecía
tranquilizarse.
Inmediatamente el cristal se movió por
la superficie de roca, arañándola, arrancando un sonido rasposo, cristalino,
casi musical. El padre Beltrán acompañó el movimiento con los dedos,
manteniendo el contacto. El cristal se detuvo sobre la palabra “Breverèt”.
El padre Beltrán suspiró antes de proseguir.
- ¡Vahlá! Ezra inerum
pestreset, magorguin. Vahlá, fredumben. Fredumben arka.(2)
Un trueno sonó sobre su cabeza, mientras
notaba que el cristal se movía. No pensó que fuese tan fácil.
El cristal se detuvo sobre el “No”.
- ¡¡Manifiéstate!! ¡¡Yo te lo ordeno!! –
gritó el padre Beltrán. Sus cabellos se agitaban, aunque no había viento sobre
la cima de la colina. El cristal volvió a moverse. Se paró en la Q, después en
la U, luego fue hasta la I....
“Quién
eres”
- ¡Vahlá, jo
hera magorg! ¡Soy quien te
interesa! – gritó, contestando a quien fuera que le había preguntado.
El cristal volvió a moverse: Primero la
N, luego la O, después la M....
“No
me interesas para nada”
- Eso no es verdad y por mucho que lo
intentes no me engañarás.... – dijo el padre Beltrán, en español, sabiendo que
el espíritu le entendía perfectamente.
El cristal se movió hasta el “No”.
- ¡¡¿No, qué?!! ¡¡Sé que me quieres
muerto!!
El cristal corrió hasta la Q, luego la
U, después la I....
“Quiero
que sufras”
- ¿Te he hecho daño yo? ¿Te he mandado
al mundo de los espíritus? – preguntó el padre Beltrán, con tono retador. – Vahlá,
gherte bú.(3)
El cristal estuvo un rato inmóvil,
suficiente para que el padre Beltrán pensase que había perdido la conexión,
pero después volvió a moverse: primero hasta la T, luego hasta la U, después
hasta la N, la O.... Fue una frase larga.
“Tú
no eres nadie para decidir el destino de nadie”
- Parece que decidí el tuyo – bromeó el
padre Beltrán, tratando de enfurecer al espíritu.
Los dedos de la mano izquierda del padre
Beltrán seguían iluminados, en contacto con el cristal, que volvió a moverse:
la D, la E, la C, la I....
“Decidiste
el de muchos”
El padre Beltrán tuvo un mal
presentimiento. Levantó la vista hacia las nubes de lluvia y preguntó, con voz
ronca.
- ¿Cuántos sois? – había una nota de
pánico en su voz.
El cristal se movió una vez más.
“7”
Resonó otro trueno, apareció una forma
almendrada de color azul y de su interior surgió un espectro, con forma de
hombre, pálido, brumoso, desenfocado. El padre Beltrán se asustó, pero no se
inmutó. Invocó una arcana palabra en lyrdeno, con la mente, mientras el cristal se
movía.
Un relámpago amarillo, otro trueno y el
fantasma desapareció, tan rápido como había surgido. El padre Beltrán cayó de
culo en la piedra, perdiendo el contacto con el cristal de la lupa. Sus dedos
se apagaron y el contacto se acabó, la conexión se cerró.
El cristal se había detenido sobre una
palabra.
“Târq”
* * * * * *
Marta miró por la ventana. Acababa de
empezar a llover y ya caía con mucha fuerza, empapando las ventanillas, como
cortinas de agua resbalando por los cristales. Fue así como vio la figura
oscura bajando de la colina.
- ¡¡Ya viene!!
Los demás, que estaban en el coche con
ella, en el Seat León de Gustavo, miraron hacia donde señalaba, hacia la
derecha. Justo pasó la manga de su gabardina para desempañar el cristal.
Gustavo, en el asiento del conductor, abrió la puerta y salió, quedándose de
pie, notando las gotas calientes resbalar por su cráneo rapado, viendo al padre
Beltrán que bajaba por la ladera.
El anciano sacerdote llegó hasta el
coche y abrió la puerta más cercana, donde estaba sentada Marta.
- Necesito ir a un pueblo de Asturias –
dijo, sin más preámbulos. – Hay “algo” que necesito ver.
- ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? – preguntó
la mujer.
- Ya sé quién viene a por mí. Es un
espectro, como sospechábamos. Aunque en realidad no es uno solo.
- ¡¡Es una verdadera venganza fantasmal,
¿verdad?!! – escucharon que alguien gritaba desde fuera, al otro lado del
coche.
El padre Beltrán se irguió, mirando al
otro lado por encima del techo del Seat. Marta, Victoria y Sergio se inclinaron
hacia ese lado, desde dentro del coche, tratando de ver quién había hablado,
pero con la cascada de agua de la ventanilla era imposible. Justo imitó a
Gustavo y salió del coche, mirando por encima del techo, como el padre Beltrán.
- ¡¡Atticus!! – dijo el veterano agente,
sorprendido.
- Me alegro de verle, Justo – dijo el
ente, con voz dura y seria pero con cara amable y amistosa.
- ¿Éste es el que había desaparecido?
¿El del lápiz? – preguntó Gustavo. Marta mandó a Sergio bajar la ventanilla y
así los tres del interior del coche pudieron ver al recién llegado, con
sorpresa y alegría.
- Creí que habías muerto.... – se
sorprendió el padre Beltrán, con un cierto tono de satisfacción.
- Cerca he estado – dijo Atticus, que
tenía muy mala pinta, como si hubiera estado cinco días corriendo sin descansar.
Parecía agotado, pero sus ojos brillaban con determinación. – ¿Recuerda cuando
le dije que ya no podía viajar entre universos? Parece que estaba
equivocado....
- Necesito ver al Pandog.... – dijo el padre Beltrán, haciendo caso a lo que Atticus
había dicho, pero dirigiendo la conversación hacia lo importante.
- Entonces necesitará un traductor.... –
dijo Atticus, sonriendo. El padre Beltrán asintió, conforme. Justo sacudió la
cabeza para que cayera el agua de lluvia que se había acumulado en las alas de
su sombrero, chistando con los dientes: había veces en que el padre Beltrán
debería sonreír.
Pero no lo hacía nunca.
- Necesitaremos plata, también – dijo el
padre Beltrán. – Mucha plata....
- Sé quién puede encargarse de eso y
traérnosla – dijo Marta, sacando el móvil y llamando a Daniel Galván Alija. –
Dígame a qué lugar de Asturias vamos y Daniel nos llevará lo que nos haga falta
hasta allí.
El padre Beltrán se lo dijo.
- Y después pásemelo – añadió,
haciéndole un gesto a Marta hacia el teléfono que ya tenía pegado a la oreja. –
También tendrá que traernos sal de roca y puedo decirle dónde conseguirla....
- ¿Sal de roca? – preguntó Justo.
- Vamos a enfrentarnos a fantasmas,
agente Díaz – dijo el padre Beltrán, con una marcada voz de grajo. – Los métodos
que hemos utilizado hasta ahora pueden servirnos, pero los espectros son los
seres paranormales más difíciles de vencer de todos. ¿Alguno cree en Dios o en
cualquier otra manifestación divina paternalista?
- ¿Por qué? – preguntó Sergio,
asomándose a la ventanilla del Seat.
- Porque aunque sea inútil, creo que
necesitaremos toda la ayuda que cualquier deidad del multiverso quiera
prestarnos....
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(1) ¿Hay alguien ahí?
(2) Estoy conectando con un
espíritu, uno concreto. Manifiéstate. Manifiéstate ahora.
(3) Te lo merecías.
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