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(Arenisca)
Lucas observó el Twingo desde el
lateral, con la cara contraída, de dolor y disgusto. El espectáculo era
terrible. Se lo había imaginado, desde luego, mientras iban hasta allí y
escuchaba los cientos de sonidos nuevos de su coche.
Estaba destrozado.
Y él también, al ver así al pobre
Twingo....
Escuchó pisadas en la entrada de tierra
y se volvió, viendo llegar al mecánico.
- ¿Pero qué carajo has hecho con el
coche? – dijo con los ojos abiertos al máximo. Se acercó al coche y empezó a
valorar los daños de cerca.
Víctor Molero Cantos era un conocido de
Lucas, desde que había vuelto a España. Después de estar varios años viajando
por el mundo, aprendiendo todo lo posible sobre las artes y ciencias
paranormales de estudiosos, científicos, chamanes y magos, el plan de Lucas
Barrios requería de un vehículo, un coche modificado que cumpliese con sus
necesidades.
Después de una exhaustiva búsqueda,
Víctor Molero Cantos fue el elegido para encargarse de su coche.
Tenía un desguace-taller en las afueras
de Leganés, en el suroeste. Allí se encargaba de coches viejos, deshaciéndolos
en piezas o convirtiéndolos en cubos. Las piezas útiles acababan en híbridos
que él mismo construía o servían para reparar los coches de unas decenas de
clientes de confianza que tenía. Normalmente no aceptaba nuevos clientes, pero
el proyecto que le propuso Lucas era un reto para sí mismo, para su labor como
creador mecánico, así que lo aceptó.
Ver ahora cómo había quedado su creación
le había dejado trastocado.
- ¿Qué has hecho, desgraciado? –
preguntó de nuevo Víctor, pegado al maltrecho Twingo.
- Meterme con la gente equivocada.... –
contestó Lucas, encogiéndose de hombros. – En realidad no me metí con ellos,
fueron ellos los que vinieron a por mí....
- ¿Y tú estás bien?
Lucas asintió. Víctor Molero Cantos se
volvió al Twingo, sacudiendo la cabeza, atónito y apenado.
- Necesito que lo recompongas.
Víctor Molero asintió en silencio.
- No hay problema, pero llevará
tiempo.... – replicó. – Mañana ya tengo lío con un arreglo que tengo pendiente.
Hasta el lunes no podré ponerme con él y habrá que pedir piezas al extranjero.
Los cristales blindados, la carrocería.... tardarán.
- ¿Cuándo?
Víctor se encogió de hombros e hizo una
mueca. Calculó rápidamente.
- A finales de agosto espero poder tenerlo.
Me voy una semana de vacaciones, no puedo cambiarlas. Entiendo que necesites el
coche, pero como comprenderás....
- Claro, no hay problema. Lo entiendo –
dijo Lucas. No quería dejar a su amigo Víctor sin vacaciones, pero sería mucho
tiempo sin el coche. – Encárgate de él en cuanto puedas y tarda lo que tengas
que tardar. Ya me avisarás cuando esté listo.
- Lo tendré lo más rápido que pueda –
Víctor miró con ojo valorativo los cristales hechos una telaraña blanca y la
gran cantidad de agujeros de bala de la carrocería. – Joder, pero aquí hay
mucho que hacer....
- Cuando cambies la carrocería cuentas
los agujeros de bala y me los dices – bromeó Lucas. – Oye, necesitaré otro
vehículo mientras tanto: yo también sigo trabajando.
- Ahora no sé si tengo algo para
dejarte....
- Algo encontrarás.
Víctor asintió y se volvió por el camino
de tierra al taller. Meneaba la cabeza, abatido, lamentando el estado de su
creación. Lucas se acercó al Twingo y golpeó el techo, asomándose por la
ventanilla rota del conductor.
- ¡Venga! Sal de ahí....
Darío salió por la puerta del copiloto y
pateó el suelo con enfado.
- Por tu culpa casi me matan....
- ¡¡Eh!! ¡Que fuiste tú el que azuzó a
esos “cabeza de lata” contra mí!
- ¡Ya, pero.... pero.... pero....!
- Vete a tomar por culo. Te he salvado,
aunque toda-vía no sé por qué....
Darío estaba cabreado, pero sin palabras
que reprocharle a Lucas. En verdad le había salvado la vida y no era
precisamente el detective el que había provocado aquella persecución.
Refunfuñó y se apartó del estropeado
Twingo, apoyándose en el costado de un Seat Córdoba cubierto de polvo, del que
sólo quedaba la carrocería y los ejes.
- ¡¡Eeeh!! – llamó Víctor desde la
entrada del taller. – ¡Sólo tengo mi moto!
- ¡Tu moto me valdrá!
- ¡No jodas, Lucas, tío! ¡Es mi moto!
- ¡¡Y yo soy tu mejor cliente!! –
bromeó, sonriente. – ¡¡Vamos, hombre!!
Víctor bajó al cabeza, hundido. Después
volvió dentro del taller, a por su moto.
Lucas aprovechó para entrar en el Twingo
y abrir el baúl del asiento trasero. Sacó todas las armas que pudo y los
aparatos que le cupieron en la mochila, dejando muchísimo equipamiento allí
dentro. Si iba a viajar en moto no podía llevárselo todo.
- ¿No.... no vas a darme un arma a mí? –
preguntó Darío. Lucas lo miró con sorpresa. – Ya sabes, por si esos tíos
vienen....
- Búscate la vida....
- ¡¡Vamos, Lucas!! ¡¡No jodas!! No voy a
ir todo el rato a remolque tuyo....
Lucas se lo pensó y volvió a meterse
dentro del Twingo. Salió con el tubo dorado en la mano, con el que habían hecho
explotar uno de los coches negros que los perseguían.
- Toma: ya sabes cómo se usa – se lo
lanzó a Darío, que lo cogió al vuelo. – Sólo tienes que esperar un rato entre
disparo y disparo, para que se recargue.
- ¿Cómo....?
- Que le dé el Sol, o un foco de luz
potente – explicó Lucas. Al fin y al cabo, el cañón subsónico ectoplásmico no
le cabía en la mochila y no se lo iba a llevar a Salamanca.
Sacó el móvil del bolsillo del mono,
para escribir a
Patricia.
Ya tenía decidido que no iba a ir a Madrid de nuevo, que allí estaba en
peligro. Era posible que los “cabeza de lata” le siguieran a Salamanca, pero
allí estaría él solo. Si le atacaban en Madrid, acompañado de Patricia....
Le envió un mensaje de WhatsApp, pidiéndole perdón,
explicándole que el caso de Salamanca era grave (en realidad lo era, no mintió)
y que necesitaba encargarse de él aquella misma noche. Le pidió que le
perdonara otra vez y que felicitase a Sofía de su parte y le disculpase ante
ella. El mensaje le llegó a Patricia pero no lo leyó. Lucas esperaba que ella
lo viese y le contestase para saber cómo se lo había tomado su novia antes de
emprender el viaje, pero no pudo ser. Se tuvo que quedar con las ganas.
Víctor Molero Cantos llegó arrastrando
su moto. Era grande, de estilo chopper,
de ruedas anchas y grandes guardabarros de color negro mate. El manillar era
cromado y el asiento de color granate.
- Me dejas huérfano, tío....
- Sólo serán unos días. Tengo que
ocuparme de un asunto en Salamanca. El lunes o el martes espero haber
terminado: te la devuelvo y me das otro coche de sustitución....
- Para el martes ya tendré otra cosa
para ti. A lo mejor un Seat León, con el motor mezcla de Audi y de
Chevrolet....
Lucas se encogió de hombros.
- Lo que tú me des estará bien.
Guardó algunas armas y equipos en las
alforjas de la moto, se sentó en ella, se colocó bien la mochila y se la ató a
la cintura y por último se colocó el casco.
- Cuídala, ¿eh?
- Descuida.
- Oye, Lucas, échate para adelante, que
ahí no quepo.... – dijo Darío, acercándose a la moto. Todavía no había
entendido lo que iba a pasar.
- ¿A dónde vas tú?
Darío se quedó con cara de tonto.
- Ah, no sé, pero no me voy a quedar
aquí, ¿no?
- Eso depende de ti....
Lucas arrancó la moto, que sonó con un
trueno grave. Aceleró y salió por el camino de tierra, de vuelta a la
carretera, en busca de la M40 para marchar hacia el norte.
- ¡¡¡Lucaaaas!!! ¡¡¡Cabróóóón!!! ¡¡¡No
me dejes aquíííí!!!
* * * * * *
Notó que la transformación empezaba y se
metió en la casa. El cielo estaba oscuro ya, pero no había visto la Luna llena
en él.
No importaba.
No necesitaba verla: la maldición que
había adquirido sabía muy bien cuándo debía transformarse, cuándo brillaba en
el cielo la Luna llena aunque él no la viese, cuándo había llegado el momento
del lobo.
Antes él era normal.
Pero había adquirido la maldición hacía
unos días y con el ciclo de la Luna llena la maldición se había cumplido.
Se coló en la Casa de las Muertes, como
venía haciendo desde la primera transformación. No sabía por qué lo hacía: sólo
esperaba que funcionase y que al transformarse allí dentro muriese fulminado.
Era un deseo descabellado, pero quizá
funcionase.
Mientras todavía tenía conciencia humana
lamentaba lo que podía sucederles a los viandantes.
Cuando era completamente un monstruo no
pensaba más que en sí mismo.
La transformación dolía. Dolía
muchísimo. Era como si unos músculos más grandes y duros que los suyos saliesen
desde dentro de los que ya tenía. Como si la piel del lobo estuviera por debajo
de la suya y saliera empujando, rasgando la piel exterior. En cada
transformación se le caían los dientes, empujados por los colmillos de lobo que
le salían de las encías. La cara se le estiraba hacia adelante, le salía un
morro alargado, se le aplastaba la nariz y los huesos supraorbitales
sobresalían más de la cuenta. Los huesos de la cara se le quebraban para
adquirir una nueva disposición. Los huesos de los miembros se le estiraban
hasta alcanzar la longitud de sus nuevas patas, anteriores y posteriores.
La transformación dolía. Pero después de
ella no había nada más que una oscuridad serena, sin dolor.
La piel humana se le caía al dejar paso
a la piel de lobo cubierta de pelo gris azulado. Los jirones de piel cayeron al
suelo, amontonándose con los de las otras noches y las otras dos
transformaciones.
Las manos se le endurecieron, saliéndole
garras de las uñas. Con ellas se apoyó en las paredes de piedra de la vieja
casa, dejando sin quererlo unas muescas, unas profundas líneas de arañazos.
No se dio cuenta de ello. No lo notó en
los dedos. Gritaba de dolor, mientras se le estiraba el morro, se le rasgaba y
caía la piel, mientras se le extendían los brazos y las piernas.
Dejó tras de sí la ropa y la piel hechas
jirones. El monstruo ya estaba aquí y la leyenda de la casa no acabó con él.
Saltó al alfeizar de una ventana y se
encaramó allí. Trepó por la fachada de la casa y se acuclilló en el tejado.
Desde allí miró la ciudad en todas direcciones y olfateó.
Había mucha gente por la calle. La
bestia no lo sabía, pero era viernes por la noche, y la gente salía a pasarlo
bien.
Arqueó la espalda, estiró el cuello y
apuntó su hocico de lobo al cielo, a la Luna llena que lo había despertado.
Aulló con fuerza.
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