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(Arenisca)
- ¡¡Eh!! ¡¡Tengo derecho a llamar,
¿no?!! ¡¡¿Por qué me han detenido?!! ¡¡¿De qué se me acusa?!!
Lucas Barrios había pasado toda la noche
en una celda de la comisaría de policía. Al principio no había dicho nada y al
final se había acomodado en uno de los bancos para dormir un poco. Pero cuando
se hizo de día decidió que iba a cambiar de táctica: daría guerra, a ver si
conseguía que alguien bajase a verle y le explicase qué estaba pasando. A esas
alturas ya debían de haber confirmado la autenticidad de su identificación.
Estaba decepcionado. No preocupado
porque lo hubieran detenido (por eso estaba molesto: no era la primera vez),
decepcionado por cómo había ido la noche. O el viernes en general.
Habían tratado de matarle, se había
quedado sin su coche, había dejado plantada a Patricia por irse a investigar a
Salamanca y allí tampoco se había lucido. Había habido dos muertos más (que él
supiera) y el monstruo seguía suelto.
Aunque, por lo menos, ahora sabía a qué
se enfrentaba.
- ¡¡Eh!! ¡¡Tengo que hablar con el
comisario!! ¡¡No soy un criminal!! ¡¡He venido aquí a ayudar!!
Pero nada. Nadie le hacía caso.
Cerca de las doce del mediodía un tipo de
pelo oscuro, delgado, de buena planta, piel morena, vestido con vaqueros y
camisa y con cara de pocos amigos, bajó a los calabozos a verle. Se paró
delante de los barrotes y Lucas se puso en pie, para estar cara a cara con él.
- Hola. ¿Es usted el comisario? –
preguntó.
El policía le miró durante unos segundos
en silencio, sin dejar de mirarle ni cambiar su cara.
- ¿Usted cree que el comisario vendría a
la comisaría un sábado por la mañana? – contestó al fin, con otra pregunta.
Lucas Barrios se encogió de hombros.
- Imagino que si hubieran atrapado al
asesino de estas últimas noches, el comisario vendría aquí perdiendo el culo –
reflexionó en voz alta. – No se lo perdería, da igual que fuera sábado, domingo
o la fiesta de San Pedro. Pero como no está aquí, supongo que será porque saben
que yo no soy el asesino – su lógica era aplastante. Hizo una mueca antes de
continuar. – Entonces, ¿usted quién es?
El policía le miró sin cambiar su cara,
durante otro periodo de varios segundos.
- Soy el inspector Amodeo. Yo tampoco
quería venir en sábado a la comisaría, pero por su culpa aquí estoy.
- Lo siento.
- Y no se apresure al suponer que le
hemos descartado como sospechoso – el inspector estaba muy serio, aunque su
voz no era amenazante ni peligrosa. – Es usted el tipo más sospechoso que he
visto en mi vida....
- ¿Sospechoso de qué? – preguntó, sin
poder evitar sonar divertido.
El inspector levantó una ceja.
- Sospechoso de cualquier cosa – le
abarcó con un gesto de la mano. – Eso sin contar con todos los cachivaches y
armas que hemos encontrado en su mochila....
- Tengo licencia – replicó,
inmediatamente.
El inspector Amodeo sonrió, por primera
vez en toda la conversación. Pero no era una sonrisa alegre ni divertida, de
complicidad.
- Ya lo imagino. Pero en esa mochila hay
muchas más cosas aparte de armas....
El inspector se dio la vuelta y se alejó
por el pasillo del calabozo. Lucas le vio irse, sin saber muy bien qué más
decir.
* * * * * *
Al cabo de una hora y media, Lucas
volvió a escuchar pasos que se acercaban, así que se levantó del banco. Había
estado tumbado boca arriba, con las manos en la nuca, pensando en el caso y en
su situación.
Para atrapar al hombre-lobo en una
ciudad como Salamanca sólo tenía que tenderle una trampa, vigilar bien la parte
vieja y tener las pistolas preparadas, aunque sólo en último caso. Pensaba más
bien en un par de dispositivos que llevaba en la mochila, que podían servirle
para anular o contener al monstruo, hasta que pasase el ciclo de la Luna llena:
entonces dejaría de transformarse y volvería a ser un hombre o una mujer
normal. Una vez pasado el peligro, podría recomendarle a quién visitar, para
que tratase su licantropía.
Por otro lado estaba la cuestión de su
detención. Tenía que resolverlo para salir cuanto antes: si el hombre-lobo
había matado las tres últimas noches significaba que la noche del sábado podía
muy bien ser la última del ciclo. Si lo dejaban escapar aquella noche todo
volvería a empezar dentro de un mes, en Salamanca de nuevo o quizá en otra
ciudad.
El inspector Amodeo se detuvo delante de
la celda, otra vez. Pero ahora venía acompañado: era un hombre corpulento, con
un poco de barriga que curvaba su camisa elegante. Vestía traje que le quedaba
bien, salvo por el detalle del vientre. Llevaba un pequeño sombrero de tela en
las manos, también de color azul oscuro. Era entrecano y con claros en la parte
alta del cráneo. Observó a Lucas con detenimiento y éste hizo lo mismo: no
conocía a aquel individuo, pero le molestaba sentirse como un gorila en su
jaula del zoo.
- No, inspector. No le conozco – dijo el
recién llegado. Tenía una voz profunda, de cantante de blues. – No es ninguno de nuestros sospechosos habituales, pero si
ha encontrado todo eso de arriba en su mochila yo también me andaría con
cuidado con él....
- ¿Quién narices es usted? – Lucas
estaba cada vez más amoscado.
- Soy Gerardo Antúnez Faemino, de la
Jefatura Central de Homicidios – dijo el hombre del traje azul, mostrándole
su identificación.
- ¿De la Jef....? Me cago en mi
calavera, ¡no me jodas! – Lucas no se lo creía, mirando al recién llegado con
rabia: el otro seguía mirándole serio, con total desfachatez. – No le habrá
dado crédito, ¿no inspector? Es un farsante, la Jefatura Central de Homicidios
no existe, es una tapadera para otra organización del gobierno....
- Esto es increíble – dijo el hombre del
traje. Lucas sabía que hacía teatro y de repente tuvo muchas ganas de
aplastarle la nariz contra los barrotes de la celda. – Ya le dije que me sonaba
a terrorismo, y ahora ve cómo trata de salir del paso ninguneándome....
- ¡¡¿Terrorismo?!! ¡¡¿Van a acusarme de
terrorismo?!! – Lucas no daba crédito. – Sí que voy mejorando, de homicida a
terrorista....
El inspector Amodeo le miraba sin decir
nada. Estaba muy pensativo, valorando todo el circo que tenía montado en su
comisaría. No sabía qué creerse y le costaba mucho no hacer caso a su instinto,
que le estaba diciendo desde primera hora de la mañana que hiciera algo muy
distinto a lo que estaba haciendo.
- Verá, inspector, yo creo que este
hombre no entraña peligro alguno: con tenerle vigilado y que los de la
científica se encarguen de revisar todos sus aparatos para deducir si son
peligrosos o no, será suficiente. En caso de que sus aparatos entrañen riesgo
para la seguridad nacional, usted sabrá obrar en consecuencia, ¿verdad? Y si no
son más que juguetes para aparentar, podrá devolvérselos sin riesgo – dijo,
mesurado, a pesar de los insultos que le lanzaba Lucas a través de los
barrotes. – Pero no querría decirle cómo hacer su trabajo: yo sólo he venido
aquí para hacer el mío. Así que, si me permite, iré al instituto forense para
ver los informes de las autopsias, entrevistarme con los doctores y poder
redactar mi propio informe.
El inspector Amodeo asintió y le indicó
con un gesto por dónde salir.
- Por aquí, por favor....
- ¡¡Mentiroso!! ¡¡Que eres un
mentiroso!! ¡¡No eres más
que
un chico de los recados para el general!! ¡¿Te han gustado mis aparatitos?!
¡¡Como vea que me falta uno voy y te saco las tripas, desgraciado!! ¡¡Pídele a
la agencia que te compre máquinas nuevas, que estáis desfasados!! – gritaba
Lucas, fuera de sí. Los dos hombres salieron de su campo de visión y dejó de
gritar, dejándose caer en el banco, derrotado.
Había tardado mucho la agencia en llegar
a Salamanca, le extrañaba mucho. Quizá los eventos del hombre-lobo habían
pasado desapercibidos y no se registraban bien en la Sala de Luces: al fin y al
cabo sólo era un medio “encarnado”. O
quizá Salamanca estuviese en medio de una nube
azul de ésas y tardaban en discriminar los eventos reales de las meras
presencias rutinarias.
De todas formas, Lucas resopló. Si la
agencia se encargaba del caso podía ir despidiéndose de cobrar. Por muy poca
cosa que parecía, Luis Miguel Tenencio Arias no le pagaría por un trabajo que
no había hecho él mismo. Al acordarse de su cliente se dio cuenta de que no
había concretado un precio con él, aunque visto como estaba el panorama, no iba
a ser necesario.
Volvió a oír ruidos y miró por entre los
barrotes: el inspector Amodeo estaba allí de vuelta, serio y pensativo como
siempre. Miraba a Lucas como si esperara algo de él.
- Inspector, ese hombre es un farsante –
dijo, levantándose del banco y acercándose a los barrotes, cara a cara con el
inspector. – No me entienda mal, será un profesional y es de los buenos, pero
no es quien dice ser. No deja de ser un investigador como yo, pero trabaja para
el gobierno. Al fin y al cabo como usted, pero en otro tipo de cuerpo. Si le
deja ahí fuera, ¿por qué a mí no? Estoy seguro que lleva el coche lleno de
cachivaches como yo.... aunque no tan buenos y tan originales como los míos....
El inspector Amodeo seguía serio.
- Me han dicho los agentes que le
detuvieron anoche que asegura haber llegado a la ciudad poco antes de que lo
detuvieran....
- Sí, así es. Vine en moto desde
Leganés: la moto está cerca del Puente Romano. No es mía, es de un amigo, pero
es que mi coche sufrió un percance hace poco y no podía viajar con él....
- Y lo primero que hizo al llegar a
Salamanca fue ir al cerro de San Vicente, a encontrarse con aquellos dos muertos,
¿no es así?
Lucas fue consciente de cómo sonaba
aquello. Pero ¡qué mierda!, quería salir del calabozo.
- Sí. En realidad no los buscaba a
ellos, buscaba a quién los mató. Llegué tarde....
El inspector Amodeo se pasó la mano
derecha por la mejilla izquierda, haciendo que su barba de siete días le
raspase en la palma. Tenía todo el aspecto de ser uno de esos hombres que se
afeitaban un día a la semana, y aquel día (quizá por culpa de Lucas) se había
saltado el afeitado de rigor. El inspector estaba pensativo, sin quitar los
ojos de encima de Lucas. Aquellos ojos le dieron una pista.
- ¿Anoche....? ¿Anoche murió alguien
más?
El inspector asintió, sin dejar de
pasarse la mano por la cara.
- Rediós, sí. Dos mujeres que estaban en
la terraza de la casa de una de ellas, allí cerca, en el barrio al lado del
cerro de San Vicente – contestó.
Lucas parpadeó, pensativo.
- ¿Antes o después?
No tuvo que dar más explicaciones. En
aquel contexto y con un interlocutor tan avispado como el inspector no
hicieron falta palabras de más.
- Parece que después, aunque la forense
todavía no me ha pasado el informe preliminar. No mucho después, pero todo
indica a ello.
- Entonces está claro que yo no fui – se
defendió Lucas.
- Todavía podría ser el responsable del
primer asesinato.
- Está de broma, ¿no? – sonrió Lucas. –
Yo no tengo la mandíbula que hizo esos mordiscos. Eso era lo que yo estaba
mirando cuando llegaron sus chicos de uniforme. Además, prefiero cenar otras
cosas, antes que carne cruda: hornazo, por ejemplo, que todavía no he comido.
El inspector Amodeo se volvió a pasar la
mano por la mejilla barbada, mirando a Lucas. Sonrió levemente, lo que era una
buena señal.
- Nunca he creído que usted fuera el
asesino de esa pobre pareja.
Lucas suspiró.
- Me alegra oír eso. Entonces, ¿por qué
sigo aquí?
- Por toda la amenaza de que usted sea
un terrorista o pueda trabajar para una célula islámica....
- Ahora sí que está de broma, ¿verdad? –
Lucas sonó divertido, pero su cara fue de sorpresa.
El inspector Amodeo se encogió de
hombros.
- Nunca lo creí, aunque es verdad que en
esa mochila hay cachivaches muy raros. Ante la duda....
- Pero si no lo cree, si cree que soy
inocente....
- Creo que eres quien dices ser. Creo
que eres un detective contratado por algún familiar de las víctimas para
encontrar al asesino. Y creo que todo eso que llevas encima no es peligroso,
más que para quien se quiera meter contigo.
- Entonces ¿por qué no me suelta? – se
sorprendió Lucas, agarrándose a los barrotes.
- Imagino que tú también habrás tenido
un jefe o habrás tenido que hacer cosas que no has querido hacer, pero había
que hacerlas – se excusó el inspector. – Una de las primeras víctimas era la
hija de un tipo muy importante de Salamanca, un constructor que debe tener
apaños con el alcalde, con un juez de instrucción y a saber con cuánta gente
más, rediós. Se ha enterado de tu detención de anoche y ha llamado al
comisario para decirle que no te dejen salir, por nada del mundo. Quiere un
culpable y cree que eres tú. Es un mafioso con problemas de control de la agresividad:
no tolera que le lleven la contraria....
- ¡¡¿Me van a cargar con el muerto?!!
- Claro que no – desdeñó el inspector
con un gesto de la mano. – Mañana o pasado estarás fuera, pero ese constructor
necesita un asesino y no para de meter presión al comisario y al cuerpo de
policía. Creo que a ti te ha tocado pagar el pato durante unas horas, para
mantenerle contento. Lo siento....
- Más lo siento yo, no crea....
El inspector Amodeo se volvió a pasar la
mano por la cara, molesto y pensativo. Lucas lo miró y no pudo evitar sonreír:
estaba claro que era un buen hombre, un buen policía y parecía que él le caía
bien. Tenía que intentar convencerle para que le soltara.
- Oiga, inspector, a mí me parece muy
bien lo de ese constructor mafioso, todas las ciudades tienen el suyo propio.
Tengo un amigo en Valladolid que habla de un tal Karanassos que debe ser un
personaje, ¿le suena?
- No....
- Es igual. A lo que iba era a que si me
suelta yo puedo conseguirle un culpable. Y no uno cualquiera: al de verdad.
- Anoche lo viste, ¿verdad? – el
inspector Amodeo se pegó a los barrotes.
- ¿Cómo lo ha sabido?
- Intuición – el policía se encogió de
hombros. – Supuse que eras un buen tipo nada más verte esta mañana.
- Muy bien, gracias. Ahora escuche –
Lucas se sentía un poco incómodo al escuchar aquellas buenas palabras por parte
del inspector. – Vi al asesino, pero no es quien usted se espera. No digo que
usted lo conozca, digo que no es como usted se espera que sea.
Amodeo frunció las cejas.
- Verá, inspector, usted me cae bien.
Quizá sea porque sé que yo le caigo bien a usted, y por empatía me pase al
revés. Pero me estoy pensando muy mucho si puedo contarle todo lo que sé....
El inspector Amodeo le miró,
valorándolo.
- ¿Vas a contarme un cuento? – bromeó.
- Si le cuento la verdad va a sonarle a
película, pero prometo que soy sincero – se arriesgó Lucas. – Necesito que me
saque de aquí para atrapar al asesino, para poder salvar a gente. Creo que
usted me puede ayudar y por eso creo que debo confiar en usted. Y tiene que ser
rápido, porque creo que esta noche es nuestra última oportunidad.
- ¿Cómo es eso?
- Me temo que el asesino puede cometer
esta noche sus últimos asesinatos y después desaparecerá. Sólo es una teoría,
pero puedo confirmarla simplemente con un calendario que muestre las fases
lunares.
Amodeo alzó las cejas, con sorpresa.
- ¿Va usted a escucharme con la mente
abierta? Lo necesito, de veras necesito que me crea.
- Adelante....
- Recuerde que le estoy hablando con
total sinceridad.... – empezó Lucas y después pasó a relatar al inspector
Amodeo cuál era su verdadero oficio, qué eran los entes paranormales y cómo los
encontraba y los hacía desaparecer, si eso era para lo que le habían
contratado. Le explicó un poco por encima para qué eran la mayoría de aparatos
que llevaba en su mochila y cómo funcionaban las armas contra los entes y al
final le contó que el asesino de Salamanca era un hombre-lobo, y que por eso,
cuando acabara el ciclo de la Luna llena, se acabarían las transformaciones y
los asesinatos nocturnos. – Creo que la última Luna llena completa será esta
noche y también será la última transformación. A partir de mañana habrá que
esperar un mes para que el hombre-lobo vuelva a aparecer, y quizá no sea en
Salamanca. Allí donde aparezca de nuevo puede que no estén preparados.
El inspector Amodeo lo miró y lo escuchó
sin inmutarse, aunque su cara parecía muy seria, incluso un poco recelosa.
Lucas esperaba haber hecho lo correcto, aunque no todo el mundo era como
Patricia.
El inspector se pasó la mano por la
cara, pensativo y dejó de mirar a Lucas, para bajar la cabeza y mirarse los
pies. Parecía confuso y abatido, y aquella mezcla de sensaciones podía ser
tanto buena como mala. Al alzar la cabeza su cara era un poema: parecía dolido
y tenía dudas.
Lucas suspiró, derrotado, pero entonces
el inspector dio un paso adelante, con las llaves de la celda en la mano.
Introdujo la adecuada en la cerradura y abrió la puerta.
- Te creo porque mi intuición me dice
que lo haga – le advirtió, alzando un dedo índice. – Pero si me la has jugado,
no sé cómo se lo voy a explicar al comisario....
- Va a tener problemas para explicárselo
a su comisario de todas formas, siendo verdad y todo – bromeó Lucas, al salir
de la celda. El inspector le tendió la mano y se la estrechó.
- Santiago Amodeo Córcovas.
- Yo soy Lucas Barrios – sonrió. – Oiga,
¿no tendrá problemas con ese juez, con el alcalde y con el constructor ése por
soltarme?
Amodeo soltó una carcajada, la primera y
única que Lucas le escucharía.
- Con el alcalde me llevo bien y ya
tengo problemas con el juez Gutiérrez Alarcón y con el constructor Jurado
Jiménez. Uno más no estropeará mucho nuestras relaciones....
Subieron los dos juntos a la comisaría.
Estaba prácticamente vacía, pues era sábado y casi era la hora de comer. Sólo
había cuatro agentes uniformados por allí y en las mesas de los subinspectores
e inspectores no había nadie más que Amodeo.
- Veo que era verdad que usted no tenía
que estar aquí en sábado – señaló Lucas a su alrededor. – Disculpe.
- No te preocupes. Si atrapamos al
asesino me vale.
El inspector Amodeo le devolvió la
cartera y después le tendió la mochila. Cuando Lucas la fue a coger el
inspector la retuvo un momento, sujetándola con la mano.
- No me falles.... – le advirtió. Lucas
asintió. Después se puso a revisar el interior, comprobando que no le faltaba
nada: no desconfiaba de los policías, era de ese tal Gerardo Antúnez Faemino de
quien no se fiaba. No era más que un perro de la agencia y tenía que andarse
con cuidado con ellos.
Mientras rebuscaba en el interior de la
mochila, sonó el teléfono de la mesa del inspector. Se acercó a ella y
descolgó, haciéndole un gesto a Lucas para que esperase y guardase silencio.
- ¿Sí? Ah, hola, comisario..... – Lucas
se quedó helado, mientras Amodeo conservaba la calma. – Sigue abajo, en la
celda.... ¿Está seguro? – el inspector puso cara de sorpresa. – Por mí de
acuerdo, pero no sé si tendremos problemas con el constructor.... Usted manda,
comisario, pero no querría verle metido en problemas.... – después de escuchar
la contestación del comisario Amodeo sonrió. – Es usted un as, jefe. Le
mantendré al corriente. Y gracias....
Después colgó, mirando con respeto y
cariño el teléfono sobre su mesa.
- ¿Qué? – preguntó Lucas, en ascuas.
- El comisario me ha ordenado que te
suelte – el inspector Amodeo levantó la vista y miró sonriente a Lucas. – Al
parecer un general le ha llamado solicitándole personalmente que te dejemos
libre. Y el comisario me ha pedido, como una petición suya, que te ayudemos en
todo lo que podamos. Parece que quiere tocarles un poco las narices al juez y
al constructor Jurado....
- ¡¡Olé por su comisario!! – dijo Lucas,
pero no perdió de vista el fondo de la cuestión. – ¿Le ha dicho qué general era
ése que quería que yo estuviera libre?
- El general Martínez, creo que me ha
dicho....
- Claro.... – se lamentó. No quería
deberle favores al general: en realidad, prefería no tener ningún tipo de
relación con él.
- Inspector, ¿ya no está detenido el
sospechoso? – preguntó una agente uniformada, que se acercó a ellos con
respeto.
- No, Ortega, órdenes directas del
comisario.
- Bien, es que hay una señorita
esperando en el mostrador de información desde hace casi una hora a que la
dejemos pasar para ir a verle. Por más que le decimos que no puede recibir
visitas ella no se va. Ahora que ya está libre....
- Ay mi madre, no me lo puedo creer....
– musitó Lucas, que creía conocer la identidad de su insistente visita. Salió
por donde le indicaba la agente Ortega y llegó al mostrador de información.
Allí, sentada en unos asientos de plástico adosados a la pared, esperaba
Patricia, con evidente gesto impaciente. Al verle aparecer por la puerta se
puso en pie muy sonriente y corrió a abrazarle.
- ¡¡Lucas!!
- ¿Pero qué haces aquí? – le preguntó él
cuando se separaron después de un largo beso.
- Como no sabía nada desde ayer por la
noche te he llamado desde bien pronto, sin que me contestaras ni me cogieras el
teléfono. Estaba preocupada, por lo que me contaste que te pasó el jueves en
Ciudad Lineal y por lo que podía pasar aquí en Salamanca, así que llamé a tu madre,
a
ver
si ella sabía algo más....
- Mi madre.... – agitó la cabeza Lucas.
- No sabía nada, pero me dijo que
investigaría. Al cabo de una media hora me llamó y me dijo que viniese aquí,
que te habían detenido pero que ella iba a seguir tratando de que te soltaran
inmediatamente. Por eso he esperado....
Ahora la llamada del comisario a Amodeo
tenía todo el sentido. Su madre había removido media agencia para saber qué le
había pasado y después había contactado con el general para que él usase sus
influencias y consiguiese que le soltaran.
Lucas meneó la cabeza. Su madre era lo
más.
Y, aunque ahora quizá le debía un favor
al general, se alegraba de tener una madre así.
- Bonito reencuentro – dijo el inspector
Amodeo, a su espalda. Los dos enamorados se dieron la vuelta a mirarle. –
¿Comemos juntos? Ya es la hora más que de sobra, y conozco un lugar aquí al
lado bastante decente....
Los tres salieron juntos de la
comisaría.
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