viernes, 1 de junio de 2018

Lucas Barrios, Detective Paranormal: Árbol Genealógico - Capítulo 3


- 3 -
(Granito)

A la mañana siguiente, el móvil despertó a Lucas. Sonó insistentemente desde la mesilla y el detective se insultó, por no haberlo apagado la noche anterior. Seguramente fuese algún cliente que tenía alguna emergencia paranormal.
Colgó, sin levantar la cara de la almohada, tratando de que el sueño volviera a atraparle. Agarró desmañadamente las sábanas y la colcha y se arrebujó en ellas, haciéndose un capullo de calidez e insonoridad.
Pero no era tan impenetrable como imaginaba, porque al cabo de unos segundos el móvil volvió a sonar, implacable. Desde dentro del capullo de tela y aislamiento térmico Lucas lo escuchó, estridente. Asomó la cabeza y estiró la mano, para comprobar quién era. Se le ocurrió que podría ser su madre, para insistirle todavía un poco más, después de haber visto la noche anterior que no le había convencido. Lucas no quería colgar a su madre dos veces, aunque no le interesase escuchar lo que tenía que decirle.
Pero al mirar la pantalla se sorprendió al ver que era su colega Ramiro, el piloto. Descolgó y carraspeó fuertemente, antes de acercarse el aparato a la cara.
- ¡Ramiro! – dijo, sin lograr que su voz no sonase ronca y recién despertada. – ¡Cuánto tiempo! ¿Qué pasa?
- Oye tío, siento haberte despertado – contestó Ramiro, con su voz cauta y débil, como siempre. – No sabía si estarías despierto ya, pero tenía que llamarte.
- Dime, dime....
- Estoy en el aeródromo, y están pasando cosas raras.
- ¿A qué te refieres?
- Bueno.... No sé si es importante, pero esta mañana, a primera hora, he visto a dos tipos en el hangar abandonado, haciendo cosas extrañas – explicó el piloto. Siempre sonaba como con timidez, con cautela, sin alzar la voz nunca, pero en esta ocasión parecía que era eso lo que sentía. – Nada exagerado ni nada de eso, pero han estado cargando unas cajas en una furgoneta grande. Debía ser una venta o algo así.
- ¿Y por qué crees que me interesaría?
- Bueno, uno de los tipos llevaba dos guardaespaldas, que parecían zombis. Tiesos como palos, con la mirada perdida y cara de lelos – describió Ramiro. – El otro era un tipo muy extraño, vestido de traje, con coleta grasienta, cara delgada y retorcida. Y en un par de momentos le he visto los ojos amarillos.
Aquello hizo que Lucas se incorporara en la cama.
- ¿Estás seguro?
- Estaban lejos, pero me he escondido detrás de la avioneta para verles con los prismáticos. Me parecía muy raro hacer negocios en el aeródromo a esas horas.
Lucas se pasó la mano por la cara para despejarse. Parecía (a falta de más pruebas) que Ramiro había sido testigo de un intercambio de mercancía entre un ente y un humano, o quizá entre dos entes. Aquella mercancía podía ser cualquier cosa. Lo más probable, nada bueno para los seres humanos.
- Oye, Ramiro, verás, puede que sea importante, pero.... Ya sabes que no cojo casos desde el verano....
- Ya, ya, lo sé, lo sé.... – contestó el piloto, incómodo. Ramiro sabía, más o menos, a lo que se dedicaba Lucas, y por supuesto sabía lo que le había ocurrido a Patricia el verano pasado. No tenía todos los detalles, pero sabía más que mucha otra gente. – Sólo quería avisarte, por si querías hacer algo. O avisar a algún otro que pudiese investigarlo. Me han dado muy mala espina esas cajas.
- Ya me lo imagino, Ramiro. A mí también – contestó Lucas.
Recordó entonces la conversación con su madre y su hermana, la noche anterior, cenando lasaña casera con ellas. Su madre era una cocinera magnífica y si sus dos hijos se manejaban tan bien en la cocina era gracias a ella y a sus enseñanzas. Además, la lasaña era uno de sus platos estrella. Yolanda y Lucas habían gozado como niños con la cena.
Pero, a cambio de la excelente lasaña, Lucas había tenido que soportar otro asalto de artillería pesada por parte de su madre y de su hermana. Las dos sacaron el tema muy sutilmente, para después abordarlo de forma directa e intensa.
- No sé por qué a estas alturas sigues sin aceptar ningún caso – le dijo su madre, cuando la conversación había avanzado y la intención de su familia era bien clara. – Entiendo que después de lo de.... Salamanca no quisieras trabajar ni volverte a cruzar con un monstruo o un ente o lo que sea, pero ahora, hijo.... Estar todo el día en esa casa te está consumiendo.
- No estoy todo el día en casa, mamá – repuso Lucas. – Salgo mucho. Paseo, corro algún día, voy a jugar al tenis con José Ramón.... Y tengo la casa bien abastecida, salgo a hacer la compra.
- Haces la compra por internet y te lo traen a casa, listo, no nos engañes – dijo Yolanda, inmisericorde.
- Sí, es verdad, pero a veces bajo al súper de la vuelta de la esquina, a por alguna cosa suelta – mintió Lucas.
- Eso no es salir – rechazó su madre. – Si por lo menos juegas al tenis con José Ramón, ves a alguien. Pero lo que tienes que hacer es eso, estar con gente, hacer cosas con gente. Volver a trabajar te haría volver a tratar con la gente.
- No son gente, mamá, son clientes.
- Bueno, los clientes son personas.
- En mi trabajo sabes que a veces los clientes no son personas – bromeó Lucas, sin que le faltara razón. – A veces son.... otra cosa.
- Ya lo sé, hijo.
- Pero Lucas – intervino su hermana y su cara estaba torcida por la angustia. Tanto que a Lucas le sorprendió y le preocupó. – Lo que tú tienes.... es un don.
- Una “maldición”, más bien.
- Llámalo como quieras – desdeñó Yolanda. – Lo que no puedes negar es que es algo único. Nadie más lo tiene, quizá media docena de personas en todo el mundo – Lucas pensó que en realidad serían unas seis personas en todo el universo, pero comprendía lo que su hermana quería decir y no la corrigió. – Tener ese.... esa cualidad y no utilizarla no es bueno. No me refiero a que debas ayudar a la gente con ella, digo que no es bueno para ti.
- Acuérdate de la prima Loli – intervino su madre, aprovechando el discurso de su hija. – Lo bien que ha tocado siempre el piano. No ha sido feliz y ha disfrutado de la vida hasta que no se ha dedicado en cuerpo y alma a tocar el piano, dejando ese trabajo en la oficina, que la amargaba. Algo parecido te puede estar pasando a ti....
Lucas no replicó. No estaba de acuerdo con su madre, aunque en parte tenía razón. Aquella misma noche, tratando de despegarse a aquellos dos entes (estaba casi convencido de que eran imágenes astrales de dos Bwerts) y librándose de ellos huyendo en el Twingo, se había sentido completo, como no lo estaba desde finales de junio. No era aprovechar su “anomalía”, era volver a estar en activo.
Pero por otra parte, detestaba volver a juntarse con entes, verse envuelto con nuevos corpóreos, deshacerse de  espectros y fantasmas. Por primera vez se reconoció que quería volver a trabajar, pero el problema era que su trabajo estaba relacionado directamente con el tipo de criaturas que habían matado a Patricia.
Y aquello todavía no podía soportarlo.
- No me está pasando eso – mintió, sabiendo que quizá podía engañar a su hermana Yolanda, pero nunca engañaría a su madre. – La cualidad que yo tengo, como lo ha llamado Yolanda, no es algo que se estropee si no la uso. Ni algo que se eche de menos si la aparto de mí. No la necesito. Y por ahora no necesito trabajar. Quizá dentro de un tiempo, el año que viene, busque algo de trabajo. Aunque no sé si será de detective.
Aquello último había sido un farol, más bien un comentario que sabía que molestaría a las dos mujeres. En el fondo sabía que aquello que hacían era por su bien, que estaban preocupadas por él, pero le molestaba tanta atención y tanto empeño en que volviera a trabajar.
No quería trabajar.
¿O sí?
- Bueno, está claro que eres tú el que decide – dijo su madre, con una mueca indiferente. – Tú sabrás si tienes dinero o no. Pero una cosa te digo: yo no doy de comer a vagos. Así que, o para Nochebuena tienes trabajo, o no te doy de cenar, cuando nos juntemos con la tía Puri y la prima Loli.
- Menudo chantaje, mamá – dijo Lucas, riendo: no estaba molesto, sólo divertido.
- Y ya pensaré si me vale cualquier trabajo o solamente el de detective paranormal – apostilló la mujer.
Lucas, sentado en la cama, con el móvil en la oreja, recordaba con una sonrisa aquella conversación. La cena había terminado más tranquila, con alguna alusión de su madre (medio de reproche medio de broma) a que su hijo era un vago y no quería trabajar, pero la conversación había ido por otros derroteros. Lucas había vuelto a casa, después de dejar a su hermana en la suya, muy relajado y casi feliz.
- ¿Lucas? ¿Oye, Lucas?
- Sí, Ramiro, estaba pensando – volvió en sí. – Oye, esos dos tipos, se han largado hace rato, ¿verdad?
- Sí, en cuanto terminaron el intercambio.
Lucas asintió para sí.
- Bueno, a lo mejor me paso a ver si encuentro algo. De todas formas, si les vuelves a ver, a cualquiera de ellos, vuelve a avisarme, ¿quieres?
- Claro que sí.
Lucas no estaba convencido de que fuese a encargarse de ello, pero lo cierto era que la picadura de la curiosidad ya le escocía en el cerebro.

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