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(Arenisca)
Lucas Barrios aparcó su Renault Twingo
en un pequeño hueco al lado de la acera, con pericia. Salió a la calle, que
ardía bajo una pesada manta de aire caliente, y cerró el coche con el mando,
mientras subía a la acera por la parte trasera de su coche y caminaba por ella,
a la esquina, en dirección al parque.
Iba vestido normal, “de calle”, sin el
mono rojo, lo cual agradeció: el Sol no tenía misericordia de los peatones y al
menos con su ropa normal iba algo fresco.
Al entrar en el parque, que ocupaba una
gran manzana entre edificios, notó el frescor de los árboles y las plantas.
Respiró hondamente, sintiéndose un poco más a gusto. Seguía haciendo calor,
claro, pero allí se notaba un poco menos. Caminó con paso resuelto hasta el
banco de siempre, a la sombra de las copas de los árboles. Ella ya estaba allí.
- ¡¡Hola, monstruito!! – le saludó, sonriendo. Siempre que lo hacía sus ojos
se achinaban y desaparecían tras sus pómulos. Lucas pensó, como siempre que la
veía sonreír, que era preciosa.
- Te has cortado el pelo.... – notó él.
- ¡¡Sí!! ¡¡Te has fijado!! – se alegró
ella. Se lo atusó, con gestos exagerados, de broma: ahora lo llevaba un par de
centímetros por debajo de las orejas. – ¿Te gusta?
- Todo lo tuyo me gusta – contestó él,
dejándose caer en el banco, al lado de ella. Se besaron, como sólo se besan las
personas enamoradas que comparten su amor y llevan días sin verse.
- ¿Qué tal hoy? ¿De dónde vienes?
- De Reinosa
- ¿De Reinosa? ¿Desde tan lejos y ya estás aquí?
- Acabo de llegar. En cuanto terminé el
trabajo me vine de vuelta....
- ¿Y qué has hecho todos estos días que
no te he visto? – preguntó ella.
- El viernes estuve en un pueblo de La
Coruña, Betanzos, echando un ojo a unos corrales: sólo era un zorro que se
comía las gallinas. El fin de semana estuve en Avilés, “exorcizando” – hizo las
comillas con los dedos mientras hablaba – a una mujer, que en realidad tenía
botulismo. Lunes y martes en un pueblecito de Huesca, Sabiñánigo, vigilando una
casa que estaba supuestamente infestada de espíritus: eran murciélagos que
habían anidado en el desván, nos dimos cuenta la segunda noche. Y hoy miércoles
en Reinosa, porque una señora oía ruidos en casa y los hijos querían que me
encargara de ellos.
Patricia rio, divertida.
- ¿Y qué eran los ruidos de la señora?
¿Las cañerías?
- ¡No! Era un fantasma de verdad.... –
contestó, abrazándola. – He visto el espíritu de un gato, que no se quería ir
de la casa....
- ¿El fantasma de un gato en casa de una
anciana? Qué típico.... – bromeó Patricia. Lucas rio, apretándola más.
Era su complemento. Lo sabía. Había
estado con muchas mujeres (Lucas no era un chulo que fardase con esas cosas,
pero era la verdad) a lo largo de sus viajes por el mundo, todos los años
pasados, pero habían sido meras compañeras o incluso aventuras que duraban una
sola noche. Había amado sólo dos veces, pero no había sido tan intenso como con
Patricia.
La conoció casi nada más llegar de
vuelta a España, hacía algo menos de cinco años. Se conocieron por un amigo
común, uno de los pocos compañeros del instituto con los que Lucas Barrios
seguía teniendo trato. Cuando volvió a España quedó con él, para reencontrarse
y ponerse al día de sus respectivas vidas (la de Lucas llena de países lejanos
y aventuras en desiertos y selvas; la de su amigo José Ramón más ordinaria pero
llena de anécdotas del trabajo y del grupo de teatro en el que actuaba) y su
amigo había quedado con un grupo de compañeros del trabajo, a los que Lucas
conoció aquella noche.
Patricia le gustó desde el primer
momento, pero no hizo ningún intento de conquistarla. Acababa de llegar de su
aprendizaje de varios años y no le interesaba empezar una relación al instante.
Pero fue ella la que tomó la iniciativa y le conquistó a él: un mes después del
primer encuentro, ya en enero, Patricia le llamó para invitarle a ir a una
pista de hielo, a patinar.
Aquella fue la primera cita, en la que
Lucas se enteró de que a ella también le había gustado y que Patricia había
preguntado mucho por él a su amigo José Ramón. Gracias a él había conseguido su
teléfono.
A esa primera cita le siguieron muchas
más, hasta que la relación fue consolidándose y haciéndose más seria. Llevaban
cuatro años juntos y no habían tenido crisis graves ni problemas insalvables:
aquello parecía ser definitivo.
A esta situación ayudaba que Patricia
fuese muy tolerante, de mente muy abierta y que tuviera mucha imaginación.
Lucas no podía mantener una relación con nadie si tenía que ocultarle su oficio
y con una chica muy diferente a Patricia hubiese tenido que hacerlo. Por suerte,
Patricia no era una escéptica y estaba abierta a creer en fantasmas, demonios y
otros entes. La idea de los multiversos le daba un poco de mareo, pero la
entendía lo suficiente como para comprender el trabajo y los casos de Lucas.
- ¿Y el resto de la semana? – preguntó
Patricia, sentándose de lado en el banco, mirándole. – ¿Qué planes tienes?
- Por ahora no tengo ningún caso –
respondió. – Solamente tengo que preocuparme de que los hijos de la señora de
Reinosa me hagan el ingreso de la minuta.... ¿Por qué?
- Para saber si puedo hacer planes
contigo – contestó Patricia, con una sonrisa pícara, que a Lucas le encantaba.
– Mañana he quedado con mi amiga Myriam, la de Bilbao, para tomar algo por la
tarde: está en la ciudad sólo esta semana, por el trabajo, y queríamos vernos.
Pensaba quedar con ella primero y luego podías unirte tú, así también te ve.
- Vale.
- Y el viernes celebra su cumpleaños
Sofía – añadió Patricia. – Ha dicho que nos juntemos en la “Taberna del Duende” para tomar algo
todos juntos: lo que no sabe es que Tomás le está montando allí una fiesta del
copón, con cena, globos, carteles, invitados de más que ella no se espera....
Pepe le ha dicho que podremos poner la música que queramos durante toda la
noche.
- Muy bien.
- ¿Te apuntas?
- Sí, si tengo la semana tan libre como
parece, sí. Y si me sale algo como lo de hoy, que lo hago en un rato y estoy de
vuelta enseguida, no habría problema.
- Pues apúntatelo en la agenda, que no
se te olvide, monstruito, no quiero
que faltes....
- Tengo la agenda en el coche – bromeó
Lucas, volviendo a abrazarla y a besarla.
- Menudo cacharro.
- ¡¡Eh!! – se ofendió Lucas, aunque
había notado el tono ligero y de broma de su novia. – ¡Es un bólido! Menudo
dinero me ha costado retocarlo....
- Y hasta ahora, ¿cuántas veces te ha
salvado la vida el blindaje de la carrocería y los cristales? – bromeó
Patricia. – ¿O cuántas veces has usado el inyector de nitroso? ¿O has puesto la
sirena?
- ¡¡Ah!! ¡La sirena la he puesto varias
veces! ¡Sin ir más lejos, el otro día en La Coruña! – respondió Lucas,
triunfante. Patricia rio, sin poder contenerse, y Lucas acabó por unirse.
Patricia pasó a relatarle algunas
cosillas que le habían pasado en el trabajo (trabajaba en la guardería de un
colegio) y las últimas desventuras de su amiga Carmen, que estaba en busca de
un novio y con tanto hombre con el que probaba tenía siempre historias muy
jugosas que contar. Lucas escuchó, alternando miradas a su novia y a la plaza
del parque: justo delante del banco tenían una fuente redonda, que rodeaba
mucha gente que paseaba o cruzaba por allí.
De repente vio algo que le hizo ponerse
tenso.
- ....así que le dejó allí plantado en
calzoncillos y con las páginas amarillas de la mano.... ¿Qué te pasa, cariño?
Lucas no le respondió inmediatamente, hasta
estar seguro de lo que había visto. En ese corto espacio de tiempo Patricia lo
dedujo ella sola: no era una chica tonta. Todo lo contrario.
- ¿Has visto alguno? ¿Quién es?
El tono de Patricia ya no era ligero, de
broma. Aquello era serio. Podía ser incluso peligroso.
- Un demonio menor – contestó Lucas, sin
mirar a la chica, con voz átona.
- ¿Quién?
- ¿Ves el anciano de camisa gris y barba
blanca? Hay un tipo detrás con chaqueta azul marino y perilla: él es.
El tipo que había descrito Lucas
apareció detrás del anciano, caminando tranquilamente por la plaza, rodeando la
fuente. Patricia lo veía como un hombre más, normal, con aspecto ordinario.
Pero Lucas veía su verdadera identidad, detrás del “disfraz” que había
conjurado para poder pasearse por aquella dimensión.
- ¿Es peligroso? – susurró Patricia, por
precaución, aunque el “hombre” pasaba al lado de la fuente, delante de ellos
pero muy alejado.
- No lo creo, sólo es un demonio menor.
Aunque quizá forme parte de un plan mayor que sí sea peligroso.... – dijo
Lucas, con tranquilidad aparente. Sin embargo, Patricia sabía que su zozobra
interior podía ser intensa.
- ¿Vas a encargarte?
Lucas negó con la cabeza.
- La agencia estará al tanto si algo
ocurre. Es más, creo que ya está al tanto....
Señaló con un gesto de la mano un tipo
en vaqueros y camisa negra, que caminaba con paso rápido por la plaza,
siguiendo la misma dirección y el mismo sentido que el demonio que había visto
Lucas. Al otro lado de la plaza y de la fuente, otro tipo se movía igual que el
primero, adelantando a los demás transeúntes que había por el parque,
disfrutando, ignorantes, de aquella tarde tranquila de verano.
- ¿Esos?
- Podrían ser, sí....
El tipo con aspecto de hombre pero con
una realidad mucho más monstruosa ya había salido de su campo de visión, por
uno de los caminos de tierra del parque. Los dos hombres que quizá eran de la
agencia llegaron al mismo camino y lo recorrieron juntos, perdiéndose de vista
también. Lucas se relajó un poco, pero sabía que tardaría unos minutos en recobrar
la normalidad.
Patricia lo abrazó, sabiendo que en
aquel instante lo necesitaba. Lucas se acomodó a ella y también le pasó los
brazos en torno al cuerpo, con la mirada fija delante de él, sin mirar nada en
concreto.
Había visto la cara del demonio, y
aunque siempre que pasaba algo así, que veía la verdadera naturaleza de los
entes que poblaban aquella dimensión humana, recordaba a su padre, esa vez
había sido más intensa: la cara del demonio era similar a la del espíritu que
se lo había llevado.
- ¿Estás bien? – preguntó Patricia, al
cabo de un rato, mesándole el cabello castaño despeinado.
Lucas asintió.
Estaba acostumbrado a aquello. No sufría
un trauma cada vez que se enfrentaba a un ente paranormal. Los diez años de
viajes por el mundo, aprendiendo de brujos, santos, chamanes y científicos, le
habían servido para reponerse, al menos en parte.
No estaba traumatizado, pero le
afectaba.
Aunque fuese mínimamente.
Patricia sabía la historia, él se la
había contado al principio de su relación, cuando le explicó su trabajo y la
realidad del mundo y del universo. Por eso no le dijo nada.
Sólo le acarició el pelo, dejando que
Lucas volviera a ser el mismo.
Era justo lo que necesitaba.
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