viernes, 10 de abril de 2015

Târq (7) - Capítulo 7 + 9


- 7 + 9 -
  
El padre Beltrán se pasó la noche en una celda, después de que le detuvieran y le trasladaran al pequeño cuartel de la Guardia Civil de la ciudad. Sólo había unas pocas celdas en el cuartel, pero eran suficientes para aquella pequeña ciudad. Los números de la Guardia Civil esperaban que les pidiera permiso para hacer una llamada, pero no lo pidió. Esperaban que alguien fuese a verle, un abogado o algún familiar, pero nadie lo hizo. Esperaban que se derrumbara, después de una noche en la celda, pero no dio muestras de estar nervioso ni incómodo.
Aquel tipo era muy raro, no había duda.
Al día siguiente le llevaron a una sala de interrogatorios, dejándole esposado sentado en una silla, delante de una mesa. La sala era cuadrada, blanca, bien iluminada y con una ventana de cristal translúcido, por el que entraba la luz del Sol. No había nada en las paredes, nada en la mesa, y nada en la sala, salvo la mesa y tres sillas. Las otras dos estaban libres.
Al cabo de un rato (la mente despierta del padre Beltrán creía que habían sido veinte minutos) la puerta se abrió y dos hombres vestidos de paisano entraron en la sala. Eran dos tipos grandes, altos y anchos. Uno, el que tenía pinta de ser más joven, tenía el pelo rizado y castaño claro, con la cara redonda y mofletes abundantes. El otro, el de más edad (aunque no parecía tener más de cuarenta y cinco años), tenía el pelo negro engominado, anchas ojeras moradas, cara chupada y angulosa y manos grandes de largos dedos nudosos. Los dos vestían con vaqueros y camisas: la del de pelo castaño rizado era de cuadros y la del moreno lisa de color azul.
- Bueno, vamos a ver.... – dijo éste último, llevando la voz cantante. Se sentó en una silla frente al padre Beltrán y dejó una carpeta sobre la mesa, sin abrirla. El padre Beltrán se apoyó en la mesa, con las manos esposadas, entrelazados los dedos. El otro guardia civil, el más corpulento, se quedó de pie, apoyado en una pared. – No tenía usted documentación, no tiene usted nombre, pero le hemos encontrado en la escena del crimen con el cadáver todavía caliente. ¿Quiere explicarnos algo?
El padre Beltrán no contestó. Se mantuvo serio.
- En realidad no hay mucho que explicar – continuó el hombre de más edad y pelo negro, con tranquilidad. – Estaba usted al lado del cadáver, con una cuchilla en la mano, con intención de quemar el cuerpo. Los de la científica pronto determinarán que el corte mortal de la víctima coincide con el filo de su cuchilla, así que poco hay que hacer. Pero siempre puede explicarse, darnos algunos detalles....
- Como por ejemplo, por qué no ha dejado que le quitemos las gafas de sol. Aquí dentro no hay Sol – dijo el de los rizos castaños. Su tono era mucho más brusco y tenso, el padre Beltrán pudo notarlo sin dificultad. Olía a miedo, eso también lo notaba.
El padre Beltrán abrió los labios y tomó una bocanada de aire. No había querido hacerlo, pero al parecer iba a tener que hablar.
- Es por la luz – dijo, sin más. Su voz sonó más cascada que de costumbre, después de tanto tiempo sin hablar. – Me molesta.
Los dos guardias le miraron en silencio, un rato.
- Apenas hay luz aquí....
- Tengo los ojos muy delicados.
Los guardias civiles se miraron. El de pelo negro se encogió de hombros y el otro suspiró.
- ¿No quiere decirnos nada más? ¿Qué relación tenía con la víctima? ¿Por qué lo hizo? – preguntó el de pelo negro. – Verá, nos sorprende que un sacerdote haga una cosa así....
- Ya no soy un sacerdote – respondió el padre Beltrán. – Lo fui, hace mucho tiempo, pero ya no. Trascendí esa categoría hace años....
- Pero viste como un sacerdote – replicó el hombre de pelo negro. Parecía animado: el detenido empezaba a hablar, algo que parecía imposible después de la noche pasada.
El padre Beltrán se encogió de hombros.
- De alguna forma hay que vestir – contestó, sin más. – Era la ropa que tenía cuando viajé entre mundos la primera vez y después todo fue seguido. No me dio tiempo a cambiarme de ropa, no sé si me entiende. Después descubrí que este atuendo me permitía muchas facilidades a la hora de tratar con la gente, a la hora de conseguir cosas. Por eso seguí con él y me procuraba uno nuevo cuando mis batallas desgastaban el que llevaba entonces.
- ¿A qué se refiere con “viajar entre mundos”? – preguntó el guardia civil tenso, el de pelo castaño, apoyado en la pared. El padre Beltrán lo miró, despacio, antes de contestar.
- A eso, exactamente. Viajar entre mundos – dijo. – Existen otros mundos aparte de éste.
Los dos hombres se volvieron a mirarse. El de pelo negro tuvo que taparse la boca para no reírse abiertamente y el de pelo castaño compuso una mueca y se llevó el dedo índice a la sien. Para los dos aquello estaba claro.
- Muy bien, ya veo.... – dijo el de la camisa azul, cuando logró recuperarse para poder volver a hablar. – ¿Quiere añadir algo más? ¿Algo que cree que debamos saber?
El padre Beltrán meditó sus siguientes palabras. Era importante que aquellos agentes hiciesen lo que debía hacerse, pero iba a resultar prácticamente imposible que le creyeran y le hicieran el favor.
- ¿Qué han hecho con el cuerpo? – preguntó.
- ¿Con el cadáver? – preguntó a su vez el hombre de cabello castaño, algo sorprendido. – Está en la morgue, ¿dónde si no?
- ¿Y qué van a hacerle? ¿La autopsia?
- Pues claro – contestó el de la camisa a cuadros, cada vez más tenso y molesto con él.
- No merece la pena. No lo hagan.
- Es la ley – dijo el guardia de cabello negro.
- Es su ley. Pero no es la Ley – respondió el padre Beltrán. – Lo que deberían hacer es quemarlo directamente. Es lo que suele hacerse con los supranópodos....
- ¿Con los qué? – preguntó el guardia de cabello negro.
- ¿Quemarlo? ¿Pero de qué va usted?
- Es lo mejor. No deberían abrirlo, si no quieren que la morgue huela a estercolero durante un mes....
- ¿Es que no tiene ningún respeto por la vida humana? – se escandalizó el guardia que estaba de pie, acercándose a la mesa con aspecto amenazante, dejando salir toda su rabia y su malestar, al fin. Su compañero se puso en pie y le contuvo, más con palabras que con actos.
- Por la vida humana siento un gran respeto – respondió el padre Beltrán, con tranquilidad. No se había asustado lo más mínimo cuando el guardia civil se le había acercado, violento. – Por la vida de un ente, muy poco. Casi nada.
- ¿Un ente? ¿Eso es lo que cree que es el hombre al que ha matado? – le dijo el hombre de pelo negro, de pie, delante de su compañero, para evitar que agrediera al detenido.
El padre Beltrán le miró fijamente desde detrás de sus gafas ahumadas antes de contestar. Suspiró antes de hacerlo.
- Que yo le diga ahora que no he matado a ese “hombre” no servirá de nada, ¿no? – su voz cascada sonó como la de un cuervo derrotado. – Ustedes han inventado una explicación para lo que ocurrió en la tienda....
- ¡¡Ése hombre estaba a sus pies desangrándose!! ¡¡Con un corte en el cuello!! ¡¡Usted tenía una cuchilla en la mano!! – saltó el guardia de camisa a cuadros, el más corpulento. - ¡¡Había rociado el cadáver en aceite inflamable!! ¡¡Tenía una cerilla encendida en la mano!! ¡¿Qué otra historia quiere que nos imaginemos?!
El padre Beltrán compuso una mueca.
- Cuando yo me colé en la tienda el dueño ya estaba muerto – explicó con voz tranquila, pero cansada. – Quise quemar el cadáver para evitarles el terrible espectáculo de su cuerpo, cuando se convirtiera de nuevo en lo que es.
- Usted mató a ese hombre y quiso deshacerse de las pruebas, maldito chalado – dijo el guardia civil grande y de pelo rizado castaño. – Es otro friky loco.
El padre Beltrán estuvo a punto de sonreír son superioridad, si hubiese estado acostumbrado a hacerlo. Levantó la mirada y la fijó en el agente. A pesar de las gafas de sol, el hombre de pelo castaño sintió un escalofrío, que no supo muy bien a qué achacar.
- Si ese fantasma vuelve a presentarse cerca de donde estoy yo, agradecerá tener a este friky por aquí....
Su voz había sonado tan serena, tan superior, tan terrible, que los dos guardias civiles se sintieron empequeñecidos y asustados.
El de pelo negro le dio un toque en el hombro al otro y los dos salieron por la puerta, dejando al padre Beltrán otra vez solo.
Derrotado, triste y solo.



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