martes, 19 de agosto de 2014

(Verde) El Guardián del Sendero - 7 de 12




(7)

Era media tarde cuando por fin llegó a la zona de Péntido. La recorrió con nerviosismo, pero con ritmo constante. Una cosa era que la situación fuese apurada y otra que olvidase su entrenamiento de Guardián a la mínima de cambio. En cuanto se refería a recorrer el Sendero, era mejor mantener un ritmo continuo, ligero y constante, para no agotarse.
Recorrió la zona de Péntido, que era bastante escarpada, porque rodeaba una zona de la Montaña Azul llena de quebradas, torrenteras secas, aristas de roca y precipicios. El Sendero allí era bastante empinado, pero sobre todo muy accidentado. No estaba cortado en ningún punto, pero para evitar los accidentes de la montaña daba muchas vueltas y revueltas, pegado a la ladera.
No había ni rastro del Guardián.
De pronto, al dar la vuelta a un recodo del Sendero que rodeaba una punta de la montaña, Séptido se dio de bruces con un gran grupo de grifos, al menos diez o doce, que ocupaban todo el espacio. Estaban echados en el suelo, tranquilos y descansados, pegados a la montaña y también al borde del Sendero, donde había una caída de cientos de metros.
Séptido se quedó quieto, sin saber cómo avanzar, pero sabiendo que no debía hacer ruidos ni gestos bruscos, para que los grifos no se asustaran ni enfurecieran. De esa manera los animales fantásticos no le harían nada, salvo ignorarle.
Séptido no tenía ni idea de cómo espantar a toda aquella manada de grifos. No tenía nada en el morral para hacerlo y a golpes y amenazas con el garrote no serviría de nada. Estuvo un rato quieto, mirando a las criaturas, hasta que se dio cuenta de que el Sol seguía bajando y pronto anochecería. Así que optó por lo que consideró más útil y más fácil: trató de pasar por entre los grifos para seguir su camino. Era verdad que su deber era echar de allí a todas aquellas criaturas fantásticas, pero como no podía hacerlo él solo y era más urgente que llegase a la cima para evitar que el portal se abriese del todo, le pareció lo más adecuado.
Dio tres pasos hacia adelante, deteniéndose delante del primer grifo. Éste le miró con ojos agresivos, poniéndose en pie, apoyándose en sus patas de león y sus garras de águila. Séptido sabía cómo tratar con grifos, así que se detuvo delante del animal y bajó la cabeza haciendo una leve reverencia educada. El grifo le miró durante unos segundos, valorándolo y contemplándolo perfectamente. El animal acabó bajando su cabeza de águila, decidiendo que el humano no representaba ningún peligro y que sus intenciones eran honorables.
Séptido siguió su camino, esquivando a los grifos que seguían tumbados en el suelo de roca. Algunos se levantaron como el primero, cerrándole el paso y le sometieron a un férreo escrutinio, pero todos le dejaron pasar al final. La verdad era que el Guardián del Sendero no pretendía engañarles: sólo quería pasar.
Cuando sólo había cuatro grifos entre él y el Sendero despejado, una hembra se puso en pie y le cerró el paso. Séptido volvió a mostrarse humilde y respetuoso, bajando la cabeza y la hembra de grifo le miró atentamente, imitando la reverencia del hombre.
Cuando Séptido pasó a su lado, con una sonrisa leve, el grifo le sujetó por el capote de piel de oso, con el pico. Séptido se puso nervioso, agarrando con fuerza el garrote, tragando saliva, asustado. Se dio la vuelta, para mirar a la hembra de grifo. Pudo ver en sus ojos y en sus deslustradas plumas que era anciana, muy vieja. Volvió a agachar la cabeza, sumiso, esperando que la hembra le dejase ir.
Pero la anciana grifo le empujó levemente con la testuz, con delicadeza pero firmemente. Séptido trastabilló hacia atrás, dándose la vuelta después. La anciana grifo le empujó entonces por la espalda, entre los hombros. De esta forma salió del grupo de grifos, al Sendero libre, pero la hembra anciana de grifo no le dejó solo. Pasó a su lado y caminó unos pasos. Después se detuvo y le miró por encima del hombro y las alas, bufando, con prisa.
- ¿Quieres que te siga? – preguntó Séptido. La hembra de grifo bufó y el Guardián lo tomó como un sí, así que echó a andar y el grifo le guio, por delante de él.
La hembra anciana de grifo le guio por el Sendero, pero al cabo de unos doscientos metros de marcha se salió de él, siguiendo un camino empedrado estrecho, que subía por la ladera de la montaña. El animal subía con seguridad, pero las botas de Séptido resbalaron en varias ocasiones, así que el Guardián fue detrás del grifo con más cuidado, ayudándose con las manos para avanzar.
Siguieron el estrecho y pedregoso camino hasta una terraza natural de la ladera. Había media docena de abetos y una cabaña en medio de todos ellos. Séptido sonrió y caminó hacia ella, acariciando el cuello del grifo al pasar a su lado.
Séptido se asombró mucho al llegar al lado de la cabaña, pues era de roca, entera de roca. Las paredes, el tejado, las contraventanas, la puerta, el porche.... todo era de roca gris. Llegó a la puerta y llamó con los nudillos, haciéndose daño. La roca no sonó y el Guardián no creyó que nadie le hubiese escuchado dentro.
- ¿Hola? – llamó, dándose cuenta en ese instante de que no sabía muy bien cómo le iban a abrir aquella puerta de piedra, si es que había alguien dentro. – ¿Péntido?
- ¿Sí? ¿Quién anda ahí? – se escuchó una voz apagada.
A Séptido le pareció que venía de dentro de la cabaña y no pudo evitar sonreír y sentirse aliviado.
- ¡Péntido! ¡Soy Séptido! – dijo, dándose cuenta en ese instante que hacía más de un año que no veía al Guardián, que era quien le había propuesto hacía años para que entrara en la Brigada. – ¿Estás bien?
- Sí, amigo mío, estamos bien – contestó la voz de Péntido, ahogada por la roca. – ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
- Voy de camino a la cima. Creo que algo malo va a pasar en el portal....
- Casi no puedo oírte, Séptido. Ven mejor aquí.... – dijo Péntido, pero Séptido no supo dónde le estaba mandando ir, porque no podía verle. Entonces vio una mano asomándose por una de las ventanas de piedra: una de las hojas había quedado abierta y había un hueco.
- ¡Péntido! – dijo Séptido, aliviado, al ver a su amigo por el hueco entre la roca: aunque el hueco era pequeño y la casa estaba a oscuras pudo reconocer la calva y el bigote negro del Guardián. – ¿Qué ha pasado aquí?
- No lo sabemos – respondió Péntido. – Esta mañana despertamos en nuestras camas y descubrimos que la cabaña se había vuelto de piedra. No podemos abrir la puerta ni las ventanas, aunque tuvimos suerte al dejarnos esta ventana abierta por la noche: así podemos asomarnos y la luz puede entrar por aquí...
- ¿Está tu familia contigo?
- Sí, están todos bien – tranquilizó Péntido. – ¿Qué es eso del portal? ¿Qué va a pasar? ¿Se va a abrir?
- Creo que sí.... – se lamentó Séptido. – El Sendero está muy revuelto estos días y unas hadas me lo advirtieron, aunque no supe entender su mensaje a tiempo....
- ¿Vas a ir a la cima?
- Sí, a no ser que me necesitéis aquí.... ¿Tenéis comida y leña para pasar la noche?
- A la comida no le ha pasado nada, pero la leña se ha convertido en piedra.... – respondió Péntido.
Séptido buscó trozos de ramas y maderas por los alrededores y se los pasó a Péntido por el hueco abierto de la ventana de piedra.
- Muchas gracias, amigo, y toma: quizá lo necesites.... – le dijo Péntido, pasándole su arco y su carcaj con flechas por el agujero.
- No te molestes, quédatelos. Te servirán para protegeros, por si acaso. Yo ya tengo mi garrote....
- Como quieras.
- Cuidaos. Volveré cuando pueda....
- Que tengas éxito....
Séptido se dio la vuelta, saliendo del círculo de abetos y volviendo a recorrer el estrecho camino de piedras, de vuelta al Sendero. La anciana hembra de grifo le siguió, sin emitir sonido.
Séptido iba muy serio, pensativo. ¿Qué estaba pasando en el Sendero? Él se había librado de caer enfermo, pero de milagro: en realidad todavía debería seguir en la cama, si no fuera porque su madre, previsora, había guardado esencia de asaúco. Óctido estaba desmemoriado por culpa de una jarra de hidromiel que le había dado un forastero y Nóvido seguía dormido, por lo que sabía, después de aquella noche loca en la que ninguno había podido dormir y los linces turquesas habían estado maullando sin parar.
Para colmo Héxido había sufrido un hechizo que lo había encogido y Péntido había sufrido otro conjuro que había convertido en piedra toda la madera de su casa. Estaba convencido de que había magia detrás de todo aquello, y en Musgo no había magia de ningún tipo: la magia era cosa del reino de Xêng, del otro lado del portal.
Magia, Guardianes fuera de juego, criaturas mágicas correteando y obstruyendo el Sendero.... ¿El portal se habría abierto ya?
Séptido creía que no, si no Musgo se habría llenado del todo de criaturas mágicas y fantásticas. Aquello eran solamente fugas puntuales, aunque se habían dado todas juntas. Imaginaba que algo o alguien estaba detrás de todas ellas, ¿el forastero que había envenenado a Óctido, quizá?
Tanto caos sólo le decía que el portal se iba a abrir pronto, así que no debía perder tiempo. Aunque estaba anocheciendo no dejó de caminar, siguiendo por el Sendero, acompañado por el grifo, que lo seguía al lado, en silencio.

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