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(Arenisca)
Eran justo las cinco y cuarto de la
tarde: la cercana iglesia de la Virgen de la Misericordia dio una campanada
solitaria.
Era pronto. Había quedado con aquel ser
sin patria a las diecisiete y veintidós. Así era siempre, nunca a una hora más
ordinaria y nunca en una fracción de las usuales.
Ganimedes (se hacía llamar así en
aquella dimensión y en aquel planeta, aunque ya había notado que no era un
nombre típico por allí) esperó apoyado contra la pared del edificio que quedaba
al lado de la iglesia. Estaba a pleno Sol, pero los de su raza no sudaban nunca
ni pasaban más calor del que necesitaban sus cuerpos para funcionar, así que
estaba bien allí. Cualquier humano real se hubiese fundido después de diez
minutos allí expuesto, pero Ganimedes no era un humano.
Era un H’xsaar de la dimensión Terpala. No había muchos como él en la
Tierra, pero sí en muchos otros universos. Estaba de paso en España (solía
trabajar en Sudamérica, raptando mujeres y aprovechando sus órganos
reproductores para incubar a trabajadores H’xsaar
para las minas de su mundo), porque le había llamado Zard.
Y cuando te llamaba a su presencia el
Dharjûn, no decías que no. Dejabas de hacer lo que estuvieses haciendo y te
presentabas allí donde te mandase.
Pasaron dos mujeres vestidas con
pantalones cortos y con las caras casi tapadas por pares de gafas de sol
grandes. Ganimedes las valoró al pasar, viendo sus andares y su movimiento de
caderas, sinuoso e hipnótico. Eran dos buenos ejemplares: si estuviese
trabajando en lo suyo se haría con aquellas dos.
Pero estaba allí trabajando para Zard.
Nada debía distraerle de su cometido.
Miró el reloj de la iglesia: las cinco y
veinte. Ya no quedaba nada. Había tardado mucho tiempo en entender la forma en
que los humanos contaban el paso del tiempo, pero ahora lo dominaba a la
perfección, a pesar de su incongruencia.
¿Tan difícil era contar el tiempo en pshrezls?
Malditos humanos.... que Romuano los
confundiese....
La aguja de los minutos humanos se movió
y marcó la rayita que simbolizaba el veintiuno. Ganimedes se puso en marcha,
para ser puntual: aunque la impuntualidad generase caos, a Zard no le gustaba.
Llegó hasta la fábrica de harinas y
piensos y se coló por la puerta de chapa que estaba en el costado del edificio.
No había guardaespaldas ni vigilantes, porque era de día. Las instrucciones
eran que entrase directamente y bajase al sótano, donde ya sabía que le estaría
esperando el Dharjûn.
Entró en la fábrica, recorriendo el
pasillo en el que estaba la puerta que daba acceso al pequeño sótano. Había
mucha porquería y polvo en las grandes ventanas cercanas al techo de la nave,
pero como fuera lucía el Sol sin impedimentos, dentro de la fábrica se veía
bien, aunque la luz llegase translúcida, sucia y pegajosa.
Bajó las escaleras y llegó al sótano.
- Hola, Ganimedes – saludó Zard. El
Dharjûn le daba la espalda, encorvado sobre la mesa que había a la izquierda.
Hacía algo con unas bolas de algodón, unos alambres y un bote de mermelada
relleno con un líquido rojo que parecía sangre. Tenía un pincel en la garra y
su espalda estaba más curvada que de costumbre, concentrado en el trabajo. –
Pasa y discúlpame un momento: enseguida estoy contigo.
El recién llegado se acercó a la silla
de oficina con ruedas y se quedó allí de pie, sin atreverse a mirar directamente
a su jefe. Al cabo de unos segundos se escuchó un silbido de la mesa, como
cuando silba el fuego al pagarlo con agua. Al instante sonó un grito de terror
de alguna parte de la ciudad, muy lejano. Cualquier idiota no hubiese sabido
ver la relación, pero el H’xsaar que
se hacía llamar Ganimedes no era idiota.
- ¡Muy bien! – dijo Zard, poniéndose de
pie, irguiéndose un poco, pero no del todo, en la postura común de los
Dharjûn. Dejó el material en la mesa, cubriéndolo con un trapo lleno de mugre y
puso el pincel en un frasquito con un líquido transparente: éste quedó tintado
de rojo al instante. – Por ahora esto ya está. Perdona por hacerte esperar:
has sido muy puntual y yo no estaba preparado. Calculé mal. Debimos haber
quedado a y veintitrés.
- No.... No pasa nada, mi señor –
Ganimedes inclinó la cabeza.
- ¡Bah! No me seas lisonjero.... – dijo
Zard, con un gesto desdeñoso del largo brazo. – Llámame Zard, simplemente.
Igual que yo te llamo Ganimedes, y no asqueroso ser depravado violador de humanas....
Ganimedes se puso un poco tenso y se
guardó muy mucho de contestar. Zard sonrió al ver aquella zozobra.
- Bien, a lo nuestro – el Dharjûn se
sentó en la silla con ruedas y le mostró un taburete de madera que había al
lado, bajo una mesa de metal despejada. Tenía las tres patas desiguales, pero
Ganimedes no dijo nada y se sentó en él, frente a su anfitrión. – Sé que has
movilizado a los Barquen y que has tendido una trampa a ese detective. ¿Cómo ha
ido la cosa?
Ganimedes temía aquella pregunta, pero estaba
preparado para contestarla
Y para asumir las consecuencias.
- Mal, Zard. Los Barquen hicieron bien
su trabajo y se mostraron mortíferos y desalmados, pero el hombre ha salido
ileso – Ganimedes controló la voz, aunque en su interior estaba lleno de nervios.
A Zard le hubiese complacido verlo nervioso, sudando y agitándose. – Es un
gran guerrero y tiene armas que nunca habíamos visto y que nunca hubiésemos
podido imaginar....
- ¿Qué ha pasado con los Barquens?
- Uno ha sufrido una deslocalización, pero
podrá arreglarse con una reprogramación. El otro ha perdido el juicio: el
detective le rompió el objetivo....
Ganimedes esperó casi encogido la
explosión de ira de su anfitrión, pero sus temores fueron en vano.
- ¡¡Pero eso es fantástico!! – Zard
sonreía, aunque no era un rostro bonito de ver: no era mejor que cuando estaba
serio o enfadado. Los Dharjûn tienen rostros horrendos, da igual en qué
situación. – ¡¡Se ha librado de dos Barquens!! ¡¡Ese hombre es genial!!
- ¿Sí, señor? – Ganimedes dudaba.
- ¡¡Tráeme a más Barquens!! ¡¡Otros
seis!! – Zard parecía exultante. – Yo les conseguiré vehículos para que se
puedan desplazar. Quiero que vayan todos contra el detective, sin trampas ni
tretas. ¡¡A degüello!! Que no se escondan, no nos hace falta.... Veremos cómo
se las arregla ahora ese humano.
Zard sonreía muy complacido, con una sonrisa
que daba miedo de verdad.
- Pero, señor.... No entiendo....
- Ganimedes, cuando te hice venir creía
que eras inteligente, no como la mayoría de entes que se creen que pueden
conquistar este mundo – dijo desdeñoso el Dharjûn. – Lo de esta tarde sólo era
una prueba. Quería tantear al humano. Yo esperaba que se librase de la trampa,
pero no pensé que lo haría con tanta soltura y con tanto dominio de la
situación. ¡¡Ese detective se ha cargado a dos Barquens!! ¡¡Magnífico!!
- Pero, si traigo a seis más.... –
Ganimedes estaba hecho un lío. Si Zard estaba contento de que el humano hubiera
sobrevivido no entendía por qué quería lanzarle ocho Barquens armados:
acabarían con él sin lugar a dudas.
- Si traes a seis más y se lo cargan con
los otros dos que tienes que arreglar se acabó la historia – dijo Zard con
tranquilidad. – Y si se vuelve a librar traerás a otros ocho o a otros
dieciocho Barquens, lo que haga falta. ¿Acaso los pagas tú?
- No, señor....
- Ya hemos agitado a ese chico – dijo
Zard, con voz peligrosa. – Veremos si se defiende él solo a partir de ahora o
si busca ayuda de esa agencia tan escurridiza, que no logro encontrar....
Ganimedes asintió, comprendiendo al fin
las motivaciones del Dharjûn.
- ¿Cuándo tardarás en arreglar esos
Barquens estropeados y en traer los nuevos?
- Mis esclavos ya están arreglando a los
dos averiados: estarán operativos en unas horas – explicó Ganimedes. – Los
nuevos podrán estar aquí mañana, si todo va bien.
- Estupendo – asintió Zard, sonriendo
con malicia. – Pues haz que todo vaya bien....
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