(12)
Notó mucha luz, que
le dio de lleno en la cara. Cerró los ojos, aturdido, notando que le dolían por
el destello y notando multitud de puntitos de luz. Había seguido
caminando, con los ojos cerrados, hasta que su hombro chocó contra algo duro,
saliendo rebotado y girando.
- ¡¡Mira por dónde
vas!! – le gruñó una voz dura. Séptido abrió los ojos y vio a un hombre-lobo,
que esperaba en una fila de criaturas para entrar en el portal.
Mientras lo miraba
notó que su rodilla derecha chocaba contra algo duro. Tropezó y trastabilló,
echando la pierna izquierda para mantener el equilibrio, notando que esa
rodilla también chocaba contra algo duro. Cayó al suelo, por el segundo golpe,
aterrizando con las manos.
- ¡¡Tenga cuidado,
grandullón!! – dijo una voz chillona, cerca de su oreja.
- Se creen que
pueden ir por donde quieran porque miden más que una mata de habas.... – dijo
otra voz, cerca de la primera.
Séptido vio a una
pareja de duendes que se alejaban hacia la fila de criaturas, frotándose la
frente, mientras él se frotaba las rodillas doloridas. Confuso, se levantó y se
apartó de las criaturas. Había muchas, de muchos tipos y razas, formando una
fila ancha y poco organizada, delante del portal. Todos esperaban su turno con
impaciencia para abandonar el reino de Xêng. Y llegaban más.
Séptido caminó por
la hierba, alejándose de la zona. El portal, en ese lado, tenía forma de árbol
gigantesco, con el tronco grueso como la taberna de Musgo, ramas tan anchas
como un ser humano y las hojas dispuestas como el brócoli o la coliflor.
Multitud de símbolos y runas estaban grabados en su tronco, resaltando sobre la
corteza oscura.
Se sentó en la
hierba, asombrado, admirado, pero también apenado. Aquella tierra parecía
extraordinaria, pero él quería estar en Musgo, aunque sabía que no podía
volver.
- Usted no es de
aquí – dijo una voz a su lado. Séptido se quitó las manos de la cara y vio a un minotauro que se sentaba a su lado, vestido de cuero rojo, con un aro de oro
colgado de la nariz. Séptido se asustó al ver a aquella criatura, pero el minotauro parecía alguien tranquilo y educado. Se sentó a su lado en la hierba
y puso los antebrazos en las rodillas, jugueteando con una brizna de hierba
entre las descomunales manos. – Diría incluso que es usted uno de los
Guardianes del Sendero, ¿me equivoco?
Séptido le miró un
instante más, decidiendo si podía hablar o no con aquel desconocido. La verdad
era que su aspecto era intimidante y daba un poco de miedo, pero parecía ser
bueno: su mirada era amable.
- Sí. Me llamo
Séptido.... – contestó.
- ¡¡Ah!! ¿No se lo
dije? – sonrió el minotauro. Después le tendió la enorme manaza. – Yo soy
Hiromar.
Séptido le estrechó la muñeca y después trató de
imitar el gesto de respeto del reino de Xêng que el minotauro le dedicó: colocar los
dos dedos, estirados y juntos en el entrecejo. No lo consiguió hacer bien.
- Encantado. Imagino que ha cruzado aquí para
cerrar el portal, ¿no es así? – preguntó Hiromar.
- No parece
importarle mucho.... – contestó Séptido, admitiéndolo.
- ¡Oh, yo nunca he
querido salir del reino de Xêng! – reconoció el minotauro. – Estoy aquí por
mandato de mi Orden, para evitar problemas, altercados y peleas entre la gente
que se quiere ir.
- No conseguirán
nada yéndose: al otro lado también han caído las estrellas....
- Lo sé. Las
estrellas son las mismas para todos los mundos, eso es así y los Magos lo
sabemos.
- ¿Es usted mago? –
preguntó Séptido, sin poder evitar sentirse admirado.
- Sí. Por eso sé que
la magia que has hecho para cerrar el portal es muy poderosa. Viene del
corazón.
- Hice lo que debía,
nada más – dijo Séptido, encogiéndose de hombros. – Sólo lamento tener que
despedirme de mi hogar....
- ¿Por qué?
- No puedo volver
por ahí, ¿verdad? Pasará mucho tiempo hasta que el portal vuelva a abrirse....
- Sí, quizá ocho o
diez años, dependiendo de qué Mago se encargue del trabajo – dijo Hiromar. –
Pero el Árbol Rúnico no es el único punto de unión entre el reino de Xêng y tu
mundo, forastero....
- ¿Ah no? – dijo
Séptido, poniéndose en pie, de repente animado. Hiromar sonrió, antes de
ponerse en pie también y quedarse a su lado. Le sacaba una cabeza y media al
joven Guardián.
- No. Hay una cueva,
allá al suroeste, en el territorio de los yuaguas.
Conecta directamente con un bosque en el que hay una ciudad humana. Sauce, se
llama. ¿La conoces?
- ¡Claro que sí! –
respondió Séptido, contento.
- ¿Está cerca de tu
aldea? – preguntó Hiromar.
- A cuatro o cinco
días en carreta – respondió Séptido.
- Entonces no estás
tan lejos de tu casa – dijo Hiromar, sonriendo. – Aunque vas a tener que
recorrer todo el reino de Xêng.
- Lo haré – dijo
Séptido, decidido.
Pero ésa ya es otra
historia.
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