Un edecán
entró en la sala del trono y dio dos golpes con su bastón en el suelo, llamando
la atención de los presentes.
- ¡¡Su
majestad el rey Al-Jorat, del reino de Tâsox!! – anunció con voz clara y
potente. Después se hizo a un lado para dejar entrar a los visitantes. El rey
Máximus despachó a sus consejeros y se levantó del trono.
Acompañado por
cuatro hechiceros vestidos con túnicas azul oscuro y cubiertos con máscaras
negras, Al-Jorat entró en la larga sala del trono del palacio de Sinderin, con
paso rápido pero no por ello perdió su porte distinguido y regio. Caminó por la
nave central hacia el trono del fondo.
- Majestad, me
alegro de volver a veros – le saludó el rey Máximus, bajando la tarima de tres
escalones del trono para recibir a su invitado a la misma altura. Los dos monarcas
se estrecharon la muñeca, con efusividad. Los guardias de uno y los hechiceros
del otro no perdieron detalle, para evitar cualquier jugarreta o atentado. –
¡Traed un asiento para el monarca! Tenemos que despachar asuntos importantes de
estado....
Dos sirvientes
trajeron una butaca de madera con asiento de cuero, ancha y cómoda. Colocaron
un cojín en el asiento y dejaron la butaca con los reposabrazos forrados de
terciopelo al lado del trono del rey Máximus.
- Acompañadme,
Al-Jorat, por favor. Sentémonos aquí – invitó Máximus, precediendo a su
invitado por la escalinata del trono. El rey de Rodena se sentó en su trono y
el de Tâsox lo hizo en la butaca que habían dispuesto para él. Aunque los
asientos eran distintos, no había diferencia de altura ni de fastuosidad entre
un monarca y otro. No podían ser más diferentes: el rey de la espada
corpulento, de pelo y barba blancos, vestido con coraza, protecciones en brazos
y pies, espada al cinto y manta azul con forro de armiño; el rey de la copa
delgado y alto, con pelo negro y perilla del mismo color, piel oscura, vestido
con túnica granate y ni una sola arma a la vista. Sin embargo los dos parecían
igual de importantes.
Uno de los
hechiceros enmascarados de Al-Jorat se colocó tras su rey, en la espalda de la
butaca. Los otros tres permanecieron en posición de firmes a los pies de la
tarima escalonada. Dos soldados de Máximus se colocaron también detrás del
trono de su rey y otros cuatro permanecieron en las cercanías, con las espadas
desenvainadas, apoyando las manos en el pomo y la punta en el suelo.
- ¿Cómo
estáis, majestad? – preguntó el anfitrión.
- Cansado por
el viaje, pero encantado de estar aquí – dijo el rey de la copa, con un gesto
de agradecimiento. – Lo cierto es que estaba deseando tener este encuentro con
voz, majestad.
- Igual que
yo, entonces.
- ¿Cómo os
encontráis, majestad?
- Aburrido y
envejecido – dijo el de la espada. – La guerra es un entretenimiento que me
encanta, pero mis consejeros dicen que no es cosa de reyes, que debo permanecer
en la capital.
- Mis
consejeros me dicen lo mismo – reconoció Al-Jorat, con cierta lástima.
- Deberíamos
despedirlos – bromeó el de la espada.
- No me
tentéis – contestó el de la copa.
Rieron con
risas leves. Después se pusieron serios.
- ¿Habéis
encontrado a esos Innos que cruzaban vuestro desierto?
- No,
majestad. Sólo a dos de ellos, que no llevaban el grimorio encima – se lamentó “el
rey hechicero”. – Me temo que eran un señuelo y los que llevaban el libro de
hechizos hayan escapado....
- Es una
lástima, pero era difícil encontrarlos – reconoció Máximus. – El desierto es
grande y ellos llevaban ventaja....
- Cierto, pero
esas excusas son débiles. Debimos haberles atrapado....
- No os
castiguéis – animó el de la espada, con una sonrisa de superioridad. – Todos
cometemos errores....
- ¿Y los que
tenéis vos en custodia? ¿Habéis conseguido hacer que hablen?
Máximus borró
su sonrisa y se puso muy serio.
- No sacamos
nada de ellos antes de que se mataran a mordiscos en su celda y ahora ya no
pueden decirnos nada – se lamentó.
- Vaya, es una
contrariedad....
- Lo es, pero
he recibido paloma de mi fiel coronel Darius Gulfrait. La asamblea real ha sido
un éxito, al parecer, y han llegado a la conclusión de que alguien quiere
resucitar a Thilt.
- Mi hechicero
también se ha comunicado conmigo por medio de una bola de cristal y me ha
informado – asintió Al-Jorat.
- Me han dicho
que tienen un plan para actuar – siguió Máximus. – Les he dado total libertad
para hacerlo.
- Igual que
yo.
- Por lo que
tengo entendido, los embajadores de Tiderión y el de Belirio forman también el
grupo.
- Los cuatro
reyes estamos representados en esa misión audaz, entonces – opinó Al-Jorat.
- Me gustaría
estar allí personalmente – soñó el de la espada.
- A mí también
me gustaría – reconoció el de la copa. – Por lo que sé, el huakar Krann es un guerrero extraordinario. Sería estupendo verle
pelear....
- ¿Os
imagináis a Corasquino peleando? – dijo Máximus, con mala idea, y los dos
soberanos rieron.
- Quizá no sea
buena idea que los reyes peleemos en el campo de batalla – opinó Al-Jorat.
- Desde luego,
algunos sólo están hechos para pelear desde los salones del palacio.
- Por mi
parte, ayudaré a vuestros soldados a proteger las fronteras con Gondthalion –
dijo Al-Jorat. – Estoy preparando un ejército de hechiceros en Medin para que
se una a vuestros caballeros a los pies de la cordillera Oscura.
- Serán bien
recibidos, no lo dudéis – dijo el rey Máximus, tratando de no sonar aliviado,
aunque lo estaba.
- ¿Son muchos
los Innos contra los que ya están luchando vuestros soldados?
- Mis
informadores hablan de un ejército de hasta treinta mil cabezas – dijo el rey
de la espada, con preocupación, asombrando y preocupando al otro soberano. –
Pero el mayor problema al que se enfrentan mis soldados es a la falta de
suministros.
- Por lo que
he oído, Corasquino (de quien antes nos mofábamos) ha prometido mandar ayuda
desde su reino, en forma de alimentos, ropas y equipamientos....
- También se
ha puesto en contacto conmigo para decírmelo, y lo agradecí encantado – dijo
Máximus, ahora sin bromear. – Cada uno aporta lo que puede.
- ¿Y Krann?
Sus bárbaros armados con bastos luchan en el norte de la cordillera, ¿no es
así?
- Así es –
asintió el de la espada. – Han frenado el avance de los Innos por el norte,
impidiendo que crucen a Belirio y a esa zona de mi reino. Son unos guerreros
temibles....
- Descienden
de los bárbaros mezclados con los heraclianos – apuntó el de la copa. – Hay que
temerlos y respetarlos....
- Mejor
tenerlos como aliados, desde luego. Como a vos, rey Al-Jorat....
- Lo mismo
digo, rey Máximus. Vuestros ejércitos son temibles y eficientes....
Los dos reyes
siguieron con el juego de la política y de la guerra durante gran parte de la
mañana.
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