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(Arenisca)
Eran las nueve y media pasadas y el Sol
no se había ocultado: todavía le quedaba media hora larga, antes de que llegara
oficialmente la noche.
Lucas había dado una vuelta en el
Twingo, recorriendo las zonas en las que podía encontrar a Darío. Habló con
algunas personas que lo conocían, esperando que supieran dónde encontrarle,
pero no obtuvo ninguna respuesta que le sirviese. Sabía que podía ser una
espada de doble filo preguntar por Darío a la chusma como él que lo conocía,
porque podían irse de la lengua y avisar al desgraciado de que le estaban
buscando, pero prefirió arriesgarse.
Después de más de una hora buscando se
fue derecho a casa, para sentirse un poco a salvo. Sabía que aquella tarde se
había salvado por los pelos, aunque tuviese sus recursos y fuera habilidoso,
así que quería encontrarse en terreno conocido, con todos sus artilugios y
cachivaches.
Casi deseaba que aquellos “cabeza de
caja” u otras criaturas fuesen a buscarle. Les iba a dar un recibimiento muy
caluroso.
Y a rebosar de balas y destrucción.
Se preparó una ensalada, para aprovechar
la verdura y la fruta que había comprado esa mañana, y se la comió frente a la tele, con el volumen bajito y las
pistolas de aire comprimido a mano.
A cada ruido de la calle que le parecía
sospechoso (un frenazo, un acelerón, un claxon, alguien dando voces, una pareja
de borrachos cantando “Viva España” a
voces, ruido de cristales rotos....) se asomaba a la ventana con discreción,
con ambas pistolas, una en cada mano. Siempre volvía al salón sabiendo que
había sido una falsa alarma, pero sin sentirse seguro del todo.
Mientras recogía los restos de la cena
(platos y cubiertos sucios, la botella del agua de la nevera, un envase de
yogur vacío) escuchó pasos en la escalera. Prestó atención, avizor, a medio
camino entre la cocina y el salón. Cuando escuchó gemir el pasamanos metálico
del último tramo, el que llevaba hasta su puerta (vivía en el ático), dejó todo
en el fregadero de la cocina de mala manera y volvió corriendo al salón. Cogió
las pistolas, se metió una en la cintura del pantalón de chándal que usaba para
estar en casa y amartilló la otra, sujetándola con las dos manos, colocándola
ante la cara. Se apoyó de espaldas contra la puerta, cerca de la mirilla,
dudando si mirar o no: desde fuera podían ver el cambio de luz en el pequeño
puntito del visor.
Aún dudaba cuando sonó el timbre. Lucas
se quedó atónito, un poco descolocado: ¿acaso los matones de otros universos
llamaban al timbre? Movido por la curiosidad miró por la mirilla, observando al
visitante, llevándose una sorpresa, aunque ni mucho menos grata.
Resoplando bajó la pistola y descorrió
los dos cerrojos antes de abrir la puerta, quedándose cara a cara con el hombre
de sombrero y gabardina.
- ¿No es un poco tarde para pedir de
puerta en puerta? – preguntó, a modo de saludo, con tono despectivo en lugar de
bromista.
- Hola, Lucas. Veo que sigues con buen
humor – contestó el hombre, elegante, sin hacer caso del sarcasmo. – ¿Puedo
pasar o me vas a disparar?
Lucas se apartó e hizo un gesto con la
mano de la pistola, invitando a entrar al visitante. El hombre se quitó el
sombrero y lo sostuvo en las manos, entrando en el salón pero sin sentarse en
el sofá o en el sillón, volviéndose a mirar a Lucas.
- Justo Díaz Prieto.... Cuánto honor. ¿A
qué debo la visita? – cerró la puerta y volvió al sillón, dejándose caer en él,
sin soltar la pistola de aire comprimido.
- Hacía tiempo que no nos veíamos – el
hombre seguía siendo educado y sonreía con amabilidad, a pesar del desdén de su
anfitrión. Siguió de pie, delante de Lucas. – Estuve la semana pasada con tu
madre y hablamos de ti: no la ves demasiado a menudo y quise pasar a verte, a
ver cómo estabas....
- Hablo con mi madre varias veces cada
semana, por teléfono. Mi trabajo me obliga a viajar fuera de Madrid a menudo –
respondió Lucas, serio. – Además, ¿quién es usted para insinuar que no cuido de
mi madre?
- No he insinuado nada, hijo, tú te has
dado por aludido – respondió Justo Díaz, sin dejar de sonreír. – Además,
prometí que me encargaría de vosotros y os ayudaría en lo que pudiera....
- De esa promesa hace ya casi diecisiete
años – replicó Lucas, con un gesto desdeñoso de la mano. – Mi hermana y yo ya
somos adultos y no necesitamos que nos cuide nadie.
- Lo sé, Lucas, pero yo era muy buen
amigo de tu padre.... – trató de explicarse Justo Díaz.
- Mi padre está muerto – dijo Lucas,
tratando de que no se le notara lo que le dolía pronunciar esas palabras. –
Lleva muerto los mismos años que hizo usted su promesa. Ya no es amigo suyo....
- Soy amigo de tu madre – repuso Justo
Díaz, y ahora parecía dolido y algo enfadado. – Y creí que también era amigo
tuyo cuando estuviste en la agencia....
- Estuve en la agencia lo que dura un
suspiro, y además fue hace muchos años. Cuando me largué creí haber acabado con
todo....
- Y yo soy de los que más se alegró de
que te fueras, créeme. Si no te lo he dicho nunca te lo digo ahora – dijo Justo
Díaz, sincero, y Lucas lo miró tratando de que no se notara su sorpresa ante
aquella declaración. – La agencia era demasiado pequeña para ti y aprenderías
mucho más por el mundo que con nosotros: así lo creía y así fue – asintió
Justo. – Cuando volviste a España hace ¿cuánto? ¿cinco años? lo hiciste siendo
un gran investigador paranormal. El mejor que he visto en toda mi carrera.
Lucas miró hacia la pared, enfurruñado,
para no tener que ver la mirada de Justo Díaz Prieto. Si lo hacía acabaría
llorando. ¡Joder!, lo peor de todo era que aquel hombre le caía bien, muy bien,
pero no le gustaba lo que suponía su presencia allí.
Ni lo que le recordaba.
- Serías una gran ayuda para la agencia,
para la gente de este país – Justo trataba de sonar convincente, aunque sabía
que predicaba en el desierto. – Esta primavera una pareja de agentes se hizo
cargo de un caso muy complicado, con cuatro demonios muy poderosos implicados:
hubo varios muertos y un horrible espectáculo en una playa de Santander: si tú
hubieras estado vinculado a ese caso seguro que se habría resuelto de otra
forma. Contigo podríamos resolver los casos mucho antes, salvar más vidas....
- Ya lo hago ahora.
- Lo haces, lo haces muy bien, pero tú
también podrías ayudarte si te unes a la agencia – siguió Justo Díaz. – Te
aprovecharías de nuestras infraestructuras, de nuestros equipos y de nuestros
recursos. Sería un beneficio mutuo....
- Ya tengo todo lo que necesito – Lucas
se encogió de hombros. – Tengo amigos y proveedores que me lo consiguen.
- Ya, pero los cachivaches que llevan
nuestros agentes son legales: si la policía te registra y encuentra los
dispositivos que usas te los requisarían....
- Primero tienen que cogerme – replicó
Lucas, cabezón, con la lógica de un chico de quince años. A menudo le parecía
regresar justo a esa dolorosa edad cuando estaba con Justo Díaz Prieto.
- Hazlo por ti, por nadie más – gastó el
último cartucho el hombre mayor, sentándose en el sofá que había al lado del
sillón que ocupaba Lucas. – Dedícate a esto, pero dentro de la agencia, de
forma institucional. Conseguirás más méritos y podrás hacer mejor tu trabajo.
Aprovecharás ese “don” que tienes....
- ¿“Don”? Yo prefiero llamarlo “maldición”....
- Tu padre estaría orgulloso al ver cómo
te sobrepones a él y cómo lo utilizas en tu beneficio – opinó Justo, con voz
cariñosa y amable.
- Mi padre está muerto y no podemos
saber qué opinaría de mí ni de mi “anomalía” – repuso Lucas, con rabia. No
hacia Justo, sino hacia sí mismo y su situación. – Y si estuviera vivo quizá no
estaría orgulloso de mis poderes, porque probablemente no los tendría: empecé
a ver monstruos y fantasmas cuando él murió. Recuérdelo, yo estaba allí, lo vi
morir....
- Lo recuerdo perfectamente – dijo
Justo, con pena. – Yo también estaba allí cuando murió tu padre. Y a menudo
desearía que ninguno de nosotros hubiera estado allí aquella fatídica noche,
incluido tu padre.
Lucas se mantuvo en silencio, callado y
ceñudo, con cara enfadada. Mantuvo la mirada de Justo Díaz un momento y después
se cruzó de brazos en el sillón y miró hacia la pared.
- Gracias por su propuesta, pero
prefiero seguir por libre – dijo, obviando el final de la conversación. –
Pensaba que ya estaba jubilado, pero veo que la agencia sigue utilizándole para
el trabajo sucio....
Justo Díaz Prieto suspiró, se levantó
del sofá y se puso el sombrero de nuevo. Se pasó la mano por el poblado bigote
antes de hablar.
- No he venido aquí por orden de la
agencia, hijo. He venido porque me preocupó tu madre el otro día – explicó,
acercándose con pasos tranquilos a la puerta de salida. Se dio la vuelta y miró
a Lucas desde allí. – En serio, visita a tu madre. Se alegró mucho cuando
volviste a España después de años de viajes. No la dejes de lado....
Lucas Barrios se tragó la respuesta
grosera automática que había estado a punto de dedicarle a Justo Díaz. En
realidad el hombre tenía razón.
- No la he dejado de lado, pero iré a
verla más a menudo....
Justo Díaz sonrió, asintiendo, se dio la
vuelta y abrió la puerta. Antes de salir se giró un poco.
- Cuídate, hijo.... – se despidió.
Después se volvió hacia afuera, salió y cerró la puerta a su espalda. Lucas
escuchó sus pasos en las escaleras, cada vez más sordos y alejados.
Sólo entonces, cuando estuvo
completamente seguro de que ya estaba solo con sus fantasmas, se echó a llorar.
Tranquila y mansamente, dejando que las
lágrimas le cayeran por las mejillas y le dibujaran surcos húmedos.
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