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(Arenisca)
Llegó bastante antes de lo que había
quedado con Patricia, pero lo que le había pasado hacía tan sólo unas horas le
tenía todavía muy nervioso y necesitaba contárselo todo a su novia.
Por otro lado, temía que aquel atentado
contra sí mismo pudiese repetirse y no quería que trataran de matarle estando
cerca de Patricia: podía resultar herida.
Aquella contradicción le desorientaba
también un poco más, pero estaba acostumbrado a las contradicciones: en su
trabajo veía unas cuantas.
E incluso les debía la vida a algunas de
ellas.
Patricia había quedado con su amiga
Myriam en una cafetería de la Gran Vía, porque le quedaba cerca del hotel a su
amiga. Era una cafetería que a Patricia le gustaba mucho, pero a la que casi no
iban por el precio caro de las cosas. Estaban de moda y si se quería ser un
moderno y posturear un poco había que
pagar el precio, estaba claro.
Pero, en general, a Lucas Barrios no le
gustaba posturear. Con su Twingo
modificado ya tenía suficiente.
Aparcó el coche rojo con el techo blanco
por allí cerca, en zona azul. De otra forma le hubiese resultado imposible
aparcar cerca de la cafetería. Dejó el coche en una calle adyacente a la Gran
Vía y caminó a paso vivo hasta la cafetería en la que sabía que estaría su
novia.
Se cruzó con varias personas, con un Guinedeo camuflado de mujer obesa y con
un demonio menor, con cara de susto. No estaba para hacerles caso, aunque quizá
en otras circunstancias los hubiese seguido e interrogado.
Y si sus intenciones no eran limpias,
los habría liquidado.
Pero aquella tarde no. Aquella tarde era
más importante su propia persona, no la seguridad de todo el multiverso. Ya
volvería a pensar en los demás después de haber hablado con Patricia.
Sabía que después de contarle todo se
sentiría mucho mejor, más calmado y sosegado.
Aunque su vida siguiese estando en
peligro.
No lo sabía bien.
Entró en la cafetería como un tren de
mercancías a toda marcha, frenando al traspasar la puerta. Casi arrolla a dos
mujeres, vestidas con traje de falda y chaqueta, que llevaban sus cafés en una
bandeja. Lo miraron un poco asqueadas y escandalizadas.
- Estiradas.... – musitó Lucas, sin
preocuparse en bajar la voz. Las dos ejecutivas lo miraron molestas, pero el
detective ya no les hacía ni caso: había visto a Patricia sentada con Myriam al
fondo de la cafetería, en una de las mesas pegadas a la pared. Fue hasta ella
un poco más tranquilo, con más cuidado, sin arrollar a nadie ni golpear mesas y
sillas. No quería alterar a la amiga de Patricia.
- ¡¡Hola!! – lo saludó Patricia al ver
que se acercaba. Se levantó y le dio un beso breve en los labios. – ¡¡Qué pronto!!
- Sí, perdonad, no quería molestar, pero
he acabado antes y.... – se excusó.
- No te preocupes, no molestas – desdeñó
Myriam, poniéndose en pie y dándole dos besos.
- ¿Qué tal estás? ¿Cómo te va todo?
- Pues me va bien, aunque me matan estos
viajes a Madrid, a Valencia, a Sevilla.... – enumeró Myriam. – Como los jefes
son unos cretinos, nos tenemos que encargar de estas cosas los que de verdad
sabemos....
- Ya.... ¿Y Karlos y el niño cómo están?
- Muy bien – sonrió Myriam. – ¿Quieres
ver una foto?
- Claro....
Myriam se puso a buscar el móvil en el
bolso y después a buscar la foto en el propio móvil, momentos que Patricia y
Lucas aprovecharon para mirarse.
- ¿Qué pasa, monstruito? ¿Va todo bien? – le preguntó Patricia, en voz muy baja.
Lucas sonrió: su novia también tenía un poder paranormal con él.
- Por ahora sí, pero tenía que
contarte....
Patricia arqueó las cejas, en una muda
pregunta, pero la respuesta de Lucas tuvo que postergarse, porque Myriam le
enseñó el móvil.
- Mira, ésta es de hace diez días, que
estuvimos de excursión – la madre estaba muy orgullosa de sus dos chicos.
- ¡¡Ahí va!! ¡¡Qué grande está el niño!!
– se sorprendió Lucas, olvidando por un momento sus cuitas personales.
- Es un bruto.
- Está guapísimo, ¿a que sí? – sonrió
Patricia, dirigiéndose a Lucas, agarrándose a su brazo.
- Muy guapo. Menos mal que ha salido a
la madre....
El comentario sarcástico pero amable les
hizo reír a los tres.
- Sé que es una pregunta que las parejas
sin hijos odiáis, pero como hay confianza con los dos y nos conocemos ya desde
hace tiempo.... ¿vosotros para cuándo?
- Pues lo hemos hablado, aunque no en
serio – respondió Patricia. – Primero vamos a ver si nos podemos ir a vivir juntos
y quizá en un tiempo....
- Si llego vivo al final de la semana me
pongo a ello – dijo Lucas, expresando sus dudas pero tratando de bromear. Pero
el comentario no logró el propósito con el que fue emitido.
- ¡¿Qué?!
- ¿Te pasa algo? – se interesó Myriam,
un poco preocupada, inclinándose sobre la mesa, apoyando su mano en el
antebrazo de Lucas.
- ¡¡No, no, nada!! Estoy bien, sólo es
una expresión.... Se la he oído a mi madre toda la vida.... – mintió con soltura,
tranquilizando a Myriam pero escamando a Patricia: ella sabía que aquel
comentario no era de la madre de su novio.
Siguieron hablando, despreocupadamente,
aunque Patricia no perdió de vista a su novio, tratando de adivinar lo que le
pasaba o preocupaba. Myriam le preguntó por el trabajo, Lucas mintió usando una
elaborada coartada que ya tenía preparada para sus amigos (sólo Patricia sabía
a qué se dedicaba y José Ramón sabía que en realidad no era agente de ventas de
una empresa de aspiradores, aunque no sabía cuál era su trabajo real), Myriam le
habló de su trabajo durante aquella semana en Madrid y Patricia habló de los
niños en la guardería: en verano estaban mucho más revoltosos.
- Patricia y yo habíamos decidido que
íbamos a cenar a un restaurante de hamburguesas de ésas de autor, por las que
te cobran una pasta: paga mi empresa – dijo Myriam, con picardía, guiñando un
ojo, haciendo sonreír a Lucas. – ¿Te apuntas? No tiene que ser una cena sólo de
chicas....
- Pues no os puedo asegurar nada, porque
tengo pendiente una llamada y no sé si me liaré mucho, hablando y después
trabajando – dijo Lucas, sin alejarse mucho de la verdad y de los planes que
tenía. – Si puedo me apunto, aunque id a vuestro aire, por si no puedo
unirme....
- Vale, como digas. Mira, ahora que
hablas de llamadas, voy a llamar a casa, que hoy no he hablado con Karlos....
– Myriam se levantó y se alejó de la mesa, para llamar a su marido. Los dos la
miraron irse y cuando ya estuvo un poco alejada, Patricia le golpeó en el brazo
a Lucas.
- ¡¡Au!! – exageró él.
- ¿Vas a contarme ahora mismo qué
narices te pasa o va a tener que darme un patatús
de la ignorancia? – Patricia estaba molesta.
- Vale, vale, he venido antes
precisamente por eso, para hablar contigo, pero no podía hacerlo delante de
Myriam.... – se defendió.
- ¿Es de lo tuyo? – Patricia se preocupó
y se puso seria.
- Eso creo, aunque es tan raro que ni yo
mismo sé de qué es....
- ¡¡Venga!! ¡¡Dime!!
- ¡Vale! – Lucas miró a Myriam, que
seguía hablando por teléfono cerca de la puerta. – Esta tarde han intentado
matarme....
- ¡¡¿Qué?!!
- ¡Tranquila! Ya estoy yo bastante
nervioso.
- ¿Qué ha pasado?
- Me han tendido una trampa, me han
hecho ir hasta Ciudad Lineal a ver un edificio que se supone que estaba
“encantado” y han llegado dos.... dos.... dos tipejos – Lucas dudó cómo definirlos
– armados con metralletas que iban a por mí.
- ¿Quiénes eran? ¿Los conocías?
- No, no, no los había visto en mi vida.
Era la primera vez que me encontraba con una cosa así....
- ¿Eran humanos o eran.... otra cosa?
- No sé lo que eran: humanos desde luego
que no. Pero no sé qué narices eran....
Los dos se quedaron en silencio: Lucas
angustiado y Patricia preocupada.
- ¿Y te libraste de ellos? ¿Te han
seguido?
- Sí, me escapé con un poco de habilidad
y un poco de suerte: como siempre – Lucas trató de tranquilizar a su novia, con
su sonrisa irresistible, pero Patricia estaba preocupada de veras y fue inmune
a su sonrisa. – Después salí pitando de allí con el Twingo y les perdí de
vista. No me han seguido.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Más o menos lo que le he dicho a
Myriam: hablar por teléfono. Quiero averiguar quién me ha tendido la trampa y
para eso quiero encontrar a quien me llevó hasta ella: Darío.
- ¡¡Menudo cabrón!! – Patricia no se
pudo contener. No conocía a aquella piltrafa humana, pero sabía de sus
desventuras con su novio. Varios clientes se volvieron a mirarles, sorprendidos.
Lucas esperó a que todos volvieran a lo
suyo.
- Quiero encontrar a ese pendejo y darle
puñetazos en la barriga hasta que me sangren los nudillos – dijo Lucas, con
odio de verdad. – Así a lo mejor me cuenta quién es el cabrón que ha querido
matarme....
- ¿Estás seguro de que no ha sido él?
- ¿Darío? – se asombró Lucas. – Claro
que no. Puede meterse en muchos líos, pero terrenales. Él no tiene los
contactos necesarios para contratar a esos.... a esos.... a esos pistoleros. Ha
sido un mero peón en todo esto....
Myriam volvió a la mesa y Patricia y
Lucas dejaron de hablar automáticamente.
- ¿Todo bien?
- Sí, estaba con el niño en el parque –
explicó Myriam, y aquella conversación le pareció irreal a Lucas, tan alejada
de su propia vida, de su propia situación, de tan ordinaria y normal que era. –
Todo bien. Bueno.... ¿tomamos otra cosa? A lo mejor es pronto para ir a
cenar....
- Yo os voy a dejar, chicas, que de
verdad que tengo que hacer esa llamada....
- Vaya.... Bueno, pero si terminas
pronto y tienes hambre llámanos y te unes, ¿vale? – le dijo Myriam.
- Descuida – Lucas sonrió y se inclinó
para darle dos besos a Myriam. Después se volvió a Patricia, pero ésta se
levantó, le pasó los brazos alrededor del cuello y le besó intensamente. Lucas
se quedó sin respiración.
- ¿Quieres que me quede contigo? – le
dijo en voz baja, frente a él, con mirada profunda.
- No, pasa el resto del día con Myriam –
le dijo Lucas, convencido. – Hace tiempo que no la ves, disfruta. Pásalo bien.
- Y tú ten cuidado....
- Siempre lo tengo.
Después le dio un beso en la nariz y se
separó de ella. No esperaba que aquel movimiento tan sencillo le fuese a costar
tanto.
- Pasadlo bien, chicas. Luego os llamo
si es pronto – se despidió, sabiendo que no iba a volver con ellas: si volvían
a ir a por él no quería que nadie querido estuviese cerca.
- ¡Adiós!
- Adiós monstruito....
La cara de Patricia le hizo daño en el
pecho. Un dolor real. Tragó saliva y sacó el móvil del bolsillo del vaquero,
mientras se alejaba de la mesa, cruzaba la puerta y caminaba Gran Vía abajo.
Hasta que no estuvo al lado del coche no
buscó el número en la agenda y llamó. Casi habían pasado las dos horas de
aparcamiento, pero no cambió el papel. Se quedó apoyado en el costado del
Twingo con el móvil en la oreja y el otro brazo cruzado sobre el estómago, con
el codo de la mano del teléfono apoyado en el dorso de la mano libre,
escuchando los tonos de llamada.
- ¿Qué pasa, tío? ¿Cómo lo llevas? – le
contestó la voz conocida. – Mañana nos vemos en lo de Sofía, ¿no?
- No lo sé, José Ramón, a lo mejor puedo
o a lo peor no....
- Oye, ¿qué te pasa? – José Ramón había
escuchado la voz de su amigo y no era nada halagüeña.
- ¡Bufff....! Por dónde empiezo – dijo
Lucas, recapitulando todo lo pasado en el día. Después pensó qué podía contarle
a José Ramón (sobre todo cómo contárselo) y después siguió hablando. – ¿Tú te
acuerdas de Darío, el tipo aquel raro, con pinta de colgao? Me viste una vez con él, hace tiempo, en el Retiro....
- Sí, me acuerdo – asintió José Ramón. –
Tuviste un lío con él por no sé qué de artículos robados de tu empresa o algo
así, ¿no? ¿Qué pasa con él? ¿Ha vuelto a las andadas?
- No, no.... – Lucas recordó que aquella
había sido la historia que le había contado a su amigo, en vez de decirle que
los dos estaban cazando ujkus en el
parque más emblemático de Madrid. – Pero puedo necesitar hablar con él. Movidas del trabajo y creo que un ratero
como él me podría servir para entender unas cosas que me han pasado....
- ¿Y qué quieres de mí?
- Yo voy a buscarle por mi cuenta, pero
como sé que tú puedes reconocerle, que conoces su aspecto, te aviso de que le
estoy buscando. Ha desaparecido, pero si le ves, ¿me darás un toque?
- Te aviso, claro – José Ramón parecía
asombrado.
- No te pido que lo busques, pero la
casualidad puede resultar muy útil en estos casos: a lo mejor le ves tú antes
de que yo lo encuentre....
- Descuida, estaré pendiente.
- Muchas gracias, colega.
- ¿Te veré mañana? – repitió José Ramón,
muy poco convencido aquella segunda vez.
Lucas se encogió de hombros, aunque su
amigo no podía verle.
- Si sigo vivo para mañana por la noche,
iré a la fiesta de Sofía – dijo.
Aquella vez tampoco sonó divertido y
José Ramón no se rio.
- Te dejo, Jose, ya nos veremos – se
despidió Lucas. –
Y
gracias, tío.
- Lo que necesites – contestó José
Ramón, que estaba bastante más intranquilo que al principio de la llamada.
Pero no pudo seguir preguntando,
tratando de quedarse un poco más tranquilo.
Lucas colgó.
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