El rey Máximus
de Rodena observó con orgullo y cierto cariño cómo el coronel Darius Gulfrait
salía de la sala de audiencias, con paso firme, pero cansado. Le conocía desde
que era un niño y había visto cómo se iba convirtiendo en un gran súbdito, en
un gran caballero y en un gran hombre.
Se giró
después hacia sus dos consejeros, que habían presenciado la anterior
conversación sin comentario ni gesto alguno.
- Traed a los
hechiceros. Necesito hablar con ellos – solicitó el rey Máximus y los dos consejeros
se inclinaron en una reverencia antes de cumplir las órdenes.
No le gustaban
los hechiceros (no exactamente esos en concreto, sino la figura que
representaba un hechicero), porque la tradición en Rodena siempre había sido la
caballería. En su reino se rendía admiración a la guerra, a las batallas y a
los caballeros y soldados, a su vida de sacrificios y entrenamiento. La magia,
los hechizos y los juegos con especias y hierbas no eran de su agrado.
Pero reconocía
la importancia, la sabiduría y el poder de los hechiceros. Eso era innegable. Y
dado el carácter del problema que parecía que se cernía sobre los Cuatro
Reinos, agradecía interiormente (algo que no reconocería ante nadie) tener a
mano una pareja de hechiceros del vecino reino de Tâsox.
Al cabo de un
rato las puertas volvieron a abrirse y los dos hechiceros entraron en la sala,
acercándose al trono. El anciano caminaba sereno, cojeando ligeramente sobre
sus sandalias, y el muchacho lo hizo encogido como siempre, avergonzado.
- Majestad....
– saludó Eonor, con una reverencia.
- Yumón.... – contestó Máximus. Dim hizo
una torpe reverencia, con los dedos en el entrecejo. – Os he llamado porque
quería que supierais las últimas novedades. Un grupo de mis caballeros ha
encontrado al pelotón de Innos que venían desde Tiderión y los han matado. Todo
parece indicar que los que asaltaron vuestra tienda también lo eran, aunque los
prisioneros que han capturado todavía no han hablado....
- Es probable
y muy factible que fuese así – reconoció Eonor. – Esas criaturas son muy
hábiles y ágiles: fácilmente pudieron colarse por aquella ventana tan pequeña
del patio interior de mi tienda.
- ¿Conocéis a
los Innos? – preguntó el rey Máximus.
- No, su
majestad, nunca he entrado en Gondthalion – contestó Eonor. – Sin embargo,
cuando todavía era un niño más joven que Dim y acababa de empezar mi
entrenamiento como hechicero, mi yumón
me llevó a Barat y allí pudimos ver a una pareja de Innos que un hechicero
mantenía cautivos en una jaula. Me sirvió para conocerlos de primera mano,
aunque nunca he tratado con ellos ni me he enfrentado a ellos.
- Me preocupa
su implicación en todo esto: indica muy claramente a Gondthalion....
- Así parece,
majestad.
- Si hay un
escuadrón de Innos en Tâsox el rey Al-Jorat debería saberlo: tendrán vuestro
grimorio y deberíais recuperarlo – dijo el rey Máximus.
- Podemos
volver inmediatamente allí para avisar a nuestra majestad – dijo Eonor, con
educación. – Si su majestad nos da el permiso....
- No será
necesario. Mandaré un heraldo que informe a vuestro rey. Viajará más rápido que
vosotros dos. Además, creo que este tema debería tratarse en una asamblea real
extraordinaria, con representantes de los Cuatro Reinos. No me gusta lo que
está pasando aquí y en las otras tierras, ni la idea de que todavía haya Innos
correteando por estos territorios.
- Es una gran
idea, majestad – aceptó Eonor, de buen grado. Al viejo hechicero tampoco le
gustaba la situación. Nadie mejor que él sabía lo peligroso que era que el
grimorio de Kórac estuviera en manos de las criaturas de Gondthalion.
- Enviaré
heraldos a los otros tres reinos para que sus majestades sepan de mi petición.
Si aceptan, deberán mandar a sus embajadores cuanto antes, para tratar el tema
urgentemente y acabar con cualquier amenaza de raíz y con premura – dijo el rey
Máximus, con decisión. – Mientras tanto seguís siendo bienvenidos en mi reino,
yumón Eonor y aprendiz Dímoras.
Podéis permanecer aquí tanto tiempo como queráis, pero del mismo modo podéis
partir cuando os plazca. No necesitáis mi permiso ni mi orden.
- Muchas
gracias, majestad – Eonor se llevó los dedos al entrecejo e inclinó la cabeza –
pero creo que permaneceremos aquí. Me temo que su majestad Al-Jorat nos nombrará
como sus embajadores, pues considerará que somos los más adecuados para
explicar la amenaza que resultaría el grimorio robado en las manos menos
apropiadas.
- Me parece
una decisión muy acertada.... – comentó el rey Máximus con una sonrisa. Eonor y
Dim se llevaron los dedos al entrecejo, reverentemente. El aprendiz por fin lo
hizo sin titubeos.
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