miércoles, 15 de marzo de 2017

Desmembramientos a la luz de la Luna - Capítulo 3



- 3 - 
(Arenisca)

Lucas Barrios aparcó su Renault Twingo en un pequeño hueco al lado de la acera, con pericia. Salió a la calle, que ardía bajo una pesada manta de aire caliente, y cerró el coche con el mando, mientras subía a la acera por la parte trasera de su coche y caminaba por ella, a la esquina, en dirección al parque.
Iba vestido normal, “de calle”, sin el mono rojo, lo cual agradeció: el Sol no tenía misericordia de los peatones y al menos con su ropa normal iba algo fresco.
Al entrar en el parque, que ocupaba una gran manzana entre edificios, notó el frescor de los árboles y las plantas. Respiró hondamente, sintiéndose un poco más a gusto. Seguía haciendo calor, claro, pero allí se notaba un poco menos. Caminó con paso resuelto hasta el banco de siempre, a la sombra de las copas de los árboles. Ella ya estaba allí.
- ¡¡Hola, monstruito!! – le saludó, sonriendo. Siempre que lo hacía sus ojos se achinaban y desaparecían tras sus pómulos. Lucas pensó, como siempre que la veía sonreír, que era preciosa.
- Te has cortado el pelo.... – notó él.
- ¡¡Sí!! ¡¡Te has fijado!! – se alegró ella. Se lo atusó, con gestos exagerados, de broma: ahora lo llevaba un par de centímetros por debajo de las orejas. – ¿Te gusta?
- Todo lo tuyo me gusta – contestó él, dejándose caer en el banco, al lado de ella. Se besaron, como sólo se besan las personas enamoradas que comparten su amor y llevan días sin verse.
- ¿Qué tal hoy? ¿De dónde vienes?
- De Reinosa
-  ¿De Reinosa? ¿Desde tan lejos y ya estás aquí?
- Acabo de llegar. En cuanto terminé el trabajo me vine de vuelta....
- ¿Y qué has hecho todos estos días que no te he visto? – preguntó ella.
- El viernes estuve en un pueblo de La Coruña, Betanzos, echando un ojo a unos corrales: sólo era un zorro que se comía las gallinas. El fin de semana estuve en Avilés, “exorcizando” – hizo las comillas con los dedos mientras hablaba – a una mujer, que en realidad tenía botulismo. Lunes y martes en un pueblecito de Huesca, Sabiñánigo, vigilando una casa que estaba supuestamente infestada de espíritus: eran murciélagos que habían anidado en el desván, nos dimos cuenta la segunda noche. Y hoy miércoles en Reinosa, porque una señora oía ruidos en casa y los hijos querían que me encargara de ellos.
Patricia rio, divertida.
- ¿Y qué eran los ruidos de la señora? ¿Las cañerías?
- ¡No! Era un fantasma de verdad.... – contestó, abrazándola. – He visto el espíritu de un gato, que no se quería ir de la casa....
- ¿El fantasma de un gato en casa de una anciana? Qué típico.... – bromeó Patricia. Lucas rio, apretándola más.
Era su complemento. Lo sabía. Había estado con muchas mujeres (Lucas no era un chulo que fardase con esas cosas, pero era la verdad) a lo largo de sus viajes por el mundo, todos los años pasados, pero habían sido meras compañeras o incluso aventuras que duraban una sola noche. Había amado sólo dos veces, pero no había sido tan intenso como con Patricia.
La conoció casi nada más llegar de vuelta a España, hacía algo menos de cinco años. Se conocieron por un amigo común, uno de los pocos compañeros del instituto con los que Lucas Barrios seguía teniendo trato. Cuando volvió a España quedó con él, para reencontrarse y ponerse al día de sus respectivas vidas (la de Lucas llena de países lejanos y aventuras en desiertos y selvas; la de su amigo José Ramón más ordinaria pero llena de anécdotas del trabajo y del grupo de teatro en el que actuaba) y su amigo había quedado con un grupo de compañeros del trabajo, a los que Lucas conoció aquella noche.
Patricia le gustó desde el primer momento, pero no hizo ningún intento de conquistarla. Acababa de llegar de su aprendizaje de varios años y no le interesaba empezar una relación al instante. Pero fue ella la que tomó la iniciativa y le conquistó a él: un mes después del primer encuentro, ya en enero, Patricia le llamó para invitarle a ir a una pista de hielo, a patinar.
Aquella fue la primera cita, en la que Lucas se enteró de que a ella también le había gustado y que Patricia había preguntado mucho por él a su amigo José Ramón. Gracias a él había conseguido su teléfono.
A esa primera cita le siguieron muchas más, hasta que la relación fue consolidándose y haciéndose más seria. Llevaban cuatro años juntos y no habían tenido crisis graves ni problemas insalvables: aquello parecía ser definitivo.
A esta situación ayudaba que Patricia fuese muy tolerante, de mente muy abierta y que tuviera mucha imaginación. Lucas no podía mantener una relación con nadie si tenía que ocultarle su oficio y con una chica muy diferente a Patricia hubiese tenido que hacerlo. Por suerte, Patricia no era una escéptica y estaba abierta a creer en fantasmas, demonios y otros entes. La idea de los multiversos le daba un poco de mareo, pero la entendía lo suficiente como para comprender el trabajo y los casos de Lucas.
- ¿Y el resto de la semana? – preguntó Patricia, sentándose de lado en el banco, mirándole. – ¿Qué planes tienes?
- Por ahora no tengo ningún caso – respondió. – Solamente tengo que preocuparme de que los hijos de la señora de Reinosa me hagan el ingreso de la minuta.... ¿Por qué?
- Para saber si puedo hacer planes contigo – contestó Patricia, con una sonrisa pícara, que a Lucas le encantaba. – Mañana he quedado con mi amiga Myriam, la de Bilbao, para tomar algo por la tarde: está en la ciudad sólo esta semana, por el trabajo, y queríamos vernos. Pensaba quedar con ella primero y luego podías unirte tú, así también te ve.
- Vale.
- Y el viernes celebra su cumpleaños Sofía – añadió Patricia. – Ha dicho que nos juntemos en la “Taberna del Duende” para tomar algo todos juntos: lo que no sabe es que Tomás le está montando allí una fiesta del copón, con cena, globos, carteles, invitados de más que ella no se espera.... Pepe le ha dicho que podremos poner la música que queramos durante toda la noche.
- Muy bien.
- ¿Te apuntas?
- Sí, si tengo la semana tan libre como parece, sí. Y si me sale algo como lo de hoy, que lo hago en un rato y estoy de vuelta enseguida, no habría problema.
- Pues apúntatelo en la agenda, que no se te olvide, monstruito, no quiero que faltes....
- Tengo la agenda en el coche – bromeó Lucas, volviendo a abrazarla y a besarla.
- Menudo cacharro.
- ¡¡Eh!! – se ofendió Lucas, aunque había notado el tono ligero y de broma de su novia. – ¡Es un bólido! Menudo dinero me ha costado retocarlo....
- Y hasta ahora, ¿cuántas veces te ha salvado la vida el blindaje de la carrocería y los cristales? – bromeó Patricia. – ¿O cuántas veces has usado el inyector de nitroso? ¿O has puesto la sirena?
- ¡¡Ah!! ¡La sirena la he puesto varias veces! ¡Sin ir más lejos, el otro día en La Coruña! – respondió Lucas, triunfante. Patricia rio, sin poder contenerse, y Lucas acabó por unirse.
Patricia pasó a relatarle algunas cosillas que le habían pasado en el trabajo (trabajaba en la guardería de un colegio) y las últimas desventuras de su amiga Carmen, que estaba en busca de un novio y con tanto hombre con el que probaba tenía siempre historias muy jugosas que contar. Lucas escuchó, alternando miradas a su novia y a la plaza del parque: justo delante del banco tenían una fuente redonda, que rodeaba mucha gente que paseaba o cruzaba por allí.
De repente vio algo que le hizo ponerse tenso.
- ....así que le dejó allí plantado en calzoncillos y con las páginas amarillas de la mano.... ¿Qué te pasa, cariño?
Lucas no le respondió inmediatamente, hasta estar seguro de lo que había visto. En ese corto espacio de tiempo Patricia lo dedujo ella sola: no era una chica tonta. Todo lo contrario.
- ¿Has visto alguno? ¿Quién es?
El tono de Patricia ya no era ligero, de broma. Aquello era serio. Podía ser incluso peligroso.
- Un demonio menor – contestó Lucas, sin mirar a la chica, con voz átona.
- ¿Quién?
- ¿Ves el anciano de camisa gris y barba blanca? Hay un tipo detrás con chaqueta azul marino y perilla: él es.
El tipo que había descrito Lucas apareció detrás del anciano, caminando tranquilamente por la plaza, rodeando la fuente. Patricia lo veía como un hombre más, normal, con aspecto ordinario. Pero Lucas veía su verdadera identidad, detrás del “disfraz” que había conjurado para poder pasearse por aquella dimensión.
- ¿Es peligroso? – susurró Patricia, por precaución, aunque el “hombre” pasaba al lado de la fuente, delante de ellos pero muy alejado.
- No lo creo, sólo es un demonio menor. Aunque quizá forme parte de un plan mayor que sí sea peligroso.... – dijo Lucas, con tranquilidad aparente. Sin embargo, Patricia sabía que su zozobra interior podía ser intensa.
- ¿Vas a encargarte?
Lucas negó con la cabeza.
- La agencia estará al tanto si algo ocurre. Es más, creo que ya está al tanto....
Señaló con un gesto de la mano un tipo en vaqueros y camisa negra, que caminaba con paso rápido por la plaza, siguiendo la misma dirección y el mismo sentido que el demonio que había visto Lucas. Al otro lado de la plaza y de la fuente, otro tipo se movía igual que el primero, adelantando a los demás transeúntes que había por el parque, disfrutando, ignorantes, de aquella tarde tranquila de verano.
- ¿Esos?
- Podrían ser, sí....
El tipo con aspecto de hombre pero con una realidad mucho más monstruosa ya había salido de su campo de visión, por uno de los caminos de tierra del parque. Los dos hombres que quizá eran de la agencia llegaron al mismo camino y lo recorrieron juntos, perdiéndose de vista también. Lucas se relajó un poco, pero sabía que tardaría unos minutos en recobrar la normalidad.
Patricia lo abrazó, sabiendo que en aquel instante lo necesitaba. Lucas se acomodó a ella y también le pasó los brazos en torno al cuerpo, con la mirada fija delante de él, sin mirar nada en concreto.
Había visto la cara del demonio, y aunque siempre que pasaba algo así, que veía la verdadera naturaleza de los entes que poblaban aquella dimensión humana, recordaba a su padre, esa vez había sido más intensa: la cara del demonio era similar a la del espíritu que se lo había llevado.
- ¿Estás bien? – preguntó Patricia, al cabo de un rato, mesándole el cabello castaño despeinado.
Lucas asintió.
Estaba acostumbrado a aquello. No sufría un trauma cada vez que se enfrentaba a un ente paranormal. Los diez años de viajes por el mundo, aprendiendo de brujos, santos, chamanes y científicos, le habían servido para reponerse, al menos en parte.
No estaba traumatizado, pero le afectaba.
Aunque fuese mínimamente.
Patricia sabía la historia, él se la había contado al principio de su relación, cuando le explicó su trabajo y la realidad del mundo y del universo. Por eso no le dijo nada.
Sólo le acarició el pelo, dejando que Lucas volviera a ser el mismo.
Era justo lo que necesitaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario