martes, 14 de febrero de 2017

Cuatro Reyes - Capítulo XII



- ¡¿Entrar en Gondthalion?! ¡¡Es una locura!! – dijo Remigius, tratando de sonar vehemente y convencer al resto de embajadores. – ¡No sabemos qué hay allí!
- Probablemente esté infestado de Innos – opinó Eonor, mirando al coronel Gulfrait, que asintió. – De algún sitio habrán tenido que salir los que corretean por nuestros reinos y supongo que será de allí.
- Es lo más lógico, sí – dijo el coronel rodeniense.
- ¡¿Y pretendéis entrar en la tierra de las Canteras Eternas, infestada de esas repugnantes criaturas?! Estáis locos....
- Quizá sí – reconoció Eonor. – Pero personalmente tengo el permiso de mi monarca para hacer todo cuanto esté en mi mano para arreglar esta crisis. Mi trabajo no se limita solamente a venir a la asamblea real y dar mi opinión. Si puedo hacer algo más para detener a quien sea que quiere liberar a Thilt, lo haré.
- Y mis hombres y yo también, por supuesto – dijo el coronel Gulfrait, con orgullo.
Estaban rodeando la hoguera. Después de haber vencido sus reticencias tras el conjuro (y haber visto lo que había salido de las llamas) los seis se habían reunido a la luz del fuego. La hoguera ardía ahora con llamas normales, así que podían verse de un lado a otro del círculo sin problemas, y el calor del fuego era soportable, incluso se agradecía: la noche al pie de las montañas Prye era fresca.
- Yo soy pastor – empezó a decir Cástor y todos le miraron con atención: era la primera vez que el de Belirio hablaba – y no sé nada de magia ni de caballería, pero sé algo de Gondthalion. Vivo al pie de la cordillera Oscura y he remontado sus laderas y caminado sus picos varias veces. No es fácil entrar en Gondthalion y mucho menos si esos bichos están por allí.
- Tengo veinticinco de mis mejores caballeros – dijo Darius Gulfrait. – Los Innos pueden ser una gran amenaza, lo reconozco, pero les plantaremos cara.
- Además, no tenemos que recorrer toda la tierra de las Canteras Eternas – dijo Eonor, cogiendo el mapa de Remigius, con la marca de la quemadura. – El lugar señalado está al norte, cerca de la cordillera.
- No será fácil, eso es verdad. Lo que digo es que no es imposible – afirmó el coronel. – Y reconozco que nos vendría bien un guía que haya cruzado ya las montañas....
Cástor asintió, serio.
- Voy a ir. No he dicho que no lo vaya a hacer – dijo, certero. – Solamente os advertía de que la travesía no iba a ser sencilla. La estepa y las montañas son duras.
- El desierto de Tâsox tampoco es un paseo – dijo Dímoras, un poco picado por el comentario del pastor. Su yumón sonrió con orgullo y el coronel Gulfrait lo hizo con diversión. Al caballero le caía bien el muchacho y le removió el pelo, estirando el brazo, pues lo tenía al lado.
- El desierto endurece, ¿verdad, hechicero? – bromeó.
- Aprendiz de hechicero – puntualizó el muchacho, pero sonrió divertido.
- Entonces Belirio, Rodena y Tâsox están en esto juntos. El rey del basto, el de la espada y el de la copa van a pasar a la acción. ¿Qué dicen los embajadores del rey del oro? ¿Podemos contar con Tiderión?
Remigius miró a Zanigra antes de contestar, con mirada llena de pesar. El alguacil sabía lo que tenía que contestar, aunque no le gustase lo más mínimo.
- Sí. Podéis contar conmigo. Tiderión también luchará en esta guerra.
- Y yo también – dijo Zanigra, con voz decidida, aunque débil. Remigius se giró hacia ella.
- No hace falta, Zanigra. Puedes volver a Nau con Syr Wilfretd Goldbloom y la escolta. Estarás allí en unos pocos días.
- Ya lo sé. Pero quiero ir. Soy la embajadora del rey Corasquino, ¿no es así? Si todos los demás embajadores van a ir en grupo, yo también debería ir, ¿verdad?
- Muy bien, niña. Ése es el espíritu – dijo Darius Gulfrait, con una sonrisa amable. Remigius parecía preocupado, pero también un poco orgulloso al ver cómo Zanigra vencía su natural timidez por una causa mayor.
- Entonces estamos todos de acuerdo, ¿no es así? – resumió el hechicero. – Mañana viajaremos a Gondthalion, al lugar donde se esconde la tumba de bronce de Thilt, para hacernos con ella antes que los Innos y quienquiera que los dirige. ¿Todos de acuerdo?
Hubo asentimientos alrededor de la hoguera.
- Entonces vamos a dormir – intervino Darius Gulfrait. – Mañana empezamos un viaje largo.


Tres días después, la comitiva seguía de viaje, a un ritmo lento, demasiado para el gusto del coronel Gulfrait.

Él y sus soldados viajaban a caballo, unas poderosas monturas habituadas a cabalgar. Pero durante aquellos días no lo habían hecho, pues sus compañeros de viaje no tenían tanta suerte.
Para empezar, Eonor y Dímoras viajaban en carro, tirado por su fiel burro. El animal era resistente y muy fuerte, pero su paso era lento, aunque se mantuviese constante durante toda la jornada. Remigius y Zanigra, por su parte, también viajaban a caballo, pero lo hacían despacio, al paso del carro de los hechiceros.
Pero el que más retrasaba era Cástor, que marchaba a pie con su perro Ceniza. Era verdad que su paso era ligero y no bajaba el ritmo en toda la jornada, pues era un hombre habituado a caminar, pero estaba claro que no podía seguir el ritmo de un caballo al trote. Cada poco los hechiceros del carro y los tiderianos a caballo paraban para que les alcanzara.
El coronel Gulfrait estaba desesperado.
El camino había sido cómodo, recorriendo Rodena. El reino de la espada estaba cruzado por multitud de caminos asfaltados con piedras o si no de tierra prensada, adecuados para recorrerlos con carro o a caballo. Habían dormido al lado del camino cada noche, montando el campamento con rapidez, gracias a sus soldados. El viaje estaba siendo muy plácido, demasiado para su gusto.
Las noticias de que la guerra había comenzado les llegaron en cuanto pasaron por el primer pueblo que encontraron. Los Innos habían cruzado la cordillera Oscura y el ejército de Rodena les había plantado cara. El coronel deseaba estar peleando junto a sus compañeros del ejército, pero también sabía que su actual misión era igual de importante, o más, que defender las fronteras de su reino, así que no le ponía nervioso estar allí en lugar de en el frente de batalla.
Lo que le desquiciaba era el ritmo de su viaje, pensar que amigos suyos estaban luchando y muriendo contra los monstruosos Innos y él estaba recorriendo la pradera rodeniense a ritmo de paseo.
Tenían que apresurarse.
El coronel dio el alto a sus hombres y esperaron montados sobre sus caballos a que los demás les dieran alcance.
- ¿Qué ocurre, coronel? – preguntó Eonor, cuando llegaron con el carro a la columna de soldados. El coronel no respondió, pero le hizo un gesto de paciencia. Los hechiceros, el alguacil y la bibliotecaria se giraron, para ver llegar al pastor acompañado de su perro, que estaba más retrasado. Cuando Cástor los alcanzó el coronel habló.
- No podemos seguir así – dijo, muy serio. No quería sonar censor, como si estuviese riñendo a sus compañeros de otros reinos, pero sí quería sonar molesto y contundente. – Tenemos que aumentar el ritmo: la guerra ya ha estallado en la frontera. Tenemos que viajar más rápido.
- Hacemos lo que podemos....
- Pues hay que hacer más. Necesitamos monturas para todos y viajar al trote, cuando no al galope.
- No me gusta montar a caballo, ya os lo he dicho – dijo Cástor. – Son animales que respeto y admiro, pero no me gusta montar sobre ellos.
- Además, aunque montemos a caballo, no todos sabemos cabalgar como los soldados de Rodena – apuntó Eonor. – Cada poco tiempo tendríamos que parar a recoger a alguno de nosotros, que habría caído de su montura....
- Esperando que no haya sufrido daños graves – secundó Remigius, haciendo que el hechicero lo mirara y asintiera enfáticamente, dándole la razón.
- No hay una solución fácil – dijo el coronel, pasándose la mano por el mentón. Pensaba en empezar a cabalgar con sus hombres y dejar que los otros representantes de los demás reinos fueran detrás, a su ritmo. Que les alcanzaran cuando pudieran, quizá cuando ya tuvieran el farol de bronce con Thilt en su interior en su poder.
- Si tuviéramos un carro grande o un carruaje tirado por caballos.... – comentó Dim, encogiéndose de hombros. Remigius sonrió al escuchar al aprendiz.
- Hechicero Eonor, vuestro aprendiz es el más inteligente de todos. Creo que será un gran hechicero en el futuro....
- Cómo se ve que no le conocéis bien – bromeó Eonor, haciendo que Dim se pusiera rojo como un tomate maduro. – ¿Por qué lo decís?
- Porque no tenemos un carruaje, pero sé cómo conseguir uno – dijo el alguacil, con alegría.
Continuaron por el camino, a su paso lento, hasta llegar al siguiente pueblo. Remigius buscó a un vendedor de carros o a alguien que tuviera uno que quisiera vender. Tuvieron suerte y encontraron a un jornalero que tenía una antigua diligencia guardada en un granero. Estaba vieja y algo sucia, pero entre los soldados del coronel y los seis embajadores la arreglaron y limpiaron, poniéndola a punto para viajar. Con el oro de Tiderión Remigius pagó la diligencia a su dueño, enganchando los caballos que habían usado él y Zanigra para ir hasta allí. Dejaron el burro y el carro de Eonor allí a buen recaudo y metieron sus equipajes en el amplio carro, cómodo para los pasajeros.
Al día siguiente siguieron su camino, con los soldados de Rodena en cabeza y la diligencia detrás, con Remigius y Dímoras en el pescante del conductor.


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