jueves, 23 de febrero de 2017

Cuatro Reyes - Capítulo XVI



El Sumo Sacerdote Oscuro Kuliaqán se vio forzado a salir de su trance, en el que estaba concentrado y meditando, al escuchar el cloqueo de los estúpidos Innos a la puerta de su guarida. El Sumo Sacerdote se puso en pie, levantándose de la butaca, apoyándose en los reposabrazos tapizados, molesto.
No le gustaba que le molestaran cuando estaba meditando, y menos que fueran aquellos cretinos sin seso. Recorrió la galería, pensando qué iba a hacer con los causantes de su distracción, cuando los Innos entraron a buscarle.
- ¡¡Silencio!! – bramó, atemorizando a las criaturas y frenándolas de golpe. – ¡¿Qué hacéis aquí dentro?! ¡¡Os he dicho que no quiero imbéciles en mis aposentos privados!!
Alzó las manos sin arrugas ni rasgos, cubiertas de una especie de terciopelo negro, y lanzó rayos azules desde sus dedos, friendo a las dos docenas de Innos que habían entrado en su busca. Dejó atrás los cadáveres humeantes y siguió su camino, porque fuera, en el embudo de la mina, seguían gorjeando aquellas criaturas estúpidas.
- ¡¡¿Qué pasa aquí?!! – vociferó, haciendo que unas rocas de lo alto del círculo se resquebrajaran y cayeran rebotando hasta el fondo de la sima. – ¡¡¿A qué viene este alboroto?!!
Los Innos retrocedieron, asustados, encogidos ante la presencia del omnipotente Kuliaqán. Dejaron en el centro del improvisado círculo a un grupo de tres Innos, que parecían cansados y desgastados por una actividad agotadora.
En sus brazos con manos de tres dedos llevaban un grueso libro.
- ¿Es el grimorio de Kórac? – se asombró y maravilló el Sumo Sacerdote Oscuro Kuliaqán. Sin esperar respuesta se acercó a los Innos y les arrebató de las manos el pesado libro, sujetándolo entre las suyas y hojeándolo con veneración y lujuria. Era el libro deseado. – Salid de aquí....
Había sido una orden en voz queda, pues el Sumo Sacerdote ya estaba pensando en otra cosa. Miraba el libro sin pensar en lo que tenía alrededor, concentrado en su victoria inmediata, pues no iba a esperar a que Zard estuviese presente para liberar a Thilt.
Los Innos no obedecieron, la mayoría porque no había entendido bien lo que el Sumo Sacerdote Oscuro Kuliaqán había musitado. Cuando se dio cuenta de que las criaturas seguían rodeándole, a medias asustadas y a medias rastreras, repitió la orden.
Pero esta vez se aseguró de que lo entendieran.
- ¡¡Salid de aquí!! ¡¡Dejadme solo!! – nuevas piedras cayeron de las paredes de la mina redonda, en todas partes. Algunas rocas rebotaron alrededor del Sumo Sacerdote, aplastando a media docena de Innos. Los demás huyeron de allí despavoridos, meneando sus patas de hormiga con dos rodillas a toda velocidad.
Kuliaqán se quedó solo.
Abrió con deleite el libro, del todo. Observó las arcanas palabras, escritas en un idioma que muy pocos conocían y entendían en aquella dimensión. Admiró los dibujos y las imágenes, macabras unas, maravillosas otras, terroríficas la mayoría.
Tenía la victoria en sus manos.
Entonces se percató de que una página estaba brillando con una luz púrpura. Era una de las que tenía por delante en el libro, así que pasó las páginas hasta llegar a ella. Cuando la desplegó ante sí el fulgor era mucho mayor, bañándole el átono rostro, sin rasgos. A pesar de la capucha y la oscuridad de su interior, la luz del libro le iluminó perfectamente.
Aquella página era la del hechizo captor que se había usado con Thilt. Kuliaqán no leyó los textos, lo adivinó al instante, pues una imagen muy detallada, mostraba al gran hechicero siendo succionado por un relicario de bronce. La página brillaba con la luz púrpura tan intensamente que hacía daño a los ojos.
Pero nadie sabía si el Sumo Sacerdote Oscuro Kuliaqán tenía ojos. Por lo pronto, no dejó de mirar la página iluminada con fuerza.
Durante unos instantes se mostró atónito. ¿Acaso el libro sabía qué hechizo quería consultar? ¿Conocía sus intenciones y por eso le mostraba la página que necesitaba?
Aquel libro era extraordinario y el Sumo Sacerdote Oscuro le creía muy capaz de hacer tal cosa.
Pero después se asustó, repentinamente. Quizá fuese por saberse tan cerca de su objetivo, por notar la victoria ya a su alcance, por saborear el éxito. Quizá por eso se asustó al pensar que no era una indicación del libro, sino una llamada de socorro.
¿Y si todo su plan corría peligro justamente en ese momento?
- Vrinden....
El Sumo Sacerdote Oscuro Kuliaqán echó a correr, con el libro en las manos y la capa ondeando tras de sí. Volvió a la galería, dejó atrás los cadáveres de los Innos y entró en su estancia. El grimorio de Kórac no dejaba de brillar, solamente aquella página, con la potente e intensa luz púrpura: tiñó las paredes redondas de la estancia cuando Kuliaqán lo dejó apoyado en una mesa. El Sumo Sacerdote se giró hacia el tocón de columna que había en el centro de la habitación y quitó el retal de seda negra, descubriendo la bola de cristal.
- No puede ser, no puede ser.... – musitaba, nervioso. – Muéstrame el presente, yo te lo pido, muéstrame qué ocurre en el lugar de descanso de Thilt....
Hasta ese momento no había sabido dónde buscar al gran hechicero Thilt, pero con el grimorio en su poder ya lo sabía. Nadie más que él en los cinco territorios lo sabía, si su plan había salido bien. Hasta aquel momento no había albergado dudas de aquello, pero después de ver brillar el libro de aquella manera tan extraña....
La bola estaba confusa, turbia, pero el deseo tan intenso de Kuliaqán por saber qué ocurría despejó las brumas de la incertidumbre.
El Sumo Sacerdote Oscuro observó en la bola a un grupo diverso de humanos. Parecían de los Cuatro Reinos a la vez, no de uno solo de ellos. Había cabras a su alrededor y estaban en una zona rocosa. No era una mina ni lo había sido.
La imagen se deshizo en humo y volvió a concentrarse en imágenes concretas. Un hombre vestido con la armadura de los caballeros de Rodena y otro con un escudo dorado de Tiderión a la espalda tiraban de una cuerda, que rodaba en una polea, en lo alto de un caballete. La cuerda se perdía en un agujero en el suelo. Un hombre bajo y fornido, con aspecto de bárbaro de Belirio controlaba la cuerda y lo que había en el fondo del agujero.
La imagen se deshizo como si estuviese reflejada en el agua y alguien la hubiese removido, pero al poco volvió una imagen nítida, distinta de la anterior. Se veía a una mujer bella, un muchacho joven de rostro travieso y despierto y un perro gris, agachados sobre un objeto, mirándolo con atención. Se apartaron y Kuliaqán pudo ver que contemplaban el relicario donde había sido hecho prisionero Thilt.
- ¡¡No!! – gritó el Sumo Sacerdote, dejando de mirar la bola de cristal, enfadado y asustado. La imagen se perdió, pero Kuliaqán ya había visto suficiente. En el grupo también había un hechicero.
Había visto el futuro, no el presente, pero era un futuro muy posible y muy cercano. Tenía posibilidades de evitarlo, pero tenía que darse mucha prisa.
Salió corriendo de sus aposentos, saliendo al exterior, que seguía libre de Innos. Eran criaturas simples y estúpidas, pero tenían la inteligencia necesaria como para saber cuándo corrían peligro y por eso seguían lejos de allí.
- ¡¡¡Cuilebrae venomus!!! – gritó el Sumo Sacerdote, con los brazos cubiertos de pelusilla hacia lo alto, desesperado. Un fiel cuélebre aterrizó frente a él, al fondo de la mina a cielo abierto, al cabo de unos segundos. El reptil estaba siempre preparado, pero en aquella ocasión había notado la desesperación de su amo, así que había acudido todavía más rápido. – ¡Ve en busca de Zard y transmítele este pensamiento!
El Sumo Sacerdote Oscuro apoyó la palma de la negra mano en la escamosa frente del cuélebre y le transmitió directamente la orden para Zard. Era un mensaje claro y corto, así que el cuélebre remontó el vuelo al instante, volando hacia la cordillera Oscura en busca del Dharjûn, que comandaba al ejército de Innos.
Kuliaqán vio marcharse volando a su mascota y después volvió a su aposento con paso rápido. Tenía que tratar de liberar a Thilt antes de que aquellos malnacidos que había visto en la bola de cristal encontraran el relicario, lo cambiaran de sitio o lo escondieran o incluso (esperaba que no) lo destruyeran con el gran hechicero dentro.
El Sumo Sacerdote Oscuro Kuliaqán se inclinó sobre el grimorio de Kórac, frenético, estudiando los conjuros de la página iluminada de color púrpura.
 

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