El Sumo
Sacerdote Oscuro Kuliaqán se vio forzado a salir de su trance, en el que estaba
concentrado y meditando, al escuchar el cloqueo de los estúpidos Innos a la
puerta de su guarida. El Sumo Sacerdote se puso en pie, levantándose de la
butaca, apoyándose en los reposabrazos tapizados, molesto.
No le gustaba
que le molestaran cuando estaba meditando, y menos que fueran aquellos cretinos
sin seso. Recorrió la galería, pensando qué iba a hacer con los causantes de su
distracción, cuando los Innos entraron a buscarle.
- ¡¡Silencio!!
– bramó, atemorizando a las criaturas y frenándolas de golpe. – ¡¿Qué hacéis
aquí dentro?! ¡¡Os he dicho que no quiero imbéciles en mis aposentos privados!!
Alzó las manos
sin arrugas ni rasgos, cubiertas de una especie de terciopelo negro, y lanzó
rayos azules desde sus dedos, friendo a las dos docenas de Innos que habían
entrado en su busca. Dejó atrás los cadáveres humeantes y siguió su camino,
porque fuera, en el embudo de la mina, seguían gorjeando aquellas criaturas
estúpidas.
- ¡¡¿Qué pasa
aquí?!! – vociferó, haciendo que unas rocas de lo alto del círculo se
resquebrajaran y cayeran rebotando hasta el fondo de la sima. – ¡¡¿A qué viene
este alboroto?!!
Los Innos
retrocedieron, asustados, encogidos ante la presencia del omnipotente Kuliaqán.
Dejaron en el centro del improvisado círculo a un grupo de tres Innos, que parecían
cansados y desgastados por una actividad agotadora.
En sus brazos
con manos de tres dedos llevaban un grueso libro.
- ¿Es el
grimorio de Kórac? – se asombró y maravilló el Sumo Sacerdote Oscuro Kuliaqán.
Sin esperar respuesta se acercó a los Innos y les arrebató de las manos el
pesado libro, sujetándolo entre las suyas y hojeándolo con veneración y
lujuria. Era el libro deseado. – Salid de aquí....
Había sido una
orden en voz queda, pues el Sumo Sacerdote ya estaba pensando en otra cosa.
Miraba el libro sin pensar en lo que tenía alrededor, concentrado en su
victoria inmediata, pues no iba a esperar a que Zard estuviese presente para
liberar a Thilt.
Los Innos no
obedecieron, la mayoría porque no había entendido bien lo que el Sumo Sacerdote
Oscuro Kuliaqán había musitado. Cuando se dio cuenta de que las criaturas
seguían rodeándole, a medias asustadas y a medias rastreras, repitió la orden.
Pero esta vez
se aseguró de que lo entendieran.
- ¡¡Salid de aquí!! ¡¡Dejadme solo!! – nuevas piedras cayeron
de las paredes de la mina redonda, en todas partes. Algunas rocas rebotaron
alrededor del Sumo Sacerdote, aplastando a media docena de Innos. Los demás
huyeron de allí despavoridos, meneando sus patas de hormiga con dos rodillas a
toda velocidad.
Kuliaqán se
quedó solo.
Abrió con
deleite el libro, del todo. Observó las arcanas palabras, escritas en un idioma
que muy pocos conocían y entendían en aquella dimensión. Admiró los dibujos y
las imágenes, macabras unas, maravillosas otras, terroríficas la mayoría.
Tenía la
victoria en sus manos.
Entonces se
percató de que una página estaba brillando con una luz púrpura. Era una de las
que tenía por delante en el libro, así que pasó las páginas hasta llegar a
ella. Cuando la desplegó ante sí el fulgor era mucho mayor, bañándole el átono
rostro, sin rasgos. A pesar de la capucha y la oscuridad de su interior, la luz
del libro le iluminó perfectamente.
Aquella página
era la del hechizo captor que se había usado con Thilt. Kuliaqán no leyó los
textos, lo adivinó al instante, pues una imagen muy detallada, mostraba al gran
hechicero siendo succionado por un relicario de bronce. La página brillaba con
la luz púrpura tan intensamente que hacía daño a los ojos.
Pero nadie
sabía si el Sumo Sacerdote Oscuro Kuliaqán tenía ojos. Por lo pronto, no dejó
de mirar la página iluminada con fuerza.
Durante unos
instantes se mostró atónito. ¿Acaso el libro sabía qué hechizo quería
consultar? ¿Conocía sus intenciones y por eso le mostraba la página que
necesitaba?
Aquel libro
era extraordinario y el Sumo Sacerdote Oscuro le creía muy capaz de hacer tal
cosa.
Pero después
se asustó, repentinamente. Quizá fuese por saberse tan cerca de su objetivo,
por notar la victoria ya a su alcance, por saborear el éxito. Quizá por eso se
asustó al pensar que no era una indicación del libro, sino una llamada de
socorro.
¿Y si todo su
plan corría peligro justamente en ese momento?
- Vrinden....
El Sumo
Sacerdote Oscuro Kuliaqán echó a correr, con el libro en las manos y la capa
ondeando tras de sí. Volvió a la galería, dejó atrás los cadáveres de los Innos
y entró en su estancia. El grimorio de Kórac no dejaba de brillar, solamente
aquella página, con la potente e intensa luz púrpura: tiñó las paredes redondas
de la estancia cuando Kuliaqán lo dejó apoyado en una mesa. El Sumo Sacerdote
se giró hacia el tocón de columna que había en el centro de la habitación y
quitó el retal de seda negra, descubriendo la bola de cristal.
- No puede
ser, no puede ser.... – musitaba, nervioso. – Muéstrame el presente, yo te lo
pido, muéstrame qué ocurre en el lugar de descanso de Thilt....
Hasta ese
momento no había sabido dónde buscar al gran hechicero Thilt, pero con el
grimorio en su poder ya lo sabía. Nadie más que él en los cinco territorios lo
sabía, si su plan había salido bien. Hasta aquel momento no había albergado
dudas de aquello, pero después de ver brillar el libro de aquella manera tan
extraña....
La bola estaba
confusa, turbia, pero el deseo tan intenso de Kuliaqán por saber qué ocurría
despejó las brumas de la incertidumbre.
El Sumo
Sacerdote Oscuro observó en la bola a un grupo diverso de humanos. Parecían de
los Cuatro Reinos a la vez, no de uno solo de ellos. Había cabras a su
alrededor y estaban en una zona rocosa. No era una mina ni lo había sido.
La imagen se
deshizo en humo y volvió a concentrarse en imágenes concretas. Un hombre
vestido con la armadura de los caballeros de Rodena y otro con un escudo dorado
de Tiderión a la espalda tiraban de una cuerda, que rodaba en una polea, en lo
alto de un caballete. La cuerda se perdía en un agujero en el suelo. Un hombre
bajo y fornido, con aspecto de bárbaro de Belirio controlaba la cuerda y lo que
había en el fondo del agujero.
La imagen se
deshizo como si estuviese reflejada en el agua y alguien la hubiese removido,
pero al poco volvió una imagen nítida, distinta de la anterior. Se veía a una
mujer bella, un muchacho joven de rostro travieso y despierto y un perro gris,
agachados sobre un objeto, mirándolo con atención. Se apartaron y Kuliaqán pudo
ver que contemplaban el relicario donde había sido hecho prisionero Thilt.
- ¡¡No!! –
gritó el Sumo Sacerdote, dejando de mirar la bola de cristal, enfadado y
asustado. La imagen se perdió, pero Kuliaqán ya había visto suficiente. En el
grupo también había un hechicero.
Había visto el
futuro, no el presente, pero era un futuro muy posible y muy cercano. Tenía
posibilidades de evitarlo, pero tenía que darse mucha prisa.
Salió
corriendo de sus aposentos, saliendo al exterior, que seguía libre de Innos.
Eran criaturas simples y estúpidas, pero tenían la inteligencia necesaria como
para saber cuándo corrían peligro y por eso seguían lejos de allí.
- ¡¡¡Cuilebrae
venomus!!! – gritó el Sumo Sacerdote, con los brazos cubiertos de
pelusilla hacia lo alto, desesperado. Un fiel cuélebre aterrizó frente a él, al
fondo de la mina a cielo abierto, al cabo de unos segundos. El reptil estaba
siempre preparado, pero en aquella ocasión había notado la desesperación de su
amo, así que había acudido todavía más rápido. – ¡Ve en busca de Zard y
transmítele este pensamiento!
El Sumo
Sacerdote Oscuro apoyó la palma de la negra mano en la escamosa frente del
cuélebre y le transmitió directamente la orden para Zard. Era un mensaje claro
y corto, así que el cuélebre remontó el vuelo al instante, volando hacia la
cordillera Oscura en busca del Dharjûn, que comandaba al ejército de Innos.
Kuliaqán vio
marcharse volando a su mascota y después volvió a su aposento con paso rápido.
Tenía que tratar de liberar a Thilt antes de que aquellos malnacidos que había
visto en la bola de cristal encontraran el relicario, lo cambiaran de sitio o
lo escondieran o incluso (esperaba que no) lo destruyeran con el gran hechicero
dentro.
El Sumo
Sacerdote Oscuro Kuliaqán se inclinó sobre el grimorio de Kórac, frenético,
estudiando los conjuros de la página iluminada de color púrpura.
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