jueves, 10 de octubre de 2013

Miradas cada mañana



La veo todos los días, cuando sale de casa, pero ella no tiene ojos para mí.
Por la mañana, cuando el sol lleva un rato en el cielo, pegado todavía al horizonte, ella sale de casa. Siempre está bellísima, aún cuando ha pasado mala noche y las ojeras adornan su rostro. Aún cuando se ha levantado de mal humor y su ceño está fruncido sobre sus ojos color esmeralda. Aún cuando se ha quedado más tiempo del necesario en la cama y la almohada ha dibujado marcas y líneas en su rostro. Ella siempre está bellísima.
Su pelo pelirrojo a veces está suelto. Otras veces recogido en una coleta, que nace en lo alto de la cabeza, como las colas de los caballos que viven y duermen en el establo cercano a la casa de madera. Otras veces su precioso pelo está agrupado formando una gran trenza que le cae por la espalda, o peinado en dos, cada una a un lado de la cabeza. Esos días sonrío como un tonto, porque es cuando más me gusta: parece una niña, con las dos trenzas y las pecas en la cara, con sus ojos grandes y brillantes, recogiendo el mundo que la rodea con alegría y curiosidad.
A veces viste una camiseta blanca que resalta su busto. Otras veces lleva blusas amplias de colores claros (amarillo, rosa, gris o marrón) y algunos días lleva camisas elegantes, azules, blancas, a cuadros, de rayas.... y una vez la vi con una negra, cuando salió llorando de casa para ir al entierro de su abuelo, el que la enseñó a montar, a pescar y a nadar en el río, a columpiarse en el neumático del viejo roble y a escupir lejos. Siempre lleva pantalones vaqueros, y siempre está bellísima.
Yo nunca me escondo para mirarla. Siempre estoy a pie firme, frente a la casa, esperándola. Me da igual si hace frío o calor, si llueve o no. Cuando sale de casa y la veo irse a la ciudad es el mejor momento de mi día. Yo siempre le dedicó una mirada, llena de adoración y deseo. Ella casi nunca me mira.
Pero yo sé que es por descuido. Nunca es por falta de cariño.
Porque sé que ella me quiere. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, desde que yo acababa de llegar a la granja y ella era todavía una niña. Jugábamos juntos, me contaba sus secretos, me hablaba de sus problemas, de sus amigas de clase, de los chicos que se metían con ella en el cole y de los que le gustaban. Quizá por eso ahora casi no me mira: nos hicimos amigos. Y ahora no soy para ella más que alguien más, algo que siempre está ahí, algo inmutable.
A veces me mira, claro que sí. Ya digo que me quiere. Intercambiamos la mirada y mi cuerpo casi puede moverse. A veces esa mirada que me dedica es un barrido, un vistazo que echa alrededor y que casualmente pasa sobre mí. Pero entonces su cara suele iluminarse, sus labios se despegan y me sonríe. Si está de verdadero buen humor me guiña un ojo, traviesa, antes de subir al coche y marcharse a la ciudad a trabajar. Hay ocasiones en que me ve pero no reconoce lo que registra, es verdad, pero yo sé que está pensando en otras cosas y mira sin ver. Es la mayoría de las veces.
Pero la verdad es que no me importa. A lo mejor estoy de psiquiatra: si pudiese iría a que me viese un especialista, pero no puedo. A lo mejor debería importarme que ella me vea sólo como algo rutinario, cuando para mí ella es lo más importante. A lo mejor debo pasar página y dedicarme a otra cosa. Centrarme en mi trabajo, por ejemplo. Atender mi huerta. Sería lo mejor (¿lo mejor?). No lo sé. Lo que sé es que no puedo dejar de mirarla cada mañana. Aunque ella no me mire me llena de felicidad verla, me alegra el día. Y el día que me mira.... ¡Bueno! Ese día es como estar en el paraíso.
Casi todas las noches sueño con ella. Los sueños son distintos cada vez, aunque siempre hay algo que se repite, siempre hay detalles comunes: el coche de caballos, las rosas, el trompetista, el perro labrador que corre junto a nosotros.... Esos sueños me atormentan, lo sé. No me hacen mucho bien, la verdad. Pero no podría vivir sin ellos. De esa forma también la tengo a ella por las noches.
Recuerdo que el otro día soñé una cosa bellísima: el cielo está morado, más oscuro cerca del horizonte, lleno de estrellas blancas. Las nubes son manchas oscuras que viajan por él. Ella se me acerca corriendo, me coge de las blandas manos y bailamos haciendo círculos. Un perro labrador, sonriente, corre a nuestro alrededor, ladrando alborozado. Giramos y giramos, dando vueltas, al son de la trompeta del músico que está apoyado en el roble del columpio, con el sombrero sobre los ojos, en una postura despreocupada. Ella me agarra de la mano y tira de mí, llevándome corriendo por el gran campo de rosas, riendo. La sigo en volandas, enredándome con su risa, alegre. Me siento hueco, contento, completo. Hay fuegos artificiales en el cielo y aunque ya no la veo la siento cerca. Estoy a gusto, estoy bien, estoy completo y feliz. Sopla el viento, con fuerza. Me zarandea y me acaba tirando al suelo. Caigo entre espigas de trigo cortadas. Noto el trotar de los caballos en el lecho mullido sobre el que estoy. Entonces ella apoya su cabeza en mi hombro, acomodándose. La sonrisa perenne de mi cara se ensancha (en los sueños todo es posible....). Su brazo pasa por encima de mi ajada camisa y me abraza. Sonríe y abre su boca, para decir las dos palabras más bonitas del mundo: “Te quiero”.
....
Te quiero.
....
Me encantaría poder decirle eso todas las mañanas, cuando solamente puedo aspirar a intercambiar miradas con ella, cuando tengo suerte. Me encantaría poder bailar de verdad con ella, correr por un campo de rosas (real) con ella de la mano, abrazarla, sentir su corazón en mi pecho y que ella sintiera el mío en el suyo, tenerla delante y poder contestar a sus palabras.... decirle “te quiero”.
Pero sé que todo eso es imposible.
Es imposible y sin embargo sigo soñando con poder hacerlo, haciendo más profundo mi dolor, más caliente el fuego que me abrasa por dentro (y que todos los de mi clase tememos tanto), más grande el agujero de mi pecho hueco.... Debería intentar olvidarme de ella, intentar dejar de imaginar una vida junto a ella que nunca será real. Pero sé que nunca podré hacerlo.
Porque estoy enamorado.
Estoy enamorado y seguiré estándolo mientras siga aquí. Viéndola cada día. Lanzándole miradas cargadas de esperanza y deseo. Cargadas de amor. Un amor que es imposible, porque no puedo darle todo lo que ella necesita y se merece. No puedo estar con ella y tener una vida normal.
Los espantapájaros tenemos nuestras limitaciones, como todo el mundo.

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