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(Arenisca)
Aparcó como pudo el Twingo, en un barrio
fuera de la parte histórica de la ciudad, aunque bastante cerca. Salamanca no
era una ciudad grande y todo estaba bastante accesible.
Cruzó el puente de Enrique Estevan, que
tenía mucho tráfico y cuando llegó al otro lado del río Tormes y vio los restos
de la antigua muralla cruzó y se adentró en el centro de la ciudad. Caminó con
soltura, recorriendo el centro de Salamanca, en donde siempre había gente. Era
una ciudad turística, llena de monumentos y de historia. Lucas admiró sus
edificios y monumentos de la característica piedra franca amarillenta o
anaranjada, de las antiguas canteras de Villamayor. Había estado un par de
veces allí, cuando era muy niño, con sus padres, y no recordaba la ciudad. Pero
encontrar la Plaza Mayor era sencillo.
- Disculpen, ¿por dónde llego a la Plaza
Mayor? – preguntó, amablemente, a una pareja de señoras mayores que paseaban
por la calle.
- ¡¡Uy, hijo!! No tiene pérdida – le
contestó una de ellas, con desparpajo. – Sigue por esta calle, que es la de San
Pablo, todo seguido. Cuando llegues a una plaza que queda a la derecha ya
tienes que ver los edificios de la Plaza Mayor: justo enfrente tienes un arco
de entrada.
- Muchas gracias, muy amables....
Lucas siguió su camino (dejando atrás a
las dos señoras, que comentaban qué chico más educado era) y llegó a la Plaza
Mayor en diez minutos, siguiendo las indicaciones de las vecinas sin ningún
problema.
La Plaza Mayor de Salamanca era
cuadrada, rodeada de edificios y soportales. De estilo barroco, fue construida
en 1755 por Churriguera, y era el centro vital de la ciudad. El arco de entrada
por el que pasó Lucas estaba justo frente a la Casa Consistorial, así que tuvo
una vista magnífica del edificio nada más puso un pie en la plaza. A todo su
alrededor había cafeterías y algún que otro comercio, bajo los soportales. El
centro de la plaza, el que quedaba a cielo abierto, era un espacio diáfano,
despejado, en el que había gente pasando de un lado al otro.
En el centro mismo había un hombre
solitario. Era bajito y delgado, muy “poca cosa”. Tenía el pelo negrísimo, con
algún claro en el que se veía el cráneo, y la piel muy pálida. Tenía cara de
susto, de perdido, de desorientado.
Lucas supo casi al instante que era él.
Aunque su “cualidad” le indicó su
presencia, no le hubiera hecho falta: su aspecto y su estampa le decían que era
el tipo apocado y asustado que le había llamado aquella mañana.
- ¿Es usted Luis Miguel Tenencio Arias?
– preguntó, cuando estuvo delante de él. Su interlocutor dio un respingo.
- Sí, sí, soy yo.... Pero llámeme
Luismi.... – dijo el hombrecillo, mirando con admiración y algo de susto al
detective recién llegado. Lucas era una cabeza y media más alto que él, de
hombros anchos, buena mata de pelo castaño en la cabeza e irradiaba seguridad y
confianza. Además, se había vestido con su mono granate de mecánico, con el que
daba un aspecto más fantástico. Lucas sabía que la imagen era importante, más
todavía en un negocio como el suyo, así que hacía tres años había ideado aquella
vestimenta: su inspiración habían sido "Los Cazafantasmas".
- Muy bien, Luismi. Encantado – Lucas le
tendió la mano, para estrechársela al otro, que se la devolvió blandita y fría.
Aquello no pudo llamarse un “apretón” de manos. Se fijó en que su cliente tenía
unos cortes en la muñeca derecha, en el interior. Se apuntó mentalmente el
dato.
- Es un placer.... Me alegro de que al
fin esté aquí....
- ¿Quiere que nos sentemos en una
terraza a conversar? Así podrá contarme bien todos los detalles del caso y
podremos negociar las condiciones de nuestro acuerdo.
Luis Miguel Tenencio se encogió de
hombros.
Lucas tomó la iniciativa y se dirigió a
una de las cafeterías, cercana al arco de la calle Prior. Se sentó en una silla
de la terraza, a la sombra de los edificios que rodeaban y conformaban la
plaza. Al mirar hacia los arcos y las columnas de los soportales se fijó (y se
acordó) de que había sellos por toda la plaza, con bustos de todos los
gobernantes de España a lo largo de su historia y demás personalidades.
Recordaba que Franco también tenía su imagen, llena de manchas y escupitajos.
Luego la buscaría....
- Póngame un café con hielo y.... –
pidió Lucas al camarero, volviéndose luego hacia su cliente.
- Yo una tila, por favor....
- Y una tila.
El camarero se fue al interior de la
cafetería y Lucas se volvió a su cliente.
- Señor Tenencio....
- Luismi, por favor, de verdad – rogó el
hombrecillo. Hablaba con una voz débil, de colegial asustado. Lucas temía que
se rompiera en cualquier momento. – El señor Tenencio es mi padre.
- De acuerdo. Luismi.... explíqueme,
¿cómo no recuerda el ataque del monstruo? Debe ser una cosa que no se olvida
nunca.... – dijo Lucas, tratando de sonar agradable y comprensivo, para no
espantar a su cliente. De sobra sabía que el ataque de un corpóreo o de un
espectro no se olvidaban: él mismo recordaba muchos, el que más el de cuando
tenía quince años, la última misión de su padre....
- Yo.... No lo sé – dijo Luis Miguel
Tenencio Arias, con aspecto agobiado. – Verá, la noche del miércoles salí a
tomar algo por la noche, me aburría en el hotel, así que di una vuelta por la
ciudad. Me debí pasar con el alcohol, no estoy acostumbrado, y pasé muy mala
noche. El jueves en el trabajo creí que me moría, con dolor de cabeza y muy mal
cuerpo. Así que anoche estaba muy cansado, sólo quería irme a dormir pronto al
hotel. Pero la gente de la empresa con la que trabajo aquí, durante este par de
meses, quiso que cenáramos por ahí. Aguanté la cena pero ya no quise tomar unas
copas con ellos: no me entienda mal, son muy buena gente, pero yo estaba
destrozado. Así que cuando volvía al hotel estaba más dormido que despierto.
Lucas Barrios asintió. El camarero les
trajo sus consumiciones y esperó a que terminara para seguir hablando.
- Y fue entonces cuando el monstruo le
atacó – aventuró Lucas.
- Sí. Ya le digo que no sé dónde fue,
porque caminaba como sonámbulo. Imagino que puedo haber bloqueado el recuerdo:
he leído que el cerebro hace eso cuando se enfrenta a un hecho traumático y
horrible.
Lucas volvió a asentir. Aquello era
cierto, aunque no le parecía que aquel hombrecillo sufriera de estrés
posttraumático.
- ¿Fue en su encuentro con el monstruo
cuando se hizo eso? – Lucas señaló la muñeca herida de su cliente. – ¿Se lo
hizo el monstruo?
- ¿Eh? ¡Ah, sí! Puede ser, sí.... Lo he
visto esta mañana, al ducharme....
- Y ayer no lo tenía....
- ¡No, claro que no!
Lucas se llevó la mano al mentón y
empezó a morderse la uña del dedo índice. Era un gesto muy típico suyo, cuando
de verdad se ponía a reflexionar.
- Antes me dijo que el monstruo caminaba
a dos patas, como un hombre....
- Sí, eso me pareció. Y estaba lleno de
pelo, como un animal, aunque recuerdo más bien poco.... – terminó Luis Miguel
Tenencio Arias, con voz avergonzada.
Lucas apuró su café, haciendo sonar los
hielos en el vaso vacío.
- Verá, Luismi, con sólo esos datos no
sé qué voy a poder hacer.... Puede que haya caso, pero yo no lo veo....
- No puedo llevarle al lugar donde el
monstruo me atacó, pero sí puedo enseñarle los lugares donde ha matado – dijo
Luis Miguel Tenencio, un poco angustiado: veía que perdía a su salvador. –
Después podría ir a hablar con la policía: ellos tendrán informes y le podrán
contar que todo es verdad.
- Lo he visto en La Gaceta de Salamanca y en La
Tribuna de Salamanca, por internet.
- ¿Entonces? Ya ha visto que los
asesinatos han ocurrido....
- En las noticias no se decía nada de un
monstruo....
- ¡Claro! Porque nadie lo ha visto.
- Si me atengo a sus declaraciones,
usted casi no lo ha visto tampoco....
Luis Miguel Tenencio Arias se puso muy
serio de repente. Parecía la viva imagen de la desesperación y Lucas casi se
arrepintió de mostrarse tan duro y suspicaz con él.
Casi.
- Créame. Lo he visto. Muy de cerca –
fueron las palabras más serenas y seguras que le escuchó decir y por eso fue
por lo que se convenció. – Otra cosa es que no logre recordarlo, pero sé que el
monstruo me atacó. Y quiero que usted acabe con él.
- ¿Quiere que lo cace? ¿Que lo mate?
- ¿Qué otra cosa se puede hacer acaso
con un monstruo?
Lucas reflexionó sobre esas palabras y
después se levantó de la silla. Luis Miguel Tenencio le vio hacer desde abajo,
sentado en la silla todavía.
- Lléveme a los lugares en los que ha
matado el monstruo – pidió Lucas Barrios.
- ¿Y la cuenta? – preguntó sorprendido
el otro.
- De eso se encarga usted: es el
cliente....
Salieron de la plaza por la calle Prior
(después de que Luis Miguel Tenencio Arias se hiciera cargo de la cuenta, con
cierto atropellamiento) y caminaron juntos hasta el lugar del primer asesinato,
frente a la Casa de las Muertes y la estatua de Miguel de Unamuno.
- Aquí murió el primer chico....
Había unas vallas colocadas con cinta
policial entre ellas, cercando un pequeño espacio a los pies de la estatua.
Todavía había manchas rojas en la piedra del suelo, dejando claro que lo que
allí había sucedido había sido un asesinato brutal.
- Un chico joven, ¿verdad? – preguntó
Lucas, recordando lo que había leído en el periódico digital.
- Un universitario, sí....
Lucas se acercó a la cinta, miró
alrededor y, al no ver a nadie (mucho menos policías), la traspasó, generando
cierta agitación en su cliente, aunque éste no le dijo nada.
Revisó las manchas de sangre y buscó
alguna pista, sabiendo que dos días después y tras los técnicos forenses era
prácticamente imposible que quedara nada. Tampoco su “capacidad” le dijo nada,
aunque el pistón registró unas lecturas, mínimas, de presencia paranormal.
- Aquí queda poco que ver – refunfuñó,
saliendo del perímetro de la cinta policial. – ¿Y el otro lugar del asesinato?
¿Es por aquí cerca?
- ¡No, no! Es hacia el sur, cerca del
río.
- Así que no parece que tenga una zona
de caza delimitada.... – murmuró Lucas Barrios. Su cliente no le dijo nada,
porque no supo qué decir.
Lucas razonó sus pensamientos. Quizá el
monstruo (todavía no sabía qué tipo de monstruo era, y eso le preocupaba) sí
que tuviera una zona de caza, aunque no era precisamente pequeña. Quizá su zona
de actuación era toda la ciudad de Salamanca. Aquello no era bueno y le dio un
toque de urgencia a sus pasos. Luis Miguel Tenencio Arias tuvo casi que correr
para mantener el ritmo del detective.
El hombrecillo guio a Lucas Barrios por
la calle Compañía, pasando por delante de la Universidad Pontificia, la iglesia
de la Clerecía y la Casa de las Conchas. Siguieron por la calle Pla y Deniel y
pasaron por delante de las dos Catedrales unidas que tenía la ciudad. Una vez
las dejaron atrás estaban cerca de la salida de la parte vieja y llegaron al
cruceiro que estaba frente al puente Romano, al lado de la Casa Lis.
El recorrido no les había llevado más de
veinte minutos.
Igual que delante de la Casa de las
Muertes, en la entrada de la Casa Lis había cinta policial, asegurada por unas
pequeñas vallas metálicas, con el sello de la Policía Nacional. Allí sí que
había un agente de la policía, que vigilaba que los turistas y visitantes que
entraban al museo de Art Dèco y Art Nouveau no contaminasen la escena
del reciente crimen.
Lucas Barrios se mantuvo alejado del
policía y de la cinta, pero no perdió de vista el escenario. Aquel tenía
manchas de sangre más dispersas, pero nada más. El suelo de piedra y adoquines
no retenía ninguna prueba más.
- ¿Va a hablar con la policía? –
preguntó su cliente, que jadeaba a su lado, víctima del cruel ritmo al que le
había sometido.
Lucas miró el reloj de su móvil. Eran
poco más de las seis y media de la tarde.
- Creo que hoy no.
Tenía un lío en la cabeza terrible.
Aquella historia de Salamanca prometía:
parecía un caso real, muy diferente de los gatos fantasmas y de los zorros que
cazaban gallinas y de los murciélagos que anidaban en los desvanes abandonados.
Era un caso de verdad, de los que salían en los periódicos y le daban fama,
aunque luego la delegación del gobierno (con la ACPEX detrás) negara toda
existencia de un monstruo en la ciudad.
Aquello a Lucas luego le daba igual. Las
noticias eran las noticias y la fama era la fama: las visitas a su página web
subirían y los clientes aumentarían.
Pero también estaba la fiesta de
cumpleaños de Sofía. Le había prometido a Patricia que iría y, aunque ella era
comprensiva si le decía que tenía que encargarse de aquello en Salamanca, la
verdad era que tenía ganas de ir: pasaría el rato con amigos (aunque la mayoría
fuesen amigos de su novia) y vería a Patricia.
Tenía unas ganas terribles de abrazarla
y mirarla de cerca. Por lo pronto eso: los tocamientos vendrían después....
Sonrió, pícaro, pero entonces recordó
que en Madrid también le esperaban (seguramente) aquellos “cabeza de caja” o
cualquier otro que estuviese detrás de él. No recordaba haberse metido en líos
últimamente, así que no sabía qué ente o criatura podía desear su muerte.
Aunque era cierto que en los cuatro años que llevaba en activo se había cargado
a muchos demonios y monstruos y había mandado a la dimensión de los espíritus a
mucho fantasma cabreado.
Cualquier cosa podía pasar cuando uno
empezaba a zarandear el multiverso.
No sabía qué hacer. Quedarse en
Salamanca e investigar esos asesinatos tan bárbaros le alejaría de Madrid, lo
que era bueno para él (aunque no sabía muy bien qué peligros acechaban en la
ciudad charra). Ir a Madrid a pasar la noche con Patricia era lo que deseaba,
pero Madrid era peligroso para él en aquellos momentos....
- Verá, Luismi....
No pudo seguir hablando, porque entonces
sonó su móvil. Lo sacó y vio que era su amigo José Ramón.
- Disculpe, tengo que contestar – dijo a
su cliente, que le hizo un gesto animándole a hacerlo. – Jose, dime....
- Tengo a Darío – fue la respuesta
tajante de su amigo
- ¿Cómo?
- Yo no le he encontrado, pero sé de
alguien que le ha visto y me lo ha dicho. Está en un punto de encuentro juvenil
del barrio de Chamberí. Te puedo mandar la ubicación por WhatsApp.
- Hazlo, tío, y muchísimas gracias –
Lucas colgó, ilusionado. Ya no sabía qué había decidido que iba a hacer hace
unos segundos, pero ahora tenía un destino claro. Se volvió a su cliente para
comunicárselo. – Luismi, disculpe, pero tengo que irme. Tengo que volver a
Madrid inmediatamente.
- ¡¿Cómo?! ¡¿Y el monstruo?!
- El monstruo seguirá aquí cuando
vuelva, se lo prometo – le dijo, echando a correr bajando la cuesta. Iba al
otro lado del río a por su coche. – ¡¡Ya hablaremos de mis honorarios después!!
¡¡Será un dinero bien invertido, no lo dude!!
Luis Miguel Tenencio Arias le miró
marcharse, presa del desconcierto y el miedo. No quería ni pensar lo que el
monstruo haría aquella noche, sin que el detective estuviera allí para
evitarlo.
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