(9)
Despertó lentamente,
apoyado en el brazo. Tardó un rato en darse cuenta que estaba al raso, dormido
en mitad del Sendero.
Se incorporó, algo
aturdido, medio dormido todavía. La hoguera de la noche pasada estaba apagada,
aunque todavía podían verse brasas diminutas encendidas en rojo, entre las
cenizas negras.
A su lado estaba la grifo,
acostada también, desperezándose. Extendió las alas y abrió el pico, en un
desmesurado bostezo. Séptido la imitó, sin poder contenerse.
Miró alrededor,
buscando al extraño vestido de negro y con sombrero, pero no estaba en ninguna
parte. En realidad no quedaba ni rastro de él, ni siquiera había dejado huellas
en la arenilla que cubría la roca del Sendero.
Se puso en pie y dio
vueltas alrededor de los restos de la hoguera, mirando por los alrededores, en
la ladera de la montaña, que subía en una cuneta del Sendero y bajaba en la
otra. El Hombre de los Zapatos Rotos no estaba en ninguna parte.
La grifo chilló
detrás de él, asustándole. Séptido se giró y la miró, alerta. Pero no había
ningún peligro. La grifo solamente se estaba despidiendo, porque hizo una
reverencia, agachando la cabeza de águila y después desplegó las alas,
sacudiéndolas para remontar el vuelo, agitando los cabellos de Séptido y
desperdigando las cenizas de la hoguera de la noche anterior.
El Guardián vio irse
a su único acompañante, al que había empezado a coger cariño. El animal
mitológico voló sobre el Sendero, alejándose hacia abajo. Quizá volviese con su
manada.
Mientras lo veía
alejarse, recortado contra el cielo, Séptido recordó unas palabras del Hombre
de los Zapatos Rotos. Sabía que se las había dicho la noche anterior, aunque no
recordaba cuándo ni cómo. No recordaba la escena, pero sí las palabras, aunque
no las entendía:
“Sólo un sacrificio humilde cerrará el Árbol
Rúnico, un paso hacia adelante que no tendrá vuelta atrás”, era lo que el
Hombre de los Zapatos Rotos le había dicho. Ésas eran las palabras, aunque no
sabía qué querían decir, ni sabía cuándo las había dicho, en qué momento
durante su conversación sobre el Sendero, el tal Zard y los Guardianes fuera de
juego.
Siguió caminando,
ascendiendo por el Sendero. Ahora sabía mejor lo que estaba pasando allí y lo
que les estaba pasando a los Guardianes. Había una criatura del caos, un
Dharjûn, que quería dejar pasar por el portal a todas las criaturas del reino
de Xêng. Esa criatura estaba tratando de impedir que los Guardianes siguieran
en sus puestos para que el éxodo fuese exitoso.
Pero todavía había
un Guardián que seguía en su puesto.
Caminó por el
Sendero, recorriendo la zona de Cuádido, deseando encontrarle sano y salvo. Él
estaba decidido a arreglar aquello, pero no le vendría nada mal un poco de
ayuda de sus compañeros.
Sólo había un
pequeño caminito que salía desde el Sendero, en toda la zona de Cuádido, así
que Séptido lo tomó, esperando encontrar la cabaña de Cuádido al final.
Así fue, en una
pequeña terraza natural de la ladera, cubierta de hierba y rodeada de arbustos,
vegetación y abetos grandes y frondosos. La cabaña parecía normal, no había
signos de lucha ni de magia, así que el Guardián se adentró entre la vegetación,
acercándose a la cabaña.
- ¡Hola! – escuchó
la voz de Cuádido, detrás de él. Séptido sonrió, aliviado, y se dio la vuelta,
esperando ver a su compañero.
Pero allí no estaba.
- ¿Cuádido? –
preguntó, asombrado, con cautela. Allí no había nadie más que él.
- Estoy aquí.... –
le contestó Cuádido. La voz venía delante de él, eso estaba claro, pero no
había ni rastro de Cuádido por ninguna parte.
- ¿Dónde? No puedo
verte.... – dijo Séptido, sintiéndose estúpido. Dio dos pasos más y se detuvo,
entre los brezos, los acebos y los abetos.
- Estoy aquí, soy el
árbol.... – dijo la voz de Cuádido. Séptido dio un respingo cuando notó que la
voz le llegaba desde el frente a la derecha, donde había un abeto muy hermoso y
alto.
Se acercó con
cuidado, buscando al Guardián escondido, pero no había nada alrededor del
abeto. Cuádido no estaba allí oculto. Séptido se apoyó en el árbol para mirar
por detrás.
- No estoy detrás,
estoy dentro.... – dijo Cuádido.
Séptido dio un paso
hacia atrás, asustado. Había notado un movimiento dentro del árbol, en el que
había seguido apoyado. Como cuando posas la mano en el pecho de otro para notar
su respiración y cómo reverbera el sonido cuando habla.
¡¡Cuádido era el
árbol!!
- ¿Qué te ha pasado?
– preguntó Séptido, alarmado.
- No lo sé –
contestó el árbol. No había ninguna seña en el tronco, en la corteza, no se
movía al hablar. Pero era indiscutible que la voz venía desde el árbol y que
era la voz de Cuádido. – Hace un par de noches noté que algo rondaba por los
alrededores de mi cabaña, así que salí armado con la ballesta, para averiguar
qué era. Podía ser solamente uno de los linces turquesa, o cualquier otro
animal nocturno, pero me temía que podía ser una criatura fantástica: el
Sendero lleva bastante raro una semana....
- Dímelo a mí....
- El caso es que no
vi a nadie, pero en un parpadeo noté que la noche había pasado y yo seguía allí
de pie a la mañana siguiente, convertido en abeto.
- Alguien te
hechizó.... – dijo Séptido.
- Está claro, pero
¿quién?
- Yo sé quién – dijo
Séptido, convencido. – Un Dharjûn que se ha colado aquí desde el otro lado del
portal. Voy a buscarle y a terminar con esto de una vez por todas....
- Ten mucho cuidado,
Séptido – dijo la voz de Cuádido, que se iba quedando atrás a medida que
Séptido volvía al Sendero con paso firme. – Es muy peligroso....
Séptido llegó al
Sendero y echó a correr. Cuádido también había caído ante las malas artes de
Zard el Dharjûn y no sabía si los tres primeros Guardianes también estaban
fuera de juego. Esperaba que no, pues eran los más poderosos, los más ancianos
y los más sabios.
Corrió por el
Sendero, dejando atrás la zona de Cuádido y entrando en la de Trícido, una vez
que dobló el pico de la Viuda. El Sendero seguía siendo empinado, aunque ahora
había más zonas de piedras, de cantos grandes como un puño.
Se pasó toda la
mañana recorriendo la zona de Trícido, sin encontrar al Guardián. Todavía le
quedaba una tercera parte de su recorrido, así que esperaba verle más adelante.
Decidió detenerse un
instante, para comer algo de fruta que todavía llevaba en el zurrón. No se
sentó, pues no quería que le costase demasiado reanudar la marcha después.
Comió de pie,
escuchando el ruido del viento que soplaba entre las rocas y los arbustos
leñosos. Se notaba que estaba muy cerca de la cima.
Pero el viento
también trajo otros sonidos aterradores. Gruñidos y balidos.
Séptido volvió a
ponerse en marcha, agarrando con fuerza el garrote. Vigilaba a su alrededor,
pues los gruñidos y balidos parecían venir de todas partes.
De entre la
espesura, de pronto, salieron tres quimeras, todas enormes. Su parte de león
gruñía, enseñando los colmillos y su otra mitad, con cuerpo y patas de dragón y
cabeza de cabra, balaba con furia.
Las quimeras
lanzaron bolas de fuego del tamaño de una cabeza humana, para frenar al
Guardián. Después se pusieron a rodearle, caminando en círculos, sin perderle
de vista con sus seis cabezas y sus doce ojos.
Séptido agarró su
garrote con las dos manos, con cara seria y decidida, pero estaba asustadísimo
en realidad. Era un Guardián del Sendero, era capaz de enfrentarse con las
criaturas mágicas para que volviesen al otro lado del portal, pero allí estaba
frente a tres quimeras adultas.
No estaba seguro de
sobrevivir.
Antes de que las
malas perspectivas le hiciesen rendirse, dio un paso adelante, atizó un
garrotazo a la cabeza de león de una de las quimeras y esquivó la bola de fuego
que lanzó la cabeza de cabra. Después volvió atrás y golpeó con el garrote en
una pata de dragón a la quimera que tenía detrás, haciéndola cojear y gritar de
dolor.
Las tres Quimeras
rugieron y balaron con rabia. Séptido tragó saliva, sin saber cómo iba a salir
de allí.
Entonces, corriendo
a toda velocidad desde la parte alta del Sendero, llegó una figura enfundada en
hierro, con una espada de la mano, lanzando gritos de batalla y cargando contra
las quimeras.
- ¡Jai! ¡Jai! ¡JAI! – gritaba el hombre con armadura,
llegando hasta las quimeras y Séptido, haciendo que las criaturas fantásticas
se desperdigaran. Agitó su espada hacia ellas, haciéndolas recular y huir hacia
lo alto del Sendero, de vuelta hacia el portal. Al cabo de unos cientos metros
de trote las quimeras volvieron a la espesura, entre los verdes arbustos de
ambos lados del Sendero.
- ¿Estás bien,
chaval? – le dijo el Guardián.
Pues el salvador de
Séptido no era otro que Trícido, el guardián de aquella zona de Sendero.
Trícido era un hombre maduro, de cabello largo y negro, igual que su barba, que
descansaba sobre la coraza de la armadura. Iba vestido con armadura completa,
incluso yelmo, y sus armas eran una larga espada y un escudo rectangular.
- Estoy bien,
Trícido, pero gracias a ti – dijo Séptido, alegre, abrazándose a su compañero.
No sólo se alegraba de verle aparecer en ese momento, sino que le alegraba
comprobar que Zard no había podido con todos los Guardianes. – ¿Y tú? ¿Cómo
estás?
- Agotado – dijo el
Guardián de la armadura, y ciertamente lo parecía. Sus ojos estaban rodeados de
ligeras ojeras y su rostro dejaba claro que estaba exhausto. – Llevo una semana
peleando casi a cada paso con criaturas fantásticas.
- ¿Muchas? –
preguntó Séptido, temeroso de que el portal se hubiese abierto ya.
- Sí, muchas –
contestó Trícido, sentándose en una roca al lado del Sendero y apoyando las
manos en la empuñadura de la espada, con la punta hacia el suelo. – Pero
tranquilo, no parece que sea un éxodo desde el otro lado....
- ¿Qué sabes sobre
el éxodo? – preguntó Séptido, con voz lastimera.
- ¿Qué sé sobre qué?
– preguntó Trícido, extrañado.
Séptido le contó
toda la historia que le había contado a él el Hombre de los Zapatos Rotos,
sobre Zard, sobre el portal, sobre las estrellas que caían del cielo y sobre el
caos que se estaba organizando al otro lado.
- Así que lo de
estos días es sólo el principio – terminó Séptido. – Imagínate cuando todo el
reino de Xêng pase a este lado atravesando el portal....
- Eso no podemos
permitirlo – dijo Trícido, seguro y firme.
- Por eso voy allí –
dijo Séptido señalando Sendero adelante. – ¿Sabes algo de Bícido? He estado con
Cuádido esta mañana y estaba convertido en árbol....
- ¿En árbol? – se
sorprendió Trícido.
- Un abeto....
- Pues no sé nada de
Bícido – dijo Trícido, mesándose la barba. – Hace días que no lo veo, ya te
digo que he estado muy ocupado.
- Me alegro de que
sigas sano y salvo – sonrió Séptido.
- Espero que
dure.... Tú sigue tu camino, Séptido. Llega hasta el portal y evita que se
abra. Yo trataré de seguir al pie del cañón....
- Buena suerte.
- Igualmente.
Los dos compañeros
se despidieron afectuosamente y el más joven de ellos siguió Sendero adelante,
hasta la cima de la Montaña Azul.
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