Cuando se hizo
de noche, Eonor y Dim lo tenían todo preparado.
El resto de
embajadores y representantes habían acampado cerca del círculo de rocas
(algunos, como el ministro Floke y Cástor al raso, otros como Syr Wilfretd
Goldbloom, Remigius o Zanigra en una tienda de tela elegante y muy señorial) y
los dos hechiceros (yumón y aprendiz)
se alejaron unos pasos, para dedicarse a lo suyo.
- Creo que ya
está todo – comentó Eonor, revisando todos los materiales e ingredientes que
habían sacado del carro, necesarios para el conjuro que iban a realizar. Dim
estaba encendiendo una gran hoguera, mientras tanto, a unos metros de su yumón.
- Esto ya
está.... – dijo el chico. El hechicero se volvió a comprobarlo y asintió, al
ver el fuego a su gusto.
- Muy bien.
Ven y ayúdame a preparar los ingredientes por orden – mandó el yumón y el aprendiz obedeció,
concentrado. Los dos sabían que aquel hechizo era complicado y podía resultar
peligroso.
Mientras
medían las cantidades exactas de cada hierba, cada polvo de hueso y cada gota
de sangre de larva de mosca, escucharon unos pasos quedos que se acercaban.
- Coronel,
¿ocurre algo? – preguntó Eonor. El coronel Gulfrait se había acercado y el
hechicero temió que algo grave hubiese ocurrido o que hubiesen recibido noticias
funestas por paloma.
- Nada,
maestro, nada. Descuide, no pretendía alarmarle – el coronel levantó las manos
mientras se detenía. – Sólo quería estar presente, mientras realiza el hechizo,
si es posible....
- No hay
problema, siempre que usted no sea demasiado asustadizo – dijo el hechicero,
con tono de broma, pero cierta verdad en sus palabras.
- No se
preocupe por mí – aseguró el coronel, pero pareció que algo le quedaba por
decir.
- ¿Quiere
decirme algo más? – Eonor le invitó con un gesto, mientras detrás de él Dim
seguía midiendo cantidades de guano de murciélago y sacaba una pata de cuervo de
un bote de cristal y la colocaba en un lienzo blanco.
- En realidad
no soy el único que quiere estar presente durante el hechizo – reconoció. – El
alguacil y la bibliotecaria también tienen curiosidad por ver qué va a hacer y
el pastor bárbaro no quiere quedarse al margen de nada....
Eonor levantó
las cejas, algo sorprendido y se volvió hacia su aprendiz, que rio con una risa
infantil, divertida.
- Que vengan, yumón – dijo éste último. – Seguro que
no han visto una cosa así en su vida.
- Lo que me
preocupa es que luego no puedan dormir.... – la voz del hechicero era
divertida.
Dímoras se
encogió de hombros.
- Avíselos. Y
si aun así quieren quedarse a verlo será solamente cosa suya....
- Muy bien.
Haga que se acerquen – dijo Eonor, volviéndose al caballero.
Darius
Gulfrait asintió y volvió sobre sus pasos, para llamar a los otros. Los cuatro
volvieron a la hoguera al cabo de unos momentos, con diferentes grados de
curiosidad y temor. Cástor incluso parecía ligeramente indiferente, como si su
presencia allí sólo fuera un trámite para no estar al margen de lo que hacían
los demás embajadores.
- Muy bien,
antes de nada debo advertirles que lo que Dímoras y yo vamos a hacer es algo
bastante impresionante y puede asustar incluso al más aguerrido – dijo,
terminando esta frase mirando al caballero, que no se inmutó. – No pretendo
asustarles, pero sí advertirles. Si quieren estar aquí creo que deben saber de
qué va la cosa, para no llevarse demasiados sustos después, que se los llevarán
– agregó, terminando la frase mirando a Zanigra, que se encogió en el sitio,
pero no se movió. – Muy bien, ya están avisados. Si quieren contemplar el
hechizo es bajo su responsabilidad y elección.
Ninguno de los
cuatro espectadores dijo nada ni hizo gesto de querer irse al campamento
improvisado que había a unos metros, así que Eonor se dio la vuelta y acercó a
la hoguera los ingredientes que Dim había preparado mientras tanto.
Entre yumón y aprendiz hablaron en voz baja,
organizándolo todo y preparándose para el hechizo. Dim echó unos polvos al
fuego, que tiñeron las llamas de color azul. Los cuatro espectadores miraron la
hoguera maravillados, sentados en fila a unos tres metros de los hechiceros y
el fuego. Las llamas siguieron azules, danzando y retorciéndose, sin cambiar de
tamaño.
- Shamartán,
dios del Otro Lado, escucha mi llamada – empezó a recitar Eonor, y los cuatro
espectadores se quedaron inmóviles, un poco acomplejados por la seriedad del
anciano. – Toma nuestra intrusión de la mejor manera posible, pues no queremos
entrometernos en tu reino, sólo queremos ver y hablar con uno de tus huéspedes.
Shamartán, oh señor del Otro Lado, atiende a mi llamada.
Dim le alcanzó
a su maestro un puñado de hueso pulverizado y Eonor lo lanzó a las llamas
soplando al borde de la mano, esparciendo el polvo sobre el fuego. Las llamas
entonces crecieron en tamaño e intensidad, volviéndose rojas de nuevo. Los
espectadores no pudieron evitar dar un respingo, sorprendidos, incluido
Cástor, que ya no parecía nada indiferente y veía hacer a los hechiceros con
ojos atónitos.
- Dum,
Shamartán, ghele minghele. Dum, Esterthat, ovilium vestert – empezó a recitar Eonor en una lengua
desconocida para todos. Su voz parecía distinta, más grave, más profunda, más
seria. Incluso más poderosa.
Dim no paraba
de acercarle los ingredientes en el orden correcto a su yumón, que los echaba al fuego en un orden concreto y con unos
gestos determinados, dependiendo qué ingrediente era y en qué momento del
hechizo se encontrara. Aquello siguió durante un rato, hasta que lanzó al fuego
la pata de cuervo. Entonces las llamas se alzaron unos cuantos metros más,
volviéndose negras. Era algo inaudito, cómo el fuego podía ser negro y seguir
brillando y refulgiendo como un fuego normal.
- ¡¡Aaaahh!! –
Zanigra gritó, asustada, y Remigius se tapó la cara con las manos,
aterrorizado.
- ¡Por la Real
Espada! – dijo Darius Gulfrait, sorprendido y asustado a partes iguales.
Incluso Cástor se puso tenso, agarrando su basto, con pulso tembloroso.
De entre las
llamas habían salido unos demonios formados del fuego negro, que saltaban en la
parte alta de las llamas, aullando alocadamente o rugiendo con rabia. Saltaban
de las crestas de las llamas y aterrizaban en otra parte de la hoguera, después
de haber trazado un arco en el aire, como si fuesen salmones saltando fuera del
agua. Sus apariencias y sus gritos eran horribles y habían asustado a los
presentes.
- ¡¡Vahlá,
Shamartán!! ¡¡Yur merte Carlus de Naran!! ¡¡Vahlá!! – dijo Eonor, a voz en grito, lanzando
al fuego el último ingrediente, un puñado de polvos de color azul claro. Los
tiró a la base del fuego, sin ceremonia ninguna, con fuerza. Las llamas
explotaron en una nube de humo y chispas, haciendo que Zanigra y el coronel
Gulfrait gritaran del susto. Cuando se dispersó el humo las llamas eran azules
de nuevo, los demonios habían desaparecido y todo parecía normal otra vez.
Entonces desde
las llamas empezó a surgir una figura etérea, fantasmal, translúcida, que flotó
sobre las llamas, que ahora ardían sin furia, con normalidad, lamiéndole los
pies transparentes a la aparición.
- ¿Sois Carlus
de Naran? – preguntó Eonor, con voz clamada y amable. La aparición asintió,
mirando alrededor, confuso. El hechicero sabía que tenía que ser rápido si
quería aprovechar la presencia del espíritu. – Necesitamos preguntarle algo que
sólo usted sabe en los Cuatro Reinos. Es importante....
El fantasma
del escritor tideriano fijó sus ojos inexistentes en Eonor, sin hacer gesto
alguno. El hechicero creyó que aquello era suficiente atención.
- ¿Sabéis
dónde se esconde la prisión de bronce del hechicero Thilt? Sólo vos lo sabéis y
es necesario que nosotros lo sepamos. Estamos en peligro, los Cuatro Reinos lo
están....
El espíritu
levantó su mano izquierda, que ondeó como si estuviera bajo el agua. Señaló
hacia el este.
- ¿En
Gondthalion? Eso lo sabemos, ¿pero dónde exactamente?
El espíritu
volvió a mirar al hechicero, mientras se volvía más y más transparente. Las
llamas empezaban a perder su color azul y volvían a sus colores rojos, naranjas
y amarillos. El hechizo se desvanecía.
El fantasma
levantó su mano derecha y señaló hacia Remigius, que se encogió muerto de
miedo. Entonces saltó una chispa en la mochila de cuero del alguacil y su
equipaje saltó dos metros en el aire. Cuando aterrizó en el suelo la mochila
humeaba y el hombre se apresuró a apagarla a manotazos, abriéndola y buscando
el origen del fuego. Era un mapa de los Cuatro Reinos que llevaba dentro, en
pergamino: un punto del mapa se había ennegrecido y todavía humeaba, aunque ya
no ardía, tras los manotazos de Remigius.
- Ha marcado
un punto en Gondthalion – dijo.
Eonor se
volvió a mirar al espectro, para agradecerle su información, pero ya era tarde.
El fantasma se desvanecía, a la vez que las llamas volvían a su tamaño y su
color normal. Al cabo de unos segundos no quedó rastro del espíritu, ni de la
hoguera azul, ni del hechizo.
La noche
parecía volver a ser normal y la hoguera sólo era una chispa naranja en su
inmensidad oscura.
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