(6)
Cuando Séptido volvió al trabajo tres días
después de haber sufrido la picadura de arpía se dirigió a casa de Óctido.
Sabía por su madre que el Guardián le había llevado a casa cuando estaba
empezando a enfermar y que se había interesado por él al día siguiente de
aquello. Séptido quería agradecérselo y acompañarle a trabajar.
Pero cuando llamó a la puerta de la cabaña de
Óctido quien le abrió fue la anciana Hortensia, una viuda de la aldea que hacía
las mejores tartas de moras. Vivía sola en una cabaña cercana, pero Séptido no
sabía qué hacía allí.
- ¡Hola, Séptido!
Veo que ya te has repuesto....
- Hola, doña
Hortensia. Sí, ya estoy mucho mejor.... – sonrió Séptido. – ¿Dónde está Óctido?
Venía a buscarle para ir al Sendero....
- Claro, no lo
sabes, has estado un par de días enfermo.... – respondió la anciana, con pesar,
y Séptido se asustó un poco. ¿Qué le había ocurrido a su amigo? – Óctido no se
encuentra bien.
- ¿Está enfermo? –
preguntó Séptido, que de pronto había recordado que su compañero había
aplastado a la arpía que le había picado a él. Quizá, con mala suerte, la arpía
también le había picado a Óctido cuando acabó con ella.
- No, no enfermo
como lo entendemos – explicó doña Hortensia. – Óctido ha perdido la memoria.
- ¿Qué?
- No recuerda quién
es, ni dónde está. No sabe quiénes somos ninguno de los vecinos del pueblo. No
recuerda lo que es el Sendero ni que él es un Guardián.
Séptido se quedó con
la boca abierta.
- ¿Pero cómo....?
¿Cuándo....?
- No sabemos cómo ha
pasado exactamente, aunque algunos recuerdan que hace dos noches aceptó un vaso
de hidromiel en la taberna de parte de un forastero, pero sabemos que sucedió
ayer. Óctido se despertó al alba y no reconocía a nadie. Se asustó al
despertarse en esta cabaña que no conocía y se asustó aún más cuando algunos
llegamos hasta aquí para ayudarle: como no nos conocía pensaba que íbamos a
hacerle daño. Al final, por la tarde, conseguimos calmarle y yo me trasladé
aquí para cuidar de él. Ahora está durmiendo: es muy temprano para él, teniendo
en cuenta que no va a ser capaz de ir a patrullar al Sendero....
Séptido no supo qué
contestar. Dio las gracias a la anciana Hortensia por encargarse de su amigo y
después se fue al Sendero, completamente ofuscado.
Recorrió el Sendero
hasta su zona, pensativo. Estaba muy triste y preocupado. Nóvido no estaba en
su zona (al parecer, según le dijo Tiburcio, seguía dormido como un tronco en
su cama) y Óctido tampoco estaba en la suya, pues estaba desmemoriado en su
cabaña, acompañado por la viuda Hortensia.
Parecía que una
extraña maldición se había cernido sobre los tres últimos Guardianes del
Sendero, y si no fuese porque su madre tenía guardado el asaúco él también
estaría fuera de servicio. No estaba del todo restablecido, se sentía todavía
un poco cansado y la mano izquierda seguía algo hinchada, pero estaba lo
suficientemente bien como para poder patrullar.
Esperaba no tener
mucho lío.
• • • • • •
La mañana pasó
tranquilamente, hasta que Séptido se dio de bruces con otra criatura
fantástica. Caminando por su zona del Sendero había doblado un recodo de la
montaña, encontrándose de repente con una cría de unicornio, un simple
potrillo. El cuerno con los colores del arco iris todavía era pequeño y estaba
cubierto de pelusilla todavía, pero el animal ya era muy bello y hermoso.
Cuando Séptido lo
encontró estaba comiendo fresas silvestres de un matorral, con tranquilidad.
Séptido admiró al potrillo, pero tenía que cumplir con su deber, así que cogió
el garrote con las dos manos (la izquierda le dolió un poco) y lo puso
horizontal, para hacer gestos hacia el potro de unicornio, para ahuyentarle.
El animal al
principio lo miró molesto, pero como los unicornios son animales asustadizos y
tímidos, el potrillo pronto se alejó del matorral y trotó por el Sendero,
alejándose de Séptido.
El Guardián siguió
su camino por el Sendero y cuando volvía a encontrarse con el potro de
unicornio volvía a ahuyentarle, para echarle de allí. El unicornio siempre se
alejaba unos cuantos metros antes de detenerse, remoloneando por el Sendero.
De repente sonaron
unos chillidos agudos en el aire. Séptido agarró el garrote por un extremo y se
puso en guardia, mirando hacia adelante y hacia arriba. Pero su pose fue en
vano, porque cuando vio a las dos criaturas aladas se quedó sin fuerzas y el
valor le abandonó.
Dos cuélebres
llegaban volando, desde lo alto de la Montaña Azul. Seguían el rastro del
Sendero mientras bajaban de la cima de la montaña. Eran dos ejemplares grandes,
dos serpientes gigantes de ojos amarillos, grandes colmillos y alas de
murciélago a mitad del cuerpo.
El potrillo de
unicornio relinchó asustado, quedándose helado y sin poder huir. Los dos
cuélebres volvieron a chirriar, como una cadena oxidada, antes de cernirse
sobre el unicornio.
Séptido actuó, sin
saber muy bien cómo. Arrancó a correr y llegó al lado del unicornio a la vez
que las dos criaturas aladas. Nada más llegar atizó un garrotazo a una de
ellas, alejando su cabeza del lomo del unicornio. El otro cuélebre se giró
hacia el Guardián, chirriando y siseando, sacando la lengua bífida por entre
las mandíbulas sin labios. Lanzó una dentellada a Séptido, que la esquivó de
milagro. Después le descargó un golpe tremendo en la cabeza, haciendo que el
cuélebre cayera al Sendero, con las alas estiradas. El primer cuélebre agitó la
cabeza, para despejarse, y se volvió a lanzar contra el Guardián.
Pero el unicornio
reaccionó entonces, dándole una coz en mitad de la frente. El cuélebre siseó,
dolorido y mareado. Remontó el vuelo, alejándose de allí a toda prisa, hacia la
cima de la montaña.
El Guardián dio unas
leves patadas al cuélebre que estaba tendido en el Sendero, pero éste no se
movió. No daba muestras de estar vivo, aunque a Séptido le pareció que sí
respiraba.
El unicornio
relinchó, contento y agradecido, dándole una caricia a Séptido en el hombro. El
Guardián, que agradecía seguir vivo, le devolvió la caricia al animal.
El unicornio trotó
contento, hacia adelante. Al cabo de unos pocos metros se detuvo y se volvió a
mirar a Séptido. Desanduvo unos pasos y volvió a trotar, alejándose,
relinchando hacia el Guardián.
- ¿Quieres que te
siga? – le preguntó Séptido, algo asombrado. El unicornio casi pareció asentir,
volvió a relinchar y trotó otro poco hacia adelante, parándose y mirando a
Séptido. Éste no le hizo esperar más, echó a andar y le alcanzó prontamente.
El unicornio apoyó
su testuz en el hombro de Séptido y cuando el Guardián se volvió a mirarle
movió la cabeza y la apoyó sobre la frente de Séptido.
Entonces Séptido
notó una energía que le recorría el cuerpo, como un soplo de aire frío que le
despejaba. Incluso la mano izquierda dejó de dolerle durante un instante.
Recordó de repente todo lo que le había pasado los últimos días, en especial la
canción de las hadas.
- ¡¡El portal!! ¿Qué
va a pasar con el portal? – preguntó asustado, pero el unicornio no le
contestó, por supuesto. – ¡Hay que avisar a la gente de Musgo! ¡¡No!! ¡Hay que
ir hasta la cima! Tengo que avisar a los demás Guardianes. ¡Vamos!
El unicornio le
llevó hasta el Arce Blanco y más allá, adentrándose en la zona de Héxido.
Aquello era muy irregular, lo normal era que cada Guardián se quedara en su
zona y no entrara en la de los otros, pero Séptido creía que aquellos días
estaban pasando cosas no demasiado normales, así que tampoco se preocupó
mucho.
Recorrió el Sendero
acompañando al unicornio, fijándose en cómo era la zona de su compañero Héxido.
No era muy diferente a la suya propia, pero como todo era nuevo para él, no
perdía detalle.
Al cabo de un buen
rato, después de andar y andar al lado del potro de unicornio, se dio cuenta de
que en aquella parte del Sendero faltaba una cosa: Héxido.
- ¿Y Héxido? –
preguntó en voz alta. El unicornio se detuvo a su lado, mirándole. – ¿Dónde
está el Guardián?
El unicornio
relinchó, grave, y cambió el rumbo. Se adentró en la ladera de la montaña,
siguiendo un estrecho camino que salía desde el Sendero. Séptido no se había
fijado bien, porque no lo había visto. El estrecho camino atravesaba un bosque
de hayas, que crecían muy juntas unas de otras. Al final del bosque el camino
estrecho acababa en un claro.
En el claro había
una cabaña de madera, muy parecida a la de Séptido, sólo que esta no estaba
cubierta de Musgo. Era grande, de una sola planta con el tejado inclinado hacia
un solo lado. Tenía una puerta y dos ventanas cuadradas a cada lado, como los
ojos y la nariz larga de una cara.
El unicornio le
empujó con la testuz en la espalda, animándole a acercarse.
- Ya voy, ya voy....
No me metas prisa.... – se quejó Séptido, pero echó a andar. Se acercó a la
puerta y se detuvo delante. Tímido, se volvió a mirar al unicornio, que asintió
con la cabeza, sacudiendo las crines, a la vez que removía el suelo de tierra
con uno de los cascos delanteros – Vale, vale.... – Séptido llamó a la puerta
con los nudillos, despacito y no muy fuerte. – ¿Hola? ¿Héxido? ¡Soy yo, Séptido!
– dijo, pero nadie respondió.
Volvió a llamar
fuerte a la puerta y ésta se abrió, como consecuencia de los golpes. Se volvió
al unicornio, que le devolvió la mirada, sin inmutarse. Séptido resopló y entró
en la cabaña.
Estaba muy oscura.
Las ventanas estaban cerradas con las cortinas echadas y los postigos de fuera
estaban cerrados también. Séptido se acercó a una, la que quedaba a la derecha
de la puerta, desde fuera, y dejó que entrara un poco de la luz del Sol de
mediodía.
La casa estaba muy
revuelta, con sillas volcadas y cosas caídas por el suelo. En la chimenea
ardían unas pocas brasas, que se estaban apagando.
- ¿Hola? ¿Hay alguien
en casa? – preguntó, preocupado, porque la cosa no pintaba muy bien.
Séptido notó un
golpecito en una de sus botas. Miró, curioso, a ver qué podía haber sido, y se
llevó un susto tremendo al ver lo que era.
Un hombre.
Había un
hombrecillo, del tamaño de un corcho de botella, al lado de su bota,
golpeándole con una cerilla.
Séptido trastabilló
hacia atrás, asustado, chocando contra la pared de la casa. El hombrecillo no
se movió del sitio, aunque agitó mucho los brazos.
Séptido venció su
susto inicial, para volver a acercarse a aquel hombrecillo. Le pareció que
vestía de color pardo, como si fuese tela de saco, y tenía el diminuto cabello
de color rubio. Miró hacia un lado, donde descansaba la alabarda de Héxido, su
arma de guardián.
- ¿Héxido? –
preguntó, atónito.
El hombrecillo hizo
gestos con los brazos.
Séptido se agachó y
puso su mano al lado del hombrecillo. Éste se subió a la palma y Séptido se
acercó la mano a los ojos. Sin duda era Héxido, aunque en menor tamaño. El
Guardián vestía sus pieles de trampero y tenía el pelo y el bigote rubios.
- ¿Qué te ha pasado,
Héxido? – preguntó Séptido, llevándose luego la mano a la oreja, sin dejar de
tener la palma hacia arriba.
- ¡No grites tanto!
– le dijo Héxido (o al menos una voz que se parecía a la de Héxido, sólo que
hablada por un ratón). – Tu voz resuena mucho....
- Lo siento.... –
dijo Séptido, en voz baja.
- ¿Cómo es que estás
aquí? – le preguntó Héxido. – Habíamos oído que estabas enfermo....
- Lo estaba, pero me
recuperé pronto – respondió Séptido, cuidándose de hablar en voz muy baja.
- ¿Y por qué estás
aquí? Ésta no es tu zona.... ¿Pasa algo grave en el sendero?
- Sí, en el Sendero
hay más criaturas fantásticas de las que debería – contestó Séptido. – He visto
hadas, unicornios, arpías y cuélebres. Un unicornio me ha traído hasta aquí. Y
creo que algo malo va a pasar en el portal.... ¿Qué te ha pasado a ti?
- A mí y a toda mi
familia – contestó Héxido, con voz triste. – No sabemos cómo fue. Ha tenido que
ser magia oscura, aunque no hemos visto nada extraño los últimos días. Ayer nos
despertamos así....
- ¿Dónde está tu
familia?
- Debajo de esa
silla volcada.... Allí no nos alcanzan las ratas....
- Espera.... – dijo,
Séptido, metiendo la mano en la que estaba Héxido debajo de la silla volcada.
Notó cosquillas en ella y cuando cesaron sacó la mano, llena de seres humanos
diminutos. Además de Héxido estaban su mujer y sus tres hijas, todas rubias. –
Os colocaré en la mesa, allí no os alcanzarán las ratas.
Además de ponerlos a
salvo sobre la mesa, Séptido les dio alfileres para poder defenderse y les
alcanzó retales de tela de la caja de costura, para que pudieran dormir y
acomodarse. Cerró las ventanas pero descorrió las cortinas, para que pudiera
entrar la luz del Sol. Y avivó las llamas y alimentó la hoguera para que el
fuego durase todo el día.
- No puedo hacer
mucho más, amigo, pero creo que puedo ayudar a resolver todo esto que está
pasando. Aguantad aquí y buena suerte – dijo Séptido. La familia de encogidos
le dedicó gestos de agradecimiento.
Séptido salió de la
cabaña, cerrando la puerta bien para que no entrasen alimañas del bosque que
pudiesen atacar a Héxido y su familia. Se volvió hacia el claro, pero el
unicornio se había ido.
- Unicornio.
¡Unicornio! – le llamó, pero no obtuvo respuesta ni el potrillo apareció. El
Guardián se encogió de hombros, resignándose, y volvió al Sendero él solo.
Después siguió su camino en dirección a la cima.
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