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(Arenisca)
Lucas se despertó tarde, cerca ya del
mediodía. Había acabado tomando unos vasos de whisky la noche anterior, él
solo. La visita de Justo Díaz Prieto le había trastornado un poco y la tensión
de un nuevo atentado contra su vida no había ayudado a tranquilizarle ni
sosegarle.
Así que había decidido pasar la noche
con Johnny.
El de la etiqueta negra.
No se despertó con mucha resaca, pero sí
un poco abotargado. Se pasó quince minutos debajo del agua de la ducha, los
primeros cinco con el agua fría. Aquello le despejó y le despertó del todo.
Fue a la cocina descalzo y vestido sólo
con un pantalón de chándal viejo, pero sin olvidar la pistola, que llevaba en
la floja cinturilla. Pensó qué desayunar, cuando recordó que el día anterior
había hecho la compra. Rebuscó en el frigorífico y sacó tres naranjas, para
hacer zumo con ellas. Cortó las naranjas a la mitad, enchufó el exprimidor y
empezó espachurrarlas contra la estriada parte giratoria. Mientras, con la otra
mano comprobaba los mensajes del WhatsApp.
Patricia le había escrito por la noche y
también aquella mañana. La contestó, sin mucho entusiasmo, pero tranquilizándola:
estaba perfectamente, no le pasaba nada. Había preferido quedarse en casa y si
nada cambiaba así seguiría todo el día. Esperó a que su novia le contestase,
pero no lo hizo, y entonces recordó que seguiría en la guardería y no podría
atender el móvil al instante.
José Ramón también le había escrito,
aquella mañana, muy pronto. Sabía que salía a correr a primera hora del día, y
supuso que entonces era cuando su amigo había aprovechado para contarle sus
avances: él no sabía dónde buscar al tipejo que le había dicho Lucas, pero
había dado el aviso a unos antiguos alumnos suyos del colegio, ya en edad del
instituto. Ellos controlaban más a la gente de la calle, del barrio, y
actuarían como sus espías. Lucas sonrió y después le agradeció las molestias.
Terminó de hacer el zumo y se lo tomó de
dos largos tragos. Después limpió el exprimidor mientras se comía medio paquete
de galletas, a palo seco.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que
tenía el simbolito de las llamadas en la parte alta de la pantalla. Accedió al
menú y comprobó que tenía tres llamadas perdidas del mismo número. Era un
número que no conocía, que no tenía guardado en la agenda. Por un momento
decidió olvidarlo, pero después volvió al menú y dio al botón de rellamada.
Podía ser un cliente. O uno de los
“miniespías” de José Ramón. O cualquier llamada urgente.
O, con mucha suerte, quienquiera que
estuviera detrás del atentado que había sufrido ayer.
Los tonos de llamada se sucedieron uno
tras otro y cuando Lucas creía que ya no iban a contestar, escuchó una voz,
algo temblorosa y agitada.
- ¿Hola?
- Sí, verá, muy buenas, he recibido tres
llamadas de este número y no sé....
- ¿Es usted Lucas Barrios? – le
cortaron.
- El mismo.
- ¡¡Menos mal que al fin puedo hablar
con usted!! – su interlocutor sonó tremendamente aliviado. Lucas casi creyó
escucharle sollozar. – ¡No sabe cuánto necesito su ayuda!
- Está bien, cálmese hombre, cuénteme....
- Mire, soy Luis Miguel Tenencio
Arias.... puede llamarme Luismi.... – el hombre hablaba de corrido, muy
nervioso. – Vivo en Salamanca, aunque soy de Albacete. Llevo poco más de un mes
aquí, por trabajo: me ha mandado la empresa....
- ¿En qué trabaja usted? – preguntó
Lucas, atento a su interlocutor (estaba tan alterado que al menos lo hacía por
curiosidad), pero mientras recogía la cocina. Al pasar por la ventana se asomó
con cuidado, vigilante. Podían volver a atacarle en cualquier sitio.
- En una empresa de calefactores – fue
la apasionante respuesta. – Me han mandado aquí porque vamos a poner radiadores
en todos los apartamentos de varios bloques que se están construyendo en las
afueras....
- Ya veo. Bueno, continúe con su
problema....
- ¡Sí! Verá, estoy muy nervioso, es la
primera vez que salgo de Albacete y claro, todo es nuevo para mí.... Allí
todavía vivo con mis padres....
- ¿Y cuántos años tiene usted? Lo
pregunto para hacerle la ficha, nada más.... – preguntó Lucas, con cierta
ironía. Su interlocutor no la captó.
- Cuarenta y dos....
- Estupendo – contestó Lucas, poniendo
cara de sorpresa. Menudo pringao.
- Sí, bueno, el caso es que anoche
paseaba por el centro de Salamanca, que me gusta mucho, cuando alguien me
atacó.
- ¿Le atracaron? ¿Lo ha denunciado a la
policía?
- No, no, no intentaron robarme.
Intentaron atacarme, hacerme daño....
- Lo que tiene que hacer entonces es ir
a la comisaría de policía más cercana y poner la denuncia....
- No puedo. Lo que me atacó no era
humano.
- ¿Cómo dice? – Lucas estaba
repentinamente interesado.
- Anoche me atacó un monstruo.
Hubo un momento de silencio entre los
dos teléfonos
- Verá, no me gusta que me tomen el pelo
– repuso Lucas Barrios. – Y mucho menos con cosas tan serias como éstas. ¿Puede
repetir?
- Anoche
me atacó un monstruo por la calle en Salamanca.
- ¿Cómo era ese monstruo?
- Lo vi sólo un instante – dijo Luis
Miguel Tenencio Arias, con voz culpable. – Estaba muy oscuro y él se movía muy
rápido, pero me pareció que tenía aspecto humano, aunque tenía el cuerpo
cubierto de pelo. No me pareció que tuviera cola, aunque sí un morro alargado
lleno de colmillos....
Lucas arrugó el ceño. Aquella
descripción no encajaba con los monstruos ultradimensionales que él conocía.
- ¿Está seguro?
- ¿De lo de los colmillos? Bastante, los
vi de muy cerca....
- No me refería sólo a ese detalle –
repuso Lucas, cayendo en la cuenta después del comentario del hombre de otra
pregunta que le interesaba hacer, para después. – Me refiero al aspecto general
del monstruo.
- Ya le digo que le vi muy poco, a
oscuras, pero estoy bastante seguro de lo que le he dicho.
- ¿Seguro que no iba a cuatro patas? ¿Y
que no tenía cola? – preguntó Lucas, pensando en un ujku.
- No, no, iba erguido. Estaba lleno de
pelo y rugía.
- ¿Y cómo se libró del ataque de una
bestia así?
- No lo sé. Sólo sé lo poco que recuerdo
de anoche cuando me he despertado. Tampoco sé dónde vi al monstruo ni cómo me
atacó ni cómo me libré. Pero le he visto y estoy muy asustado....
- Ya veo, ya.... Oiga.... – aquello era
una pérdida de tiempo. Quizá no fuese una broma, no se lo estaba inventando,
pero probablemente aquel tipejo había tenido una pesadilla (a lo mejor
provocada por una borrachera o por la ingestión de otro tipo de sustancias
menos legales) y había creído que todo era realidad. El teléfono de Lucas
Barrios podía encontrarse más o menos fácilmente en internet, si se buscaba con
las palabras adecuadas. Podía haberlo buscado y decidirse a llamar. Desde luego
el sueño tenía que haber sido muy vívido. – Creo que no voy a hacerme cargo del
caso. Si no me da datos más concluyentes no voy a trasladarme hasta
Salamanca....
- ¡¡Puede comprobar los datos que quiera
en internet!! – dijo el hombre, desesperado. – ¡¡Entre en la página de La Gaceta
de Salamanca!! Yo no he sido el único atacado: hace dos noches fue
asesinado un chico joven, un universitario, y esta misma noche murió de una
forma horrible una pareja de novios. Puede ver las noticias, no le miento – el
hombre parecía convencido, y Lucas podía comprobar su historia mirando el
periódico digital. Conectó el portátil mientras empezaba a pensar en irse a
Salamanca. – Anoche me encontraba muy cansado, un poco desorientado: la noche
pasada no dormí nada bien. Quizá por eso no recuerde bien mi encuentro con el
monstruo ni cómo me libré de él, pero le aseguro que es verdad. Tengo unos
cortes en el brazo que lo atestiguan.
- Espere un momento.... – le pidió
Lucas. El ordenador ya se había iniciado y se había conectado a internet,
buscando la página web del periódico de Salamanca. En portada ya aparecía la
noticia de la pareja de novios encontrada muerta aquella madrugada, en la casa
Lis. Había un link a una noticia del
día anterior: Lucas clicó en ella y le salió la noticia del universitario
muerto a los pies de la estatua de Unamuno, hacía dos noches. Las noticias no
hablaban de causas, pero las dos aseguraban que los asesinatos habían sido
brutales y que los cuerpos presentaban mordiscos de mandíbulas muy grandes.
- ¿Oiga? ¿Señor Barrios? ¿Sigue ahí?
- Sí, estoy aquí – contestó. – Verá,
señor Tenencio, imagino que habrá sacado mi teléfono de mi página web, así que
puede que haya visto mis tarifas. Si de verdad hay un monstruo suelto en
Salamanca.... mi investigación será cara.
- Bueno, no se preocupe por eso –
respondió Luis Miguel Tenencio Arias. – Tengo una cuenta corriente que me
abrieron mis padres cuando hice la comunión con mucho dinero ahorrado. Creo que
tendré de sobra.
Lucas puso los ojos en blanco.
- Bueno, hablaremos de mis honorarios
cuando llegue y nos veamos....
- Entonces, ¿va a venir a Salamanca?
Lucas asintió, aunque Luis Miguel
Tenencio Arias no podía verle: lo hizo para convencerse a sí mismo.
- Sí, esta misma tarde.
Después quedó en la Plaza Mayor para
encontrarse con su nuevo cliente a primera hora de aquella tarde, en una de las
cafeterías. A continuación colgó.
Se quedó un instante inmóvil, en
silencio, sentado en el sofá, delante del portátil. Miraba las noticias del
periódico digital, aunque no las leía. Reflexionaba sobre el caso y sobre su
situación.
Aquello tenía pinta de paranormal,
aunque eso ya lo confirmaría in situ.
Lo que sí era sin duda era peligroso, pero Lucas creía que salir de Madrid unos
días le vendría bien, aunque acabase de llegar hacía dos días. Si los que
querían matarle estaban allí, lo mejor para él era irse lejos.
Salamanca no era lejos, precisamente,
pero al menos estaría fuera de su alcance.
Se levantó y empezó a preparar la maleta
(en la que no olvidó meter su mono de color rojo) y su mochila (con todos sus
dispositivos, armas y cachivaches). Cogió el cargador del móvil, un plano de
Salamanca (de un archivador en el que tenía planos de todas las ciudades y
pueblos importantes de España), sus gafas de sol y las llaves del piso y se
dirigió a la puerta.
Antes de salir su móvil pitó, con los
silbidos de R2-D2: era el aviso de que le acababa de llegar un mensaje de WhatsApp. Lo miró, en el vano de la
puerta, comprobando que era Patricia:
Vale,
buena idea, quédate allí, pero esta tarde quiero verte en lo de Sofía
Lucas recordó de repente el cumpleaños
“sorpresa” que le estaban preparando a la amiga de su novia e hizo una mueca de
disgusto. No es que no quisiese ir, era que no encajaba en sus nuevos planes.
Resopló, pensando qué hacer. Al final
escribió a Patricia, sabiendo que tendría que hacer lo que debía hacer.
Vale.
Tengo que ir a Salamanca, creo que tengo un nuevo caso. Ademas, creo que es
mejor que este fuera de Madrid.
De
todas formas esta tarde estoy de vuelta para la fiesta. Alli nos vemos, no te
preocupes
Esperó la respuesta de Patricia,
deseando que no se enfadase por su viaje y que no se preocupase demasiado por
él.
La respuesta no se hizo
esperar:
Lucas Barrios sonrió, enternecido. Desde
luego Patricia era la mejor.
Después salió de casa, cerró la puerta
con llave y bajó a la calle, a por su coche.
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