Lo que no
sabían los seis compañeros era que, debido a la columna de fuego que se arqueó
en el cielo, visible desde la cordillera Oscura, los Innos habían abandonado
sus posiciones en el frente. Su capitán, Zard el Dharjûn, no estaba allí con
ellos para mantener el orden y la disciplina y los Innos, al ver el arco de
fuego se asustaron, porque sabían lo que significaba: venía Thilt.
Los caballeros
de Rodena, los hechiceros de Tâsox al sur y los bárbaros de Berilio al norte,
aprovecharon esta situación para avanzar, persiguiendo y dando muerte a los
rezagados. Los ejércitos y las tropas de los Cuatro Reinos entraron en
Gondthalion.
Mientras
perseguían a los escuadrones de Innos que huían y mientras buscaban la guarida
de Kuliaqán (los Innos prisioneros en Sinderin, la capital de Rodena, habían
acabado hablando, víctimas de las más terribles torturas, y habían dado el
nombre del hechicero que estaba detrás de todo aquel plan y de aquella guerra)
los seis compañeros contemplaban el nuevo relicario que apresaba a Thilt.
- ¿Conocíais
todo este tiempo el conjuro que podía atrapar a Thilt y no lo habíais dicho? –
preguntó el coronel Gulfrait, acercándose al hechicero, atónito y un poco molesto.
- No, ni mucho
menos.... – explicó Eonor. – Lo que he hecho aquí es simplemente un hechizo
para encerrar a un ser vivo en un recipiente.
- Lo usamos en
Medin, para deshacernos de las ratas que se cuelan en el almacén de la tienda –
apuntó Dim, con una risa.
- Es una
medida provisional: tenemos que conseguir el grimorio de Kórac y entre los
hechiceros más poderosos de Tâsox podrán encerrar definitivamente al Gran
Hechicero Maligno Thilt en esta nueva prisión. Pero si tardamos demasiado,
Thilt recuperará sus poderes y podrá salir de aquí sin ninguna dificultad....
- La columna
de fuego vino de allí – señaló Remigius, señalando hacia el sur. – Quien tenga
el grimorio estará en el origen, ¿no es así?
- Eso es –
asintió Zanigra.
- Démonos
prisa – terció Cástor, sacando su silbato de debajo de la camisa basta y
soplando, largo y fuerte. Las cabras, que se habían alejado espantadas cuando
la batalla había comenzado, volvieron, sumisas, ante la sorprendente llamada
del pastor.
Los seis
compañeros se montaron en las cabras y se alejaron de allí. Llevaban consigo el
nuevo relicario, el que los Innos no habían conseguido en Berilio, en el que
habían encerrado a Thilt. Zard había escuchado que era un encierro provisional,
pero montados sobre aquellas cabras montesas no tardarían en llegar a la
guarida del Sumo Sacerdote y se harían con el grimorio.
Zard estaba
convencido. Aquel grupo funcionaba bien junto, lo acababa de comprobar. Además,
sentía que el ejército había cruzado la cordillera Oscura y la guarida que
Kuliaqán había elegido no estaba lejos de las montañas, así que esos seis
tendrían el apoyo de los caballeros de Rodena, los hechiceros de Tâsox y los
bárbaros de Berilio.
- Una
lástima.... Estábamos tan cerca.... – se lamentó el Dharjûn. Pero tampoco
estaba tan abatido: al menos había empezado una guerra, que se había mantenido
durante días. Había habido muerte y destrucción, de la que se había alimentado
con gusto. La venida de Thilt le habría proporcionado un periodo largo de
bienestar, repleto de matanzas, dolor, muerte e injusticias, pero qué le iba a
hacer. Las cosas no siempre salían como uno quería. – El caos es así: un
individuo puede ser una variable determinante. Bueno.... hay más mundos....
Zard comprobó
que el cuélebre estaba muerto, le pateó la cabeza, que osciló al final del
largo cuello, se dio la vuelta y echó a andar, hacia el interior de
Gondthalion.
Poca gente
sabía que estaba implicado en aquello, pero prefería escapar y alejarse de las
reprimendas.
No estaba
preocupado.
Sabía que se
libraría de aquello.
Como siempre.
Los seis
compañeros viajaron durante todo el día y llegaron a la guarida secreta de
Kuliaqán poco antes de que se hiciera de noche. Allí se encontraron con
caballeros del ejército de Rodena y hechiceros del ejército de Tâsox. De esa
manera se enteraron de que los Innos se habían retirado, perseguidos por los
bárbaros de Berilio y por parte de los otros dos ejércitos.
Los soldados
también les explicaron que habían encontrado el cadáver de uno de los antiguos
Sumos Sacerdotes Oscuros, atrapado y destrozado bajo toneladas de rocas. El
grimorio de Kórac estaba sepultado junto con él, pero el libro no había sufrido
daños.
Sabía cómo
protegerse él solo.
Entre Eonor y
otros hechiceros del ejército de Tâsox realizaron el hechizo que consultaron en
el grimorio, encerrando con seguridad y definitivamente a Thilt en el nuevo
relicario de bronce.
Días más
tarde, en una asamblea real en la que estuvieron presentes los cuatro reyes, se
decidió que Thilt fuese arrojado a las simas de piedra fundida que había al
este de la tierra de Gondthalion, de donde no se podía sacar roca aprovechable
para construir. Se designó un grupo que llevaría a cabo la misión, entre los
que estaban tres amigos que conocemos bien.
Pero ésa es
otra historia.
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