viernes, 29 de junio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 9


- 9 -
(Granito)

María Rosa Sande Carpio era una mujer educada y agradable, serena, aunque en aquellos momentos de crispación no lo estaba mucho. Aun así, Lucas pudo notar la verdadera naturaleza de la mujer.
La señora Sande Carpio le acompañó a la habitación de Sofía, para que la conociera. Al parecer, aquel día había despertado bastante bien, tranquila y sin molestias. Seguía en su habitación, casi sin salir, pero ya había recibido la visita de sus maestros y había tenido clase con ellos.
- Creo que ahora está haciendo sus deberes – dijo María Rosa Sande, con voz cariñosa y orgullosa. Lucas pudo ver una mueca en el rostro de la mujer que había visto muchas veces en el de su madre. Era el amor maternal, que ningún hombre sentiría nunca ni podría imaginar. – Pero podemos entrar a que la conozca.
- No querría molestarla.
- No se preocupe: dentro de nada tendrá que dejarlo para comer. Tanto da que lo deje un rato antes.
María Rosa Sande entró en la habitación de su hija, llamando recatadamente a la puerta antes de entrar. Saludó a su hija con cariño y le dio dos besos sonoros. Lucas esperó en la puerta, medio oculto por ella, entornada.
- Pase señor Barrios – le llamó la señora Sande Carpio desde dentro. Lucas entró en la habitación y se encontró con el típico cuarto de una adolescente: lleno de posters y de fotografías, con algunos juguetes todavía expuestos en algunos lugares de honor, con peluches encima de la cama pero con un tocador preparado para el maquillaje profesional de una estrella de cine. Una habitación llena de contrastes, como los propios adolescentes.
La dueña de aquella habitación, la pequeña Sofía, estaba sentada a una mesa, cubierta con cuadernos y libros de texto. Había abandonado los bolígrafos sobre los cuadernos cuadriculados y estaba recostada en la silla, mirando hacia la puerta, por la que entraba Lucas. Era una niña rubia, de un amarillo oscuro (que quizá con la edad se tornaría en un castaño como el de su madre) y una mirada azul limpísima que escrutaba con curiosidad e inteligencia al recién llegado.
- Buenos días, Sofía.
- Buenos días, señor Barrios.
- Con Lucas es suficiente.
- Lucas – asintió la niña, sin quitarle ojo de encima. – Es bonito.
- Muchas gracias – asintió Lucas. – Más bonito es Sofía.
- ¡Bah! Es nombre de reina mayor....
- Y de diosa – replicó Lucas, quedándose de pie al lado de la mesa.
- ¿Lo ves? – le dijo su madre, alzando una ceja, sonriendo divertida.
- Vale, mamá – contestó Sofía, ocultando una mueca de hastío hacia su madre. Lucas sonrió, disimulando la sonrisa mirando hacia otro lado. Aquella sonrisa se ganó la simpatía de la niña. Así de sencillo.
- ¿Quiere sentarse, señor Barrios? – preguntó María Rosa Sande. – Puedo ir a buscarle una butaca.
- No será necesario – contestó Lucas, sentándose en la esquina de la cama, perfectamente hecha y estirada. Gran diferencia con la suya propia, que había dejado revuelta en casa del maestro Pizarro. – Aquí estoy bien.
- No parece usted un detective – comentó Sofía, girando un poco la silla para quedar frente a Lucas.
- ¿Ah no? ¿Y eso por qué? ¿Porque no llevo sombrero ni gabardina? – bromeó éste, pensando en Justo Díaz.
- No. Los únicos detectives que van así son los de las películas – contestó Sofía.
- ¿Entonces?
- Con esa ropa parece un mecánico de la fórmula uno – señaló Sofía, apuntando con la barbilla. Como su padre, lucía también un pequeño hoyuelo en ella, muy simpático y bonito.
- Tienes razón, pero es que no has visto mi coche: pega mucho con él – comentó Lucas, como en un aparte, guiñándole un ojo.
- ¿Qué coche tiene?
- Oh, nada del otro mundo. Sólo es un simple Twingo, pero lo he mejorado y pintado a mi gusto.
- ¿De qué color es?
- Rojo, con el techo blanco.
Sofía se lo imaginó, mirando al techo, asintiendo. Arrugaba un poco la boca, al estar pensativa, y Lucas sonrió. Aquella chica le caía muy bien, parecía despierta e inteligente. Y era muy bonita.
- Tiene que ser bonito – aceptó al final.
- Luego te lo enseñaré – dijo Lucas, mirando a la madre de la joven, que asintió.
- Cuando estés más repuesta podrás salir a la calle, a ver el coche del señor Barrios – aceptó María Rosa Sande Carpio, inclinándose por encima de su hija, para mirarle a la cara.
- Vale.
- Sofía, ¿cómo te sientes? – Lucas se apoyó en las rodillas y se acercó a Sofía, para verla más de cerca, atento.
- Estoy bien. Cansada, como si hubiera corrido mucho. Me pesan las piernas y los brazos.
- Pero no tienes fiebre, ¿no?
- No. No la he tenido, desde que me he puesto mala.
- ¿Y qué te pasaba, para estar mala?
- Pues eso, cansancio. Dolor de cabeza – enumeró Sofía, mirando de vez en cuando a su madre, que la asentía, certificando que lo estaba contando bien. – Dolor de garganta: me dolía al tragar.
- ¿Te quemaba la garganta? – preguntó Lucas, con intención.
- Sí, un poco sí.
- ¿Vomitaste o tuviste ganas de vomitar?
Sofía miró al suelo, un poco avergonzada.
- Al principio vomitó lo que comía, sí – contestó la señora Sande Carpio. – Por eso le dimos dieta blanda desde entonces. Fue al principio, no ha vuelto a vomitar.
- ¿Y desde.... el evento? – preguntó Lucas, con precaución. Sofía seguía con la mirada baja y la cara colorada, así que también fue su madre quien contestó esta vez.
- Nada. Desde ese momento ha mejorado.
Lucas pensó en las respuestas que le habían dado, comparándolo con lo que sabía sobre exorcismos. No era un exorcista, aunque había practicado algunos durante sus viajes por el mundo y después, cuando ya estaba de vuelta en España, en un par de trabajos.
Era algo horrible.
Pero en aquella ocasión, no todos los detalles coincidían con un exorcismo, y eso era lo que le escamaba.
- Señora Sande, ¿podría dejarnos solos unos minutos? – rogó, mirando a Sofía y después mirando a su madre con amabilidad.
- ¿Cree usted que es lo más adecuado? – recelaba.
- Eso creo. Será sólo un momento. Puede esperar al otro lado de la puerta: sólo quiero hablar en confianza con Sofía.
María Rosa Sande Carpio dudó un momento más: al fin y al cabo estaba dejando a su hija pequeña en compañía de un desconocido. Le acababan de contratar para que ayudara a Sofía, pero seguía siendo un desconocido. Y dejarle solo con la niña en su propia habitación....
- ¿Quieres quedarte con él? – acabó preguntando a la muchacha. Ésta asintió: su cara seguía avergonzada.
- Señora Sande, dos minutos. Si no está segura entre en la habitación cuando pase ese tiempo – trató de convencerla Lucas.
Sin tenerlas todas consigo, doña María Rosa Sande acabó saliendo de la habitación. Lucas suspiró, mirando a Sofía, pensando cómo abordarla. El cambio repentino de actitud de la chica demostraba que recordaba más cosas de las que había contado a sus padres, y él tenía que conocerlas.
- Sofía, ¿recuerdas lo que te pasó hace dos noches? – le preguntó. La chica asintió. – Cuéntamelo.
Sofía permaneció con la mirada baja un rato, pero después alzó la cabeza y miró a Lucas. La niña estaba llorando, mansamente.
- Me da vergüenza....
- Lo imagino, pero piensa que soy una especie de.... de médico – no le gustaba mucho el ejemplo pero le podía servir. – Cuando te duele algo o te sientes mal tienes que contarle al médico lo que te pasa, para que te pueda ayudar. Aunque te dé vergüenza. Pues ahora es lo mismo: para ayudarte necesito saber lo que te pasó....
Sofía suspiró y se limpió las lágrimas de los pómulos prominentes, como los de su padre. La cara de la niña era un poema y Lucas sintió mucha lástima por ella, pero no hizo amago de consolarla: no era lo más adecuado.
- Escuché.... escuché voces en mi cabeza – relató.
- ¿Varias voces? ¿O una sola?
- Una sola. Al principio me pareció conocida, pero no lo era: era la voz de un monstruo.
- ¿Qué te decía? – preguntó Lucas, con delicadeza, sin alzar la voz.
- Me decía que.... que quería mi cuerpo. Que quería alimentarse de un cuerpo y quería el mío. Que estaba rico – Sofía volvió a llorar. Quizá el demonio (si había sido un demonio el responsable de eso) le había dicho cosas peores a una niña de quince años que, a pesar de empezar a lucir atributos de mujer, seguía siendo una niña emocionalmente. No quiso seguir por ahí, para no hacerla sufrir más.
- ¿Recuerdas lo que te pasó en la cama? ¿Cuando te sacudiste y diste saltos y todo eso? – preguntó, sin entrar en más detalles.
Sofía negó con la cabeza.
- ¿No recuerdas nada?
- Recuerdo que la voz me hablaba, que veía todo como en una pantalla de cine, que estaba como en una sala blanca acolchada, como las que salen en las películas cuando meten a los locos en una – explicó, y Lucas asintió sonriendo, para darle ánimos. – Recuerdo eso, que todo se movía, y de repente recuerdo a Sandra. Sandra es mi hermana, ¿sabe?
Lucas asintió.
- Pues la vi tirada en el suelo, se había hecho daño. Y entonces me sentí tan mal por eso, no sé por qué, que logré dar un paso hacia adelante, ¿sabe?, como si atravesara la pantalla en la que veía todo.
- Y volviste a estar aquí, como si volvieses a entrar en tu cuerpo – apuntó Lucas.
- Eso es.
- Pero entonces no te dolía la cabeza ni la garganta.
- No, aunque estaba muy cansada – explicó Sofía. – Como ahora.
- Muy bien. Muchas gracias, Sofía, me has ayudado mucho – reconoció Lucas, sincero. Sólo entonces se permitió estirar la mano y secar la mejilla de la muchacha de lágrimas. Sofía sonrió. – ¡Señora Sande!
María Rosa Sande Carpio entró inmediatamente en la habitación, dejando claro que había estado allí al lado. Sin embargo, había esperado fuera más de los dos minutos indicados por Lucas.
- ¿Qué ha pasado?
- Hemos hablado de cosas que daban mucho miedo y que no eran nada agradables – explicó Lucas. María Rosa Sande se acercó a su hija, que aunque tenía los ojos llorosos y enrojecidos le sonreía, tratando de calmarla. – Por eso Sofía se ha alterado un poco. Pero ha sido muy valiente y me ha ayudado mucho.
- ¿Sí? – preguntó la señora Sande Carpio, recelosa. Sofía asintió, sonriendo, dándose ánimos y dándoselos a su madre.
- Ahora te dejo, Sofía – le dijo Lucas, tendiéndole la mano y agarrando la de la niña: estaba fría al tacto. – Creo que ya casi es la hora de comer, así que no te molesto más. Muchas gracias. Me voy, aunque volveremos a vernos. Estaré unos días por aquí.
Se levantó y se giró para salir de la habitación. Cuando estaba frente al vano la voz de Sofía le retuvo.
- ¿Va a ayudarme, Lucas?
Lucas se giró de nuevo y miró fijamente a la niña, con una sonrisa, tratando de darle ánimos y quitarle un poco del miedo que la oprimía.
- Desde luego. Voy a averiguar qué te pasa y a curarte – dijo, seguro de sí mismo. La niña sonrió, aliviada: no lo hubiera hecho si hubiese sabido que Lucas no estaba nada convencido en su interior.
Estaba hecho un lío.

* * * * * *

Lucas salió de la habitación y caminó por el corredor, sin un rumbo fijo. No sabía muy bien si quedarse por allí o salir al exterior, o incluso volver a Navaconcejo y quedarse en la habitación que le había dejado el maestro Pizarro. Estaba confuso y muy perdido, sin saber muy bien qué decisiones tomar.
- ¡Señor Barrios! – le llamó una voz desconocida cuando estaba a punto de bajar por una de las dos escalinatas que llevaban al descansillo y luego al recibidor de la mansión. Se giró, con el pie en el aire, y vio acercarse a una mujer algo mayor que él, aunque su porte y su cara seria le hacían parecer más adulta. – Soy Sandra Carvajal Sande.
- La hermana mayor de Sofía – asintió Lucas, estrechando la mano delgada que le tendía. – Mucho gusto.
Mientras estaban tan cerca, dándose la mano, Lucas la observó detenidamente. Sandra Herminia tenía el rostro anguloso y delgado, algo duro pero bello. Tenía el pelo castaño de su madre recogido en una coleta, la mirada decidida de su padre y un cuerpo fibroso y atractivo que parecía ser cosecha propia. No tenía el hoyuelo en la barbilla que había visto en el cuadro del antepasado y en el rostro de don Felipe Carvajal y la pequeña Sofía. Sin embargo los pómulos marcados sí eran de la familia paterna.
- Señor Barrios, me alegro mucho de que haya aceptado el caso y de tenerle aquí – dijo ella, con seguridad. – Ahora sé que Sofía tiene una oportunidad para librarse de lo que sea que la aqueja.
- Yo también me alegro de estar aquí, aunque el caso parece más complejo de lo que imaginé en un principio. ¡Ah! Y con Lucas es suficiente....
- Muy bien, Lucas. ¿A qué se refiere con más complejo?
Lucas tardó un rato en volver al lugar donde estaba y poder contestar. Desde luego Sandra Herminia Carvajal Sande no se parecía en nada a Patricia, y aunque fuese una mujer atractiva y ciertamente bella no le atraía para nada, pero había algo en su seguridad, en su forma de mirarle tan de cerca, en tener a una mujer atractiva delante, que le hacía recordar vívidamente a Patricia. Volver a pensar en ella le aflojó por dentro y tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para volver a tomar el control de sí mismo.
- Verá, señora Carvajal, ¿podemos hablar en un lugar más privado? Creo que aquí, en mitad de la escalera, no es el mejor sitio.
- Tiene razón: acompáñeme – dijo ella, indicándole con un gesto del dedo que le siguiera. Lucas fue detrás, tratando de no mirarle el trasero enfundado en los pantalones de tela de gabardina. Se sentía muy raro al hacerlo, como si estuviese ensuciando el recuerdo de Patricia.
Sandra Herminia Carvajal Sande le condujo a una habitación en aquel mismo piso, a un despacho parecido al del padre de la mujer, aunque no eran iguales. Las maderas que cubrían las paredes del despacho de Sandra Herminia eran más claras y menos pesadas, sin dejar de ser lujosas. Las estanterías estaban llenas de libros y fotos, pero todas eran de miembros de la familia, individuales o en diferentes combinaciones de grupos. En una pared había espacio para un gran cuadro de un galeón en el océano embravecido y sobre la mesa había un ordenador muy nuevo y una planta frondosa al lado de la ventana que llegaba hasta el suelo.
- Siéntese, por favor. Explíqueme la complejidad del caso.
- Gracias – dijo Lucas, ocupando una butaca parecida a la que había ocupado en el despacho del padre. – Verá, señora Carvajal....
- Si usted es Lucas, yo soy Sandra, por favor – pidió ella, sonriendo. La nariz se le arrugaba un poco, y eso confundió todavía más a Lucas. – El Herminia sobra.
- Muy bien – farfulló Lucas. – Verá, Sandra, todo parece indicar que su hermana Sofía sufrió una posesión la otra noche. Un intento de posesión, más bien, y eso es el primero de los muchos sucesos extraños que me confunden....
Sandra Carvajal Sande se quedó un instante en silencio, con el rostro descompuesto. Parecía asustada, molesta, incrédula y asombrada, todo de una vez. Lucas no era la primera vez que lo veía: era la respuesta estándar cuando un no iniciado se enfrentaba por primera vez a un suceso paranormal.
- Así que es cierto, eso fue lo que le pasó a Sofía – murmuró la mujer, más para sí misma, para convencerse de lo que había sospechado, que para hablar con Lucas. – ¿Por qué?
- ¿Disculpe?
- Que por qué le parece raro que fuese un intento de posesión.
- Porque un demonio con la capacidad de traspasarse a un cuerpo externo al suyo, un demonio que pueda poseer a otra criatura, o bien posee un cuerpo o no lo hace. Pero nunca se queda a medias.
- ¿No podría haber fallado? ¿Haber intentado poseerla pero no haber podido?
- Los demonios no son como los seres humanos – explicó Lucas. – No son como nosotros, que podemos iniciar una actividad y terminarla, o darnos por vencidos al ver que no podremos conseguirla y la abandonamos. Los demonios tienen otra forma de actuar: o hacen las cosas o no las hacen. Si no ven claro que puedan poseer un cuerpo no lo intentan: se preparan para hacerlo cuando sepan que van a conseguirlo. Además, existen muchos tipos de demonios con capacidad de poseer otro cuerpo que mueren si el proceso se interrumpe o no son capaces de completarlo. Ésa es una razón más para ellos para no dejar las posesiones a medias.
Sandra Carvajal Sande parecía superada por las circunstancias, tratando de comprender ese nuevo mundo que Lucas desplegaba ante ella. Pero, sabiendo que aquel detective podía ayudar a su hermana, hizo un esfuerzo de fe y creyó todo lo que le contaba, aunque sonase disparatado.
- ¿Puede volver a producirse?
- Me temo que sí – Lucas compuso una mueca de disgusto. – Una vez que ya han abierto la puerta entre ellos y Sofía, es más fácil acceder.
- ¿Y podrá salvar a mi hermana?
- Eso creo, aunque no estoy seguro – reconoció Lucas. – Hay cosas de ese evento que me confunden.
- ¿Y por qué me lo cuenta? – se sorprendió Sandra Carvajal. – ¿Por qué me confía sus dudas?
- Quizá porque me recuerda a alguien que siempre creía en mí – confesó Lucas, bajando la voz. – Y ahora mismo necesito toda la confianza externa que pueda, para apoyar la mía. Su hermana no puede volver a sufrir lo que ha sufrido.
Los dos se miraron, serios y preocupados.

martes, 26 de junio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 8


- 8 -
(Granito)

Al día siguiente Lucas montó en el Twingo y salió con destino a la mansión Carvajal-Sande.
Había desayunado con el maestro, que le explicó que él daba clases en la escuela que había en Cabezuela del Valle, pero que la hija pequeña de los Carvajal-Sande no iba a clase: recibía a profesores particulares en casa y allí era donde estudiaba. Su familia podía permitirse esos lujos, pero en opinión de Francisco Pizarro Huete, no era bueno para la niña. No se la veía nunca en el pueblo y por lo que él sabía no tenía amigos de su edad.
Después del desayuno (que había sido abundante: su anfitrión podría ser callado y extraño, pero era muy acogedor y le ofreció muchas opciones de desayuno, exprimiéndole incluso un zumo natural de naranja) Lucas pensó que a la vuelta pasaría por el supermercado o la tienda de Cabezuela (creía haber visto una el día anterior), para comprar algo de comida y reponer la que ya había empezado a gastar en casa del maestro.
La mansión Carvajal-Sande estaba al sur de Cabezuela y de Navaconcejo, cerca de la Garganta de los Infiernos, un lugar muy frecuentado por los turistas, por sus saltos de agua y sus pozas naturales: en verano era destino típico para darse un chapuzón y disfrutar de las formaciones graníticas naturales, fruto del paso del agua durante milenios.
La mansión estaba en terreno elevado, entre montañas, aunque se asentaba en un espacio llano, muy amplio. Lucas no sabía cuántas posesiones y terrenos pertenecían a la familia, pero al menos la mansión estaba en uno enorme y vasto. Desde Cabezuela, Lucas tuvo que seguir una carretera comarcal, estrecha pero bien asfaltada y señalizada, hasta un desvío señalado con un cartel propio: Mansión Carvajal decía. Allí tomó otra carretera, privada, pero con buen asfalto. Dos filas de álamos la flanqueaban y daban paso a la elegante mansión. Lucas temió haberse equivocado al ponerse aquel día su mono rojo, el que usaba siempre que trabajaba. Le daba un aire estrafalario que le venía muy bien a su profesión, pero en aquel ambiente podía parecer ridículo e incluso basto.
Se encogió de hombros, agarrado al volante: ya no había vuelta atrás.
La carretera de acceso terminaba en una rotonda magnífica, adornada con césped y flores muy bien atendidas y una fuente en el centro: en el interior del plato había una especie de rollo antiguo de granito, con argollas aún colgadas de su estructura, terminado en una cruz de hierro. Hasta quince chorros surgían de otros tantos caños, rodeando la columna en una especie de espiral.
Lucas aparcó el Twingo en la misma rotonda, frente a la mansión, detrás de un Bentley elegante y brillante. Se apeó de su coche y admiró el otro. Con un silbido de admiración se volvió hacia la mansión.
- Ahí no se puede aparcar.
Lucas se giró y observó a un chófer con gorra de plato bajarse del elegante Bentley. Le miraba con superioridad y cierto reto. Aunque Lucas no quiso dejarse intimidar, prefirió ser conciliador. Todavía no había empezado a trabajar para la familia y no quería hacerlo con una bronca.
- Lo siento, no sabía. He visto su coche aparcado y he pensado que podía dejar el mío aquí también – Lucas sonrió, tratando de no sentirse menospreciado, al comparar el señorial Bentley negro con su Twingo pintado a dos colores.
- Este coche es el de los señores. Uno de tantos – comentó el chófer, sin cambiar su cara poco amistosa y con tono despreciativo. A Lucas le pareció un cretino desde el primer momento. – Ningún cualquiera puede aparcar aquí.
- He venido por petición expresa del señor Felipe Carvajal Roelas – dijo Lucas, tajante, pero sin que su voz abandonara un tono respetuoso y humilde. Además, no dejaba de sonreír, aunque le costaba horrores mantener aquella sonrisa. Aquel imbécil le estaba haciendo cabrear. – Voy a trabajar para la familia.
El chófer lo miró, receloso y valorativo, sin desfruncir el ceño.
- Aun así el acceso debe permanecer despejado – dijo, sin darle ni un mísero tono de amabilidad a sus palabras. Aquel cretino se creía el dueño de aquello, y sólo era un simple chófer. Lucas tuvo que suspirar para mantener la compostura.
- ¿Podría decirme, entonces, dónde puedo dejar aparcado mi coche? Para que no moleste, digo, y para poder pasar a reunirme con el señor Carvajal. Me está esperando.
El chófer volvió a mirarle con desprecio y recelo, pero acabó contestando.
- A la vuelta de la mansión, por ese lado, hay una dársena para los coches de los visitantes – señaló con una mano enguantada en cuero negro. – Puede dejarlo allí.
- Muy amable – respondió Lucas, con toda la ironía que fue capaz de imprimirle a las dos palabras. Y era capaz de mucha. El chófer le miró desdeñoso mientras Lucas volvía al Twingo, arrancaba, daba la vuelta completa a la rotonda y después se desviaba por un camino asfaltado que se desviaba hacia el lateral derecho de la mansión, rodeado de césped muy verde y rosales altos. En aquella época del año los rosales estaban vacíos, pero el césped lucía como en los mejores días de verano. El jardinero hacía bien su trabajo (aunque, como Lucas estaba malhumorado por su encuentro con el chófer, supuso que el jardinero también sería otro estúpido estirado). A media distancia del lateral de la mansión (que era muy profunda) había una pequeña dársena con una marquesina metálica que resguardaba los vehículos del Sol y de la lluvia. Lucas aparcó fácilmente, porque el hueco estaba vacío y después salió del coche, encaminándose a la parte frontal de la mansión, con la mochila a la espalda.
No hizo ni caso del chófer del Bentley, que seguía allí y le miró fijamente, desde que dio la vuelta a la esquina de la mansión hasta que llegó a la puerta principal, ascendiendo por la pequeña escalinata. Llamó al timbre, que le sonó más señorial que cualquier otro que hubiera escuchado antes.
¡Ding, Dong!
Al cabo de unos instantes la puerta se abrió, dejando ver a un mayordomo de cara seria y mirada inteligente. Era un hombre de estatura media, ancho, con la cara redonda y el pelo negro con alguna hebra gris engominado y peinado con raya. Vestía pantalones oscuros, camisa blanca y chaleco a rayas amarillas y negras, verticales. Le miró con seriedad pero con expectación, nada soberbio. Lucas pensó en el cliché: en caso de asesinato, el culpable sería el mayordomo.
- Buenos días – saludó, tratando de no sonreír, divertido, víctima de sus pensamientos. – He venido a ver al señor Carvajal Roelas. Me está esperando.
- ¿A quién debo anunciar, señor?
- A Lucas Barrios, detective paranormal.
- Pase, por favor.
El mayordomo le dejó el paso franco y Lucas penetró en la mansión. Inmediatamente después de la puerta de entrada había un recibidor enorme, que brillaba y lucía con mucha elegancia y señorío. El detective se quedó sin habla por un momento, admirado.
- Espere aquí, señor Barrios. El señor vendrá enseguida.
- De acuerdo, gracias – logró decir Lucas, reaccionando. El mayordomo lo dejó en el recibidor y se marchó por las escaleras que daban acceso a la primera planta. Una escalinata de mármol, con un tramo central que después de unos cuantos escalones se dividía en dos tramos laterales, que daban la vuelta de ciento ochenta grados y subían finalmente al siguiente piso. La balaustrada y sus estatuas decorativas eran excelentes.
Lucas aprovechó para curiosear. Aunque el dinero no era algo que le hiciese mucha falta ni lo que le movía en primer lugar al hacer su trabajo, se dijo que en aquella ocasión podía pedir lo que quisiera: aquella familia podía pagarlo. Se fijó en varias mesitas que había por todo el recibidor, con piezas de porcelana y pequeñas obras de escultura. Todo parecía muy caro y muy elegante, aunque la pieza que más le llamó la atención fue una figurita de Lucifer, cuando todavía era arcángel.
También había cuatro cuadros en aquella estancia. Cuadros de grandes dimensiones que apenas cubrían las grandes paredes de la sala. Dos mostraban escenas de caza, jinetes armados con escopetas cazando ciervos o zorros, pero no le interesaron. Se fijó en un retrato, de un hombre serio y frío, vestido al estilo del Siglo de Oro, muy gallardo y sobrio. Debía ser un hombre de unos cuarenta años, rubio y pálido, con pómulos prominentes y un curioso hoyuelo en la barbilla. No destacaba por su riqueza artística, pero Lucas se fijó bien porque imaginó que aquel era un antepasado de la familia.
La cuarta pintura tuvo a Lucas un rato confundido. Era de estilo modernista, abstracto o cubista (la verdad era que no entendía nada de arte moderno), mostrando a una mujer desnuda (al menos Lucas imaginó que lo era), con los miembros colocados en lugares extraños, los pechos descolocados también y los rasgos de la cara movidos. A su alrededor había círculos de colores.
- Horrible, ¿no es así?
Lucas se separó del cuadro, que miraba con una mueca de incomprensión y disgusto, al escuchar aquella voz potente, pero bien modulada. Observó a un hombre vestido con traje que descendía por la escalinata: imaginó que era su anfitrión y se acercó a él.
- El detective Lucas Barrios, supongo – le dijo, tendiéndole la mano, que él estrechó. – Soy Felipe Carvajal Roelas.
- Mucho gusto.
- Es una pena, pero tenemos que tenerlo colgado ahí – comentó, señalando al extraño cuadro del recibidor. Estaba en la pared de la izquierda, al lado de la abertura que daba paso a una sala elegante con butacas, mesas pesadas y una chimenea acogedora. – Lo pintó mi sobrino y por eso lo tenemos ahí, para que las visitas lo vean. Dice que es artista, pero para mí es un mamarracho.
Lucas no supo si era una broma o un comentario malévolo, así que se limitó a sonreír ligeramente, tapándose la boca con el dorso de la mano.
- Lo peor es que tomó como modelo a mi segunda hija, Carmen Adelaida – siguió diciendo el señor Carvajal. – Retorcido y lamentable.
Lucas no supo qué decir o qué hacer, así que se mantuvo en silencio al lado de don Felipe Carvajal.
- Vamos a mi despacho, allí estaremos más cómodos – dijo éste, indicándole con un gesto que subieran por las escaleras. Lucas así lo hizo, acompañado por el señor de la casa, uno al lado del otro. – ¿Ha tenido un viaje agradable?
- Sin incidencias – contestó Lucas, sintiéndose un poco incómodo. Aquellas maneras y lujos no iban con él. – Llegué ayer al pueblo, a Cabezuela, y me he alojado en casa del maestro.
- El señor Pizarro, sí. Un buen hombre, aunque algo sombrío y taciturno – comentó Felipe Carvajal Roelas.
- ¿Lo conoce? – se sorprendió Lucas, porque sabía que la hija pequeña de los Carvajal-Sande no iba a la escuela del pueblo.
- Sí. En esta zona nos conocemos todos – asintió Felipe Carvajal Roelas, sonriendo por primera vez. Era una sonrisa fría. – Aunque no bajamos mucho a los pueblos de la zona conocemos a la gente más importante o más notoria. Somos la familia noble más importante de la comarca, es nuestro deber mantenernos en contacto con los vecinos de nuestras tierras.
Lucas asintió, sin haber entendido nada.
En el primer piso el señor Carvajal Roelas le llevó hasta su despacho, una sala agradable y recogida, forrada por completo con madera. Las estanterías estaban repletas de libros, de trofeos y de fotos (Lucas pudo reconocer a dos presidentes del gobierno, varios empresarios influyentes y dos antiguas vedettes famosas) y una mesa de trabajo dominaba el espacio. A un lado de la mesa destacaba una butaca forrada en cuero y al otro, opuestas a ésta, había otras dos butacas más pequeñas y menos ostentosas, pero igualmente elegantes y cómodas.
- Siéntese, detective – invitó el dueño de la casa, mientras él ocupaba la butaca grande. Lucas se sentó en una de las otras dos. – Antes de nada debo agradecerle que aceptara nuestro caso y que contestara a nuestra llamada de ayuda. Mi hija Sandra Herminia me puso al corriente de su llamada.
- No hay de qué.
- Y también, antes de entrar en materia, quería decirle que podemos acondicionar una habitación para huéspedes del segundo piso, para que pueda alojarse aquí, en caso de que no quiera quedarse en el pueblo.
- Se lo agradezco, pero prefiero quedarme allí. De esa forma no les molestaré, aunque pasaré mucho tiempo en su casa, eso seguro, mientras trato a su hija menor – rechazó elegantemente Lucas. Ya antes de conocer la mansión y a Felipe Carvajal Roelas había decidido quedarse a dormir en un lugar ajeno a la mansión, pero después de haber visto el ambiente, lo prefería aún más. No le gustaría estar siempre rodeado de aquellos lujos y aquel trato encorsetado. Salir de allí para pasar la noche en otro sitio, aunque fuese en compañía del raro maestro, sería mejor para sus nervios.
- Como desee – asintió Felipe Carvajal Roelas, educado. – Entonces, no nos queda más que hablar del caso. Aunque ya está un poco en antecedentes por mi mensaje y el de mi hija Sandra, pero imagino que querrá saber todos los detalles.
- Desde luego – apuntó Lucas, inclinándose un poco en la butaca, hacia adelante, prestando atención.
El señor Felipe Carvajal pasó a relatarle lo ocurrido hacía dos días, cuando su hija Sandra Herminia (la misma que le había escrito a la página web) se encontraba sola con su hermana pequeña. La niña (aunque ya tenía quince años Lucas comprobaría que la mayoría de las personas de la mansión se referían a ella así) se llamaba Sofía.
Felipe Carvajal Roelas le contó lo sucedido, lo que su hija mayor les había contado a todos. La pequeña llevaba un par de días en la cama, sintiéndose indispuesta, sin fiebre pero con síntomas de gripe. Sin embargo, había comido con apetito y estaba despierta la mayor parte del día, queriendo ver la tele, leyendo sus libros o charlando con sus hermanos o el servicio.
Durante la noche en que ocurrió el evento (término utilizado por el señor Carvajal después de que Lucas se lo indicara) Sofía estaba en la cama, en principio despierta. Su hermana Sandra Herminia había salido a pasear a caballo, como solía hacer muchos días, y dejó a Sofía sola, vigilada por la criada Daría. La niña leía una revista cuando su hermana mayor se despidió de ella. No había motivos para imaginar lo que iba a ocurrir una hora y media después.
Sandra Herminia volvió a la casa al anochecer y mientras se preparaba para darse un baño entró en la habitación de su hermana pequeña, para ver cómo se encontraba.
Fue entonces cuando sucedió todo. Sofía presentaba la cara y el cuello negros, según las palabras de Sandra Herminia “como el alquitrán”. Los ojos estaban tintados también, de rojo, con los iris que normalmente eran de color azul tornados a dorado. Lucas se puso tenso en la butaca al escuchar aquello. Con esos datos no había duda de que un demonio estaba detrás de aquello.
La niña comenzó a moverse, agitarse y contonearse de maneras súbitas y también de forma muy sexual, nada adecuada para una niña como ella. El padre no quiso entrar en detalles, Lucas lo notó turbado durante esa parte del relato, así que le pidió que siguiera: ya hablaría con la hermana mayor. Quizá tuviera menos remilgos a la hora de contarle esos detalles.
Sofía hablaba, además, con una voz que no era la suya, muy grave y profunda, diciendo ordinarieces. Sandra Herminia se asustó y asombró mucho, y aún lo estaba, sobre todo por el desenlace. Al parecer Sofía habría agarrado a su hermana y la habría lanzado contra la pared, con una fuerza desusada en ella. Los criados habían acudido en ayuda de Sandra y la habían recompuesto y ayudado a reponerse. Entonces Sofía, como despertando de un sueño, volvió en sí.
En ese momento entró en el pequeño despacho una mujer madura, elegante y serena. Vestía un vestido de color granate muy elegante y discreto y llevaba el pelo castaño muy bien peinado y arreglado. Lucas se puso en pie al entrar la mujer.
- No se moleste, detective.
- Es mi mujer, María Rosa Sande – presentó Felipe Carvajal. Lucas y la señora se estrecharon la mano.
- Mucho gusto.
- El gusto es mío, sobre todo si puede ayudar a mi hija – contestó ella, situándose al lado de su marido, frente a Lucas. Era una mujer mayor, demasiado maquillada, quizá para encubrir arrugas y manchas en la piel, pero Lucas reconoció que había sido muy guapa de joven y que a aquellas alturas seguía manteniendo cierta belleza.
- ¿Por dónde íbamos? – preguntó Felipe Carvajal Roelas, despistado.
- ¿Desapareció el color negro de la piel? – preguntó Lucas, que sabía muy bien en qué punto de la narración del evento se habían quedado.
- Sí, así fue.
- ¿Y los ojos volvieron a la normalidad?
- Sí. De forma inmediata.
- ¿Inmediata? – se extrañó Lucas.
- Podrá preguntarle a mi hija Sandra Herminia, pero así fue – aseguró María Rosa Sande, con cara compungida. – Cuando Venancio y Tomé, dos de nuestros mayordomos, le ayudaron a levantarse, ella fue directa hacia Sofía: mi pequeña estaba consciente, con la cara normal y los ojos azules de siempre. Sandra trató de calmarla, abrazándola, y pudo verlo perfectamente.
Lucas asintió, pensativo. Aquellos síntomas eran claros de posesión demoníaca, pero la desaparición inmediata de ellos no ocurría ni siquiera con la muerte del huésped. Aquello era muy extraño y tendría que empezar por ahí a investigarlo.
- ¿Qué opina, señor Barrios?
- Llámeme Lucas – volvió en sí, sonriendo. – Creo que debo investigar mucho, entrevistarme con sus hijas y ver qué averiguo en la habitación de la pequeña. Podíamos estar hablando de una posesión demoníaca, de un intento al menos, y no sólo eso es lo extraño. Hay más detalles que me desconciertan....
- Entonces, ¿acepta el caso? – preguntó María Rosa Sande, expectante.
- Lo acepté al venir aquí, señora Sande – asintió y sonrió Lucas, tratando de parecer amable y de calmar a la mujer: se la veía terriblemente preocupada y asustada. – Ahora sólo nos queda acordar el salario.
- Eso no es problema – dijo Felipe Carvajal Roelas. La cifra que le ofreció luego a Lucas le hizo abrir los ojos al máximo, sorprendido. Lucas tenía suficiente dinero como para que la mayoría de la gente lo considerara rico, pero aquella cifra en el papel le sorprendió incluso a él. Tuvo que contenerse mucho para no silbar por la sorpresa.
- Me parece muy adecuado – contestó, con voz trémula.

lunes, 18 de junio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 7


- 7 -
(Granito)

Lucas avisó a su madre y a su hermana y después le mandó un mensaje de voz a José Ramón: había vuelto al trabajo y tenía que irse a Cáceres. A ninguno le explicó muchos detalles (a José Ramón por razones obvias) pero sí les dijo que estaría de vuelta para las Navidades (quedaban al menos veinte días) y que lo había pensado muy bien al volver al trabajo.
Su madre y su hermana se mostraron muy satisfechas y contentas de que Lucas pasara página. Le desearon mucha suerte y le pidieron que las mantuviera informadas, sobre todo si necesitaba algo o hablar con alguien. Lucas estuvo muy agradecido.
Preparó todo el material y lo revisó, pues aunque parecía que el caso era de una posesión rutinaria necesitaba saber que tenía todo el material en buenas condiciones. Además, hacía tantos meses que no se había preocupado por ello que la realidad era que tenía que hacer una revisión. Una vez todo listo consultó mapas en su teléfono móvil y comprobó que muy cerca de Jerte se encontraba un pueblo llamado Cabezuela del Valle, que quedaba cerca de la mansión de los Carvajal. En el Google Maps aparecían señalados algunos hostales y casas de huéspedes en aquel pueblo, así que decidió buscar alojamiento allí. No sabía cuánto tiempo tardaría en averiguar lo que le pasaba a la niña que preocupaba tanto a su padre y su hermana, pero suponía que pasaría allí al menos un par de días, así que necesitaba un sitio donde dormir.
Una vez tuvo todas sus cosas preparadas y el Twingo estuvo listo, salió de Madrid con decisión. Sólo tuvo un momento de duda, de incomodidad, cuando la vieja costumbre de antaño le hizo pensar en escribir a Patricia antes de salir, como hacía siempre. Con la mano estirada hacia el móvil se dio cuenta de lo que estaba haciendo y arrancó el coche sin más. Pero el pellizco de dolor que sintió en el pecho no le permitió emprender el viaje como si nada.
Desde Madrid partió a Cáceres, en silencio, serio. Aquel viaje, además de servir para ayudar a una pobre niña a la que iba a conocer, tenía el objetivo de ayudarle a él mismo. No había salido de Madrid y ya había sufrido: imaginaba que no sería la única vez durante aquel caso, pero deseaba (y en parte estaba convencido de que así sería) que una vez concluido se sentiría mejor. Liberado. Consolado. Y decidido a seguir su camino.
Llegó a Cabezuela del Valle y buscó, siguiendo la avenida de Plasencia, el bar y edificio de apartamentos llamado “Prado del abuelo”. Lo había visto por encima en el móvil, curioseando un poco su página web, y le había convencido. Era un edificio grande pintado de color ocre oscuro, que hacía esquina. La avenida hacía una curva justo delante del bar restaurante, así que estaba en un lugar privilegiado del pueblo.
Lucas aparcó el Twingo muy cerca (Cabezuelo era un pueblo pequeño, en el que había muchos coches de paso, pero bastantes sitios libres de aparcamiento) y se encaminó andando al local. Toda la planta baja estaba ocupada por el bar y el comedor del restaurante, que era muy grande. Había tan sólo un par de hombres maduros y orondos en la barra, que lo miraron con curiosidad. Lucas sonrió para sí: al menos no se había puesto el mono rojo, su uniforme de trabajo. Para viajar había decidido ir cómodo, con vaqueros y sudadera de deporte: el mono se lo pondría al día siguiente, cuando fuese a conocer a la familia Carvajal Sande.
- Buenos días – saludó. Fue contestado débilmente por los parroquianos, que después de observarle con curiosidad al entrar, habían perdido interés en el forastero, al ver que no era nadie que llamara la atención.
Si ellos supieran....
- Buenas – saludó el único camarero que había en la barra, un tipo ancho de cara redonda y pelo rubio muy ralo. Sonreía agradablemente mientras miraba a Lucas. – ¿Qué desea?
- Hola. Quería un apartamento para un par de días. A lo mejor tengo que quedarme más tiempo, así que cuente con esa posibilidad....
El camarero hizo una mueca.
- Lo siento, pero no tenemos habitaciones libres.
- Vaya.
- Sí. Imagino que pensó que no tendría problemas para encontrar alojamiento en un pueblo como éste, ¿verdad? – dijo el camarero, de manera simpática. – Pues está el pueblo completo.
- Vaya.... Eso es bueno, supongo.... – Lucas estaba sorprendidísimo. El camarero rio con grandes carcajadas.
- Ya, no parece el pueblo adecuado para pasar las Navidades, ¿no? – volvió a reír. Los dos hombres sentados en taburetes a la barra le miraron, sin cambiar su cara. Al camarero no pareció importarle, pues siguió hablando con confianza con Lucas. – Hay mucha gente que viene aquí en verano, por lo de la Garganta de los Infiernos y las piscinas naturales y todo eso, así que hay muchos que repiten en invierno. No es una época para bañarse en el río, la verdad es que no, pero esta zona tira mucho y a los que les gusta son muy fieles.
- Ya veo, ya....
- Soy Gerardo – le tendió la mano por encima de la barra.
- Yo Lucas Barrios – contestó, estrechándosela.
- Un placer – asintió el camarero. – ¿Quiere tomar algo? Desde Madrid el viaje es largo y supongo que tendrá sed y hambre.
Lucas se quedó sin habla, delante del camarero, que volvió a reír.
- No es muy marcado, pero lo he notado en su acento. ¿He acertado?
- Pues sí. Vengo de Madrid – contestó Lucas. – Y quiero una Coca-cola y un buen trozo de tortilla, si tienen.
- Claro que sí, la mejor de la comarca.
Estaba claro que el tal Gerardo hacía bien su trabajo. Le sirvió la Coca-cola a Lucas y le puso una generosa ración de tortilla de patatas, acompañada con un trozo de pan del pueblo.
- Entonces, ¿no hay alojamiento en el pueblo?
- Me temo que no – se encogió de hombros el camarero. – Aunque hay varios hostales en el pueblo, podría preguntar en todos a ver si queda alguna habitación libre. Es muy probable que sí. Y si no, ¿por qué no prueba en Jerte?
- Bueno, me había hecho idea de quedarme a dormir aquí. Me pillaba mejor.
- ¿Está aquí de vacaciones? ¿O por trabajo?
- Por trabajo. Tengo que ir a la mansión de los Carvajal.
Gerardo emitió un silbido de admiración y los dos paisanos del pueblo miraron a Lucas con más respeto y curiosidad.
- ¡Con los Carvajal! Vaya, vaya, así que es usted importante....
- Ni mucho menos – ahora le tocó reír a Lucas. – Soy.... experto en ciertos temas que le interesan al señor Carvajal. Me ha contratado para dar mi opinión. No voy a entrar en nómina.
- Creí que era un nuevo profesor para la pequeña de las hijas o un criador de caballos – comentó Gerardo. – Los Carvajal tienen un excelente criadero de caballos en sus tierras.
- No, no, no me dedico a la enseñanza ni a la veterinaria – dijo Lucas, terminando la tortilla, con voz divertida.
- ¿Y qué es lo suyo?
Lucas dudó un momento. No llevaba en secreto su oficio, al menos cuando estaba en un caso, pero quizá a los Carvajal no les hacía mucha gracia que se los relacionara con un detective paranormal. Con clientes de aquel nivel y renombre había que guardar cautela.
- Soy consejero de actividades extranjeras y perito en movimientos migratorios – inventó, sobre la marcha, pensando en posesiones demoníacas. – Vengo sólo a ayudar a los Carvajal con un asunto puntual.
- Entonces Cabezuela del Valle era un buen sitio donde quedarse, está claro – asintió Gerardo. – Desde Jerte el camino hasta la mansión Carvajal-Sande es más largo.
Lucas apuró su bebida y dejó el vaso sobre la barra. Gerardo recogió vaso y plato y los llevó al lavavajillas que había bajo la barra. Después volvió ante Lucas.
- Estaba pensando.... Quizá no haya plazas libres en Cabezuela, pero puede ir hasta Navaconcejo. Vuelva por la carretera, por donde ha venido, y en un par de minutos llegará al pueblo.
- ¿Allí habrá habitaciones libres?
- No me refería a eso – explicó Gerardo el camarero. – El maestro de la escuela vive allí. Vive en una casa del ayuntamiento, cedida para él. Tiene varias habitaciones y él sólo usa una. Puede preguntarle, no creo que tenga inconveniente en dejársela unos días.
- Puedo probar, sí – a Lucas le gustó la idea. No sabía si pasaría mucho tiempo en casa o estaría muy ocupado en la mansión Carvajal-Sande, pero tener compañero de apartamento sería mejor que estar solo. Además, se ahorraría el precio del alojamiento.
- El maestro es un tipo solitario, pero no tendrá reparos en dejarle una habitación – comentó Gerardo, riendo. – Se llama Francisco. Francisco Pizarro.
- No me fastidies – se asombró Lucas.
- Pues sí – rio el camarero, divertido. Los dos parroquianos también: debía ser un chiste muy común en el pueblo, y no era para menos. – Sólo le falta haber nacido en Trujillo, pero no. Creo que es de Burgos....
Sin dejar de sonreír, Gerardo le indicó dónde encontrar la casa en el pueblo de al lado y después de invitarle a la consumición se despidieron amigablemente. Lucas caminó hasta el Twingo, encogido por el frío, pensando que había hecho un aliado nada más llegar. Eso era bueno.
Retrocedió por la misma carretera por la que había venido y, efectivamente, enseguida llegó a Navaconcejo. Buscó la casa que le había dicho Gerardo y aparcó delante. Salió del Twingo con cuidado y se acercó a la puerta, llamando al timbre.
¡Riiinnnggg!
La casa era pequeña, de una sola altura. Estaba al borde de la carretera que atravesaba el pueblo, encalada y con la puerta de madera negra, con una simple placa pequeña con el número. Había dos ventanas anchas que daban a la carretera, tapadas con cortinas.
La puerta se abrió y un hombre de la edad de Lucas, más delgado y con el pelo negrísimo le miró desde el vano, tras las gafas de montura fina y cristales delgados.
- ¿Sí?
- Buenas tardes, soy Lucas Barrios. ¿Es usted el maestro de la escuela?
- Uno de ellos.
- Bien. Me han dicho que podía encontrarle aquí. Quería hablar con usted.
- Muy bien. Cuéntame, pero no me trates de usted.
- De acuerdo – asintió Lucas. – He venido a trabajar en la mansión Carvajal-Sande, en una especie de labor de asesoría. Voy a pasar unos días aquí y no he encontrado plazas libres en toda Cabezuela. Gerardo, el camarero del “Prado del abuelo”, me ha dicho que podía preguntar aquí si tenías camas libres. Sería sólo para unas pocas noches y no te molestaría.
El maestro llamado Francisco Pizarro le miró durante unos instantes, valorando la situación. No mudó su cara, inexpresiva, y Lucas se sintió un poco incómodo. Al final, se encogió de hombros.
- Bueno.
Después se dio la vuelta y entró en la casa, dejando la puerta abierta. Lucas dudó si pasar o no.
- Pasa – se escuchó desde el interior, haciendo que Lucas se decidiera. Caminó por un pasillo muy largo, con dos o tres puertas en cada lado. El pasillo terminaba al fondo en una cocina amplia, que daba a su vez a un patio trasero. El maestro estaba en la cocina, preparando la cena, una fuente enorme de macarrones con queso y atún.
- Mi habitación es la que queda aquí al lado, a la izquierda del pasillo – señaló, mientras atendía los fuegos y mezclaba todos los alimentos en la fuente. – Tienes otras dos, una a cada lado: escoge la que mejor te venga. El baño está a la derecha del pasillo, la puerta del medio. No sé si necesitas toallas o alguna cosa de aseo....
- Tengo todo lo que necesito – contestó Lucas palmeando la mochila.
- Entonces ya está todo. Coge lo que quieras de la cocina, ya arreglaremos cuentas si hay que comprar comida – el maestro cogió la fuente con cuidado y se encaminó al pasillo, de camino al salón. – A lo mejor deberías pasar por el ayuntamiento a avisar de que vas a estar en la casa. No sé si te han dicho que la casa es del pueblo y que yo estoy aquí un poco de prestado. Aunque si no quieres dar el aviso no pasa nada, yo tampoco diré nada.
Salió de la cocina, en dirección a la primera habitación que había a la derecha, según se entraba de la calle. Cuando estuvo ya casi dentro habló desde allí.
- ¿Tienes hambre? ¿No querrás unos pocos macarrones? Tengo de sobra....
- No te molestes, gracias. No tengo hambre – contestó Lucas, que era cierto que acababa de comer en el bar de Gerardo y no le apetecía nada en ese momento. Además, no estaba muy seguro de querer compartir espacio con aquel tipo tan extraño. – Voy a instalarme en la habitación.
- Como quieras.
Lucas fue a la habitación de la izquierda, cuya ventana daba a la fachada de la casa. Allí deshizo la mochila y colocó sus pocas prendas en un armario estrecho. La habitación era pequeña pero no le faltaba de nada: cama amplia y cómoda, mesilla, armario, mesa con silla de oficina, de esas con ruedas, televisión colgada de la pared y un espejo cuadrado y ancho. Estaba todo un poco amontonado, por las estrechas dimensiones del cuarto, pero estaba muy bien.
Una vez colocó sus pocas ropas salió de nuevo al Twingo y llenó la mochila con algunas armas y aparatos. Además de unas trampas cuánticas, el pistón trifásico fotovoltaico, una botella de agua bendita y un libro de ensalmos indios (que su maestro de allí le había regalado al marcharse y seguir su viaje hacia Mongolia) metió también las dos pistolas de aire comprimido y varias cargas de bolas de plata. Desde su aventura en el edificio abandonado de Ciudad Lineal (el verano anterior) se había acostumbrado a llevarlas siempre encima.
Por si acaso.
Lucas arregló su habitación y después pasó al salón a acompañar al maestro. Era un tipo callado y algo tímido, con el que apenas intercambió unas palabras. Ni el maestro se interesó por el trabajo de Lucas ni él se molestó en explicárselo. Menos complicaciones.
El único asomo de simpatía afloró cuando Lucas le dijo que sabía su nombre.
- Ya me han dicho que te llamas Francisco Pizarro. Qué curioso.
- Sí, ya ves – el maestro de escuela sonrió, medio divertido medio resignado. – Cosas de mi padre, que era un cachondo.
La velada no dio para mucho más. Vieron la tele un rato y cuando el maestro dijo que se iba a dormir Lucas hizo lo propio. Se alegró al comprobar que la puerta de su habitación tenía un pestillo, y lo dejó echado toda la noche.
Lucas no era aprensivo, pero por si acaso.