La asamblea
real tuvo lugar tres días más tarde, en un pequeño bosque de Rodena, al pie de
las colinas Prye, muy cerca del mausoleo de Heraclio “el Padre”. Heraldos y
consejeros de los Cuatro Reinos se dieron cita allí.
Los
representantes de cada uno de los reinos eran muy diferentes entre sí, tales
eran las diferencias de los territorios. De Tiderión acudió un noble, Syr
Wilfretd Goldbloom, elegido personalmente por el rey Corasquino. Era un
ministro de su gabinete de gran confianza, mesurado y amable, alguien muy útil
a la hora de debatir. Al syr lo acompañaban Remigius y Zanigra, pues su
majestad Corasquino creía que podrían aportar datos relevantes a las negociaciones,
al haber descubierto ellos el asesinato de Carlus de Naran y la destrucción de
su libro en la biblioteca. Los tres viajaron al bosque de la asamblea real en
una calesa elegante y cómoda, llena de adornos y de dorados, tirada por
caballos engalanados y acompañada de una escolta de jinetes refinados y
apuestos, que tan sólo aportaban buena presencia, no seguridad.
De Belirio
acudieron solamente dos representantes: el ministro Floke y Cástor el pastor de
cabras, acompañado por su perro Ceniza.
Floke había sido elegido por el rey Krann para sentirse representado, pero
confiaba en que fuese Cástor quien más aportase a la asamblea: el rey del basto
no conocía al pastor nada más que desde hacía unos pocos días, pero era quien
se había enfrentado a los Innos en las estepas de su reino y quien había
rescatado el relicario de bronce. Los dos representantes del rey “bárbaro”
habían viajado usando diligencias y sus propios pies, poco amigos de ceremonias
y de cortejos. Llegaron caminando al bosque, a paso vivo los dos.
Los
representantes de Tâsox fueron Eonor y Dímoras, como estaba previsto. El rey
Al-Jorat les hizo llegar hasta Sinderin (capital del reino de Rodena) un pliego
firmado de su puño y letra en el que les nombraba sus representantes en la
asamblea. Además les mandó un carro pequeño, tirado por el burro de Eonor,
cargado con libros de magia, ingredientes para pociones y diversas sustancias
para hechizos.
Eonor y
Dímoras viajaron hasta el bosque al pie de las montañas Prye acompañados por el
coronel Darius Gulfrait, que iba al mando de una pequeña escuadra de
veinticinco caballeros. Eran los representantes del rey Maximus de Rodena y
llegaron a la asamblea con mucha dignidad y marcialidad, al trote de sus
caballos de batalla.
El lugar
elegido para la asamblea era un círculo de rocas planas, clavadas en vertical
en el suelo cubierto de hierba. Había siete piedras con siete árboles entre
ellas, pequeños manzanos que no alcanzaban más de tres metros de altura. Las
caballerías y los transportes quedaron fuera del círculo y los representantes
de los cuatro reyes entraron en él, agrupados en cuatro montones, sin
mezclarse. En el centro del círculo había un altar circular, rodeado de hiedra
verde azulada, plano en su parte alta,
en la que descansaba una herradura,
oxidada y desgastada por el Sol y la lluvia.
Darius
Gulfrait tomó la iniciativa y se acercó al altar, tomó la herradura en su mano
y se dirigió a los presentes.
- Bienvenidos,
representantes. Deseo que hayáis tenido todos un viaje agradable y tranquilo
hasta nuestro reino – comenzó el coronel, con tono amable. – Ahora estamos todos
aquí, en este pequeño rincón de los cinco territorios, para hablar de los
extraños e inquietantes acontecimientos que están ocurriendo en los Cuatro
Reinos. Hablemos por turnos, aprendamos lo que los otros nos cuenten y tomemos
entre todos una decisión, si creemos que corremos peligro y debemos actuar – la
voz y el semblante del coronel se habían vuelto más serios. – Sabed que en este
círculo sagrado, herencia de los primeros heraclianos, los rodenienses siempre
hemos celebrado asambleas importantes. Para organizarnos debéis saber que quien
tiene la herradura tiene la palabra y puede cedérsela a cualquiera que se la
solicite de manera adecuada. Cualquiera puede solicitar la herradura si así lo
desea, cuando tenga algo que compartir con la asamblea – explicó el coronel y
los presentes asintieron. – Bien. Sed bienvenidos. Que la unión nos dé
conocimiento sobre cómo proceder.
Darius
Gulfrait asintió, solemne, hacia los presentes. Se quedó un instante delante
del altar, todavía con la herradura en la mano, por si alguno de los
embajadores quería tomar la palabra. Si tal cosa no ocurriera, él pensaba
continuar, siguiendo las órdenes de su rey.
Pero el
hechicero Eonor levantó la mano con permiso y el coronel asintió y le invitó a
acercarse. El anciano dejó solo a Dímoras y se llegó hasta el altar, donde el
coronel Gulfrait le entregó la herradura. El coronel se apartó unos pocos pasos
y dejó al anciano en el altar.
- Ejem,
ejem.... Embajadores, representantes, nobles y gentes de armas.... Soy Eonor,
de Medin, capital de Tâsox – comenzó el anciano yumón, con confianza y respeto. – Soy hechicero y tengo una pequeña
tienda en un barrio humilde de la ciudad. A menudo he sufrido algún asalto,
pero nunca un robo como el que sufrí hace unos días.
Toda la
asamblea prestaba atención a sus palabras, con cierta frialdad aplicada.
- Mi aprendiz
Dímoras y yo descubrimos nuestra humilde tienda completamente revuelta y
destrozada, hace unos días, como os digo. Después de hacer inventario,
descubrimos que nos había sido robado un valioso y antiguo manuscrito: el
grimorio de Kórac.
Zanigra ahogó
un suspiro de sorpresa. El coronel Gulfrait se sobresaltó ligeramente,
asombrado, al igual que Syr Wilfretd Goldbloom, asustado. Los demás no sabían a
qué se refería el anciano hechicero.
- ¿Qué es eso
del grimorio de Kórac? – preguntó el ministro Floke, desde su rincón. Gulfrait
estuvo a punto de reprenderle (no había pedido al custodio de la herradura permiso
para hablar) pero como Eonor le respondió sin molestarse por la interrupción,
lo dejó correr.
- Es un
antiquísimo libro de hechizos y conjuros. Recoge infinidad de fórmulas mágicas,
historias de la magia y aplicaciones de ésta – explicó el anciano yumón. – Pero por lo que es muy famoso
(y temido) es porque es el único libro en el que quedó registrado el
hechizo que se usó hace siglos para encerrar a Thilt en su cárcel de bronce.
Floke y Cástor se miraron y se encogieron de hombros.
- Como todo buen grimorio, el de Kórac incluye todos los conjuros
referidos a un mismo tema: si recoge el hechizo con el que se puede encerrar a
un hechicero en una prisión de bronce, también contiene el que puede deshacerlo....
– apuntó Eonor. Todos los presentes comprendieron la importancia de la
desaparición del libro.
Remigius
levantó la mano después de la intervención de Eonor, a la vez que el pastor de
cabras intervino desde su sitio.
- Quiero
hablar – dijo Cástor.
- Un momento,
por favor – medió el coronel Gulfrait. – El embajador de Tiderión ha pedido la
palabra.
Cástor suspiró
fuerte pero asintió. Remigius se acercó al altar y recibió la herradura de
manos de Eonor, que volvió a su sitio al lado de Dim, que estaba encogido y nervioso.
- Hola a
todos. Soy Remigius, jefe de alguaciles de Nau, capital del reino de Tiderión –
se presentó el viejo alguacil. – Después de las palabras del hechicero creo que
Zanigra, la bibliotecaria, debería intervenir. He pedido la palabra para ella.
Remigius se
giró hacia Darius Gulfrait, como solicitando su permiso y el coronel asintió,
sin queja. Entonces el alguacil miró a su amiga y le hizo un gesto para que se
acercase al altar circular. Zanigra negó primero con la cabeza, encogida de
vergüenza, pero como Remigius insistió con gestos firmes, la joven
bibliotecaria se acercó a él. Tomó de sus manos la herradura desgastada y se
puso frente al altar, mirando fijamente la piedra. Remigius se quedó a su lado,
apoyando el redondo y dorado escudo en el suelo y con las manos sobre él, aunque
no intervino.
- Hace unos
días también sufrimos un asalto en la biblioteca real de Nau – empezó Zanigra,
con un hilo de voz. Estaba muy nerviosa, con mucha vergüenza: era la primera
vez que salía de su reino y estaba en un acontecimiento muy importante. –
Alguien se coló en la biblioteca y destruyó un libro de un historiador muy
importante. Pero no sólo eso: también mataron al historiador.
Eonor levantó
la mano, respetuosamente. Remigius lo vio (Zanigra no podía verlo, porque
seguía mirando la superficie del altar de roca) y puso una mano en el hombro de
su amiga, para que se detuviera. Zanigra se sobresaltó, dejó de hablar y miró
hacia su derecha, donde estaba Remigius. El alguacil señaló a Eonor, Zanigra lo
miró y se puso muy colorada. Le dio permiso para hablar con un gesto de la mano
que agarraba fuertemente la herradura.
- Gracias, señorita
– dijo Eonor, con una sonrisa cálida, que trataba de calmar a Zanigra. – Sólo
quería saber quién era el historiador.
- Era Carlus
de Naran, un hombre muy conocido en Tiderión – contestó Remigius directamente.
– No sé si en los otros reinos habrán oído hablar de él, pero escribió varios
libros sobre los primeros años de los heraclianos.
- Ya veo.... –
dijo Eonor, asintiendo y agradeciendo con un gesto la respuesta.
- Y no sólo
eso – intervino Zanigra. Parecía que la interrupción le había dado ánimos. – En
el libro que apareció destrozado hacía una suposición del lugar donde descansaba
enterrado el relicario que se usó para atrapar a Thilt.
Los presentes
guardaron silencio, pesado y fúnebre. Floke levantó la mano, como había visto
hacer a Remigius.
- Parece que
todo gira en torno a Thilt, eso está claro – dijo el ministro de Belirio,
después de que la bibliotecaria le diese permiso para hablar. – Es muy grave
esto que estamos tratando.
- Así es –
asintió Remigius.
- Pido permiso
para que mi acompañante tome la herradura.... – solicitó el ministro Floke.
Zanigra y Remigius cedieron su lugar al pastor de cabras, que cogió la
herradura con la mano derecha, mientras con la izquierda apoyaba su basto en el
suelo y lo sostenía por el mango. Ceniza
trotó a su lado y se echó en el suelo cuando su amo se detuvo delante del
altar, apoyando la cabeza sobre las patas delanteras.
- Yo puedo
hablar sobre el relicario que se usó para encerrar al hechicero – empezó
Cástor, con brusquedad. – No sabía que había más de uno, pensé que sólo existía
el que se usó para encerrarle, pero el otro día, en la estepa de mi reino,
encontré otro que al parecer es igual que ése, como me indicó mi huakar – explicó el pastor. – Un grupo
de Innos trataba de hacerse con él.
- ¿Un grupo de
Innos? – se sobresaltó el coronel Gulfrait. – ¿También en Belirio?
- ¿Qué quieres
decir con “también”? – preguntó Cástor, volviéndose a él.
- Hemos
interceptado a un gran grupo de Innos cruzando Rodena – explicó el coronel. –
Venían desde Tiderión y pretendían volver a Gondthalion.
- De donde
nunca debieron salir.... – dijo un caballero del grupo del coronel, escupiendo
las palabras.
- Imagino que
serían los que mataron a Carlus de Naran y asaltaron la biblioteca.... –
comentó Remigius, después de pedir la palabra.
-
¿Consiguieron los Innos llevarse el relicario? – preguntó Eonor, después de que
Cástor le diese la palabra.
- No. Les
detuve antes – contestó éste. – El relicario está en mi equipaje....
La asamblea se
interrumpió un breve momento, en el que Cástor salió del círculo para acercarse
a sus bultos y sacar de una mochila el relicario de bronce que los Innos
trataban de recuperar en el santuario de la estepa. El objeto pasó de mano en
mano entre todos los presentes y Cástor esperó pacientemente, apoyado en el
altar circular, con la herradura todavía entre las manos. Ceniza no se había movido de su sitio.
- ¿Y los Innos
querían eso? – preguntó Syr Wilfretd Goldbloom, señalando el relicario que por
fin había vuelto a las manos de Cástor.
- Cuando yo los
descubrí estaban desenterrándolo, sí. Querían llevárselo.
- Pero, ¿qué
sentido tiene todo esto? – volvió a preguntar el noble. – Los Innos campando a
sus anchas por los Cuatro Reinos, recabando información sobre Thilt,
destrozando propiedades reales y matando a la gente....
- Quieren
liberar a Thilt.... – dijo Dímoras con un hilo de voz. Todos los embajadores y
representantes se volvieron a mirar al aprendiz: la mayoría de ellos ya habían
pensado en aquella posibilidad, pero expresar la idea en voz alta hacía que
todos se sintieran un poco más desprotegidos.
- Menuda
tontería – replicó Cástor, con desdén. Eonor levantó la mano para pedir la
palabra.
- Solicito la
herradura – pidió el anciano hechicero. Cástor se la cedió y le dejó sitio en
el altar. Ceniza siguió a su amo, que
se reunió con el ministro Floke.
- Creo que es
hora de recapitular – comenzó el anciano. – Varios grupos de Innos han cruzado
los Cuatro Reinos con total desfachatez. En Tâsox llegaron hasta mi tienda y
robaron el grimorio de Kórac, único manuscrito en el que se registraron los
hechizos capaces de atrapar un alma mortal en un relicario metálico. Y también
los que pueden liberar un alma de ese tipo de prisión – Eonor señaló con un
ademán a Remigius y Zanigra. – En Tiderión los Innos destrozaron un libro de
historia y a su escritor: de esa manera nadie podrá consultar el supuesto lugar
de enterramiento de Thilt. Quizá podamos hablar con algún estudioso que haya
leído el libro y confiar en su buena memoria – el yumón se giró a mirar al coronel Gulfrait y a sus soldados. –
Podemos suponer que esos mismos Innos son contra los que habéis luchado vos y
vuestros caballeros, coronel, cuando cruzaban Rodena de vuelta a la Tierra de
las Canteras Eternas. No llevaban nada con ellos, ¿no es cierto?
- Nada que nos
pudiera dar una pista, en efecto – concedió el coronel.
- Y por último
tenemos el testimonio de este pastor de cabras – continuó Eonor, volviéndose
hacia Cástor, Floke y Ceniza. – Otro
grupo de Innos estaban en Belirio para encontrar el otro relicario de bronce
que fue forjado como reserva si el primero fallaba en el intento de encerrar a
Thilt.
- Es la única
parte que no entiendo – intervino Syr Wilfretd Goldbloom, alzando la mano y
después del permiso de Eonor. – ¿Para qué quieren los Innos el relicario? Si su
intención es liberar a Thilt, ¿para qué quieren otra prisión para su amo?
- Sólo se me
ocurre que querían tenerla para que nosotros no la tuviésemos – contestó Eonor,
– para que no pudiésemos encerrar a Thilt una vez que lo hayan liberado.
- Pero resulta
que sí lo tenemos – intervino el coronel Gulfrait, pensativo. Todos lo miraron.
– Eso puede jugar a nuestro favor.
- Sí, si
conseguimos encerrarlo una vez que ellos lo hayan liberado....
- Lo que me
recuerda una cosa: los Innos no pueden ser quienes liberen a Thilt – siguió el
coronel Gulfrait. – Son bestias inmundas y despreciables, llenas de maldad,
pero carentes de inteligencia. Ha de haber alguien que les esté comandando,
organizando, liderando. Alguien incluso peor que ellos....
- ¿Quién? –
preguntó el ministro Floke.
- Quizá un
hechicero con delirios de grandeza. O uno de los antiguos Sacerdotes Oscuros
que haya sobrevivido este tiempo escondido y al margen de los Cuatro Reinos –
dedujo Eonor.
- Puede ser.
Hace décadas que no entramos en Gondthalion a por piedra – apuntó Remigius.
- ¿Y qué
hacemos para detenerlos? – preguntó el coronel. – Tenemos el relicario, sí,
pero no sabemos dónde está enterrado Thilt y me parece muy poco probable que
atrapemos a los Innos que robaron vuestro grimorio. Sé por su majestad Máximus
que los ejércitos de hechiceros de Al-Jorat, en Tâsox, están alerta para
encontrarlos, pero será difícil. El desierto es muy grande.
- Muy
probablemente no recuperemos el grimorio, pero quizá no sea necesario – dijo
Eonor. Todos prestaban mucha atención a sus palabras. – Usemos lo que tenemos a
nuestro favor: conocemos su plan. Gracias a nuestro pastor de cabras tenemos el
otro relicario de bronce y hemos podido deducir el plan de los Innos, o de
quién murciélagos los está dirigiendo. Podemos intentar encontrar el relicario
que contiene el alma de Thilt y protegerlo, cambiarlo de lugar. Quienquiera que
esté detrás de esto necesita estar delante del relicario o dirigir
espacialmente el hechizo para poder liberarlo: no basta con lanzarlo al aire.
Si nosotros tenemos el relicario y lo hemos cambiado de lugar, si lo hemos
escondido en lugar seguro, de nada les habrá valido todo este caos que han
creado.
Los demás
embajadores pensaron bien antes de hablar, reflexionando sobre las palabras del
hechicero de Tâsox. Era muy importante aquella decisión y no podía tomarse a la
ligera.
- Quizá no sea
la mejor solución, pero nos daría tiempo a encontrar el grimorio de Kórac y
ponerlo también a buen recaudo – dijo el ministro Floke.
- No será la
mejor solución, pero es la que podemos llevar a cabo – dijo el coronel. – Está
en nuestra mano. Tenemos el factor sorpresa de nuestra parte. Creo que no
deberíamos perder más tiempo y encargarnos nosotros mismos de ello: mis caballeros
y yo podemos hacerlo.
- Habría que
informar a nuestros monarcas, por deferencia, pero es cierto que nos han
trasladado la potestad de poder decidir qué hacer – asintió Eonor.
Los
embajadores estuvieron de acuerdo en que, dadas las circunstancias, poco más
podían hacer para evitar el regreso de Thilt. Quizá no pudiesen evitarlo
definitivamente (no tenían el grimorio de Kórac ni sabían dónde podían detener
al responsable que estaba detrás de todo aquello) pero podían retrasar el
funesto final, el tiempo suficiente para poner en marcha otro plan. Así que
todos dieron su consentimiento para que Darius Gulfrait y sus caballeros
entrasen en Gondthalion para encontrar el relicario que mantenía preso a Thilt
y lo escondieran en otro lugar.
- El problema
que veo a este plan es: ¿dónde encontrarán los caballeros de Rodena el
relicario? Al perder el libro de Carlus de Naran no sabemos dónde está.... –
dijo
Remigius con una mueca.
- Creo que
podemos encargarnos de eso.... – dijo Eonor, volviéndose a su aprendiz. Dim
comprendió la mirada inteligente de su yumón
y sonrió traviesamente.
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